Antonio Garrigues Walker, presidente de la Fundación Garrigues

“Confío en que la crisis griega sirva para que Europa mueva el trasero hacia una unidad más efectiva. Avanza, pero milímetro a milímetro, como los líquenes”

Antonio Garrigues Walker es el presidente de honor de Garrigues y el presidente de la Fundación Garrigues. Jurista, humanista, y global. A sus 81 años, es sabiduría calma, esencial para estos tiempos universalmente convulsos

El presidente de la Fundación Garrigues es pasión, ideas, democracia, liberalismo, diálogo, puentes, metas y alas.
El presidente de la Fundación Garrigues es pasión, ideas, democracia, liberalismo, diálogo, puentes, metas y alas.

Optimista con la España económica de Rajoy. Atento a Podemos y Ciudadanos en su tránsito de las ideas bonitas a las estructuras de partidos. La experiencia personal con el “fracaso esplendoroso” de su Partido Reformista le hace referente y oráculo discreto para los nuevos protagonistas del tablero político español. Aunque repudie dar consejos o erigirse en modelo, porque son posturas que discrepan de su ADN. Es el homomundi. Humanista. Jurista. Caballero. Inquieto. Jovial. España. El mundo entero. La antítesis de Mafalda. Mientras ella pide que se pare el mundo para bajarse del tren, él tiene 81 primaveras, y está como una locomotora.

Antonio Garrigues Walker es una institución con rostro sereno y amable. Corbata de punto. Traje gris. Pelo blanco. Sonrisa. Ojos con historias profundas.

Fue presidente de Garrigues con 27 años, y otras cuantas cosas más y, sin embargo, atiende personalmente el correo electrónico, con inusitada rapidez. Cerramos esta cita un domingo vía mail.

Es martes, y sobre el asfalto de la Castellana se cuecen habas. A la hora del vermut en punto, entramos en su despacho. Buenas tardes, don Antonio. Y choca la mano como un jugador de fútbol americano.

Instantánea rápida a este despacho oval con olor a historia. Una foto de su hermano Joaquín con Adolfo Suárez. En blanco y negro, se entiende. Pinturas contemporáneas. Elementos decorativos de vanguardia. Un busto. Una placa de paseo dedicada al Garrigues que fue ministro. Muchos libros. Y un globo terráqueo en el centro de una mesa de reuniones. No es un objeto de decoración. Es una idea de fondo plasmada en tres dimensiones.

Simpático. Cercano. Amable. Cuando hemos llegado andaba rematando un ensayo titulado “Problemas irresolubles”. Y “problemas” y “soluciones” son las dos palabras más repetidas en este té americano en casa del abogado más prestigioso de España.

Empezamos con Grecia. Terminamos cuando lo imponen las dos y cinco. Si conversar es un placer, en este despacho vivo de Garrigues conversamos con alevosía… Y transparencia…

¿Cómo vive un experto en economía internacional lo que pasa en Grecia?

Con mucho interés, mucha preocupación y mucha esperanza, porque daba por seguro que, en estos momentos, Europa no podía permitirse el lujo de un grexit. Hay que reconocer que el problema sigue vivo, y que la solución definitiva dependerá de cómo tanto Europa como Grecia sepan llevar el tema con la inteligencia y la sabiduría que requiere la situación. En Grecia este acuerdo no va a satisfacer a todo el mundo. Al final, me imagino que lo aceptarán porque no tienen más remedio, y tendremos que ver lo que pasa en los próximos años.

Espero que todos en Europa hayamos aprendido la lección, no sólo los griegos. Espero que los países del sur –Portugal, Italia y España- se den cuenta de que existe un cierto riesgo que no podemos minimizar, sino al contrario, valorar con cuidado para afrontarlo. España ahora se halla en mejores condiciones que ningún otro país del sur para hacer frente a estos problemas de una manera más positiva. Estamos mejor que Francia, que va a ser uno de los problemas que viviremos con más intensidad en los próximos meses.

 

¿Qué le inquieta, entre tanta inestabilidad internacional?

