Carlos Soria, alpinista

“Nuestros políticos deben contagiarse del espíritu del deporte español para hacer las cosas mejor y con más honestidad. Así conseguirán acercarse más al pueblo”

Carlos Soria persigue, a los 76 años, convertirse en la persona más longeva del mundo en completar los 14 ochomiles de la tierra. Lleva 12 cimas, 10 de ellas conquistadas con más de 50 años. Para él, la edad es un complemento circunstancial de oportunidad. Y lo de jubilarse, una pérdida de tiempo…

76 años, y con la cuerda a cuestas. Soria lleva 12 ochomiles, y mucha sabiduría sobre sus hombros.
76 años, y con la cuerda a cuestas. Soria lleva 12 ochomiles, y mucha sabiduría sobre sus hombros.

Fue tapicero antes que hombre de las cumbres. Desde niño empezó a subir picos (vivir sin agua en casa, trabajar a destajo…) aunque hasta los 60 años no empezó a coronar las montañas más altaneras de la tierra. Anda con pies de gato, clava el piolet con sentido común, y usa el casco de la fidelidad a sí mismo para proteger su salud mental del cartón piedra que rodea a los deportistas de élite. Su orgullo es no mentir y no exagerar. Su podio: su familia. No va de héroe. Y sin embargo, es ya todo un desplegable en el Libro de los Guiness.

Estamos en Moralzarzal, donde el viento de la sierra da la vuelta. De fondo, la Pedriza. De frente, la mujer de Carlos Soria nos abre la puerta de su casa. Cristina es montañera. Se conocieron por los riscos. “Pasen, les estábamos esperando. ¿Le preguntarán lo de siempre?”. Así arranca esta subida en equipo…

Nos sentamos en la mesa de camilla de un mito activo del alpinismo español.  Pequeño. Se diría todo de músculo curtido. Su mujer está a nuestra espalda. Oyendo. Ojo con preguntar lo de siempre…

Acaba de llegar de entrenar en Granada. Desde el sábado pasado tiene una rotonda rotulada a su nombre. Quizás sea la rotonda menos horrorosa de las rotondas feas-feas de España. En breve vuelve a las cimas por una buena causa: él no olvida a los que sufrieron el terremoto de Nepal. El resto del mundo está ya a otra ola solidaria. Las mareas. La luna. Las modas.

Antes de que se nos pierda por los cerros del Himalaya, plantamos el piolet en su casa y le desbaratamos la mochila interior tirando de la cuerda. Una vida es como una montaña. Sin Heidi.

Les presento a un deportista con más discurso del “lo importante son los tres puntos”. No hace falta ser universitario para ser catedrático. Pasen. Tomen sus bastones. Qué empiece la travesía.

76 años. 12 ochomiles. Y 3 por delante. ¿De qué planeta procede Carlos Soria?

¡No vengo de ningún planeta curioso! Soy de Ávila, de sus murallas… Nací allí y he pasado la mayor parte de mi vida en Madrid, muy pegado a la M-30. Desde que me jubilé hace 11 años tengo mi casa en Moralzarzal, muy a gusto, con un modo de vida diferente. No soy de ningún planeta especial, pero, sí, un poco raro sí soy, lo reconozco…

¿En qué momento de su vida decide ser montañero hasta la muerte?

¡Hasta la muerte no lo he decidido nunca!... A los 14 años fui de vacaciones a La Pedriza y a la Sierra de Guadarrama con un amigo, y a partir de ese momento vi que aquello era lo que me gustaba. Desde que era un chaval, siempre me han tirado mucho los espacios abiertos.

 

¿Qué gritaría a los que, con su edad, están en babuchas, viendo la tele, criticando a la juventud por la ventana, esperando a que se apague la luz?

¡Si es eso lo que a ellos les hace felices!... Tampoco vamos a obligar a estas alturas a que la gente se mueva. Allá cada uno. Pero que no dejen de hacer nada por la edad, porque es posible seguir con muchos proyectos en marcha a pesar de los años, si uno tiene interés por hacer cosas. Merece la pena vivir la vida intensamente hasta el final. A los mayores más jóvenes sí se les puede decir que tengan paciencia, porque la vida del jubilado, si uno se mueve, puede ser maravillosa.

