El chófer del alcalde es químico

Una de los grandes cambios pendientes, que ningún Gobierno ha tenido el coraje de abordar hasta ahora, es la reforma a fondo de la administración pública, incluyendo ahí todas las instancias, estatal, autonómica, local...

La reforma, si algún día se aborda, deberá afrontar, entre otros muchos, un asunto espinoso: el estatus del funcionariado, cuya situación, sistemas de acceso a los puestos, procedimientos de promoción interna, garantía de permanencia en el empleo, inamovilidad de las plantillas... tendrán que ser ajustados a los nuevos tiempos.

Respecto a la inamovilidad funcional, en no pocas ocasiones provoca situaciones absurdas, contrarias a los principios más elementales de racionalidad y de eficacia. Y hasta de conveniencia para los propios afectados.

Lo escuchaba recientemente al alcalde de un conocida ciudad española, que se quejaba de los problemas que encuentra para ajustar el personal de que dispone a las necesidades existentes, incluyendo el adecuado aprovechamiento de las capacidades y talentos existentes en las plantillas.

Comentaba, por ejemplo, que entre los funcionarios municipales que ocupan puestos subalternos, de escasa cualificación, cuenta por ejemplo con licenciados en económicas, que podrían ser muy útiles en los departamentos financiero y de gestión pero a los que no encuentra manera de poder ubicarlos allí.

Mucho más cercano le era el último caso que relató. Se acababa de enterar de que su chófer, el conductor del vehículo oficial como alcalde, es químico de titulación.

Según le explicó el protagonista, esa fue la plaza que salió en su día a concurso y que pudo lograr mediante una oposición al efecto. El dilema para el alcalde es que actualmente el ayuntamiento necesita un químico, para uno de los servicios municipales, pero no es posible destinar a ese puesto al conductor: solamente puede ser chófer.

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