La historia del otro “Lobo” de la Guardia Civil, cuya infiltración contribuyó en 2002 a la desarticulación de la cúpula del GRAPO

El pasado lunes, la Sección Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional condenó a nueve miembros del GRAPO a entre seis y catorce años de prisión. Las sentencias están basadas en la documentación incautada en su día y en el testimonio de un testigo protegido. Pocos dudan de que ese hombre es en realidad un agente infiltrado, que los propios activistas describen con pelos y señales.

Fernando Pérez López es un nombre ficticio de alguien que no existe. Pero durante cinco años encarnó a un comprometido activista de organizaciones cercanas al Partido Comunista Reconstituido (PCE r) brazo político de la banda terrorista GRAPO. Realmente, se trataba de un agente de la Guardia Civil que, injertado en la organización terrorista, logró “reventarla” por dentro.   A raíz de la detención, entre julio y noviembre de 2002, de una quincena de presuntos miembros y colaboradores del GRAPO en Francia y España, se hizo pública, a través de los relatos de los propios activistas, el trabajo desarrollado por esta persona.   La historia abarca desde 1997 hasta 2002, etapa durante la cual este miembro de la Guardia Civil que se hacía pasar por un joven alborotador de izquierdas, llegó a Madrid –supuestamente desde Barcelona- se instaló en una pensión de la calle Mesón de Paredes, en el centro de la capital, y comenzó a dejarse ver en círculos cercanos a los GRAPO.   Dentro de la maraña de organizaciones de izquierda y anarquistas que existen en nuestro país, muchas legales y algunas ilegales, Fernando Pérez López, nombre con el que se daba a conocer el agente, se comenzó a mover por la plaza de Tirso de Molina contactando con diversos movimientos del citado perfil. Finalmente, consigue introducirse en la Cruz Negra Anarquista (CNA) gracias a la amistad con un miembro de dicha organización.   Pronto comenzó a colaborar con la CNA en Madrid y también con la AFAPP (asociación de familiares y amigos de presos políticos). Para dar mayor credibilidad a su cobertura, el infiltrado reconocía no compartir del todo el ideario de dichas organizaciones y dejó claro que se inclinaba más por el marxismo pero que las organizaciones marxistas no tratan apenas presos, colectivo por el que decía estar interesado.   Dentro de la personalidad que el agente adoptó para lograr introducirse en las citadas organizaciones, destacaba su esfuerzo para no causar nunca problemas que pudieran delatar su verdadera personalidad, su disfraz y el objetivo de sus movimientos. El agente era puntual, colaborador, y nunca decía que no a implicarse en cualquier actividad, según el testimonio de los propios miembros de las organizaciones donde consiguió entrar. Otro de los aspectos que llamaba la atención a estas personas es que “Fernando” jamás tomó drogas o se emborrachó en el tiempo que estuvo con ellos. Siempre tuvo, por tanto, plena conciencia de sus actos y palabras.   También ideó una historia personal de malos tratos por parte de su padre e, incluso, llegó a llevar a algunos compañeros de la organización a visitar a su supuesta madre en Barcelona. Funcionaba en su día a día como un bohemio: era una persona de escasos recursos económicos. Vestía y comía muchas veces de prestado. Sólo dispuso de trabajos eventuales como albañil, camarero o mensajero. Durante sus años de infiltración, el agente llegó a dar charlas a colectivos sociales e incluso fue golpeado y detenido por agentes de la policía con ocasión de alguna protesta.   Finalmente, habiéndose ganado la confianza de los demás miembros de la organización, comenzó a cartearse con presos de los GRAPO y PCE(r), cambió de organización y abandonó la Cruz Negra Anarquista para ingresar en las AFAPP. Desde allí “dio el salto” más tarde, hasta militar en los GRAPO.   El primer fruto de su infiltración parece haber sido la detención, en noviembre de 2000, de Eduardo García en Madrid y otros militantes del PCE(r) y GRAPO en Francia, sucesos casi contemporáneos. Para no ser señalado, el agente “Fernando” actuó mostrando miedo por esas detenciones y haciendo ver a los demás militantes que podía estar fichado, por lo que necesitaba estar un tiempo fuera de juego.   Pero ese mismo año, participó en la contra-manifestación del 20-N en Madrid y volvió a ser detenido por agentes de paisano, esta vez junto a un militante de la CNT de Aranjuez. Los miembros de las organizaciones donde logró “colarse” consideran ahora que esas capturas y los golpes que recibió durante aquellas redadas fueron únicamente ayudas para su cobertura.   Los miembros del CNA y la FRAPP sólo detectaron la posible “doble vida” del miembro de la Benemérita a raíz de la detención en 2002 de 14 miembros del GRAPOy del PCE(r) en Madrid, Galicia, Vitoria y París. En esta operación cayeron miembros de la cúpula de la organización, como Marcos Martín Ponce. Es entonces cuando entre los detenidos aparece “Fernando”, que había sido capturado junto con un miembro de la banda en un piso de Madrid. La supuesta detención apareció publicada en distintos medios de comunicación.   La operación fue dirigida desde España por el juez Baltasar Garzón, titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, que decretó cinco días de incomunicación para los detenidos. Cuando los abogados de los reos reclamaron ver a sus clientes, el magistrado afirmó sorprendentemente que sólo respondía de cinco detenidos: no tenía noticias del tal Fernando Pérez López.   Durante las sesiones del juicio, el agente –que declaraba en calidad de testigo protegido- afirmó haber conocido a entre 150 y 200 militantes del PCEr durante su infiltración. También reconoció que sus tareas en las organizaciones de las que formó parte le permitieron acceder a mensajes y cartas de los GRAPO cuyo contenido hizo llegar a sus mandos en la Benemérita.   En sus foros de Internet, los miembros de estas asociaciones cercanas a los GRAPO reconocen que el daño producido por el agente ha sido enorme. También se sorprenden del operativo desplegado por las fuerzas de seguridad. Alaban la verosimilitud de la infiltración, que fueron incapaces de detectar.

 

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