Del imperialismo estadounidense a los absolutismos del sur

En estos días se van aclarando las causas que impidieron al avión de Evo Morales sobrevolar el espacio aéreo de algunos países europeos. Así, en su edición del 7 de julio, Le Monde señala con nombre y apellidos a la directora adjunta del gabinete del primer ministro Jean-Marc Ayrault. El Gobierno francés pensaba que el estadounidense Edward Snowden, que había hecho público el gigantesco sistema de espionaje de EEUU, iba a bordo del avión del presidente de Bolivia. Como se sabe, tuvo que esperar en Viena, hasta que se aclaró el carácter de la aeronave y recibió autorización para sobrevolar Francia, aunque acabaría repostando en Canarias. El caso constituye uno de los embrollos diplomáticos más llamativos de los últimos tiempos.

Personalmente, y al margen de los diversos detalles, el caso me ha hecho reflexionar sobre la deficiencia del orden internacional.

Ante todo, me llama la atención la hipocresía de Washington, que desea seguir mandando en el mundo por encima de límites jurídicos. En este punto, la desfachatez de Barack Obama supera a la de George Bush, más comprensible tras el shock del 11-9. Sólo cuestiones de imagen impiden quizá que la prensa occidental relate las incidencias con relativa sordina. No sé qué es peor: Guantánamo, el sistema de espionaje, la búsqueda y captura de Edward Snowden, el intento de impedir su extradición. Todo, en nombre de una legalidad internacional, que EEUU desconoce radicalmente: basta pensar que sigue sin firmar el tratado de Roma que instituyó en el ya lejano 1998 el Tribunal Penal Internacional, con sede en La Haya.

Pero algunos jefes de Estado americanos no pueden rasgarse las vestiduras. Tendrían que ser conscientes de que sus frecuentes y gratuitos ataques al gigante norteamericano, como si fuese la causa de todos los males, sin mezcla de bien alguno, no pueden quedar impunes: el peculiar patriotismo de EEUU no olvida a quien actúa de hecho como enemigo.

Evo Morales está fomentando ahora también la indignación popular contra Europa. Se siente humillado, y apela a la inviolabilidad de un presidente democráticamente elegido, aun fuera del territorio de su propio país. Bastantes líderes americanos han mostrado su solidaridad con él, y han criticado las decisiones de los Estados europeos en el asunto, como si fuesen meros lacayos del poder inconmensurable de EEUU. Cristina Kirchner llegó a afirmar que "la vieja Europa conserva aún vestigios de un colonialismo que humilla al continente sudamericano". En este punto, cuentan con bastante adhesión de los principales medios informativos de la región.

Un ejemplo emblemático: "es la hora de la dignidad continental", afirmaba en un editorial el diario uruguayo La República. "Parecía una película de ciencia ficción. Pero no, fue la realidad. Constituye un ataque contra un país hermano, y también contra toda la América, la del sur del Río Grande del Norte", que separa Estados Unidos y México. "Es un acto criminal –concluye‑, que debe ser condenado por todos los gobiernos latinos y del Caribe".

Las autoridades sudamericanas deberían aceptar las excusas de los correspondientes gobiernos europeos, y asumir su propia responsabilidad, en vez de azuzar otra especie de guerra contra el Mal (EEUU, Europa). Evo Morales no es víctima de ningún complot. Y da cierta pena su obsesión por buscar responsabilidades ajenas, eludiendo las propias. Basta citar sus palabras en Cochabamba, al regreso del accidentado viaje: "Nuestro pecado, nuestro delito es ser indígenas y ser antiimperialistas; es cuestionar las políticas económicas que sólo llevan a la miseria y a la pobreza".

La soberanía del Estado no puede justificar todo, entre otras razones, porque favorece a los más poderosos: es la gran contradicción ideológica que aparece en este conflicto. Sólo la aceptación de límites para un estatuto jurídico nacido antes de la modernidad, puede contribuir a la creación de un nuevo orden internacional más justo.

 
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