Corrupción y Política

Se ha descubierto una trama de corrupción urbanística de dimensiones colosales en Marbella.

Se ha descubierto una trama de corrupción urbanística de dimensiones colosales en Marbella. No sería extraño que salieran casos similares, en otros Ayuntamientos de la Comunidad Autónoma Andaluza. Alguien podría considerar que hacer una defensa a ultranza de la cultura política frente a la reducción de la política a la moral va a escamotear el escándalo de la corrupción. Pues bien, los escándalos llaman la atención sobre casos únicos, subrayan un comportamiento individual y dejan que el montaje general siga su curso. A quien se le “pilla”, se le sacrifica para que todo lo demás pueda seguir su itinerario intacto. Lo cual exige que el pecado individual sea adecuadamente preciso y claro, como para que todos los que no se han significado puedan manifestarse extrañados e indignados tras el descubrimiento. La corrupción apunta a individuos y confirma así la colosal estimación que se concede a la significación de las personas individuales para el sistema político. Pero así se olvida que la burocracia administrativa está montada como una red cuyo fin principal consiste en asegurar que no pasa nada cuando algo pasa.   Por eso la depuración de la corrupción o la predicación de honestidad son insuficientes. Las comisiones de investigación y sancionar la corrupción no son una garantía suficiente de buena política. Lo que va en contra de la política no es sólo la inmoralidad sino también la mala política. Pero todavía hay quien piensa que la ética política se agota en impedir la delincuencia de los políticos. Lo que llamamos corrupción no es más que un género de delitos ejercidos por un personaje público; no cometerlos no garantiza estar a la altura moral de una verdadera cultura política. Se ha ironizado sobre esta restricción de lo moralmente relevante al proponer la traducción del agustiniano ama et fac quod vis en un honesto “paga impuestos y haz lo que quieras”. Como si bastara con no delinquir para ser un político lúcido, o ser competente fuera lo mismo que ser irreprochable. La actual pérdida de credibilidad de los políticos corresponde menos a la corrupción que atenta contra las reglas de la moral privada que a la ranciedad de los usos políticos en unos escenarios que están determinados por tareas históricas nuevas. El problema no es la carencia de virtudes, sino el saber escaso, la pobre iniciativa e imaginación, la indecisión y la rutina, la falta de conciencia de las nuevas responsabilidades que llevan consigo los cambios sociales y políticos.

 

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