Vivimos situaciones de una complejidad profundísima, tanto en Europa como en el resto del mundo, donde se combinan buenas y malas noticias. Por ejemplo, el pacto nuclear con Irán me parece un hito muy positivo, y el acuerdo con Grecia, también. A la vez, hay problemas casi estructurales, como el refugio o la inmigración, que son de una importancia decisiva; o las desigualdades sociales, el paro, la corrupción…

La inquietud que tengo en estos momentos es que vivimos una época que los anglosajones definen con cuatro señas de identidad: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Muchas veces rehuimos o eludimos los problemas: entendemos que están ahí y que no se van a solucionar por sí solos pero, como no sabemos cómo afrontarlos, no digo que lleguemos a la táctica del avestruz, pero casi. Eso me inquieta. Es imposible encontrar hoy un país que sea la referencia clara a seguir.

¿La Unión Europea está en crisis?

Sí. Y va a seguir en crisis de forma permanente, porque su construcción es un proceso largo. El camino hacia la unidad real de Europa (política, económica e incluso sociológica) sabíamos que era largo, pero lo está siendo demasiado. Falla la voluntad política de afrontar problemas inexorables, como la unidad fiscal, que debe existir si contamos con una unidad económica. Urgen decisiones similares ante conflictos similares. No podemos tener diversos tratamientos en ámbitos como los mercados de valores, e incluso en materia de terrorismo, donde cualquier país quiere tener su seguridad nacional protegida de cualquier otra intromisión. Hay una serie de temas en los que la voluntad política europea hace aguas por una razón muy simple: todavía prevalecen los intereses nacionales. Estamos hartos de ver que, cuando hay elecciones europeas, la gente no vota mirando a Europa, sino en términos locales. Es el gran problema de Europa, y es algo que no se arreglará de golpe y porrazo. Confío en que la crisis griega sirva para que todos nos enteremos: si pensamos que esto es sólo de los griegos, nos vamos a equivocar todos los demás. Espero que esto sirva para que Europa vuelva a mover el trasero un poco hacia una unidad más efectiva.

¿Pero la Unión Europea funciona?

A pesar de todos los pesares, la Unión Europea funciona. Yo creo que Europa avanza como avanzan los líquenes: milímetro a milímetro. Hay avances, pero son tan lentos que al final se magnifican las propias carencias y se generan situaciones cada vez más complicadas. De todas formas, Europa no es el problema del mundo. Vemos cómo Rusia va a tener un crecimiento negativo de cerca del 4%, con crisis internas graves, con lo de Ucrania muy de cerca, que tiene algo de irresoluble porque es una cuestión muy compleja. Vladimir Putin está adoptando posturas cada vez más dictatoriales o más autoritarias. ¡No está bien Rusia!

China iba a crecer al 11% y ha ido rebajando esas expectativas paulatinamente hasta este año, que no alcanzará el 7%, un crecimiento insuficiente para ese país. Y después, el señor Xi Jinping insiste en que el gran lastre de China es la corrupción, y que la desigualdad entre el mundo urbano y el rural no puede mantenerse por más tiempo. No se trata de mal de muchos, consuelo de tontos. Se trata de reconocer que seguimos padeciendo los efectos nefastos y perversos de una crisis económica y financiera profundísima, en la que no vemos la salida. La idea de volver a un nuevo periodo de crecimiento sostenible y estable nadie la tiene en estos momentos en su cabeza. Eso hace que lo negativo destaque más, y que las posiciones se radicalicen. No es lo mismo la convivencia sociológica, política y económica en tiempos de crecimiento acelerado que en épocas de crisis.

¿En el terreno político y económico, en qué liga ve usted a España?

Estamos muchísimo mejor de lo que pensamos. La imagen española ha dado un cambio profundo. Seguimos teniendo muchos déficits, porque no nos hacemos valorar suficientemente, y no hemos conseguido el peso internacional que nos corresponde. Ni en Europa, ni en Estados Unidos, ni en el resto del mundo. Nuestro protagonismo internacional es muy pobre. Un país como Italia, que es más débil económicamente que España, tiene muchísima más autoridad y más peso político fuera, y no digamos ya Francia o Alemania. Es el momento de quitarnos complejos de inferioridad y de inseguridad y empezar a operar con más fuerza.

Debemos darnos cuenta de que somos uno de los pocos países del mundo que tiene derecho a una relación especial con Estados Unidos. No digo que sea tan privilegiada como la de Gran Bretaña, porque eso es imposible, pero tenemos con ellos tantos factores de colaboración que deberíamos aprender a explotar mucho más y mucho mejor esa relación. Tenemos la comunidad hispánica, que es la etnia mayoritaria en Estados Unidos y que, aunque se sabe que no es española, sí lo es en su origen, y ya resulta decisiva para ganar unas elecciones en Estados Unidos. Eso hace incluso que los republicanos sean más condescendientes como el tema migratorio. Tenemos una relación común con Latinoamérica, las bases americanas en España, que son claves para Estados Unidos… Podemos ser útiles en Cuba, Venezuela, Argentina…

¿En España hacemos mundo de andar por casa?

