A Víctor Manuel de Saboya que pasa de aspirar a la máxima dignidad de un país a triste ejemplo de una vida hueca y perdida

Italia se desayuna estos días con las novedades sobre los desmanes del príncipe Víctor Manuel de Saboya. “Totó”, como le llaman en familia, ha terminado por reconocer ante el juez algunas de las irregularidades de las que se le acusa y por las que se encuentra en arresto domiciliario. El escándalo en el país transalpino es mayúsculo. El príncipe, que otrora quiso volver a su país desde el exilio, con la aparente intención de postularse políticamente a la máxima dignidad del Estado, ha caído en el descrédito. Los sobornos y las prácticas económicas irregulares son sólo cargos bajo investigación de la justicia. Pero Víctor Manuel ya ha confesado que su vida pública era una máscara, que ocultaba una maraña de excesos y malas artes, sobornos y prostitución, achacables a cualquier ser humano –es cierto-, pero que restan credibilidad a una persona que pretendía erigirse en representante de un pueblo, en digno conductor de los destinos de una nación. Lastimosa deriva la del príncipe italiano, una vida perdida. Guindilla al aspirante caído.

 

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