¿12 ochomiles son demasiados kilómetros de sufrimiento?

El sufrimiento ha aparecido alguna vez, pero no tengo la impresión de haber sufrido especialmente en la montaña. Sí, he padecido muertes cercanas de amigos, y de otras personas, y esas vivencias son muy duras, pero la montaña me ha proporcionado más bien alegrías.

Y si consigue los 14 ochomiles, ¿qué?

Pues que estaré muy contento… Es una idea que se me ocurrió hace años, también para demostrarles a esos amigos que usted dice que están en babuchas que se puede estar en zapatillas de andar por casa, y además hacer cosas más que interesantes. Por lo demás, seguiré subiendo y dándome paseos por las montañas, continuaré practicando esquí de fondo y montando en bicicleta, hasta que el cuerpo aguante. Soy muy consciente de que los años no pasan en balde, y en cualquier momento… En realidad, la edad ya me pasa factura. Mi rodilla izquierda funciona muy mal. Ahora mismo tengo una lesión en el isquio y alguna sobrecarga. Me acaban de operar de una hernia y mi lado izquierdo me da mucha lata. ¡No me regalan nada!

¿La montaña le ha satisfecho las necesidades de su vida?

Las necesidades de mi vida me las he costeado yo con mi trabajo. He sido tapicero toda mi vida, y también he procurado hacerlo bien, de hecho tenía buenos clientes. He podido combinar mi trabajo con la montaña. Nunca he sido profesional del alpinismo hasta estos últimos años.

¿Qué ha aprendido usted de cada pico, sin ser poéticamente correcto?

De los picos no crea usted que se aprenden muchas cosas, la verdad. Se aprenden cosas de andar por el mundo, de conocer a otras personas, de entender otras culturas, de admirar paisajes… Los picos están bien, pero lo más interesante es el camino que se hace hasta llegar a las cumbres. He tenido la suerte de conocer buena parte del mundo y quién le iba a decir a aquel chavalito de 14 años que iba a la Sierra de Guadarrama, que era bastante pobre y que no tenía ni agua en su casa, que iba a tener estas oportunidades para conocer el planeta tan de cerca. Claramente, soy un privilegiado.

Recorramos su historia cumbre a cumbre:

Primer pico, Nanga Parbat (8.125 metros).

Fue mi primer ochomil. Lo subí en 1990. Una montaña preciosa, y quizás, para mí, la más sencilla. Le llamaban la montaña asesina, pero no tengo yo ese recuerdo.

1994. Gasherbrum II (8.035 metros).

Me acompañó en aquella expedición una hija mía. Subimos a la cumbre seis personas, y recuerdo haber estado arriba durante dos horas, mientras esperábamos que coronaran todos. Hizo un día buenísimo. Han pasado unos cuantos años, y recuerdo perfectamente que llegué a la cumbre a las 08.40 de la mañana.

Cho Oyu (8.201 metros).

Lo intenté dos veces, y lo conseguí finalmente en 1999, cuando tenía 60 años. Fui junto a una expedición vasca, aunque coroné solo, acompañado de un sherpa. Fue una subida maravillosa.

¿Everest? (8.848 metros).

Mi primera expedición con destino al Everest fue en 1986. Lo intenté de nuevo en el año 2000, y lo conseguí finalmente en 2001. De aquélla subida recuerdo sobre todo dos cosas: la vista de Venus desde el balcón de la montaña como si fuera un foco, y el maravilloso amanecer que contemplé desde el pico.

K2 (8.611 metros).

Me propuse subir el K2 en 2002, pero no coroné. Volví en 2003, y tampoco. Logré pisar cumbre en 2004, y recuerdo haber llegado bastante bien con otro compañero, y a pesar del sherpa golfo y borracho que venía con nosotros… Había deseado muchas veces esa meta.

Broad Peak (8.047 metros).

Intenté subirlo cantidad de veces desde 1979, pero siempre se me resistió. Por fin lo conseguí en 2007, junto a Sito Carcavilla.

Makalu (8.465 metros).

Ha sido la mejor. Subí sin oxígeno, sólo, acompañado de un sherpa. Espectacular.

