Alberto Campo Baeza, arquitecto

“Socializar el suelo es de sentido común. Un bien que se nos da gratuitamente a toda la humanidad no puede convertirse en centro de la especulación”

Alberto Campo Baeza es catedrático de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid y una vasija de premios. Es el apóstol moderno de la arquitectura auténticamente poética, y el martillo de herejes contra los que venden el suelo a precio de oro mientras venden su propia alma…

Campo Baeza, delante del mirador de la azotea de su estudio. Discreto, pero exclusivo.
Campo Baeza, delante del mirador de la azotea de su estudio. Discreto, pero exclusivo.

Don Alberto es un campo abierto cuajado de sabiduría. Huyó del dinero fácil poniendo los pilares en la solidez de su profesión, e iluminó los rincones de España con edificios que son joyas honestas. Buenas. Bonitas. Baratas. Auténtico. Libre. Catedrático tuteable. Alérgico a las tramas, a las burbujas, a las firmas venenosas, al travestismo arquitectónico, y al afán de los más “listos” por arramplar, con gula, con todos los proyectos. Discretamente en la cumbre, rodeado de sobriedad y de admiración. Brama a favor de la socialización del suelo, pero no es de Podemos. Es, más bien, de Debemos.

En la zona más Salamanca de Chueca, uno de los humanistas más luminosos de la arquitectura española tiene su fábrica de ideas. Un lugar intenso, sencillo, suficiente. Cuando llamamos al timbre, él y su equipo están juntos, de café, en la cocina del estudio. Sonríe. Porque los catedráticos también sonríen. Y nos hace pasar hasta la guinda de la casa, a la azotea más somera y más brutal del Madrid de los áticos sucios con antenas, tendederos, y ya.

Hombre de blanco sobre fondo blanco. Amable. Sin reloj, conversamos entre maquetas. Me he leído todo su book de palabras en Google, empezando por su antología en Jot Down, y he visto sus casas, y he querido pedirle una a los Reyes Magos.. Esencial. Contemporáneo sin tics. Con cimientos armados. Sin pozos de mis-cosas. Un currante con pedigrí profesional como la copa de un sauce llorón. Alegre.

Desarmado por tanta sencillez, yo, que venía a entrevistar a un señor de renombre, ocupadísimo, y de la jet, me derrumbo entre chillidas de pared y los tejados postvacacionales de la ciudad.

Planta, alzado y perfil. Hablamos. En río. Por donde nos lleva la corriente.

Hacer arquitectura: divino tesoro, piensan los jóvenes arquitectos de mi generación…

Me preocupa enormemente que el presente y el futuro laboral de los nuevos arquitectos españoles estén en una situación tan difícil, y no es sólo un problema derivado de la crisis. El tema es que en España hay más de 50.000 arquitectos, y otros muchos estudiando la carrera: una cifra excesiva.

¿Se intuye algo positivo detrás de esta situación que afecta a miles de titulados noveles?

La arquitectura es la profesión más bonita del mundo. Es una actividad complicada, que no compleja, pero es hermosísima. De las nuevas generaciones de arquitectos, muchos salen fuera de España, y eso, en un cierto sentido, me parece positivo. Salen, no sólo por la crisis, sino porque están muy solicitados porque la formación que se da en España es francamente buena. Kenneth Frampton, que es el profesor más prestigioso de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia, afirma que la Escuela de Arquitectura de Madrid es la mejor del mundo. Esto no es chovinismo. Es verdad que la Escuela de Madrid imparte una formación muy completa y muy profunda. Independiente de que tenga sus cosas por dentro, como pasa en todas las universidades. Un arquitecto formado en España, para cualquier estudio del extranjero, es una joya.

¿Las generaciones precedentes abonaron adecuadamente el terreno, o tienen algo de culpa de lo que sucede hoy en el gremio?

