La verdad que desconocemos del 11-M

Si la verdad hubiera esclarecido los hechos que nos han narrado desde las distintas instancias del Estado de Derecho, seguro que a estas alturas todos, víctimas, ciudadanos y poderes públicos viviríamos inmersos en nuestras vidas habituales sin perder un segundo en estas cuestiones.

Durante estos días hemos escuchado muy frecuentemente la palabra verdad o hemos hecho uso de ella con referencia a informaciones que, o no cocemos con certeza, o tenemos duda de cómo nos las han contado o nos las cuentan. Cada persona, cada colectivo, pretende estar en posesión de la verdad que representa ese término pero, ¿hablamos todos de la misma verdad?   Quisiera poder expresar lo más claramente posible la verdad a la que yo me refiero cuando utilizo esta palabra en el contexto de los acontecimientos cotidianos. A veces hablamos de verdades que son fácilmente demostrables, otras, de cosas que no lo son tanto, pero que no por ello dejan de ser verdades. Hay verdades ocultas o inmateriales que, aunque no las podamos tocar, ver o demostrar físicamente, no dejan de serlo.   Cuando a alguien lo asociamos a la amistad, estamos hablando de una cualidad que no atribuimos a cualquiera, estamos hablando de algo muy concreto y que, aunque intangible, es fácilmente demostrable que existe. Inmediatamente acudimos a las pruebas para justificar la amistad: normalmente el comportamiento en reiteradas ocasiones nos hace atribuir el calificativo de amigo a la persona que con nosotros ha tenido gestos de verdadera amistad.   La verdad a la que me refiero aquí es la verdad derivada de unos hechos incontrovertibles que todos conocemos y conservamos en nuestra memoria individual y colectiva: Me refiero a la verdad de lo ocurrido el 11-M y su posterior tratamiento. Nadie creo que pueda negar la verdad de lo ocurrido, del dolor producido, de lo irreparable de aquel horrible atentado. Tenemos pruebas y evidencias de que las cosas fueron como las vimos y de que las consecuencias son como cada uno de nosotros y como colectivo las vivimos.   Partiendo de una verdad evidente como son los hechos y sus consecuencias, en buena lógica, debemos llegar a una verdad anterior, causante y una verdad posterior consecuente. Hasta aquí creo que todos podemos estar de acuerdo, ¿ no? En el estado actual de las investigaciones creo que lo único que podemos afirmar rotundamente es lo ocurrido. A partir de aquí pueden aparecer las discrepancias, pero atención, dichas discrepancias pueden venir por el hecho de no conocer la verdad.   Si la verdad hubiera esclarecido los hechos que nos han narrado desde las distintas instancias del Estado de Derecho, seguro que a estas alturas todos, víctimas, ciudadanos y poderes públicos viviríamos inmersos en nuestras vidas habituales sin perder un segundo en estas cuestiones, eso sí con el gran dolor que aquel hecho incalificable produjo en nuestras vidas. La mayor proviene por lo tanto de un incumplimiento de los poderes públicos de sus deberes como tales y de sus promesas electorales. Esto, en román paladino se llama fraude electoral.   Nadie creo que pueda osar convencernos, al día de hoy, que la verdad de lo ocurrido no la conocemos pues no sabemos el por qué, ni para qué, ni el quién, ni con qué, ni quien se benefició, ni el por qué se nos quiere imponer una verdad sin investigar todo lo investigable, ni se sabe a qué obedece el silencio y la ocultación de pruebas. Unas leyes modernas como las que nos dimos en 1978, una práctica democrática de casi treinta años, en un contexto europeo de convivencia y de transparencia, así como un mayor nivel formativo e informativo (con sus deficiencias) del pueblo español, no pueden desembocar mas que en un esclarecimiento de los hechos. Lo prohíba quien lo prohíba y o lo oculte quien lo oculte.   En España estamos saliendo de la alienación y caminamos hacia la libertad del individuo y esto es imparable, y como es imparable: pedimos y exigimos la verdad del 11-M. “España no se mere un Gobierno que nos mienta” ( Rubalcaba 13-03-04).

 

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