Errores transformados en horrores

Hay palabras, y hechos, que fueron en otro tiempo banderas y se convierten con el tiempo en horrores. El mismo progresismo que luchó por la legalización de la pornografía clama ahora contra el comercio sexual infantil.

Hay palabras, y hechos, que fueron en otro tiempo banderas y se convierten con el tiempo en horrores. El mismo progresismo que luchó por la legalización de la pornografía clama ahora contra el comercio sexual infantil. Los que vieron hace décadas en la droga una ventana hacia la libertad se vuelven -si sobreviven- compungidos hacia las maravillas de una vida sana. Quienes no hace mucho tiempo se insultaban en los parlamentos firman ahora pactos irrevocables. Personas que a sus allegados les han imputado conductas delictivas horribles, en dos días, desean lavar su imagen, sin desdecirse de nada, haciendo creer a la sociedad que son los buenos samaritanos del año 2006.   No es nada nuevo. Al fin y al cabo, de sabios es rectificar y la madurez consiste en eso: evolucionan los parámetros del asco, el espanto y la admiración; cambian los puntos de vista sobre el valor de los objetos; la experiencia enseña a evitar lo que en otro tiempo se percibió como algo apetecible. Eso es lo curioso: la pornografía sigue siendo lo mismo, la droga mata igual, la violencia utiliza idénticos resortes. Somos nosotros los que nos hemos movido. ¿Estamos tontos o qué?   Suele decirse que se aprende más de los errores. Pero cuando se han transformado en horrores, la bondad de ese aprendizaje se vuelve conmovedora. ¿Sólo matando se aprende a matar? ¿Es justo amenazar a personas de honradez comprobada con frases como: “No pararé hasta que las meta en la cárcel”?   Las equivocaciones resultan inevitables, pero a veces da la impresión que jugamos a equivocarnos para ver qué pasa: y eso no forma parte de la experiencia que debe acumular el ser humano, sino de la maldad. Porque si jugamos a ser malos ya lo somos, si probamos a chupar sangre, nos hacemos esbirros de los vampiros, si odiamos al familiar, o algún vecino de nuestra comunidad de propietarios ya odiamos de algún modo a la humanidad. Mejor no probar con el mal que da dolor de cabeza, como mínimo.

 

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