 

El trabajo que han tenido los arquitectos en los últimos 10, 15, 20 años era excesivo, y si se hubieran puesto los medios para un reparto equitativo, las cosas serían distintas. Quizás se entienda mejor si lo explico con el ejemplo de la Medicina: un médico puede atender 10-15 pacientes al día, pero no 100. Antes algunos arquitectos estaban atendiendo mil enfermos al día. Firmaban, y firmaban cosas que no habían visto. Eso sigue pasando hoy con algunos arquitectos del star system…

Un ejemplo cercano. Recientemente he ganado, ex aequo con Richard Rogers, el arquitecto de la T4, el primer premio para hacer el nuevo edificio para el Museo del Louvre en Lievin, cerca de París. Después, la ministra ha decidido que el proyecto lo hará Rogers, y yo le felicité inmediatamente. Pero, cuando luego he visto su proyecto,  tengo la impresión de que no es suyo... Será de sus colaboradores. Sinceramente, creo que no es un proyecto bueno. Y Rogers es un muy buen arquitecto. No lo digo porque no lo haya ganado, porque he ganado con él, sino porque, si los arquitectos dedicaran más tiempo a sus proyectos, saldrían mejores proyectos.

Una consideración interesante es asumir que los buenos proyectos no están reservados a genios de la naturaleza. Genios podían ser Gaudí, Mies van der Rohe o Le Corbusier, pero se puede hacer una arquitectura incluso mejor que la de ellos a base de trabajo. Si usted ve 10 pacientes al día, los atenderá perfectamente. Si ve mil, es imposible.

Hasta hace pocos años, un arquitecto que veía mil enfermos se forraba. La sociedad española tiene la sensación de que los arquitectos son gente rica, y eso se acabó hace mucho tiempo. Son cuestiones que deberían vigilar los colegios de arquitectos, que son responsables de cuidar un reparto justo y equitativo del trabajo, pero ni lo han hecho, ni lo hacen, ni lo harán. Sé que el tema es delicado, y que algunos pensarán que hago propuestas comunistas. Pues no, yo estoy haciendo propuestas sensatas.

¿España cuida su arquitectura o en el país del pelotazo urbanístico la ética y la estética son lo de menos?

Lo que hace el arquitecto es ordenar. Un arquitecto debe saber diseñar una silla, y también ordenar el territorio. El urbanista es un arquitecto capaz de ordenar un país, una ciudad, un barrio, una casa, un cuarto de baño…

En el orden del territorio ha habido grandes fallos. Manhattan, por ejemplo, sigue siendo válido. Su orden es modélico, con sus calles y avenidas en retícula, como una grilla romana. Al final, la distancia más corta entre dos puntos sigue siendo la línea recta, y las manzanas, con o sin Newton, caen en vertical. La naturaleza nos habla de orden. Gracias a esa vigilancia y a ese cuidado por ordenar con esmero el territorio, en Manhattan se pueden levantar ahora cien torres más y no pasa nada, porque es una ciudad bien proporcionada, muy bien ordenada.

Por irnos a lo más cercano, el Barrio de Salamanca, o la Barcelona de Cerdá son otros modelos interesantes, que nos hablan de ciudades ordenadas donde no da igual cualquier cosa.

¿España está ordenada?

España está bastante desordenada. No me quiero meter en temas políticos, pero para ordenar hay que tomar decisiones.

Madrid admitiría todas las torres que se quiera. Yo bramo cuando veo una operación inmoral de corrupción en el origen de algunas torres. Y que conste que me parece que las cuatro torres están muy bien, marcan un gesto y una referencia de la ciudad que da gusto, pero su manera de empezar no fue muy clara. ¿Por qué permite usted hacer cuatro torres ahí, y no en Atocha? Porque en Atocha se podría hacer una, o más de una, con toda paz, al ser un enclave entre estación, trenes, metros y autobuses que podría dar mucho juego.

50.000 arquitectos. Y más facultades. Más universidades. Más…

No entiendo que gobiernos no especialmente conservadores hayan permitido que hayan florecido como hongos tantas universidades privadas sin garantías de calidad. No puedo entender que una universidad privada la dirija alguien que no es doctor o catedrático. ¿Ser catedrático es garantía? Aunque no todos sean maravillosos, es mejor que lo contrario. Tu abuela puede poner una escuela privada de Sociología, y el Gobierno –el anterior y éste- se lo permiten.  