Gasherbrum I (8.068 metros).

Lo había intentado también en otras ocasiones, pero no fue posible hasta 2009. Compartía permiso con un grupo grande de españoles, aunque yo llegué arriba a mi aire.

Manaslu (8.156 metros).

¡Mi montaña queridísima! Lo intenté en 1973, 1975, 1999… Y hasta 2010 no la conquisté con todas mis fuerzas… Pasaron 37 años desde mi primer acercamiento, por eso, quizás, experimenté al llegar una alegría grandísima.

Lhotse (8.516 metros).

Esa la subí a la primera en 2011. Con oxígeno. Magnífica montaña.

Kanchenjunga (8.586 metros).

El primer acercamiento lo hice en 2013, pero me tuve que dar marcha atrás cuando estaba a 300 metros para coronar. Aquel año sucedió una tragedia importante. Cinco de las personas que subían en mi mismo grupo murieron en la bajada.

¿Y cuál es la cima de más de 8.000 metros que también ha subido, aunque no sea uno de los 14 oficiales?

El Shisha Pangma (8.013 metros). Lo subí en 2005. Allí sufrí una caída que me tuvo tres meses sin poder andar. Además, he subido estupendos sietemiles, como el Dome Khang (7.260 metros), que era entonces una montaña virgen. Pero eso son otras historias…

¿Hay amigos en las cumbres, o el montañismo profesional se ha llenado de individualistas vanidosos?

Tengo muchos amigos por muchas montañas, y fuera de las montañas. Muchos de ellos los conservo desde la infancia. Aunque la vida da muchas vueltas, nos seguimos viendo. Ahora tengo nuevos compañeros por mi actividad profesional que son bastante más jóvenes que yo, pero me relaciono con ellos como si fuéramos de la misma edad. Y de la gente joven se aprenden muchas cosas.

Pero hay como un runrún que runrunea que entre algunos alpinistas profesionales se han perdido los valores de la solidaridad y el compañerismo…

Sí. Claro. Entre los alpinistas, entre los carpinteros, entre los jugadores de fútbol… Mucha gente ha perdido muchas cosas, pero no es un tema exclusivo de los alpinistas profesionales. Cuando yo empecé en este mundo éramos muy pocos, y ahora somos bastantes más, y es más fácil que haya de todo. De todas formas, sí es verdad que hay gente que pierde el norte, que miente, y que hace cosas que no son lógicas. En la montaña, y en casi todas las facetas de la vida. Pero que conste que prima la gente buena y las personas con corazón grande.

¿Nota si el deporte extremo le alarga la vida?

Me obliga a llevar una vida bastante mejor al estar más entrenado, pero no creo que me alargue  la vida. Para eso tendría que hacer un deporte más moderado. Quizás eso fuera más sano… Hacer este tipo de deporte a mi edad me ofrece una vida más cómoda, porque yo me siento muy bien. A veces incluso se me olvida que soy tan mayor…

¿El riesgo siempre está ahí?

Sí. En unas montañas más, y en otras menos. Pero la sensación de riesgo está bastante presente. A mí el riesgo que más me preocupa son las avalanchas, lo demás no. Para las cuestiones previsibles y ordinarias estoy entrenado, tengo mi conocimiento, y he asentado una serie de habilidades. Las avalanchas son complicadas de entrenar…

¿Cómo se prepara ese riesgo?

Entrenando. Hay montañas objetivamente difíciles que se suben después de muchas horas de entrenamiento. El riesgo se evita estando bien preparado y fuerte, porque el alpinismo no es una cosa sólo de piernas. Las avalanchas son otra cosa, aunque las de nieve, a veces, se pueden prever.

¿En la mochila se lleva la probabilidad de morir? ¿Piensa en eso cuando cierra la puerta de su casa rumbo a la aventura?

Me pasó la primera vez que fui al Himalaya para subir el Manaslu, en 1973. Era otoño, un otoño malísimo. Nos cogieron avalanchas. Subimos, y volvimos. Cuando me iba de casa, no quería ni reconocérmelo a mí mismo, pero sí pensé: ¿Dónde voy? ¿Qué puede pasar? Aquel pensamiento no se me ha vuelto a pasar por la cabeza desde entonces. Sé que me dedico a una actividad que conlleva riesgos, pero el riesgo forma parte de todo en la vida. Unos dependen de ti, otros dependen de los demás. La seguridad total de que todo saldrá bien no la tiene nadie garantizada, ni siquiera cuando uno coge el coche.

