España desde fuera

Desgraciadamente he podido constatar casi siempre durante mi estancia de muchísimos años en Europa, que por ahí eso de que “Europa termina en los Pririneos” era una obviedad basada en hechos más o menos afortunados de nuestra historia (extrañamente, por ejemplo, el no haber participado en la II Guerra Mundial nos dejaba “fuera”) y apoyada por nuestros propios eslóganes “Spain is different”. Lo cual no quiere decir que no se nos tuviera una cierta simpatía displicente y bobalicona fundada en la visión de los románticos ingleses, alemanes y franceses del siglo XIX. Simplemente no se nos tomaba en serio, y se comprendía perfectamente, por ejemplo, que los vascos (que ejercían hábilmente su propio marketing titulándose ellos mismos como nórdicos y superiores) se quisieran independizar de esta nación “pasional y primitiva”. Ni en política ni en economía dábamos la talla, ni despertábamos un sentimiento de igualdad entre las otras naciones, pese a que los españoles nos lo creyéramos. Por eso, fuera de nuestras fronteras, rara vez se ha enjuiciado el “problema vasco” en su justa medida, y se ha considerado a los terroristas luchadores por la libertad y merecida independencia; gracias a los esfuerzos del PP la Unión Europea incluyó el 5 de junio del 2003 a ETA y sus “derivados” como Batasuna y Euskal Herritarrok, en la lista de organizaciones terroristas. Sin embargo el reconocimiento más o menos expreso de gobiernos posteriores de miembros de la banda como interlocutores en sus conversaciones, recrudece de nuevo la opinión adversa contra España. Eso es lo que se refleja en la última mal llamada “Conferencia de paz” acabada de celebrar en San Sebastián. Los partidos políticos deberían tomar nota de la trampa que supone aceptar a los criminales para dialogar con ellos.

 

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