Soy un defensor a ultranza de la universidad pública. Y estoy orgulloso de ser catedrático de una universidad pública, la Universidad Politécnica de Madrid que es de la máxima calidad.

Es usted premio a la excelencia docente de la Politécnica de Madrid. Una reflexión en voz alta sobre el comentario que escuché en el metro en estos días de matrícula: “La Universidad es una estafa”.

No estoy de acuerdo. Defiendo la universidad pública española con uñas y dientes. En líneas generales, la universidad pública española es magnífica. Salvo contadas excepciones, mucho mejor que la privada. Por encima de las cosas internas que suceden dentro de los departamentos, de las facultades o de las escuelas.

La universidad pública española tiene un tono general muy alto. Lo asimilaría a la Seguridad Social. Los dos temas por los que algunos protestan siempre, la sanidad y la enseñanza, ahora mismo en España, independientemente de sus orígenes, son magníficas. Cada vez que voy a la Seguridad Social felicito a sus profesionales por lo puntuales, limpios y eficaces que son. Mi experiencia en la Seguridad Social es como para darles un aplauso cerrado.

La universidad pública española es magnífica, independientemente de sus defectos. Y la relación calidad-precio, también.

De lo que sé de usted me interesan muchas cosas. Vayamos por partes. Me interesa que su arquitectura es auténtica y libre. Dos cualidades complicadas en un contexto de crisis. ¿Cómo se consigue ser uno mismo y hacer arquitectura a conciencia, cuando la dinámica social es aprovechar cualquier oportunidad?

Aprovechar cualquier oportunidad a cualquier precio será la dinámica de los que piensan que el dinero es su máxima referencia. Para mí, una oportunidad no radica en la dimensión o en los honorarios de un proyecto, sino en que sea un proyecto verdaderamente interesante donde pueda expresarme con libertad.

Quería decir que, para muchos arquitectos, hoy, decir que sí a cualquier proyecto es una –a veces la única- oportunidad para sobrevivir…

Puede parecer cruel que, con mi edad y mi posición, no esté de acuerdo con ese modo de proceder. ¡Claro que defiendo a la gente más joven! ¡Me dejo la piel intentando que haya puestos de trabajo para todos! Pero también digo con toda claridad que es posible conseguir progresar en la profesión con honradez, sin agarrarse a lo primero que sale, sin hacer cosas inmorales, que es lo que han hecho algunos arquitectos durante mucho tiempo. Algunos firmaban y cobraban cosas que no estaban bien.

Un arquitecto debe ser honrado, y eso no significa ser escrupuloso. Nichos de trabajo hay, o dentro, o fuera. Una vía accesible a todos es participar en concursos. Yo he participado en numerosos concursos, y he perdido bastantes. Varios de los edificios que he hecho ha sido por concursos. ¿A estas alturas se presenta a concursos? Pues sí señor. Me he presentado al del nuevo edificio del Louvre, a levantar una torre en Dubai… ¿Es que se presentan muchos? Sí, claro. ¡Pues a trabajar mucho y bien!

Yo he tenido demasiada suerte, pero apoyado en un trabajo ingente que, gracias a Dios, tiene que ver con lo que me gusta.

Mi arquitectura es libre, sí. ¿Y eso significa que uno gana menos dinero? ¡Pues sí! Pero, cuando voy al Carrefour, en vez de comprar un queso de marca que cuesta 5,50 euros, compro el genérico, que es mucho más barato. Y ahí se acaba la supuesta tragedia.

Su arquitectura es honesta. Buena. Bonita. Barata. Yo pensaba que los grandes arquitectos eran sólo para la clase alta o para la clase gourmet…

Eso es una equivocación absoluta. Me gusta hacer edificios que sirvan para los demás, como un servicio. Que haga felices a las personas, aunque dicho así quede un poco cursi…

Hace unos meses publiqué un artículo en la web de la Fundación Arquia titulado, precisamente, ¿Quiere usted hacer una casa buena, bonita y barata? Llame a un arquitecto. Ahí cuento mi experiencia personal con la construcción de la Casa Gaspar, en la provincia de Cádiz. Contaba en su día con un presupuesto de 20.000 euros. Fue una casa baratísima, que luego se difundió por medio mundo. A los tres días de publicar el texto me pidieron tres casas por mail. Contxi, Marta, y Javier. A los tres les he mandado dibujos con mis propuestas. Y se los ha tragado la tierra. Yo estoy más que dispuesto.

