No castrar el talento
Tendrá su punto de demagogia. Y hay quien dice que no todos sus empleados relatan maravillas sobre su forma de trabajar. Pero debo admitir que, personalmente, siento bastante admiración por el empresario Juan Roig, el presidente de Mercadona.
Me gusta las cosas que dice y me atraen gestos como este último, de seguir apoyando al Valencia Basket Club pero renunciando a cualquier tipo de subvención pública.
El mensaje que quiere transmitir Juan Roig con esta decisión es doble: que los patrocinios están para destinarse a ayudas sociales, a aliviar los padecimientos de la gente, y que el proyecto debe sostenerse gracias a unas cuentas equilibradas, a la cultura del esfuerzo.
De hecho, este es el lema que llevaran esta temporada los jugadores del equipo en la camiseta: “la cultura del esfuerzo”.
Estoy completamente de acuerdo. Muchos males de este país provienen, a mi juicio, de un modelo de vida basado en el pesebre, en la subsistencia fruto de la ayuda pública. Esto es un grave error.
Si uno tiene asegurado el dinero prácticamente haga lo que haga, la tentación de acomodarse es muy grande. Casi da igual el resultado: papá Estado (o la comunidad autónoma que sea) aportará el capital y todo se soluciona.
Las empresas no se levantan así apoyadas en su eficacia, en su creatividad, en el valor añadido que ofrecen sus productos. No. Crecen artificialmente. Subsisten en un mundo irreal y ofrecen una engañosa imagen de equilibrio.
Y lo que es peor: el fabricante pierde frescura, capacidad de crecer, de innovar, de mejorar. Sentirá la tentación de dedicar menos tiempo a reflexionar, a formarse, a enmendar errores. Total: al final está la subvención esperándome igualmente, a la vuelta de la esquina…
Es bueno que los jóvenes españoles capten esto: lo realmente valioso es educarse en una cultura del esfuerzo y no aspirar a vivir del cuento de unas subvenciones balsámicas que evitan problemas pero castran el talento.
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