El año pasado, en Nepal, se topó con el terremoto, y con sus desastres humanos. Y usted no pasó de largo. Se ha mojado por los nepalíes con hechos y con palabras.

Tras el terremoto de Nepal, junto con varios amigos y compañeros de la expedición, se puso en marcha la Asociación Ayuda Directa Himalaya. Hemos conseguido algo de dinero para ayudar directamente a la gente de allí a subsanar los desastres del terremoto. La asociación va promoviendo actividades con las que conseguir fondos para evitar que se estanque la colaboración. Precisamente, en los próximos días saldremos a realizar un trekking solidario por el maravilloso valle de  Khumbu, hogar del pueblo sherpa, que recorre alguno de los rincones más bellos del Himalaya, llegando hasta los pies del Everest. Cualquier persona interesada puede acompañarnos en esta singular expedición. Parte del coste del trekking se destinará a fondos para ayudar a la reconstrucción de hogares en aquellas aldeas remotas.

Un año después del terremoto, se acerca el invierno. Y los medios de comunicación ya han pasado página…

Eso siempre ocurre, por eso el primer momento es importante. Los impulsores de la Asociación Ayuda Directa Himalaya lo han tenido muy claro, y no han dejado de colaborar desde entonces, digan lo que digan los medios de comunicación. Además, el BBVA, que creyó en mi proyecto, también está contribuyendo bastante con estas actividades. Nuestra filosofía es la ayuda directa, sin intermediarios, porque vemos que yendo y llevando el dinero nosotros mismos los recursos de que vamos disponiendo cunden mucho.

¿Qué necesita Nepal ahora?

Nepal necesita dinero para reconstruir las casas que se les han derrumbado. No hace falta mucho, porque se trata de invertir en arreglos más o menos sencillos. Con poco dinero se pueden hacer muchas cosas. Desde el día siguiente del terremoto, ellos mismos empezaron a reciclar materiales… Es otra manera de vivir, y no están desesperados, como nos podría pasar a nosotros si perdiéramos completamente nuestra casa. Como tienen pocas cosas, es más fácil reponerlas. Allí están acostumbrados a una vida muy dura, con esos monzones que arrasan carreteras, y desprendimientos de tierra con consecuencias importantes en los pueblos de la zona. Han nacido con ello y llevan esas dificultades mucho mejor de lo que las soportaríamos nosotros.

Aquéllos días vivimos la ola solidaria de Nepal. Ahora vivimos la movilización de los refugiados. ¿Cree usted que somos solidarios por sensacionalismo?

Eso nunca se sabe… Cuando se dan estas oleadas de solidaridad no sé muy bien qué quieren decirnos los medios de comunicación, ni quién las dirige… Pero, verdaderamente, el mundo es una locura. ¡La cantidad de guerras que hay, la cantidad de gente desplazada que sufre!.. Cualquiera que nos vea desde fuera pensará que todos estamos locos.

¿Usted ha visto a Dios tan cerca físicamente del cielo?

No soy una persona que practique mucho la religión, pero siempre tienes algo dentro. Al salir y al volver de las expediciones me acerco a la ermita de Sonsoles, en Ávila. No voy a rezar. Voy a estar allí. Y sí, es verdad que estando muy cerca del cielo, en más de una ocasión, me he acordado de Dios.

¿Y ha visto al diablo por esas cumbres traicioneras llenas de muerte?

Algún diablillo hemos visto por esos mundos…

¿Cuidar el medioambiente es de verdad una prioridad social, o es otro claim de sociedad políticamente correcta?

Cuidar la naturaleza es muy importante. Es una barbaridad lo que estamos haciendo. Mi opinión es que el verdadero problema del mundo está en las aguas y en el reciclaje de la basura. El agua, de donde ha salido la vida, está contaminada a tope. Muchas especies están extinguidas. Y mi impresión es que no somos muy conscientes.