Nos falta un sentimiento de audacia y ambición muchísimo más grande. En España seguimos teniendo un déficit de mente global. Cuando hablo con jóvenes, siempre les digo: compraros un globo terráqueo y dadle muchas vueltas, para que entendáis que el mundo es muy grande. Cualquiera podía trabajar en África, Australia, Kirguistán… Comparado con nuestros amigos europeos, tenemos también una laguna importante en el conocimiento de idiomas, y eso refuerza nuestra escasa mentalidad global. Los españoles ya no podemos pensar sólo en España. Estamos en un mundo global, y eso los países latinos, tardamos un rato en aceptarlo.

Con Aznar y Bush, España y Estados Unidos tenían una relación estrecha. ¿Cree usted que Rajoy teme que codearse con Obama se entienda como otro tipo de foto de las Azores?

No creo que sea sólo eso. Pura y simplemente es porque, cuando uno está en política nacional, hay problemas que parecen más urgentes. Creo que Asuntos Exteriores, en conjunto, está haciendo una buena labor. En estos momentos, el ministro es consciente de que el tipo de relación especial que podríamos tener con Estados Unidos no es ninguna broma. No se trata de reverenciar el poder, pero que un país como España tenga una relación positiva con Estados Unidos es una cuestión importante. Todos somos conscientes de eso, pero, por la razón que sea, no nos damos cuenta de que la política exterior afecta a nuestros bolsillos directamente, y de que España debería lograr mucho más peso internacional. Lo han demostrado nuestras empresas. Yo he vivido la época en la que las empresas españolas no salían del país bajo ningún concepto, y he vivido la época en la que aquí no venía nadie. Ahora mismo, la presencia de las empresas españolas fuera de nuestras fronteras es muy seria, y cada vez mayor.

Un país que se centró en la construcción y fracasó, y que no acaba de apostar por la I+D+i, ¿tendrá peso estructural?

La apuesta por la I+D+i es clave, desde luego. Estamos en una sociedad digital. Ahora soy presidente de honor de Garrigues, lo cual quiere decir que no mando aquí absolutamente nada. El que manda es Fernando Vives, que lo hace muy bien y que es el presidente ejecutivo. Además, me han hecho presidente de la Fundación Garrigues. Me voy a dedicar a la investigación jurídica, que es un tema que me apasiona. Entre otras cuestiones, estamos trabajando en establecer relaciones entre Derecho y tecnología, y Derecho y ciencia. Hablamos con científicos y tecnólogos, y nos damos cuenta de que los abogados no sabemos qué pasa en esos campos. El papel de la ciencia y de la tecnología es decisivo, y los países que renuncian a esos océanos tienen poco futuro. Ningún país muere por ignorancia… Bueno, algún caso hay en la historia… En cualquier caso, lo que España debe tener claro es que, o nos volcamos en los temas científicos y tecnológicos, o seremos un país de segunda categoría. No pasará nada. Seguiremos siendo una nación atractiva turística, cultural y sociológicamente, y siempre habrá una salida, pero hemos demostrado tanta capacidad en tantos temas, que renunciar a ser punta de lanza en ciencia y tecnología sería una decisión tremenda.

Con la experiencia de su trabajo y de sus años, ¿cómo ve el tablero político español?

Lo veo bien. Lo que ha pasado es lo que ha pasado, y se explica haciendo ver que el mundo político tiene su mercado. Si en el entorno económico un empresario se da cuenta de que hay un hueco, lo que hace es conquistarlo. Aquí, los partidos clásicos se olvidaron de que su situación no era perenne ni eterna y, entre el inmovilismo y el pasotismo ideológico, han ido generando una brecha que los nuevos partidos han ocupado con una eficacia tremenda.

¿Esto va a ser así permanentemente? ¡No! Ni el PP ni el PSOE podían pensar que su duopolio iba a aguantar para siempre, ni los nuevos partidos deben pensar que el espacio que han ocupado es suyo por los siglos de los siglos, porque se equivocarían en lo mismo que los otros.

