Javier Fumero

Jóvenes aunque sobradamente borrachos

Hace un mes, una chica de San Martín de la Vega (Madrid) murió víctima de un coma etílico. El pasado viernes, otra menor de 13 años ingresó en el Hospital Severo Ochoa de Leganés tras caer inconsciente al ingerir alcohol en un botellón con sus amigos. Los compañeros le salvaron la vida al trasladarla de urgencia al centro médico.

¿Qué está pasando con nuestros jóvenes? ¿Son más borrachos que otras generaciones? ¿Beben más que nosotros a su edad? La respuesta no está clara: los estudios no se ponen de acuerdo:

-- Según un estudio comparativo del Instituto Nacional de Estadística (INE) realizado entre los años 2009 y 2014 el consumo disminuye: si en el primer año del trabajo fueron poco más del 70% los jóvenes de 15 a 24 años que dijeron haber consumido alcohol, en 2014 la tasa se redujo al 63,7%.

-- Según estadísticas citadas por el diario británico The Telegraph, la cantidad de menores de 25 años que han optado por abstenerse totalmente de probar alcohol se incrementó un 40% entre 2007 y 2015.

-- En Francia, una encuesta citada a principios de año por Le Monde muestra también un descenso de los consumidores, esta vez entre los estudiantes de secundaria, del 45,8% en 2010 al 29,9% en 2014.

-- Sin embargo, una memoria de la OCDE, fechada en 2015, subraya que en países como Estados Unidos, Canadá, Italia y Alemania, la ingesta de alcohol experimentó un aumento entre los jóvenes. El número de menores de 15 años que “empinan el codo” antes de tiempo ha crecido.

Dejando a un lado las cifras, parece existir un consenso generalizado sobre la importancia de esta cuestión. La proliferación de botellones parece evidente y el recurso al alcohol siempre ha sido una fácil vía de escape hacia la evasión.

¿Existen medidas eficaces para su prevención?

Tradicionalmente se enumeran las siguientes: un mayor control de la venta a menores de edad (tiendas de chinos incluidas); penalizar el consumo con medidas policiales más eficaces; multiplicación de las pruebas de alcoholemia; incrementar los impuestos a las bebidas de alta graduación…

 

Todo esto suena bien. Pero habría que preguntarse qué más pueden hacer las familias para evitar estos comportamientos, claramente lesivos precisamente para los más indefensos.

No hay que olvidar que la mayoría de estos chicos aún viven con sus padres. ¿Qué ejemplo reciben? Tan dañino sería un permisivismo total como una ‘ley seca’ cercana a la estricta prohibición. Esto último estimularía, seguro, el afán de rebeldía de los adolescentes.

Me temo que estamos tratando de una cuestión bastante compleja. En el fondo se insinúan graves fallos de conducta: un afán de mimetismo a líderes irreverentes, un deseo de encontrar atajos para mejorar la interacción social, la tendencia a transgredir cualquier norma establecida y hasta una inconfesable necesidad de buscar aliados para olvidar—al menos durante unas horas- un presente insoportable.

Más en twitter: @javierfumero

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