José Apezarena

La traición del PSOE a Navarra

Durante los años iniciales de la transición hubo un intento de integrar Navarra en Euskadi, protagonizado por el primer PSOE. Allí andaba por medio, entre otros, Carlos Solchaga. Al ver el rechazo que empezó a provocar ese intento, rectificaron rápidamente, se desmarcaron, y hasta crearon el PSN, el Partido Socialista de Navarra.

Desde entonces, el socialismo local ha apostado claramente por el navarrismo, de tal forma que durante casi todos estos años se han alternado en la Comunidad Foral y el Ayuntamiento de Pamplona los dos principales partidos de ámbito regional, Unión del Pueblo Navarro y PSN, mediante diversos modos de acuerdo.

Ahora, la llegada de Pedro Sánchez a la secretaría general ha mudado el mensaje, con consecuencias lamentables. Su declarada obsesión por echar como sea del poder a sus rivales (sea UPN en Navarra, sea PP en el resto de España) le ha llevado a aliarse con cualquiera, incluyendo Podemos, cuyo objetivo confesado es precisamente ocupar el lugar el socialismo: sustituir al PSOE.

La traición a Navarra consiste en permitir que hoy gobiernen el Ayuntamiento de Pamplona y la Comunidad Foral partidos vasquistas, partidarios de diluir la vieja e histórica personalidad de Navarra, conservada y defendida durante siglos, en una entidad reciente y sin tradición detrás como es Euskadi.

Y se da la paradoja de que un partido que en sus siglas incluye la palabra Español ha propiciado en Navarra la hegemonía de fuerzas que quieren romper España, que paladinamente se declaran independentistas, como son Bildu y Geroa Bai.

Rencillas mezquinas y aldeanas aparte, que las hay, el mérito de lo ocurrido ha de adjudicarse a quien ostenta el mando del socialismo a nivel nacional, al actual secretario general, Pedro Sánchez, cuya trayectoria está empezando a sustentar la opinión, cada vez más extendida, de que puede superar en despropósitos al mismísimo Rodríguez Zapatero. Que ya es decir.

Por la traición socialista, con Bildu y Geroa Bai al frente de la Comunidad y del Ayuntamiento de la capital empezamos a asistir a un plan de 'vasquización' de Navarra, que ya ha comenzado, y que, por ejemplo, privilegiara el conocimiento y uso del euskera a la hora de ocupar puestos en las administraciones foral y municipal. Es sólo un primer paso.

Se me puede argumentar, no sin razón, que, detrás de esa anomalía en la Diputación y en Pamplona capital se encuentra el voto de los ciudadanos. Es verdad. Pero igualmente se esconde una desastrosa y hasta suicida política cultural y educativa desplegada durante años. Por el PSN, por supuesto, pero más aún por UPN.

Hablemos ahora de UPN. Unión del Pueblo Navarro, partido navarrista donde los haya, con ceguera increíble ha tolerado, cuando no promovido, la lenta euskaldunización del Viejo Reino, que siempre ha sido tierra pluricultural y de convivencia, limpiamente orgullosa de su historia y tradiciones propias, por las que en tantas ocasiones ha peleado, y que ha resistido a cualquier absorción.

 

¿Cómo lo ha hecho? Tolerando la entrada de televisiones ajenas, incentivando el uso del euskera, promoviendo ikastolas no neutrales ideológicamente, que han alimentado a buena parte de la juventud navarra, y que explica la deriva del voto reflejada en las elecciones locales de mayo. Ciegos e irresponsables, ahora se ven fuera del poder. El problema es que la vuelta atrás resulta cada día más difícil.

Nacido en Pamplona, en la calle Jarauta, criado y estudiado en mi tierra, tengo apellido vasco, originario de Aoiz, y me siento sobre todo navarro. Y no quisiera que esa vieja e histórica Navarra desapareciera, que, con sus diferentes y plurales territorios, modos de ser y hasta culturas, acabe uniformizada y engullida en un ente distante y distinto como es Euskadi, al que envío mis respetos pero al que no deseo pertenecer. Y están intentando meternos dentro.

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