Yo he vivido un fracaso político, y sé lo que pasa con los nuevos partidos. Las ideas son muy bonitas. Las propuestas del Partido Reformista eran preciosas: incorporar un partido nacionalista a la política nacional, sumar la ideología liberal progresista a un partido… Pero luego lo hicimos mal, y fracasamos esplendorosamente, como todo el mundo sabe.

Las ideas son bonitas, pero llega un momento en que hay que vertebrar la estructura política de una forma determinada y elegir personas. En estas dos fases empiezan las tensiones, que es lo que ahora estamos viendo.

Hay un problema más en los nuevos partidos: cuando sus dirigentes notan que existen demasiadas discrepancias en el ámbito de la selección de personas, suelen adoptar actitudes, no digo despóticas, pero sí autoritarias. Fue lo que pasó con UPyD, por ejemplo. Eso deben evitarlo, porque genera debilidad. Hay una frase americana que me encanta, y que dice que los problemas de la democracia nunca se resuelven con menos democracia, sino con más.

Y en breve, elecciones generales…

El partido de las elecciones generales ha empezado. Veremos en estos días cantidad de mensajes que se intentan adaptar y flexibilizar para no perder más terreno, o para recuperar el espacio perdido. Entramos en unos meses en los que escucharemos mensajes confusos y consignas ininteligibles. De aquí a las elecciones generales veremos cambios profundos en todos los sentidos. Los partidos clásicos los adoptarán para recuperarse, y los emergentes, para mantener el respaldo cosechado hasta el momento.

Usted ha defendido en ocasiones que el nacimiento de Podemos es una buena noticia para España…

No sólo Podemos, también Ciudadanos. Incluso en términos objetivos, es casi más sorprendente el efecto de Ciudadanos que el de Podemos. Los dos son una buena noticia, porque han obligado a los partidos clásicos a removerse. Si el PP y el PSOE reaccionan, eso será muy positivo para el país.

 ¿Cuál sería el mejor acierto de la formación de Pablo Iglesias?

El mejor acierto lo tienen que demostrar, porque hasta ahora Podemos ha jugado de manera abusiva con la ambigüedad ideológica, y eso es negativo. No se sienten comprometidos a fijar un programa. Digan lo que digan, si le preguntas a alguien por el programa del PP quizás no lo conozca, pero sabe que, más o menos, es conservador. Si le preguntas a otro por el programa del PSOE, igual no lo conoce al pie de la letra, pero sabe que es socialista. En el caso de Podemos y Ciudadanos no sabemos muy bien quiénes son a estas alturas. ¿Eso es útil? Parece que ellos creen que sí, pero, claro, de aquí a las elecciones generales lo mejor es que concreten el programa, porque, si no, lo van a tener difícil.

¿Albert Rivera es la nueva UCD?

La UCD es irrepetible. Fue un fenómeno peculiarísimo de la Transición, en el que confluyeron tantas ideologías y tan dispares que aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. Esa mescolanza fue, quizás, un poco excesiva, a pesar de que UCD cumplió un papel en España que nadie puede negar.

No creo que Rivera tenga nada que ver con UCD. Simplemente, Ciudadanos ha encontrado un hueco que el centro-derecha español no ocupaba de manera sensata. Podemos ha hecho lo mismo con la izquierda, como queda patente en estos días con el enfrentamiento entre Podemos e Izquierda Unida…

¿Echa usted en falta un partido de centro al modelo anglosajón?

Los españoles nos olvidamos de que los mapas políticos dependen radicalmente de las leyes electorales. En Gran Bretaña, para poder representar algo, debes lograr un 12-15% de los votos. Es un sistema que favorece decisivamente el bipartidismo. En Italia, con un 2% del respaldo electoral entras en el Parlamento, porque busca la proliferación de partidos, que es lo que pretende remediar Renzi en estos momentos.

Cada país tiene su sistema político. En España, por ejemplo, se le da más ventaja a los partidos nacionalistas, de lo que yo no me quejo, mientras que no se facilita la vida a los partidos minoritarios. Izquierda Unida critica, con razón, que para conseguir un escaño deben trabajar, realmente, como locos.

Las leyes electorales son las que delimitan el mapa político. Por lo tanto, si queremos ir hacia un modelo anglosajón, tenemos que cambiar la ley electoral. Ese es el debate al que debemos entrar: qué tipo de ley electoral es la mejor para un país…

¿Nuestra ley electoral es justa?