¿Qué valor deportivo es el que más le entusiasma de la montaña?

Hacer las cosas bien. No mentir. Ser una persona cabal. Saber lo que haces. Sobre todo: no mentir y no exagerar. Hacemos lo que hacemos, pero no hace falta creerse un héroe, como sucede en algunos casos. Las montañas no las sube uno solo, aunque haya alpinistas estrella que sólo hablan de sí mismos cuando se les reconoce cualquier mérito.

La opinión pública suele prestar atención al alpinismo cuando hay tragedias. Sin embargo, hacer una montaña bien hecha sin que haya ocurrido nada, parece como si no tuviera importancia.

Me interesan muchos valores de este deporte, como saber respetar la montaña y a las personas que habitan las montañas. Quizás resumiría todo en un principio que para mí es básico: ser fiel a uno mismo.

España es un país que se entusiasma con el deporte, como hemos visto estos días con el oro del Eurobasket. ¿Qué deben aprender los políticos para entusiasmar a la gente y para lograr que no haya tanta separación entre ellos y la calle?

Los españoles somos peleones, luchadores y ganadores. Los deportistas españoles hemos conseguido superar la brecha que nos separaba de los colegas de otros países. Antes, el triunfo de los deportistas españoles era una cuestión aislada. Ahora vivimos un boom que demuestra que somos capaces de muchas cosas. Veníamos de muy atrás, también en el alpinismo, y hemos logrado estar en primer fila, sobre todo el deporte español femenino.

Los políticos tienen que ser conscientes de esta realidad. Deben saber que los españoles valemos mucho. Deben contagiarse del espíritu del deporte español y tratar de hacer las cosas siempre mejor, con más honestidad y con más visión de conjunto. Así conseguirían acercarse más al pueblo, y el pueblo se acercará más a ellos.

¿Una receta personal para afrontar las dificultades de las vidas que son ochomiles?

Si hay alguna vida que parece un ochomil, aconsejo que se piense que después de la subida siempre viene la bajada. Las cumbres no son el final. La mayor lección de la montaña es darle la menor importancia posible a las cosas que no tienen importancia. Eso también ayuda a relativizar las cosas que nos pasan en la vida.

¿Cómo se vive dentro de un espíritu indomable?

No soy un espíritu indomable del todo… Aunque no es normal que a esta edad haga lo que hago, y dedique el tiempo que dedico a entrenarme… Es la forma que tengo de ser feliz.

¿Cuál es su rutina?

Entreno por las mañanas. Me gusta mucho la bici de carretera. Subo cuestas en este cerro que tengo cerca de casa, voy a La Maliciosa... Ahora hago más ejercicios de condición física, equilibrio, fuerza, lumbares, abdominales… Me despierto como muy tarde a las 7 de la mañana, procuro olvidar el teléfono móvil durante ese rato, y dedico las mañanas a prepararme bien. Después viene la vida normal.

¿A quién le castigaría con subir un ochomil?

Me cuesta mucho castigar, y hablar mal de alguien. En general, castigaría con una subida involuntaria de un ochomil a los que maltratan a los animales, y a la naturaleza, y a todos y cada uno de los hombres y mujeres corruptos.

¿Qué es la valentía en tres dimensiones?

Una virtud necesaria. Por muchas dificultades que uno tenga hay que ser valiente, pero con cabeza, no por prontos, ni de repente. Ante las cosas que nos ocurren en la vida hace falta una valentía reposada. No hay que acobardarse nunca ante nada.

El deporte y el espíritu de equipo a veces parece que están divorciados. Lo que antes unían los colores ahora lo separa el dinero. ¿Qué significa la lealtad cuando se empieza una aventura de altura como las suyas?

Significa, sobre todo, haber elegido bien el equipo. Cuando tienes un equipo de gente que has elegido tú, las cosas funcionan muy bien.

¿Cuántas veces ha tenido ganas de quedarse congelado?

Ninguna. Ha habido situaciones de incertidumbre, pero siempre he tenido la intención de luchar para seguir adelante.

¿Llora un montañero, o los hombres que susurran a los ochomiles no lloran?

