Piano con la mano izquierda para una vida con el pie torcido

Manuel López durante el recital celebrado en Torremolinos en agosto de 2021.
Manuel López es una estrella del piano. Empezó a tocar a los cuatro años y terminó la carrera en el Conservatorio Municipal de Música de Madrid con diecisiete primaveras. Conciertos, recitales, premios, escenarios nacionales e internacionales. Pero una distonía focal inoportuna se convirtió en zancadilla en plena ascensión hasta la cumbre. Dolor. Una operación desesperada de alto riesgo. Un ictus. Una depresión profunda. La mano derecha fuera de juego y la música palpitando en su desesperación. Hasta que descubrió que una mano izquierda trabajada puede hacer magia e interpretar a Chopin con una soltura grandiosa. Parece fácil, pero es talento y tesón. A pesar de las teclas desafinadas del destino, ha vuelto a los escenarios y a la vida con el licor de sus 43. Nunca es tarde si la melodía apasiona. Señoras y señores, con todos ustedes, el pianista de la mano izquierda y el coraje recto. Un aplauso.

Manuel López vive en Málaga y su vida tiene mucho mar de fondo. Olas que suben. Olas que bajan. Mareas. Tierra seca, océanos, ahogadillas, crustáceos muertos, barcos a toda vela y horizontes. Tsunamis y tornados. Resacas. Anzuelos, aletas, pulpos enredados, estrellas caídas, cangrejos que van para atrás y peces que solo miran hacia adelante.

Madrid, 1982. Naranjito y Felipe González. En la lista de la clase se llama Juan Manuel López Blanco. Tiene cuatro años y acaba de llamar al timbre de la Escuela Municipal de Música de Pozuelo de Alarcón. Los profesores lo comentan a sus espaldas: “Este niño es un prodigio”. Después, un paso hasta la capital: Conservatorio Superior de Música de Madrid. Bebe y asimila el lenguaje de la música con la naturalidad de una esponja. Madura. A los diecisiete años termina con éxito esta carrera de fondo y le dan el premio final de estudios con mención honorífica. Tecla a tecla. Pedal a pedal. Una infancia. Una adolescencia. Premio internacional ciudad de Carlet y ciudad de Albacete. Recitales. Los medios y la crítica avalan que ha nacido, ha crecido y se consolida una estrella del piano.

Una juventud entre Madrid y Rotterdam, y en cada vaivén y cada tarima, avanza el enamoramiento hacia la música, que le lleva a cualquier parte entre saludos, asiento, manos que bailan con maestría sobre el teclado, música que sabe a cielo en la tierra, reverencia al respetable, aplausos, flashes, sobresalientes y telón.

1999. Manuel López tiene 21 años y mira desconcertado para todos los lados, porque alguien le ha dado al pause sin avisar. Inesperadamente, en la flor de su lozana carrera musical, el brazo derecho ralentiza su virtuosismo. Poco a poco se vuelve tímido, se recoge, se atrinchera, se bloquea, se rebela, se sienta en firme contra el sentido común y se convierte en un muñeco de trapo. ¿Qué es esto? ¿Quién ha apagado la luz? ¿Quién ha ennegrecido el horizonte?

21 años. 22 años. 23 años. A los 24 años Manuel no puede más y aprieta el stop. Es imposible nadar contracorriente de esta manera en una vida atada al piano. Demasiada fuerza del mar y demasiados nudos de viento. Se ha gripado el motor sin explicación lógica. Han saltado todos los plomos. Suenan las tormentas del vacío. ¿Qué pasa? ¿Por qué?

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El brillo de la carrera más joven muta en mate. Jaque mate. Partida ganada. “Entonces me dediqué a hacer muchas cosas que no me llenaban en absoluto, incluso intenté salir del abismo de una vocación asfixiada tocando el violonchelo, pero no”. España. Europa. Trabajos. Proyectos. Nada. No podía seguir sin ahogarse. “Aquello era una cárcel y una jaula”. Lágrimas a pares y a mares. “Añoraba el piano y me latía dentro una frustración muy grande”.

Once años después. Once años con sus meses, sus días, sus minutos, sus segundos, y sus preguntas. Once años con sus “me da igual todo ya en esta vida”. Once años de espaldas. En 2013 Manuel cumple 35 años. Once años después de aquellos primeros síntomas que desamortizaron su mano derecha, los médicos le diagnostican una distonía focal, “una enfermedad conocida como el cáncer del músico”. “No estaba loco. Psicológicamente sufrí mucho, pero no estaba loco”. Once años y unas cuantas pastillas después, le descubren una patología neurológica que afecta al 1% de las personas que hacen música y debuta como un trastorno del movimiento que afecta al músculo. Ahí está el origen de esa contracción de la mano y el antebrazo derecho que otros llaman “calambre del escribiente”.

