Hacer más y hablar menos

Hemos visto desde el poder, repetidamente, obsesivamente, ningunear los matices y reflejos variadísimos de la pluralidad de luces de nuestra joven democracia. Sí, ésta que camina a tientas, con cortes de luz de sentido común, provocados por quienes precisamente nos habrían de proteger de la primitiva oscuridad. ¿Hasta cuándo? ¿Qué debe ocurrir para que reaccionemos todos, sin la inercia de complejos ni sumisiones?

Todo el mundo sabe que ignorar lo evidente, manipular la información contrastada, seguir a pie juntillas un guión contrario a la verdad, es el colmo de la insensatez. Nunca un gobernante puede dejarse llevar por el desdén. Desdén por muchas cosas importantes, muy valoradas por otras personas y que él quizás no estime en su fuero interno. Despreciar la opinión de quien piensa diferente es la manera más rápida para convertirse en ineficaz gestor de los asuntos públicos.

Pues, ¡a qué esperamos! Que el afán por la justicia sea punto de salida y destino de la política. En nuestra mano está evitar que ningún gobernante únicamente se mueva por intereses partidistas y de poder. Precisamente, esa capacidad es el privilegio de los ciudadanos libres. No va a ser fácil, pero podemos conseguirlo.

Rompo una lanza por el político que se muestre dispuesto y capaz de trabajar en un gobierno para todos. A quien no se le caigan los anillos por oír la voz de asociaciones de padres de familia, sobre temas sensibles a ellas, que sepa y quiera hacer autocrítica, que no imponga leyes contrarias a la naturaleza humana, que busque con comprensión y paciencia la cohesión, el bien común y el consenso en los principales asuntos de Estado, que ejerza la autoridad sin autoritarismo, que se empeñe en un trabajo constante, riguroso y eficaz y evite las soluciones precipitadas y buenistas.

¿Qué equipo y líder político pueden ser los más idóneos? ¿Quiénes pueden merecer la mayor confianza? Debería ser más sencillo tenerlo claro. Y es que, ya no sólo algunos sesgados medios de comunicación sino, en ocasiones, los mismos políticos nos distorsionan la realidad de su mensaje. ¿Tan arriesgado es tener principios e intentar presentarlos con coherencia? 

Son tiempos difíciles y complejos, “more challenge”, más reto, también más mérito. Ahora tenemos la gran oportunidad de llegar al fondo de lo que son las cosas, de saber priorizar, de implicarnos, de superar egoísmos y prejuicios, de luchar por la felicidad de los demás, que también será la nuestra. Esta batalla de paz por un orden justo me recuerda las palabras del maestro Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Seguro que nos las sabremos aplicar bien.

Todos nuestros esfuerzos los podremos dar por bien empleados si este despertar de la sociedad civil mueve, inspira y orienta una actuación de los gobernantes más ecuánime, más solidaria, más prudente y respetuosa con las personas. Es por ello que el aprecio al itinerario vital de la niña del ejemplo de Mariano Rajoy puede ser una buena y concreta referencia, para, ¡de verdad!, hacer más y hablar menos.

 

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