Yo creo que, hasta ahora, ha funcionado bien, pero hemos vivido una crisis tan larga que la credibilidad de los partidos clásicos ha pegado un bajón espectacular y ha permitido la irrupción de nuevos partidos. Ahora veremos qué pasa en las elecciones generales.

¿Cuál es su historia clínica del PP?

El PP tiene un pasado que le cuesta mucho reconocer. Nos pasa a todos, pero a la derecha le pasa con más frecuencia. Y el inmovilismo: el agua estancada se pudre siempre. Ahora vemos cómo intenta reaccionar y rejuvenecer el partido. Estamos en una época en la que todo necesita actualizarse. El PP necesita gente que conecte con la sociedad digital. El nuevo Rey es un modelo de persona que conoce la sociedad digital y conecta con ese mundo. No digo que sea jovencísimo, pero sabe relacionarse con los jóvenes. Me encanta que el líder de la oposición sea una persona joven. España tiene que rejuvenecerse, también en el ámbito empresarial… Lo digo para que se entienda…


¿Su balance del mandato de Rajoy?

Básicamente, mi balance es que aprueba. Ha hecho una labor enteramente respetable y respetada en el ámbito de su política económica. Porque no se trata de hacer ahora campaña a favor o en contra de nadie, se trata de reconocer que la imagen de España ahora es buena, y se pone como ejemplo de trabajo bien hecho. En una época de crecimiento, eso se valora demasiado. Lo que hay que valorar es lo que se hace en época de crisis. Los que saben de toros valoran al torero que le saca partido a un toro malísimo. A un toro bueno le saca partido todo el mundo. O casi todo el mundo…

La Justicia. Su mundo particular. ¿Cuáles son sus propuestas de regeneración de la justicia española?

De eso hemos hablado tanto ya en estos años… Los problemas de la justicia española son la escasez de jueces, la falta de medios, la pobre preparación tecnológica, y la nula especialización… El diagnóstico de sus enfermedades está hecho a la perfección. Ahora, la prioridad es acometerlas de una vez, para lo cual urge un pacto político. Un país que renuncia a la cultura del diálogo, y que se vanagloria de no pactar con este o con el otro con actitudes bipolares, está ante un peligro importante.

En este análisis de los problemas de la justicia no hay divergencias ideológicas, se trata de mejorar la vertebración de la justicia española. Tenemos un buen sistema de jueces, un buen sistema fiscal, y una estructura adecuada.

En la persecución de la corrupción, el papel de la justicia, también el de los medios de comunicación, ha sido decisivo. Desde la justicia se ha corregido el principal detonante de la corrupción, que era la sensación de impunidad. No digo que hayan caído todos los culpables, pero sí casi todos. Tenemos una buena justicia. ¿Mejorable? Sí, siempre. Pero el pacto político no llega… Como en el ámbito educativo, o sanitario… La cultura del diálogo consiste en convivir constructivamente a pesar de los desacuerdos. Aquí no hay afán de avanzar a pesar de las discrepancias.

La ciudadanía vería con especial agrado que, en temas que afectan a su vida diaria, como son la educación, la sanidad, o la justicia, los políticos llegaran a acuerdos, y lo valorarían tremendamente. Eso haría que los políticos recuperaran credibilidad. Comprendo que a ellos no les gusta afrontar su falta de credibilidad, cosa que, por otra parte, sucede en todos los países del mundo: mire usted a Francia o a Italia… Si España hiciera ahora cosas bien, podría dar un salto significativo.

No destaca usted como problema la politización de los órganos judiciales. No sé si es una utopía hablar de su despolitización…

Despolitizar absolutamente la justicia es imposible. En Estados Unidos los nombramientos del Tribunal Supremo son políticos, y se eligen jueces por colores. Un grado de politización es inevitable. El deseo máximo sería que la política se judicialice lo menos posible, y que la justicia se politice lo menos posible. Hay cosas que se pueden corregir, y depende de si se eligen personas con el máximo nivel de profesionalidad que destaquen por su independencia. Hay que despolitizar la justicia, y el sistema bancario, y muchas instituciones… pero, ¿se puede despolitizar todo? Pues no… Aun así, creo que en ese aspecto hemos mejorado…

¿Cree que Gallardón ha sido un buen ministro?

En una serie de temas, Gallardón ha sido un estupendo ministro, y en otros no ha podido cumplir con su tarea, y ha tenido una variación de criterios un poco especial. Ha sido un buen ministro y un buen alcalde; también con sus defectos, nadie lo puede negar. Alberto Ruiz Gallardón es una persona que ha sido positiva para España.

