Javier Fumero

Las dos trampas de Pedro Sánchez con la religión

Pedro Sánchez pasó este martes por ‘Los Desayunos’ de Televisión Española y explicó lo que pretende hacer el PSOE con la religión.

Empezó afirmando que las creencias son personales. “No soy ningún radical que quiera abolir las religiones”.  De hecho propone dar vida a una nueva ley de libertad religiosa que garantice “el hecho religioso”. Pero el Estado, añadió, tiene que ser laico para que represente a todos y a todas.

La asignatura de religión debe quedar fuera del horario escolar y apostar por hacer evaluable ‘Educación para la ciudadanía’, una materia dirigida a formar a los jóvenes en “valores constitucionales”.

Insistió en su respeto por las creencias. Pero aclaró que si España quiere progresar debe apostar por la laicidad del Estado. No quiere abrir una guerra, no va contra nadie, porque va a garantizar por ley el hecho religioso. Pero el PSOE quiere avanzar, como Francia, hacia un estado laico.

Hasta aquí sus apreciaciones. Yo tengo dos objeciones que hacerle:

a) Pedro Sánchez tiene un problema porque para empezar, sintiéndolo mucho, no estamos en un estado laico. España se definió hace mucho tiempo a sí misma como un Estado aconfesional. Que no es lo mismo.

Aquí no hay religión oficial como sí existe, por ejemplo, en Noruega o Gran Bretaña (sin que nadie se rasgue las vestiduras, por cierto). Pero como dice el artículo 16 de la Constitución Española, en su párrafo 3, el Estado está obligado a promover la cooperación con las distintas confesiones religiosas, especialmente con la Iglesia Católica, por ser la mayoritaria en España.

Esto es así. El que no esté de acuerdo y reclame ahora la desaparición de lo religioso de cualquier ámbito público debe promover un cambio constitucional. Y, como ya he dicho en alguna otra ocasión parafraseando a un buen amigo mío, que Pedro Sánchez se ponga entonces a la cola: los muchachos de Artur Mas y Pablo Iglesias llegaron antes.

b) Pedro Sánchez insiste con este planteamiento en esa vieja propuesta que defiende la existencia de una ética pública y otra privada. Se trata de dos planos distintos. Dos ámbitos separados y bien delimitados.

 

La ética pública debe limitarse al Derecho Positivo: las leyes del Estado aprobadas por sus ciudadanos, el código de circulación, las normas de cortesía pactadas por cada sociedad, los criterios deontológicos de cada profesión... Y poco más.

Nadie debe imponer sus valores a los demás porque la ética privada es el plan de vida personal que cada uno elige con total y plena libertad: en ese ámbito doméstico, todas las opciones son igualmente lícitas porque son elegidas libremente.

Quienes piensan así (e intentan vivir de esa manera) braman contra los que sostienen que sólo existe una ética, pública y privada a la vez. Rechazan esa idea de que cada cual debe elegir de acuerdo a la idea que tenga del hombre, y aplicar esos principios no sólo a la propia vida personal y familiar; también a la vida social, profesional y política.

Por eso –insisten- los valores religiosos y morales no se deben incorporar a la política, a la vida pública. Así se arruina la tolerancia y el pluralismo. Por eso hay que eliminar los crucifijos, la religión de los colegios…

Pero esto es tramposo, señor Sánchez. Desde esta postura de supuesta neutralidad (que no es tal), usted intenta imponer su planteamiento laicista al resto de los españoles. ¿Por qué?

En un planteamiento como el descrito más arriba, puramente procedimental, para que todas las opciones privadas sean válidas ninguna debe ser verdadera. Es la triste paradoja de este relativismo que propone el PSOE: sin verdad como punto de referencia, nada puede ser considerado mejor o peor. Es decir, Pedro Sánchez se queda sin argumentos para convencernos sobre la bondad de su propuesta.

Más en twitter: @javierfumero

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