Javier Fumero

No comparto el show brutal del pederasta

Me alegro muchísimo, muchísimo, de la operación policial que ha concluido con la detención del presunto pederasta de Ciudad Lineal. De verdad, que este miércoles pensé incluso en dedicar un blog específico al excelente papel –escondido, abnegado, paciente- de la policía en casos como estos. Meses de investigación silenciosa, con tantas frustraciones, penurias, trabajos improductivos y ese riesgo permanente de fracaso en el horizonte.

Todo eso es estupendo pero hoy escribiré de otro asunto. Porque me ha llamado muchísimo, muchísimo, la atención el show tan brutal que se ha montado tras el golpe policial de la Operación Candy.

Entiendo que la expectación era máxima. Me consta que había una gran presión ciudadana. Comparto la congoja y la ansiedad de los investigadores. Admito que los periodistas no hemos ayudado mucho con nuestra falta de contención. Todo eso es cierto.

Pero nada justifica, pienso yo, los fuegos artificiales a los que asistimos desde el miércoles. Desde el primer minuto se ha conocido la identidad del presunto delincuente. Fotos del detenido, sin límite ni pixelados. Los juristas se han apresurado a advertir del peligro: la defensa ya puede anular la rueda de reconocimiento alegando que las niñas han visto su rostro estos días y se encuentran bajo esta influencia.

Pero ha habido mucho más. Retratos robots, ficha policial, descripción al detalle de su vida personal: padres, divorcio, hijo de 17 años, gustos, aficiones. También se han difundido videos exclusivos de la captura, de su visita a la casa, de su entrada y salida de los juzgados...

El bombardeo ha sido tan llamativo y extemporáneo que, claro, algunos se han puesto a especular. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué tantísima cobertura? ¿Alguien ha querido tapar algo? ¿Se aceleró la detención para dejar en un segundo plano la dimisión de Gallardón y el fracaso de la ley del aborto? ¿Se inunda la prensa de datos para focalizar la atención en un punto y distraerlo de otros?

Con este abrumador despliegue los medios de comunicación se han relamido de gusto. Monográficos, especiales, relatos pormenorizados, conexiones inauditas... También ha faltado en este gremio algo de contención. Por lo pronto, el “presunto” ha saltado por los aires. La policía no ha ayudado mucho, eso es cierto. Ha demostrado una contundencia sin precedentes a la hora de señalarlo como el único responsable. Y no lo pillaron con las manos en la masa, algo que explicaría tal certeza.

¿Y si ahora no se puede probar su culpabilidad?

No aprendemos. Ya he puesto este ejemplo en alguna ocasión: ¿Se acuerdan de aquel lamentable espectáculo que fue el ‘caso Wanninkhof’?

 

Una adolescente asesinada, una mujer detenida, tertulianos despellejando en directo a unos y a otros, las cámaras chapoteando en los charcos de la curiosidad malsana, un jurado popular influido por la histeria colectiva, una condena ejemplar con luz y taquígrafos... De repente, la irrupción de un asesino inesperado llamado Tony Alexander King y el reconocimiento de un error judicial (y social) gravísimo.

Todo acabó como empezó: a ritmo de morbo. Con una teleserie emitida por La 1 de Televisión Española basada en la triste muerte de Rocío, una chica que para muchos se convirtió en un gran negocio.

¿Alguien ha reparado el daño causado a aquella mujer injustamente condenada, si fuera posible hacerlo? ¿Algún tertuliano pidió perdón públicamente por las invectivas lanzadas contra ella durante los meses que duró el juicio?

Hace unos días, unos gitanos fueron acusados de violar a una chica entre unas atracciones de feria. Las cámaras se lanzaron a degüello y los opinadores, detrás. Palabras gruesas, conclusiones durísimas. Al final, la chica se había inventado todo. Por suerte, algunos testigos habían presenciado los hechos y acudieron al rescate de aquellos muchachos.

Está visto: no aprendemos. Y ya nos vale.

Más en twitter: @javierfumero

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