¿La Constitución necesita con urgencia un ajuste?

Sí, sin ninguna duda.

¿Cuál?

Debe buscar nuevos encajes al mundo nacionalista y regular de manera más eficaz la institución del Senado. Y, después, ha de incorporar breves cambios ajustando otros artículos. Pienso que, con eso, nos quedaría una Constitución perfectamente válida y sensata. El problema es que poner en marcha una reforma constitucional sin consenso político sería una decisión ridícula. Si abriéramos esta reforma con consenso básico entre los nacionalistas y los partidos clásicos, en estos momentos, o según el resultado de las próximas elecciones generales, se impondría en el país un periodo de calma y sosiego, y a la vez, se instauraría la sensación de que vamos a afrontar de una vez los problemas eternos con eficacia. La reforma constitucional tendría muchos aspectos positivos.

¿La sociedad civil en España pinta algo, o nos hemos dejado comer el terreno por la política que todo lo abarca?

El peso de la sociedad civil está creciendo sustancialmente. Le he dedicado mucho tiempo a esto, porque considero que el liderazgo de la sociedad civil aumenta la calidad de la democracia. Una sociedad civil sin músculo y maniatada nos perjudica a todos. En estos momentos, la sociedad civil es más activa. Hemos logrado, por fin, una Ley de Fundaciones aceptable y, cuando tengamos la necesaria Ley de Mecenazgo, servirá para impulsar aún más el protagonismo de la sociedad civil.

Veo que hay muchas más formaciones, más fundaciones, más asociaciones…. El problema es que seguimos teniendo una tendencia masiva hacia la financiación pública, y eso va contra el mismo sentido de la sociedad civil, porque una ONG con financiación pública deja de ser una ONG y se convierte en una organización muy gubernamental.

A pesar de que la sociedad civil ha mejorado, su voz todavía no se oye suficientemente. No grita, ni protesta, ni interfiere, ni interviene todavía suficientemente.

La burbuja que ha explotado con ahínco ha sido la de la corrupción política. ¿Cree usted que los partidos políticos han aprendido que nunca más?

Creo que es tan visible y tan obvio que, si los partidos no han entendido el mensaje, habría que tomar otras medidas… La cuestión es que la corrupción no es un problema simple, porque requiere una nueva cultura. En España, las virtudes cívicas son escasas. ¿Cómo se combate la corrupción? Nosotros venimos luchando por una Ley de Transparencia desde hace décadas, porque eso, y la acción judicial, recortan la gravedad de la enfermedad. Pienso que en estos momentos España es menos corrupta que hace diez o doce años, porque empieza a haber miedo. Es algo parecido a lo que pasaba hace años con la evasión fiscal, que no era delito sino una simple infracción administrativa. Cuando evadir los impuestos conlleva riesgos, hay un cambio de actitudes. Lo mismo sucede ahora con la corrupción. Yo no digo que la transparencia acabe de una vez con la corrupción pero, si una institución sabe que cualquier ciudadano puede preguntar cualquier cosa y tiene la obligación de contestar, inevitablemente se reduce la corrupción.

Los partidos políticos dicen que van a luchar frontalmente contra la corrupción. Han asumido que es una prioridad. Lo que pasa es que les falla la credibilidad. Deben hacerse creíbles.

Cataluña, ¿qué?

Cataluña está ahí. Es un país maravilloso. Adoro su búsqueda permanente de la identidad. Sé que van a luchar sin cesar por el soberanismo. Admiro la cultura catalana. No creo en absoluto que la gente desprecie a Cataluña; al contrario, intuyo una admiración profunda, y veo que lo mismo ocurre allí con el resto de los españoles.

Por una serie de razones de las que tiene culpa el estamento político, ese tema se ha ido tratando, en mi opinión, con poca seriedad, y muchas veces hasta con frivolidad. Lo que debemos hacer es respetar el catalanismo en toda su extensión: su lengua, su cultura, el papel que juega en España… Cataluña es un dato decisivo para la vida económica, cultural y social de España. No digo que las demás autonomías no aporten nada, digo que Cataluña ofrece una influencia decisiva.

