Javier Fumero

Una mujer en tu consejo de administración, por narices

La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) presentó el pasado martes un nuevo código de buen gobierno de empresas cotizadas. El texto incluye entre sus recomendaciones (el cumplimiento es voluntario) una disposición que insta a las compañías a que incluyan más mujeres en este órgano de gestión. En cinco años (año 2020) deberán representar al menos el 30% de los miembros del consejo de administración.

Entiendo el fondo pero no el detalle. Estas medidas pretenden invertir una tendencia real, que excluye de muchos puestos a las mujeres por simple inercia. Sin embargo, estos preceptos esconden una injustica aún mayor.

Lo he contado alguna vez pero recuerdo el impacto que me produjo la anécdota de aquella catedrática de prestigio internacional, con mucha cabeza y mucho sentido común, que recibió en su despacho una llamada telefónica que incluía una sorprendente invitación:

– Hola. Encantado de saludarle. Nos gustaría que se animara a participar en nuestro Congreso como ponente.

– Pero oiga –respondió la investigadora tras pedir algunos detalles sobre el contenido del seminario-, si yo no me he dedicado nunca a ese campo

Y la réplica:

– Ya. Bueno. Pero es que no contamos con ninguna mujer en nuestro panel de invitados y necesitamos a una.

La profesora apenas lograba contener su indignación al narrarme la breve conversación. Tras tantos años de esfuerzo y dedicación –explicaba-, aquel era el peor insulto que le podían hacer: era valorada únicamente por su sexo y no por su preparación, por su actitud, por sus años de trabajo o por sus conocimientos.

Lo consideró la mayor de las injusticias.

 

Con disposiciones como la de este código de buen gobierno me sucede lo mismo. La igualdad de sexos es una loable cruzada. Sentirse relegado por ser varón o mujer es algo indignante. Pero tan enojoso o más debe ser saberse escogido/escogida por el mero hecho de serlo. Esto de convertirse en cuota… por narices, es lo que algunos denominan “discriminación positiva”.

Estará bien elegir a mujeres para los consejos de administración pero no por decreto sino por su valía. Es decir, si existen mujeres dispuestas y preparadas para ocupar esos cargos de gestión pública. En caso contrario, al convertirlo en un imperativo, se abre la puerta a una aberración: ¿habrá que elegir a señoras o señoritas poco capaces, peor preparadas que algunos varones, sólo porque sí están dispuestas? ¿Eso de la preparación y la disponibilidad da igual?

La “discriminación positiva” puede sanar un mal pero genera otra injusticia. Compensar a determinados colectivos –mujeres, gitanos, negros- así, en general, porque han sido objeto de discriminación es loable. Pero privar hoy de un puesto de trabajo a un varón, a un blanco o a un payo, por el mero hecho de serlo, no repara una injusticia: perpetra una nueva.

Más en twitter: @javierfumero


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