Sí. Yo soy de lágrima fácil. A lo mejor no lloro en la cumbre, pero cuando llego al campo base, con el objetivo cumplido y la alegría que eso produce, pienso en la peripecia, en mis amigos, en mi familia y, sí, más de una vez he llorado. Me emociono fácilmente.

¿Cuál es su felicidad más profunda?

Ver mi convivencia y mi relación con mi familia, que verdaderamente es muy buena. Muchas veces he pensado si lo estaba haciendo bien, si estaba siendo un buen padre de mis cuatro hijas… Quizás debí ser mejor, pero creo que no he sido malo. Veo que mis hijas me quieren, me respetan y me admiran mucho, y eso me hace muy feliz.

¿Qué ha descubierto del mundo viéndolo desde arriba?

Que es precioso. Viéndolo desde arriba y desde abajo, es impresionante. Que todos los días ocurra el milagro de que amanezca, y de que se apague la luz, y de que vuelva a salir el sol al día siguiente... Aquí, a pie de calle, no te enteras, porque estás en el follón. Allá se disfruta mucho más la belleza de un mundo maravilloso. Es un espectáculo increíble ver lo que nos rodea por encima de los ocho mil metros.

¿Alguna vez ha tenido la tentación de ser poeta por esas latitudes?

No me siento capaz… Puede que sea poeta, pero no de escribir poemas, sino de sentirme como debe sentirse un poeta cuando tiene un pensamiento que no publica. Supongo que los que escriben rebuscarán mucho para ver lo que le gusta a la gente, pero estoy seguro de que los poetas de verdad se deben sentir poetas con el pensamiento y con la mirada. De esa forma he sido poeta bastantes veces.

¿Quién ha sido su maestro?

La vida. He tenido una vida muy dura desde niño. He trabajado muchísimo. Yo me encontré conmigo mismo hace muchos años viendo la realidad de lo que tenía a mi alrededor. Como alpinista, admiro mucho al italiano, ya fallecido, Ricardo Cassin, que siempre me ha parecido una persona fantástica. Representa muy bien lo que me gusta de los alpinistas: no era del todo profesional, tenía su negocio, su familia, y además hizo montañas maravillosas. Su filosofía de la montaña me ha parecido siempre muy buena. Después está Reinhold Messner, el genio de la montaña, sin ninguna duda.

O sea, el alpinismo tiene algo de política. Mejor gente que no sea profesional…

¡No! ¡Ni mejor ni peor, pero es que yo admiro más a la gente que ha sabido también ser padres, cuidar a su familia y desarrollar su trabajo! ¡Eso es más difícil que hacer sólo montaña! El profesional tiene la obligación de hacerlo muy bien. El otro lo hace porque verdaderamente le gusta. Al profesional también le gusta lo que hace, pero no es lo mismo subir 20 veces al Mont Blanc que hacerlo una vez con un amigo porque te da la gana.

¿La montaña es fiel con el que se la trabaja?

La montaña siempre es fiel. Está ahí. Somos nosotros los que nos equivocamos. Debes conocerla y hacer las menos tonterías posibles, y tener claro a dónde vas y con lo que te vas a encontrar. Antes no era tan fácil. Ahora sí, porque tenemos mucha información.

¿Más allá de las montañas, qué ocho mil espera usted conquistar al final de su vida?

La felicidad de una familia unida y feliz es mi meta definitiva.

¿Por qué el BBVA ha apostado por su reto?

Porque le gusta lo que hago. Entiendo que al BBVA le atrae que no miento, que no exagero, que tengo la suficiente prudencia para darme la vuelta cuando hace falta. Yo subo las montañas porque quiero, pero cuando me vuelvo sin subir, por lo que sea, no llego hecho polvo. Regreso convencido de que dar marcha atrás en ese momento era lo que tenía que hacer. Sé que he apurado hasta donde creía, y pienso que eso es lo que le gusta al BBVA. Además, soy una persona que no se mete en líos.

¿Qué importancia tiene la prudencia para conseguir coronar una locura?

