Javier Fumero

Dame tu alma y se acabó el terror

Los brutales atentados de este martes en Bruselas vuelven a poner sobre la mesa un asunto de debate con muchas aristas y difícil solución. ¿Está usted dispuesto a ceder privacidad para ganar en seguridad?

La pregunta es pertinente por una cuestión importante que ya nadie discute: el terrorismo ha cambiado de rostro.

La tragedia del 11 de septiembre de 2001 dejó claro al mundo que la amenaza ha mutado. Las organizaciones que han declarado la guerra a occidente ya no son un ejército en perfecto orden de batalla sino pequeñas células compuestas por ciudadanos corrientes, capaces de pasar años infiltrados en barrios tradicionales sin levantar sospechas. Una vez activados se van a inmolar.

Esto convierte la tarea de vigilancia y prevención en un desafío de enormes proporciones. Es preciso activar protocolos de control inéditos hasta el momento. Monitorizar entradas y salidas, cotejar perfiles, analizar el pasado y trayectoria de muchas personas, identificar actuaciones sospechosas, peinar mensajes, controlar la actividad en redes sociales…

Todo esto, que no lo dude nadie, va en detrimento de la privacidad. Lo hemos podido constatar.

Tras la matanza del 11-S, Estados Unidos reaccionó aprobando medidas de vigilancia que recibieron el aplauso de la mayoría. Sin embargo, la filtración realizada por Edward Snowden hace tres años escandalizó al mundo. La magnitud del espionaje que los servicios de seguridad habían puesto en marcha no parecía asumible.

Y así fue hasta que los locos del ISIS volvieron a golpear, esta vez en París. Entonces, países como Francia, Canadá, Gran Bretaña y Australia decidieron ampliar de inmediato los poderes de sus organismos de inteligencia para vigilar a los ciudadanos.

Pero el pulso continúa. Hace unas semanas se montó un gran revuelo porque las autoridades norteamericanas exigieron a Apple poder a acceder a un iPhone 6. Se trata del terminal que estaba en poder de Syed Farook, el terrorista que, junto a su mujer, asesinó a catorce personas en San Bernardino (California) el pasado día 2 de diciembre.

Los dos murieron en un enfrentamiento con la policía. Los terroristas poseían otros teléfonos y un ordenador portátil, pero los destruyeron antes del atentado. El único que queda, aunque lo usaba Farook, no era suyo sino del organismo público para el que trabajaba.

 

Tal vez contenga información valiosa para la investigación, como nombres y teléfonos de cómplices. Pero el aparato está protegido por una clave de cuatro cifras que es necesario introducir a mano, y nadie la sabe. Apple habría proporcionado al FBI la copia de seguridad en la nube… si no fuera porque fue desactivada. No hay más salida que desbloquear el teléfono probando a meter claves, de las diez mil posibles, hasta dar con la correcta. Y eso no es factible, porque otra protección del iPhone, a partir de la versión 8 del sistema operativo, es que al décimo intento fallido, se borra todo.

Apple se niega a colaborar porque puede sentar un grave precedente. Pero los sondeos de opinión indican que un 50% de la opinión pública está a favor de dar más poder a las fuerzas de seguridad para poder combatir al terrorismo, “aún  a costa de limitar la privacidad de las personas”. En contra sólo está un 15% y el resto, un 25%, no sabe qué contestar.

Yo sólo tengo clara una cosa. Este asunto no se puede dirimir en caliente. No es razonable. En estos momentos, impactados como estamos por lo sucedido, uno es capaz de darle a la policía hasta el acceso a su cuenta corriente con tal de evitar que estos salvajes sigan sembrando el terror en el jardín de tu casa.

Más en twitter: @javierfumero

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