A mí lo que me gustaría hacer es vivienda social. Para una vez que me encargaron vivienda social hubo corrupción de por medio, porque a uno le pasa la corrupción muy cerca, y dejé la dirección de las obras, o me echaron. Jamás me han vuelto a encargar más. Estaba orgulloso de que aquellas casas sociales que había trabajado tanto fueran muy radicales, buenas, bonitas, y baratas, muy racionales, muy sencillas…

Hay quien piensa que los mejores arquitectos son los que hacen las cosas más estrambóticas, y más raras: edificios que se retuercen, que se inclinan, que se colorean... La gente se arrodilla ante ellos, como si fueran el no va más… ¡Eso no es la nueva arquitectura! En todo caso, pueden ser Instalaciones. La creación contemporánea, que a mí me entusiasma, es una cosa, pero los arquitectos que montan tinglados raros que no responden ni a la función, ni a la buena construcción, ni a ninguno de los principios básicos que propugnaba Vitruvio: belleza (venustas), firmeza (firmitas) y utilidad (utilitas). Donald Judd o James Turrell son muy buenos artistas, pero no son arquitectos.

Manuel Vicent, que escribe como los ángeles, describía en un artículo a los padres de un arquitecto que vivían en la casa que les había hecho su hijo, en la que no podían ni moverse. Estaban encantados con la obra de su hijo, pero sufriendo, porque no eran libres para habitar su propia casa. A mí eso me parece una salvajada.

La arquitectura debe funcionar, debe estar bien construida, y debe centrarse en economías ajustadas, sin despilfarros. ¿Y con eso es posible hacer la mejor arquitectura? ¡Sí señor! ¡La mejor arquitectura del mundo!

Su arquitectura es sencilla, cuando lo normal es que en el discurso social haya palabras de más y adornos por doquier. ¿Cómo se aprende a defender lo esencial y repudiar lo que no es preciso?

Para hacer las cosas sencillas hay que estudiar mucho. Puede parecer demagógico, y tiene algo de pedagógico, pero creo que es fácil de entender para los que no son arquitectos: yo estoy disfrutando ahora leyendo la Odisea de Homero por enésima vez. Y de ahí se aprende mucho. ¿Pero para su arquitectura es útil? ¡Utilísimo!

Los que van a ser arquitectos deberían tener una formación más humanista, y eso tendría que entrar con naturalidad en los planes de estudio.

La sencillez está de moda, por el minimalismo. Pero el minimalismo es forzado. Está muy pensando y tiene mucho diseño detrás. ¿Es esa la sencillez contemporánea?

Yo me niego a que me encasillen entre los minimalistas. El minimalismo es un punto de partida, o una opción con la que yo no estoy de acuerdo. Con el minimalismo usted podrá ir vestido de monje por la vida, estar en una habitación vacía, y comer sólo huevos fritos o nata porque son blancos. A mí eso me parece una estupidez. Como planteamiento artístico de un pintor, de acuerdo, pero un arquitecto no puede ser minimalista.

Otro término que me interesa más es el de la arquitectura poética. Cuando alguien escribe poesía nadie dice que sea minimalista. ¡Al revés! Las palabras de un poema son más olorosas, más ricas… En la poesía, lo normal es usar menos palabras y conseguir que cada una de ellas, y entre ellas, sean capaces de resonar. Con eso me identifico más: lo mío intenta ser una arquitectura más sencilla, una arquitectura poética.

Decía María Zambrano, orteguiana ella, como no podía ser de otra manera, que “la poesía es la palabra acordada con el número”. Es una definición de una precisión absoluta. Más que decidir ser minimalista, lo interesante de verdad es tener una vida más profunda, más esencial, más precisa. Sacarle partido a las cosas que haces. Aprovechar bien el tiempo.  ¡El tiempo! ¡El tiempo es un tema central en la vida!