Pero sobre este tema nadie dialoga. La cultura del diálogo hay que recuperarla, porque la falta de diálogo político hace que escasee el diálogo empresarial, social, cultural… Antes había todo tipo de puentes aéreos y culturales que ahora no existen. Eso no es bueno. Por eso creo que la reforma constitucional podría permitirnos afrontar la cuestión por la vía del diálogo, y conseguiríamos convertirlo en un problema resuelto.

Dicho todo esto, yo veo que hay un nuevo realismo. Siempre me ha gustado la posición que tiene Antón Costas, presidente del Círculo de Economía, que habla de la importancia de que los catalanes descubran la realidad y las consecuencias de la ambición soberanista, de la independencia… Se han polarizado tanto los mensajes sobre Cataluña que se ha convertido en un debate futbolero. Y no podemos tolerar ese tipo de tonterías.

¿CiU ha perdido el tren del protagonismo que podría haber tenido en Cataluña?

Sí. En gran parte, sí. La ruptura interna de CiU no es un tema menor: es una historia de amor muy triste. Hay que ver el papel radicalmente positivo que ha jugado CiU en España, cómo ha gobernado con todo tipo de gobiernos, cómo ha contribuido a la racionalidad económica… Pero sí, CiU ha perdido toda esa fuerza…

Carmena retirará los nombres franquistas del callejero de Madrid. ¿Superaremos de una vez por todas una época que no ha vivido ya buena parte de la población española?

Esa etapa está superada, no nos vamos a poner dramáticos… La cuestión es que quedan residuos, cosa que sucede hasta en Estados Unidos, que ha tenido que dejar la bandera confederada porque era esclavista… Siempre quedan rescoldos.

Espero que Carmena lleve a cabo esa promesa con un mínimo de sensatez y de prudencia, para que no genere más polarización de la que ya existe.

Sociedad. Mujer. Hemos avanzado mucho. Pero quedan flecos. ¿Cómo ve usted el futuro a corto plazo para que las mujeres españolas estén más arriba?

Si me preguntaran cuál es el cambio sociológico más positivo que ha sufrido España en la época democrática, respondería que el protagonismo de la mujer, que es cada día más relevante en la vida social, económica, cultural, política y deportiva de nuestro país. Es un activo del que no somos muy conscientes, porque, además, se ha hecho sin provocar ningún daño especial en un país tan tremendamente machista como era España. Lo que este país era hace 50 años en esa materia era horroroso y criminal. Ahora todos reconocemos que el avance de la mujer es inexorable e imparable. En este despacho la mayoría son mujeres, clarísimamente: son más decisivas, son más fuertes, saben más idiomas… En el ámbito deportivo están demostrando una capacidad de acción y un espíritu de equipo que es una maravilla.

Pero en España sigue habiendo restos de machismo: existen aún consejos de administración en los que no hay ni una sola mujer, y en los altos niveles de las administraciones su presencia es todavía muy baja. Démonos por perdidos los hombres, porque esto ya no hay quien lo pare. El tránsito de la mujer española al protagonismo global es algo de lo que podemos presumir en este país.


He leído que usted dice que “España es el país de Europa con mayor desigualdad social”. ¿Por qué?

Sí, es un dato muy serio. Y Estados Unidos es el país con más desigualdades del mundo. Allí, el 1% de la sociedad tiene el 40% de la riqueza y posee el 50% de todos los bonos, obligaciones, acciones y fondos de pensiones… Y la brecha sigue aumentando. Eso produce una liquidación de las clases medias, que son el núcleo del sistema, y convierte a los países en insostenibles. Esto sucede en toda Europa y, dentro de Europa, España es el país con más desigualdad. Es una realidad medida, no es una opinión. O corregimos eso, o no tenemos nada que hacer.

¿Cómo?

Hay dos técnicas: la fiscal, y la de compensaciones, de ayudas a las clases más desfavorecidas. Los modelos nórdicos nos dan lecciones a borbotones.

¿El paro millonario tiene salida?

¡Claro! Lo estamos viendo ya en España. Lógicamente, si en vez de crecer al 3,5 lo hiciéramos al 5,5 o 6, veríamos cómo inevitablemente repuntaría el empleo con más fuerza. Lo que me cuesta entender es la alta tasa de desempleo juvenil. En otros países europeos, como Alemania o Austria, el paro juvenil sólo representa el 5%. En España es del 50%. ¿Cómo? ¿Por qué? Pues tendremos que imitar lo que hacen estos países, para revertir la situación. Es lógico que haya algo de desempleo juvenil, pero este 50% es la cifra más absurda con la que tenemos que enfrentarnos.