Manuel respira aliviado porque ya sabe lo que pasa, aunque sea tarde. Pero se ahoga de nuevo cuando ve que los medicamentos y la toxina butolínica no curan. Si yo he nacido para tocar el piano, ¿qué sentido tiene vivir sin poder hacerlo? Google. Consultas. Segundas opiniones. Salto al vacío con evidencia científica al mínimo de batería. Al final del túnel solo hay una prioridad y una obsesión, y se llama cirugía. A pesar del alto riesgo, en diciembre de 2018, el pianista, su Lepanto y la madre que le sostiene a cada instante vuelan a Japón.

22 de diciembre. Día de El Gordo. Quirófano. Talamotomía​: procedimiento quirúrgico invasivo. Se procede a la ablación por radiofrecuencia en el tálamo, el controlador de algunos movimientos involuntarios que habita en el prosencéfalo. El arma contra el Parkinson y la esclerosis múltiple es su única receta y solo un médico japonés está dispuesto a correr el riesgo de meterse en su cerebro para curar la sonora distonía que le ha arrinconado en estas dos décadas mudas.

Tres días después, un macabro regalo de Navidad. Feliz ictus nuevo. La compleja intervención ha originado un infarto cerebral que acaba de cortocircuitar todas las esperanzas de Manuel de volver de Japón resucitado. Silencio. Drama. Depresión. Un año y medio con el electrocardiograma vital en modo ausente. Pi-pi-pi. De pronto crepita el despertar. Amanece una idea que no se le va de la cabeza. “Tengo una mano sana. Mi mano izquierda, ¿podría?”. Y entonces salió del infierno, escaló con cinco dedos, subió de las profundidades, volvió a trabajar, miró de frente a su piano, desafió a su destino y aquí está, de nuevo, tocando como si nada, con una mano izquierda a prueba de renglones torcidos y zancadillas que suena al talento original con el plus del esfuerzo.

Manuel López Blanco es el mejor pianista con la mano izquierda de toda España y el 18 de noviembre da su segundo concierto de su año nuevo en la Fundación Jiménez Díaz. El primero fue el 3 de agosto y todavía suena la emoción, porque aquel día hizo en público su desquite tras “veinte años de vacío” y un homenaje a la madre que parió a un artista al que la música y la voluntad lo han salvado del off. Literalmente.

-¡Y rezar!

-Y rezar.

-Porque en estos años en los que no entendía ningún porqué me he agarrado a una de las cosas más potentes que aprendí en el colegio Retamar.

De momento, Manuel tiene agenda de recitales hasta enero y su ilusión es volver así para siempre. Como el pianista de la mano izquierda. No le queda mucho margen para buscarse actuaciones, pero, entre tecla y tecla, él y su madre exploran oportunidades en las casas de cultura del país. “El pianista de la mano izquierda”. Un invitado especial para conciertos de superación, para programas de talento, para apasionados de la música sin fronteras, para fundaciones que valoran el don y la tarea, el timbrazo de la vocación y el regusto de la misión que se ha impuesto este señor: “Comunicar la alegría de vivir y demostrar que la música lo puede todo”.  

Manuel no es el primer pianista de la historia que se desenvuelve con soltura bailando con sus dedos izquierdos sobre el vasto teclado. Cuando se agarró a lo que tenía para seguir flotando en la música descubrió que hay muchas partituras escritas solo para la mano izquierda. Rossini, Chopin, Bach, Wagner, Gottschalk, Verdi

En el epicentro de la historia del piano a una mano quizá destaca sobre todo la figura de Paul Wittgenstein (1887-1961). Austriaco reconvertido a estadounidense en 1946. Perdió el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial y aquel Lepanto tampoco le cercenó su trayectoria. Siguió tocando solo con el brazo izquierdo y contó con el trabajo de destacados compositores para convertir su posguerra en una discreta epopeya inspiradora.  

Málaga. Mar frío de noviembre. Suena en casa el ensayo del repertorio a una mano divina. Bach. Chopin. Franz Liszt. Scriabin. Serguéi Rachmaninov, Brahms. Albéniz. Palpitan fuerte las ganas de vivir. Teclas blancas. Teclas negras. La caja de esperanza del Yamaha de Manuel respira hondo muchos años después.

            -¿Estás contento?

            -He podido volver y tengo mucha suerte. Estoy lo suficientemente loco y soy lo suficientemente apasionado para estar aquí de nuevo, tocando. Ahora suena en mi cabeza la misma música de cuando tenía doce años. Soy muy crítico conmigo mismo y puedo asegurar que estoy a un nivel estupendo. Al rememorar todo esto, me emociono. Espero comunicarlo cada vez que me pongo frente al piano. Dicho en plata: esta nueva partitura es flipante para mí. 

Se abre el telón. Se cierra un precipicio. Una distonía, un ictus y una depresión heavy después, toca el artista su sueño de amor