¿La sencillez de su arquitectura tiene que ver con la primacía de lo blanco?

El color es más que interesante, pero no es nada fácil. Siendo una cosa fundamental en la pintura, en la arquitectura es más complicado. Te pondría el ejemplo del Partenón. Si lo viéramos ahora con todos sus frisos y sus metopas coloreados, coincidiríamos en que es horroroso. Sin embargo, ver los frisos sin color, como están ahora, es una maravilla.

Su arquitectura es intensa. Un calificativo curioso ahora que todos estamos dispersos contemplando decenas de horas al día la pantalla del móvil. ¿Cómo se concentra, para ser intenso, usted que también habita en el siglo XXI?

Porque no tengo móvil... Mi padre me decía: “Hijo mío, que te fijes”. Poner atención en las cosas que estamos haciendo es la manera de hacerlas bien. Atender. Repasar. Leer. Volver a leer.

De cada uno de mis proyectos hago muchísimas maquetas. Vas viendo, vas tensando, vas afinando, vas cuantificando la luz. Eso es intensidad, profundidad. El aprovechamiento del tiempo es una cualidad imprescindible para el que quiere ser un buen investigador, y también un buen arquitecto.   

Su arquitectura es bella. ¿Qué es la belleza en este universo de subjetividades de pancarta?

La belleza es de los temas centrales de la vida, como la libertad. Con los años, uno entiende el valor de esas palabras tan grandes, ¡y casi las toca! Me hizo mucha ilusión cuando, a una persona que trabajaba en el edificio que hice para la Caja de Granada, se le saltaron las lágrimas al entrar por primera vez allí. A mí se me saltan las lágrimas cada vez que entro en el Panteón de Roma. La belleza es capaz de hacerte temblar, como cuando lees las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. ¿Y esa posibilidad de hacer temblar con cosas bellas está reservada sólo a los Jorge Manrique? ¡No! ¡Usted también puede! ¡La belleza no está reservada a unos pocos genios!

Mi madre me acercaba a la arquitectura a través de Gaudí. Y a mí sigue sin gustarme Gaudí, y eso que era un bendito y un santo, y lo que hizo era muy bonito, pero a mí me parece que era una arquitectura excesivamente específica, excesivamente subjetiva, menos universal y menos transmisible. Más personalista. Entre Velázquez y El Greco, me quedo con Velázquez, que es más universal en todo lo que hace.

¿Sobre buen gusto hay mucho escrito?

Sé que la belleza es un tema extenso, y que no es fácil. Stefan Zweig hablaba en sus escritos de la capacidad de trascender y de conectar con lo eterno, y es una línea de pensamiento interesante que dice mucho sobre la belleza. Era un tipo brillantísimo, y su texto sobre la belleza, El secreto de la creación artística, es precioso.

Sobre la belleza habla muy a fondo San Agustín, y Plotino lo hace también con una claridad meridiana.

El buen gusto es distinto. La belleza es más profunda, más fuerte. Puede haber cosas bellas de menos gusto. Por ejemplo: Bacon es un pintor del que hay cosas que me parecen muy hermosas, aunque no tengan muy buen gusto. Lo vemos en obras crueles, como el retrato de Inocencio X. Y sin embargo es una obra muy potente y muy intensa.

Su arquitectura es humana. En un país en el que tener una casa digna es una preocupación para millones de familias, ¿hemos prostituido la esencia de un hogar?

¡Dicho así suena tremendo! Es verdad que la principal obsesión, no sólo de los españoles, sino de todo el mundo, es tener una casa digna. La casa es tema central de la arquitectura. Un arquitecto que impone su capricho o su invención no tiene sentido, porque debe saber que el objetivo de su trabajo son las personas, y sus espacios deben hablar de libertad.

En arquitectura, la casa es fundamental, como avalan los grandes arquitectos de la historia. Yo he hecho muchas casas porque no me encargaban otra cosa. Las he hecho y las sigo haciendo muy a gusto.

La arquitectura no debe ser nunca un desahogo personal, sobre todo porque las cosas cuestan y deben ser útiles y estar bien construidas.

