Felipe VI da cariño a Cataluña
Ya lo he explicado alguna vez. Hay una corriente de opinión que sostiene lo siguiente: buena parte del problema catalán –no todo- se podía haber evitado si Madrid hubiera demostrado un poquito más de mano izquierda y menos rigidez.
Hay quien desprecia esta tesis argumentando que realizando cesiones no se atajan los delirios independentistas de ningún pueblo, como el fuego no se apaga nunca echando gasolina a la hoguera (por más que el carburante sea un líquido).
Sin embargo, los defensores del diálogo y el buen rollo utilizan razones que siempre me han dejado pensativo.
En el fondo, yo también creo que a Madrid le ha faltado mucha mano izquierda en esta cuestión. Desde hace tiempo.
El catalán es un pueblo sentimental, sensible, educado, honorable, con respeto a la palabra dada y generalmente amante de las buenas formas.
No todo el mundo tiene la culpa, pero en ocasiones desde la capital se ha humillado innecesariamente a los catalanes, ofendiéndoles muy profundamente y de forma gratuita. Eso ha ido generando un malestar de fondo, un resentimiento hondo en personas distinguidas y muy nobles que ahora se pierden en histrionismos.
Por eso pienso que, en la base de todo lo que está pasando hoy, se encuentran esos desplantes, ese desafecto con el que Madrid ha tratado a Cataluña desde hace más de treinta años. Algo que se podía haber evitado.
¿Esto tiene ahora algún remedio? Para empezar yo apostaría por el cariño; no por las bofetadas. Con cercanía, muestras de aprecio, gestos de simpatía y afinidad se puede comenzar a desmadejar el problema.
Por eso me parece muy bien observar cómo Felipe VI derrocha afecto en Cataluña. Me parece acertado y oportuno. Es el camino para desatascar una cuestión que amenaza con hacernos sufrir bastante a los españoles. Así lo veo yo.
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