Usted llegó a la cima con 27 años. Hoy, con 27 años, muchos no cotizan en la Seguridad Social. ¿Cree usted que las generaciones pasadas han sabido dejar paso a las nuevas generaciones?

Se habla de una generación perdida, que existe. Y corremos el riesgo de tener una segunda generación perdida… La expresión “generación perdida” es muy dramática, pero es así.

¿La transparencia es un objetivo institucional, o es el primer mandamiento de la ética política?

Es el primer mandamiento de la Democracia. No es que el sector público nos haga el favor de ser transparente, es que el ciudadano tiene derecho a la transparencia absoluta del sector público. Y hemos visto que eso se puede lograr. Un ejemplo muy gráfico es el de Iñaki Azcuna, que fue alcalde de Bilbao y logró una transparencia total en su ayuntamiento. Cualquier ciudadano podía preguntar cualquier cosa sin limitación ninguna.

Azcuna, precisamente, fue considerado el mejor alcalde de España en más de una legislatura…

Fue el mejor alcalde y, además, una gran persona… Me alegra sacar a relucir en esta entrevista a Iñaki Azcuna, porque yo creo que en España no damos las gracias bien. Azcuna debería ser un símbolo de que el buen gobierno es posible.

Se me ocurre otro nombre en esta línea: Adolfo Suárez. ¿Le hemos colocado en el lugar de la historia de España que se merece, o nos hemos conformado con etiquetarle en Barajas?

El reconocimiento internacional hacia Adolfo Suárez ha sido abrumador, y en España, también. Pero, sí, más allá de ponerle su nombre a un aeropuerto, su ejemplo debería ser ofrecido como modelo de manera recurrente. En vez de estar permanentemente descalificando, es interesante que también haya calificaciones positivas a personas que han sido buenas y relevantes para España, como Suárez, Azcuna, y otras figuras, como Alberto Ullastres, a quien quizás usted no conozca, y que fue un ministro de Economía que hizo por España quizás más que ningún otro ministro, y ha sido una persona a la que no hemos valorado justamente. En España, el reconocimiento de méritos ajenos y el agradecimiento son dos asignaturas pendientes…

Muchos hablan de neocon como un insulto. ¿Merecido? ¿Prejuicio?

Neocon, utilizado como neoliberal, en estos momentos, significa un insulto. Si hay algo completamente contrario al liberalismo es lo que se entiende por neoliberalismo.

Garrigues, el hombre pegado a un globo terráqueo. ¿Qué piensa de los que creen que España es el ombligo del mundo?

Que se equivocan. Igual que los que opinan que España es el peor país del mundo. ¡Qué importante es el equilibrio…! Me sirve mucho aquél buen consejo: “Recuerda siempre que eres único. Como todo el mundo…”.

REBOBINANDO

Y podríamos seguir hablando horas de Derecho, del mundo, de empresas, de emprendedores, de comunicación, de libertades, de proyectos, de culpas, de méritos, de cruces, de rayas, del mar y de los peces. Pero Antonio Garrigues es un caminante activo. Nada más lejano a un jubilado sin reloj… y sin pasiones…

Antonio Garrigues es un humanista ecuánime. Un liberal educado, respetuoso, inteligente. Habla largo y tendido, con visión de presente, de pasado, y de futuro. Es una entrevista a tres generaciones de españoles en la picota del país.

Realista. Ni histerias. Ni pasotismo.

Activo. Ni inmovilismos, ni azacanamientos.

Práctico. Ni teorías de humo, ni máquina de ejecutar.

Abierto. Con ideas, pero con oídos.

Universal. Español, pero conectado a un mundo global.

Liberal. Sin poses. Sin pancartas. Con conocimiento de causa.

Demócrata. Con fuste. Coherente.

Reflexivo. Contemplativo. Escritor. Ensayista. Autor.

Garrigues. Aunque el apellido suene rotundo a película de Michael Douglas haciendo de tiburón, nos encontramos a un caballero entrañable. Este señor que conecta con la sociedad digital tiene 81 años y el entusiasmo de un becario aventajado.

En el país de los abogados estirados, otrosí digo, y para que surta los efectos oportunos: Antonio Garrigues es –muy a pesar de su sencillez- una especie de Delfos de la Democracia en zapatillas de paño. Con perdón.

Este Walker sigue su camino dejando huella.

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