Javier Fumero

El argumento sentimental de los detractores del Toro de la Vega

Primer apunte: no entiendo el Toro de la Vega. Me parece una aberración lancear a un animal, someter a todo tipo de perrerías a un morlaco que se encuentra en inferioridad de condiciones (por más que algún inconsciente se lleve una cornada), que muere desangrado y sufriendo.

Me pregunto qué placer hay en eso. Qué acto cultural estamos defendiendo. Qué valor social, histórico y etnológico tiene este acontecimiento calificado de Fiesta de Interés Nacional desde 1980. Será por ignorancia y desconocimiento, pero no lo entiendo.

Segunda idea: tampoco entiendo a una sociedad que, mayoritariamente, declara su rechazo a la crueldad, la humillación, tortura e indefensión de un animal inocente y no defiende con la misma vehemencia la vida humana.

La principal tesis de las personas que se oponen a la tauromaquia es el deleznable atropello que sufre una bestia desamparada, a la que se le burla, vilipendia y martiriza para disfrute del público que jalea al contemplar el espectáculo.

Comparto ese interés por tratar a los animales de manera adecuada a su naturaleza, teniendo presente su capacidad de sentir y su bienestar. Nuestro trato con los animales ha de estar regido por la piedad.

Pero resulta llamativo, insisto, que esta misma sensibilidad desaparezca a la hora de abordar otros debates con un carga similar pero referidos a personas: el tratamiento de los no nacidos, la eutanasia…

Uno acaba pensando que para estos ciudadanos el desvelo por los toros, las focas o las ballenas (especies dignas de todo el respeto, como he dicho en mi primer apunte) resulta mucho más importante que la defensa de la propia vida humana. Y eso no tiene sentido.

Los animalistas llegan a afirmar que los animales tienen el mismo derecho a la vida que nosotros y no es así. Una vez escuché a un filósofo explicarlo con un ejemplo que cualquiera puede entender:

-- “El animalista más radical ha de admitir que las emociones que puede sentir un animal están limitadas por los pensamientos que puede tener. Un toro puede sentir furia, pero no indignación ni desprecio. Un león puede sentir impulsos sexuales, pero no amor erótico”.

Eso confirma que los hombres somos animales, pero animales de una clase muy particular: animales que tienen conciencia de sí como individuos, con derechos, responsabilidades y deberes. Precisamente por esto, por cierto, los hombres son capaces de extender su compasión a otras especies.

 

¿Cómo es posible que la reverencia que nos lleva a proteger la vida animal no nos lleve a proteger aún más la vida humana? ¿No será que sobra sentimentalismo y falta benevolencia?

No entiendo el Toro de la Vega pero esto tampoco lo entiendo.

Más en twitter: @javierfumero

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