La prudencia es importante. Eso es compatible con ser siempre valiente. Más que la prudencia, digamos que el tema fundamental es no perder la noción del peligro con la altitud, cosa que sucede. Allí se piensa más despacio. Hay veces que se está muy cerca de una cumbre, pero la prudencia aconseja volver, y entonces algunos arriesgan más de la cuenta, por muchas razones: por el egoísmo de subir, porque una expedición cuesta mucho trabajo, mucho esfuerzo, y mucho dinero, y piensan demasiado en todo eso cuando están a tan poca distancia de alcanzar lo que es un sueño… Pero hacer más de lo que se debe es una decisión muy grave. El final no es la cumbre. El alpinista debe estar dotado de un especial sentido común. Veo cosas que hace la gente que me hacen pensar si están locos.

¿Hasta que el alma aguante, o hasta que el cuerpo reviente?

No, el cuerpo no va a reventar… Digamos que hasta que el cuerpo se desgaste un poco más. La montaña es muy amplia, y hay sitio para todo: para grandes hazañas, y para paseos de andar por casa. Más que estar haciendo ochomiles, lo que de verdad me gustaría es hacer vías de alta dificultad. Cuando no pueda más, subiré al Yelmo, que me encanta, y daré paseos por La Pedriza… Y cuando no pueda ni eso, pues contemplaré las montañas desde aquí. Hace poco tuve un pinzamiento y no podía andar, y pensé en hacer vuelo sin motor… No sé lo que me ocurrirá en el futuro a corto plazo, pero siempre estaré buscando aficiones que me llenen.

¿Algún camino sin retorno?

Si te das cuenta con tiempo de lo que estás haciendo, siempre hay retorno. Sin sentido común puede haber situaciones de las que no sea posible volver atrás.

¿Alguna vuelta atrás que le toque la conciencia?

En la vida, en general, me hubiera gustado irme fuera de España a trabajar un tiempo. Era una aventura que me entusiasmaba. Veía gente que vivía en un barco en el mar, o una furgoneta de viajeros de esos que se dedican a hacer fotos y a escribir… Hacer algo así me habría encantado. De todas formas, lo que he hecho me ha dejado muy satisfecho.

¿Hubiera sido posible todo esto sin una mujer como la suya?

Si a mí me han puesto una glorieta, que es un orgullo y una pasada, aunque me da un poco de vergüenza, a mi mujer tendría que ponerle yo el monumento más grande que exista. Cristina y yo nos conocimos en la montaña y hemos hecho muchas subidas juntos. Le agradezco enormemente que nunca me haya puesto ni una pega, ni una mala cara. Ante mis dudas, ella siempre me ha dado todo su ánimo. Quizás ha sido un poco insensata, pero ha sido fantástica.


REBOBINANDO

34 alpinistas han coronado ya los 14 ochomiles del planeta. En el libro de esa fama están los españoles Juanito Oiarzábal, Alberto Iñurrategui, Edurne Pasaban y Jorge Egocheaga. Carlos Soria no pasaría a la historia si fuera uno más. Pero está ya en la historia porque no ha hecho menos.

Carlos Soria es la campaña más eficaz contra el sedentarismo, contra el síndrome del jubilado inútil, contra la vejez psicológica, contra el individualismo de la élite, contra los que cogen la mochila y se van de casa, contra la vanidad de las élites, contra la imprudencia de los temerarios que mendigan un flash, y contra los que llevan tatuado en el alma “no se puede”.

Carlos Soria es una cordillera de sabiduría popular, un manual de Afronte usted la vida con bemoles, para dummies. Es una cura de honradez para los hombres y las mujeres veletas.

El veterano hecho ya medio sherpa es la encarnación del ir, subir, no llegar, no perder la esperanza, volver a intentarlo, esforzarse más, y llevarse el premio gordo.

Carlos Soria es un hombre íntegro. No le faltan dedos. No le faltan luces. Nunca jamás hubo que rescatarle en sus 12 cimas conquistadas con el sudor de su frente y de las frentes de su equipo.

Carlos Soria es de Ávila y tiene un no sé qué de Santa Teresa. Al filo de lo imposible. Y más allá. Botas. Cuerdas. Con todos los remiendos de un tapicero mileurista, a este señor de Moralzarzal el Himalaya se le queda pequeño. Multipliquen los ochomiles por la calidad de quien está al otro lado de la mesa de camilla, y saquen ustedes mismos el peso de su talla. 

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