José Apezarena

De Juan Luis Cebrián y el sectarismo

Con un poco de retraso, lo admito, acabo de leer, aprovechando los días de verano, el último libro de Juan Luis Cebrián, “Primera Página. Vida de un periodista 1944-1988”. Me ha parecido apasionante, bien escrito y con aportaciones novedosas.

Paso por alto los interesantes datos personales que aporta, incluyendo esa vocación sacerdotal que, según cuenta, le duró unos pocos años juveniles, para centrarme sobre todo en lo periodístico.

La creación y puesta en marcha de El País constituye, sin duda, el gran éxito profesional de Juan Luis Cebrián, y así está reconocido. Directamente, y a través del diario, protagonizó buena parte de la historia periodística y política de España, en tiempos decisivos en los que andaba en juego nuestro destino democrático.

Evidentemente, suele ser inevitable, Cebrián se deja llevar por algunas de sus filias y fobias, y aprovecha también para pasar factura a personajes con los que trató o trabajó en esos años. Uno de los que salen peor parados es José María de Areilza, y su adlátere Darío Valcárcel, a propósito de las distintas conspiraciones que protagonizó, singularmente las dirigidas a hacerse con el mando absoluto de El País.

Y desvela cómo logró Jesús Polanco la mayoría accionarial, por el sistema de comprársela a García Trevijano, que había ido adquiriendo paquetes con el objetivo de convertir El País en el instrumento para instaurar en España la Tercera República, con él como presidente.

A Polanco le acompañó en ese movimiento Ramón Mendoza, que se mostró dispuesto a facilitar el dinero para los pagos (en dinero negro, por supuesto), a cambio de quedarse con el 5% de la empresa. Siempre he creído –añade Cebrián– que parte de las comisiones que le generaba la venta del petróleo ruso las destinaba Mendoza a financiar el Partido Comunista. Las maletas repletas de dinero que llegaban desde Moscú no son ninguna invención: Manuel Azcárate “me confesó que él mismo había sido correo de varios envíos de ese género”.

Tampoco queda muy bien Pedro J. Ramírez, en el relato sobre la tarde del 23-F, cuando Cebrián decidió que había que sacar a la calle una edición especial de El País en defensa de la Constitución. Le llamó por teléfono para que Diario 16 se sumara y, ante las dudas de Ramírez, con la excusa de que no tenía medios, le respondió: “Lo que no tienes es huevos”.

A propósito del 23-F, el hoy presidente de Prisa transita de puntillas sobre una realidad que para nada figura en las páginas del libro. La participación de El País en la llamada “operación Armada”, dirigida a colocar un militar en el Presidencia del Gobierno como “solución” a los graves problemas de España, una iniciativa apoyada abiertamente desde las páginas editoriales de su periódico. Algo que omite convenientemente. Debe de ser un problema de memoria selectiva.

Ilustrativo resulta el relato sobre cómo El País publicó la exclusiva de la desarticulación de la “Operación Galaxia”, anticipo del 23-F. Se lo contó en persona el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Y a destacar el comentario inmediato de Cebrián: “Para mí fue una vez más la demostración de que el periodismo de investigación era y es, en gran medida, un periodismo de filtración, como ya había quedado de manifiesto, por otra parte, en el caso Watergate”.

 

El ex director de El País reconoce también algunas prácticas de juego sucio profesional. Por ejemplo cuando relata cómo consiguió el sumario del 23-F, que había empezado a publicar en exclusiva Europa Press. Un par de redactores de esa agencia se mostraron dispuestos a robar un copia y entregársela, “a cambio de la promesa, que cumplí, de incorporarlos a nuestra plantilla”.

Como en aquella época yo trabajaba en Europa Press, creo que podría citar los nombres de esos dos periodistas venales. Basta con comprobar cuándo fueron fichados por El País.

Y la incógnita final. ¿Por qué cito la palabra sectarismo en el titular de esta columna? Porque pienso que es la adecuada para calificar cómo se formó la redacción de El País desde sus comienzos. Cebrián explica los límites ideológicos que le marcó entonces el presidente, José Ortega, a la hora de seleccionar redactores. Yo conocía la historia, y cómo a muchos de los candidatos se les formuló, entre otras, esta comprometida pregunta: “¿Eres laico?” De la respuesta dependía ser o no admitido.

Asumo que, quienes ponen en marcha un proyecto periodístico, tienen todo el derecho del mundo a fijar el perfil de sus colaboradores. Por supuesto. Pero también me gusta la claridad. Y que se conozca que, en un diario que siempre ha pretendido presumir de liberal, quedaron excluidos por decreto personas de ámbitos ideológicos y sociales que no eran vistos con simpatía. Por tanto, muy liberales no son.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato