José Apezarena

Yo perdono, pero no olvido

Una de las frases más desgarradoras que pueden pronunciar quienes han sufrido una enorme desgracia, no de origen casual o por circunstancias incontroladas e incontrolables sino provocada por personas concretas, es esta: Yo perdono, pero no olvido.

En este país, a lo largo de más de cuarenta años, la hemos escuchado no pocas veces en boca de quienes han sido víctimas de ETA, tras ver asesinados sus maridos, sus hermanos, sus hijos, sus amigos... Son muchos lo que clamaron ese perdono, pero no olvido.

Ahora, con la banda terrorista semi aparcada, que no retirada porque no se ha disuelto y aún conserva las armas, asistimos al espectáculo de ver a algunos de sus corifeos y herederos, de quienes la sostuvieron y apoyaron en el pasado, ocupando puestos en pueblos y ciudades del País Vasco y de Navarra. En Pamplona, por citar un caso que me duele de forma especial, va a gobernar Bildu.

Existe el riesgo de que, con el simple paso del tiempo, y porque ya no se hable de ello, acabe pareciendo que nada ocurrió en esos cuarenta años, siendo así que la cifra oficial sitúa el número de asesinatos en casi novecientos. Novecientos muertos, a los que hay que sumar centenares de heridos y miles de familias destrozadas.

Demasiadas víctimas, y ha ocurrido hace demasiado poco, como para pretender mirar a otro lado y que parezca normal que los sucesores de ETA gobiernen ayuntamientos y comunidades. No es normal.

El perdono pero no olvido citado esconde detrás la voluntad de muchas buenas personas, que no quieren que en sus corazones anide por siempre el rencor y el odio. De ahí el perdón. En cuanto a lo de olvidar, eso seguramente depende muy poco de voluntades y de ánimos.

Frente a la frase citada, pienso que antes debería imponerse otra algo más contundente: ni perdono, ni olvido. Expresada, por supuesto, desde el punto de vista, no personal, sino social, ciudadano y hasta político.

Es evidente que el perdón como tal no tiene cabida desde un punto de vista jurídico, y por tanto todos aquellos que protagonizaron acciones de violencia, sin excepción, deben acabar ante un tribunal y pagar las culpas.

Pero tampoco cabe ese perdón socialmente hablando, desde el punto de vista de la convivencia. No, al menos, hasta que esos ámbitos pro etarras, que ahora entran tranquilamente en las corporaciones, pidan perdón. Si lo hicieran, entonces sería el momento de preguntarse de verdad si cabe perdonar, insisto, desde el punto de vista ciudadano y político.

 

Y en cuanto al olvido, me parece que habrá que esperar aún más. Más años. Porque no estoy seguro de que haya que pasar página tan pronto: se ha repetido mucho eso de que las naciones que olvidan su historia están condenados a repetirla, y tal vez sea verdad.

Tengo encima de la mesa los tres tomos de la obra “Relatos de plomo. Historias del terrorismo en Navarra (1960-1986)”, sobre los asesinatos de ETA en mi tierra, y cuando los repaso se me quitan las ganas de olvidar. Demasiado dolor, demasiada injusticia.

Es conocida también la frase de Azaña “Paz, perdón, olvido”, pronunciada al dejar de ser presidente de la II República, en 1938, a los dos años de iniciada la contienda fratricida. Ochenta años después, sobre aquellos acontecimientos históricos de la guerra civil a lo mejor hay que hacer caso. Sobre lo sufrido en España con ETA, para muchos resulta demasiado pronto. Y más aún, insisto, cuando los que sembraron de dolor aquellos años no muestran la menor intención de pedir perdón sino, acaso, todo lo contrario.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena


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