Javier Fumero

La corrupción de los mejores

Lo he dicho en alguna otra ocasión pero no me canso de repetirlo. No hay nada peor que la corrupción de los mejores. En latín, lo decían con mucho más estilo y sólo tres palabras: “corruptio optimi pessima” (la corrupción de los mejores es la peor de todas).

Por eso se suele explicar que la perversión más dañina para una sociedad es la de aquellos servidores públicos que tienen la responsabilidad de gobernar, de juzgar o de vigilar: políticos, jueces, policías.

Todos ellos ocupan una situación de privilegio. Sobre cada uno de ellos los ciudadanos han depositado su confianza: les han otorgado poderes concretos y extraordinarios, fuera de lo común. De ahí que  deban estar a la altura. Esa confianza no debe ser quebrada nunca.

Traigo todo esto a colación a raíz de la noticia conocida este lunes.

El juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno ha imputado a nueve agentes de la Policía, entre ellos el comisario del aeropuerto madrileño de Barajas, Carlos Salamanca, por los favores que supuestamente prestó a ciudadanos chinos de la red mafiosa liderada por Gao Ping, desarticulada en 2012 en la operación Emperador.

A los policías se les imputan delitos de prevaricación, cohecho y revelación de secretos. Ahí es nada.

No se debe estigmatizar ahora a todo un colectivo, ni cargar de forma genérica contra una institución donde trabajan muchos profesionales abnegados, que ponen su vida en riesgo por el bien de la sociedad. Pero los más intolerantes con este tipo de sucesos deberían ser los propios policías. Y las penas deberían ser especialmente ejemplares.

Porque insisto: el caso es grave. La corrupción del vigilante es especialmente dañina para una sociedad.

Más en twitter: @javierfumero

 
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