He leído su propuesta de socializar el suelo. ¿Podemos?

¡Para nada! Socializar el suelo es de sentido común. Un bien que se nos da a toda la humanidad gratuitamente no puede convertirse en centro de la especulación.

…Digo que si es posible avanzar de verdad en esa propuesta…

¡Ah! Pensaba que me preguntaba por el partido político…

En realidad, la propuesta que hice en un texto que titulé Socializar el suelo o morir era triple: socializar el suelo, cerrar las fábricas de coches, y vivir sobriamente. Me explico. La última se entiende muy bien: no se trata de ser un monje, sino de disfrutar de la vida a fondo. Y eso es compatible hasta con el pacharán.

El coche, igual que el móvil o la televisión, se han convertido en objetos imprescindibles, cuando son totalmente prescindibles. Yo, por Madrid, no voy ni en bicicleta, ni en patines, ni en coche. ¡Voy en metro, que es bueno, bonito y barato! El transporte público en Madrid es maravilloso. Con cerrar las fábricas de coches quería expresar que no son imprescindibles, y así acabar con la burbuja de los coches, que es como la burbuja inmobiliaria.

Mi reflexión sobre la necesidad de socializar el suelo es la siguiente: ¿cómo puede ocurrir que un suelo que un día no vale nada, al día siguiente, porque un señor arquitecto, un técnico, ha firmado un papel, valga cien mil veces más, y sea motivo de especulación? La culpa de la burbuja inmobiliaria no es tanto de la construcción, que nunca ha sido cara, sino de su implicación sobre el suelo, que es donde han rebañado todos éstos. El suelo es de todos.

Si la arquitectura no es antropocéntrica, ¿es egocéntrica?

La arquitectura debe tener siempre una gran dosis de neutralidad. Y debe tener algo más de universal. Y que es antropológica, es decir, que el hombre está en el centro, es clarísimo: todo lo que se hace al construir está centrado en el hombre: la luz, las proporciones, la escala… El hombre universal, siempre, en el centro. 

Su arquitectura son ideas construidas. Ideas. ¿Qué diferencia hay entre una idea y un pronto?

Tú lo llamas pronto, y yo lo llamo ocurrencias. Una ocurrencia es lo que hacen esos arquitectos caprichosos y superficiales a los que se les ocurre hacer un edificio con forma de erizo. ¡Pues no! ¡La forma de erizo tiene razón de ser para un erizo, porque es su manera de defenderse, pero no para un edificio! Y ese que dice: ahora inclino, tumbo, y giro... ¿Su cama está tumbada, o está en horizontal? ¿Y el colchón tiene forma de corazón o de pera, o es rectangular? Pues eso.

Su arquitectura es luz. El presente de un arquitecto es oscuridad.  ¿Cómo se casan vocación, personalidad, y llegar a fin de mes?

Para cualquier buen creador, los medios económicos siempre han sido exiguos. Velázquez era un aposentador. Y Cervantes, pobrecillo mío, pasó más hambre que la mar… Basta con subsistir.

Yo puedo enseñarle mi casa, que tiene 20 metros cuadrados, a cualquier arquitecto de campanillas, y quizás se reiría. Pero es que yo no necesito más. Si tuviera más dinero, quizás viviría en una casa parecida que tenga ascensor, pero poco más.

Es compatible la creación con un fin de mes más que digno.

¿Ha sentido asco alguna vez al ver que los cimientos de mucha arquitectura estaban corrompidos por las primas?

Sí. Alguna vez sí. Del proyecto que tuve entre manos para construir viviendas sociales me echaron porque me negué a la corrupción. Fue un tema público. Muy cruel. Muy duro. Sentí asco al pensar en la cantidad de gente que había cedido… Si cedes, en arquitectura y en todo, pasa lo que pasa…

Me da asco la parte de nuestra sociedad para la que el dinero es el dios. Y me sigo preguntando muchas veces de dónde sale tanta gente con tanto dinero. En esta misma calle hay una tienda donde una camisa rebajada cuesta 74 euros, y yo las compro en Springfield por 14 euros, y en H&M las he llegado a adquirir por 5 euros. Y voy decente y limpio.

