Porqué manifestarse este sábado

Con ser asuntos muy serios, al de la enseñanza de la Religión en la escuela y al del respeto -efectivo, no sólo teórico- al derecho fundamental que tienen los padres a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos -que son suyos, no del Estado- hay que añadir otro, fundamental, en el que quizá no se ha hecho el necesario hincapié a la hora de comprender los motivos por los que "algunos" nos manifestaremos contra el proyecto LOE el próximo sábado. Y este no es otro que la necesidad de que el sistema educativo apoye a los profesores en su esencial labor de enseñar. Así de simple. No queremos que en España ocurra lo que hemos podido ver estos últimos días en Francia.

Los comentarios menos apresurados de este curioso fenómeno han incidido en los déficits educativos que esta situación ha puesto de relieve: un problema de auténtica falta de cultura, quizá agravado por otras circunstancias en las que viven algunos sectores de población inmigrante. Pero no confundamos la circunstancia con la sustancia del problema. Hace falta que de una vez por todas los partidos políticos aparquen sus concupiscencias ideológicas y abran los ojos a la realidad del profundo desaliento que atenaza a los docentes, sobre todo en el nivel de la enseñanza media, que se ven abocados a tener que educar en un contexto profundamente deseducativo.

Gobiernos que siguen trayectorias, en ocasiones erráticas, en otras ciegamente ideologizadas, han llevado a que muchos docentes de secundaria y bachillerato hayan perdido toda esperanza de que la administración educativa llegue alguna vez a escuchar la realidad. De forma lamentable, y especialmente desde la aprobación de la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), los gobiernos socialistas persisten no sólo en no reconocer sus errores en esta materia, sino en profundizarlos increíblemente con una demagogia sin precedentes.

Particular preocupación despierta comprobar día a día en un número creciente de aulas: - la pérdida prácticamente absoluta de la autoridad del profesor y del sentido de la disciplina; - la desmotivación de buena parte del alumnado y el altísimo índice de fracaso escolar; - los amargos frutos de un desprecio institucional hacia la cultura del esfuerzo y la excelencia académica.

Por otro lado, los gobiernos exigen a la escuela que acuda a paliar las crecientes emergencias sociales que van surgiendo como consecuencia del debilitamiento de la familia, debilitamiento que esos gobiernos propician con políticas suicidas y leyes esquizofrénicas. (Sorprende la forma en que el actual gobierno hace pasar por clamor popular unas supuestas necesidades sociales que más bien responden a un proyecto de auténtica ingeniería social, y que presenta como evolución natural de la sociedad española lo que no es más que una verdadera invasión quirúrgica de ciertos postulados ideológicos, ávidos de presentar como derechos subjetivos lo que no son más que caprichos egoístas. Entre otras cosas, eso es profundamente deseducativo).

Para muchos docentes resulta desalentador que, en vez de enseñar lo que saben, se les reclamen de manera desmedida responsabilidades como policías, bomberos, guardianes, socorristas, asistentes sociales, animadores socioculturales, padres, abuelos, cuidadores y técnicos mediadores de apoyo. El mayor obstáculo que experimenta hoy la educación en España es la vigencia de un escepticismo nihilista que dificulta enormemente la tarea educativa. Esto hace que los educadores hayan de sostener una batalla, a veces titánica, contra el ambiente cultural en el que se mueven.

Agentes educativos "no-formales" como el mercado y los medios de comunicación despachan una contracultura nihilista en una competencia desleal frente a la escuela. Lamentablemente la propia escuela -a veces corrompida por legislaciones ciegas, otras tantas sobrecargada de tareas ajenas a la suya, e incluso por imposiciones administrativas escasas de cordura- en muchos aspectos ha capitulado de su labor esencial, que es transmitir conocimiento serio. Sólo cumpliendo esta misión, que es la que más propiamente le compete, puede efectivamente educar. (Saber bien matemáticas, latín, historia, redacción, religión, ética, filosofía, etc., no es igual a ser mejor persona; pero tampoco a serlo peor. Quizás algo ayuda).

Por el contrario, acosada por un enemigo en apariencia más poderoso, la escuela decide unirse a él y dedicarse a transmitir la contracultura nihilista. Con la excusa del delirante constructivismo pedagógico, paradójicamente la escuela se está convirtiendo en un enemigo más del conocimiento. En vez de insertarse en la conversación esencial de la humanidad, la escuela acaba iniciando a las nuevas generaciones en una conversación intrascendente, en la que cada uno expresa sus gustos, pero en la que nadie cree que puedan proporcionarse razones que los avalen. Dicho con toda nitidez, lo que desde hace tiempo se viene denominando en Europa "valores" no difiere de lo que normalmente entendemos por "caprichos".

 

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