Javier Fumero

Por qué nos cabrean tanto las tarjetas de crédito de Caja Madrid

Los entendidos lo llamaban “la manguera”. Se trata de un mecanismo utilizado por el Banco de España para ayudar a entidades bancarias que tenían vencimientos importantes y les faltaba el dinero necesario para afrontarlos.

La herramienta ha sido de gran utilidad: si un banco no cumplía con sus deudas en la fecha exigida cometía una infracción muy grave y era expulsado del mercado con una mancha ignominiosa. Nadie volvería a prestarle dinero nunca más.

¿Qué entidades han utilizado mucho este mecanismo? Por ejemplo, la Caja de Ahorros del Mediterráneo y Caja Castilla La Mancha. Las dos utilizaron este método en su día para salir del apuro. CajaSur también recurrió al supervisor español (y a este procedimiento extraordinario) para recibir 400 millones de euros, que –como digo- le fueron prestados por el Banco de España. Era una entidad “solvente pero sin liquidez”. El Banco de España sacó “la manguera” y sanseacabó.

Ojo. Estamos hablando de cajas que están en ojo del huracán por presuntos fraudes de ley. Lo demuestra la cantidad enorme de ex dirigentes que están siendo enjuiciados.

Hablamos de Bankia, Caja Madrid, Banca Cívica, CAM, Banco de Valencia, Caixa Penedés, Caja Castilla La Mancha y Eurobank. Hablamos de unos 90 ejecutivos acusados de apropiación indebida, administración desleal, connivencia para causar perjuicio patrimonial a las entidades, enriquecimiento ilícito, concesión de préstamos dudosos...

En medio de esta vorágine. Saltan ahora las tarjetas de crédito de Caja Madrid. Tres millones de euros gastados en restaurantes, dos en disposiciones de efectivo, 1,5 en desplazamientos y viajes, otro millón en grandes superficies comerciales, 800.000 euros en hoteles, 700.000 en ropa y complementos... Y así hasta 15,25 millones de euros en diez años.

Es lo que se gastaron 86 directivos de la cúpula de Caja Madrid (65 miembros del consejo de administración y de la comisión de control y 21 consejeros ejecutivos y directivos) empleando tarjetas de crédito de la entidad entre 2002 y 2012.

Así se comportaban los banqueros de la “manguera”. Mientras sus entidades eran rescatadas muchos viajaban en aviones privados, en coches de alta gama, con trajes confeccionados a medida y almorzaban en restaurantes de cinco tenedores.

No hubo noticias de la dichosa “manguera” para el pequeño ahorrador, para aquel que saca una empresa adelante con el sudor de su frente y que –de la mano de un banco que se mostraba entonces entusiasmado- quedó atrapado por las deudas que contrajo para afrontar nuevos retos y crecer.

 

Todos conocemos casos, cercanos y flagrantes, de pequeños y medianos empresarios que han estado cerca de la quiebra precisamente por lo que les pasaba a estas cajas mencionadas más arriba.

Se trataba de compañías solventes, eficaces, que presentaban incluso pruebas evidentes de actividad industrial. Tenían pedidos en vigor y perspectivas de seguir así en el futuro. Pero, simple y llanamente, les faltaba liquidez.

Por eso, acudieron a sus bancos de toda la vida, aquellos que tan estupendamente les trataban hasta unos días antes, cuando ganaban grandes cantidades de dinero haciendo negocios al alimón. Pero se encontraron con una sorpresa: ya no se les escuchaba. No había dinero para ellos: “órdenes de arriba”, decían. Había que cerrar el grifo al cliente.

Y así, ahogados, los ex clientes sufrieron quizás el ultraje de un embargo, acometieron duros ajustes de plantilla que afectaron a miles de familias, renunciaron a servicios básicos y sufrieron un calvario personal insoportable.

Por eso, ahora que nos vamos enterando de que las cartas estaban marcadas, de que no todos hemos estado jugando el mismo partido ni sometidos a las mismas reglas, crece la indignación de la ciudadanía. Crece el cabreo y la rabia.

Más en twitter: @javierfumero

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