Me da asco, aunque esto suene a comentario de antiguo, que esta sociedad haya perdido los valores morales. Alguna gente, por dinero, vende a su padre.

La crisis ha puesto en su sitio la burbuja del ladrillo. ¿Pero ha servido para meter en vereda a las constructoras?

No. Para nada. Para nada. Para nada. Mi experiencia con alguna constructora ha sido mala, muy mala. No hablaré más, porque, si no, te contaría cómo jugaban al tenis el director de una constructora con el director general de lo que fuere… Tú me dirás…

Las firmas falsas son una sospecha latente. Los dichosos 3% siempre han estado firmados por algún arquitecto.

¿Qué arquitectos españoles están en los cimientos de la arquitectura contemporánea universal?

Pienso que en el cimiento de la arquitectura española contemporánea están los que fueron mis maestros: Oiza, Sota, Fisac, Carvajal y Cano Lasso. Estos son los básicos. Los críticos a veces son muy puñeteros. Oiza es un genio de primer orden, pero como a muchos críticos no les parecía tan simpático… Fisac, independientemente de sus historias personales, en las que no me meto, nos ha legado una arquitectura de primerísimo orden. En su caso, no han sido sus cuestiones personales las culpables de que no se le haya reconocido, sino la crítica española e internacional, que ahora empieza a valorarlo.

Tengo la esperanza de que el tiempo les hará justicia.

¿Cuáles son los pilares de su vida?

El primero, la fe. He tenido la gran suerte de que mis padres me la transmitieran. Un regalo inmerecido que procuro cuidar. Otro pilar importante es la libertad, que no es hacer lo que a uno le da la gana, sino el tener una responsabilidad más profunda. Destacaría también la cultura, que agradezco enormemente haber respirado desde niño. La educación es también un pilar clave. Me eduqué en un colegio de los marianistas, que son gente magnífica. De ellos, además del francés impecable, aprendí ese espíritu de libertad. Y todo con un buen sentido del humor que procuro no perder nunca. Soy un desastre, pero muy feliz, y no puedo más que dar gracias a Dios por todo.

¿Y qué le gustaría ver cuando esté sobre el tejado?

El Panteón de Roma o las azoteas de Nueva York. Hace tres semanas estuve en la azotea del Metropolitan de Nueva York, desde donde se observa una visión de la ciudad maravillosa. Con varios amigos y con una copa de cava, como en la gloria.  

¿A qué espera cuando mira por la ventana?

¡Al santo advenimiento! (Risas) ¡Uno no se asoma a la ventana a esperar! La esperanza es algo mucho más profundo…


REBOBINANDO

El Catedrático de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, profesor en Zúrich, Lausana, Philadelphia, Dublín, Ithaca, Nueva York, París, Nápoles, Kansas y Washington, es un enseñante. Porque de los pilares, las vigas y los contrafuertes materiales se aprenden cosas para la vida, y encima parecen sencillas.

El ganador de los RIBA International Fellowship 2014, Arnold W. Brunner Memorial Prize 2013, Heinrich Tessenow Gold Medal 2013 o el International Award Architecture in Stone 2013, compra en H&M, vive en 20 metros cuadrados, y me atiende como si fuera el director de The Architects Newspapers, la revista más importante sobre arquitectura de Estados Unidos...

El Premio a la Excelencia Docente de la Universidad Politécnica de Madrid no tiene prisa, ama la divulgación, conecta con los jóvenes más jóvenes que él, entusiasma, contagia. Maestro.

Más allá de todo lo que ha juntado su sangre y su forma de ser, Campo Baeza, el arquitecto, ha bebido de los grandes arquitectos españoles del siglo. Es, pues, un a modo de síntesis. Un resumen aprendido y encarnado. Porque, para ser buen maestro, hay que ser antes buen alumno.

Blanco. Como el de la nieve, la leche, el azúcar, la sal, o el lecho de la idea, donde se aposenta después el trabajo bien hecho. Con pasión. Con arte.

Blanco. El color de la luz solar que algunos cuerpos reflejan sin descomponerla. Como Campo Baeza, la persona.

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