José Apezarena

¿Han cambiado muchos votos por el debate a cuatro?

Superadas las primeras reacciones, y con un poco más de perspectiva, puede ser buen momento para sacar algunas conclusiones respecto al debate a cuatro celebrado el lunes en Antena 3.

La primera es que este tipo de acontecimientos informativo-políticos sí interesan al país, y mucho. Lo prueban las cifras del programa, que se ha convertido en el más visto del año en las televisiones, superando los nueve millones de espectadores. Había ganas de ver y de escuchar.

Otra consideración es que la aplicación de criterios informativos y periodísticos, a la hora de organizarlos, provoca que estos encuentros resulten mucho más vivos y variados, como ocurrió el lunes.

Una nueva reflexión es que, al menos a efectos prácticos, la multiplicación de participantes convierte los debates en encuentros confusos y superficiales: nadie consigue tiempo suficiente para desarrollar de verdad ninguno de los asuntos. A lo más, un comentario, un pensamiento rápido, un flas, una frase de cincuenta segundos.

El planteamiento de discusión a cuatro provoca que falte la calma mínima para que los intervinientes puedan expresarse con tranquilidad. Además de intentar exponer sus propios puntos de vista y sus programas, a la vez han de dirigirse a los otros participantes, contestar a uno y otro, responder a alusiones, defenderse, criticar…

Es también evidente que estos espectáculos acaban siendo en cierta medida una lucha de trucos, de tácticas, de guiños, de argumentarios, en fin una pugna de postureos: un ejercicio de marketing personal y político.

Pero la conclusión más de fondo es, en mi opinión, que la virtualidad de estos debates a efectos prácticos resulta escasa, si se mide en repercusión en la intención de voto de la ciudadanía.

Creo que habrán sido muy pocos, poquísimos, los españoles que hayan cambiado de opinión como consecuencia del enfrentamiento dialecto celebrado el lunes. Muy pocos lo que habrán optado por una papeleta distinta.

Los debates electorales suelen servir más bien para reforzar la propia opinión, lo que uno ya tiene en la cabeza. Cada cual describe la feria según le va en ella, y por tanto, ocurra lo que ocurra, concluye que su candidato lo ha hecho muy bien y los contrarios muy mal. Y no es que se engañen, es que ‘ven’ así las cosas, así las perciben realmente. Es lo del viejo axioma de que, lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente.

 

En fin, los debates electorales apenas funcionan para aclarar opiniones y fijar posiciones. Funcionan, eso sí, a a efectos de audiencia. Y resultan también saludables en la medida que vinculan e interesan a la ciudadanía sobre lo que está a punto de ocurrir, es decir, las elecciones. Parecería dramático que, ante una convocatoria tan decisiva, lo que primara fuera la indiferencia.

Sirven también para pasar un buen rato, porque son un espectáculo televisivo. Da oportunidad de ver en apuros a los candidatos enemigos, de analizar a los propios, de tomar nota de las meteduras de pata… Pero, insisto, no para decidir el voto.

Según la encuesta del CIS, en este momento se contabilizan un cuarenta por ciento de españoles indecisos. Una cifra ciertamente elevada, si bien a la hora de asignar escaños el Centro ha tenido en cuenta los precedentes anteriores, aplicando lo que habitualmente suelen hacer quienes no saben qué votar.

Pienso también que no habrán sido muchos los que, después del debate en Antena 3, se hayan aclarado sobre su indecisión.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena

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