Tiempo de vacaciones

Efectivamente, es tiempo de vacaciones. ¿Quién se acuerda ya de lo ocurrido hace más de tres años en unas estaciones de Madrid?

Como cada año, estamos nuevamente en plena canícula. Es el tiempo soñado por la inmensa mayoría de las personas que llevan una vida más o menos convencional. Es tiempo de calor, tiempo de descanso, tiempo de viajes y tiempo de ruptura con la vida rutinaria que cada uno vive durante el resto del año. Todos, con mayor o menor intensidad planificamos los días del merecido ocio para hacer las cosas que no podemos hacer el resto del año: viajar, visitar a la familia, conocer lugares o países que no hemos podido ver hasta ahora e incluso repetir nuestra buena experiencia en algún rincón del mundo.

Todo eso está bien, creo incluso que es justo y saludable; no obstante, creo que también es justo recordar e incluso, incorporar a nuestra vida, a muchas personas y colectivos que por diversas circunstancias se ven privados de lo que otros muchos disfrutan casi por real decreto. Uno de esos colectivos es el que constituyen las víctimas del terror. Sí lo que acaban de leer, las personas que han experimentado la mayor atrocidad que pueda cometer un ser humano para hacer pagar a ellos, y a la sociedad en general, delitos que no han cometido o para, aprovechando la vulneración del más elemental de los derechos humanos, el derecho a la vida, obtener algún beneficio o renta, ya sea dineraria, política, social etc.

Esta reflexión me sale al hilo de algo que he encontrado esta mañana en Internet, la lista y semblanza de las 192 personas vilmente asesinadas el 11-M y de las que no nos queda más que el recuerdo y el dolor de su pérdida. Ellos me han traído a la memoria, leyendo unas breves líneas sobre su paso por este mundo, que el denominador común de todos era su amor a la vida. ¡Qué cosa más bonita es amar la vida!

Pues bien, unos cuantos, no sabemos el número, ni la identidad, ni sus intenciones- a pesar de que nos las imaginamos-, decidieron quitarles lo que más amaban sin darles la oportunidad de defenderse, de presentar alegaciones, de someterlos a un juicio por los delitos que no cometieron. ¡Qué pesadas son las víctimas, siempre recordando lo que les hicieron!...Y no todo el mundo tiene abuelo para poder comprender su dolor. Durante mis vacaciones participé en Vigo en una concentración para exigir a nuestros representantes, salidos directa o indirectamente del 14-M, que busquen y nos informen de la verdad de lo ocurrido. Indescriptible mi tristeza al ver que, la buena voluntad de los organizadores, no contaba más que con la participación de quince o veinte personas.

Efectivamente, es tiempo de vacaciones. ¿Quién se acuerda ya de lo ocurrido hace más de tres años en unas estaciones de Madrid? Los paseantes que de forma curiosa se detenían ante el megáfono que tímidamente daba las razones de aquella concentración autorizada, se limitaban a decir: ¡Ah, hoy es día once! Como si no hubieran mirado aún el calendario. Como si los atentados de Atocha formaran ya parte de una memoria colectiva que todos tratamos de ahogar: Unos por intereses, otros porque causa dolor, otros porque pueden trastocar su carrera política, judicial, periodística etc. Todo ello bajo el denominador común del más absoluto desprecio al sentido del deber e incluso al sentido común.

Durante las últimas sesiones del juicio celebrado en la Casa de Campo, se difundió una noticia que narraba las decisiones tomadas por el juez instructor del sumario: El desguace de los trenes, escenario del delito, y de los objetos personales de las víctimas. Estos hechos habían ocurrido a los pocos días del atentado. ¿No es delictivo este proceder? ¿No hay prensa libre para denunciarlo? ¿Los órganos de la justicia no tienen recursos para impedir o para juzgar este comportamiento de un juez que teóricamente instruye un sumario para conocer la verdad y no para ocultarla? ¡Felices vacaciones a todos!

 

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