Un coronel de Artillería retirado describe de forma demoledora el nuevo Museo del Ejército de Toledo: un Ikea, clínica o tanatorio, sin ninguna alusión al ‘sitio del Alcázar’

El nuevo Museo del Ejército, inaugurado en el Alcázar de Toledo, no cesa de recibir fuertes críticas, sobre todo por miembros de las fuerzas armadas. Los fallos se centran en aspectos de su instalación, pero más aún en el contenido de lo que se muestra, y de lo que no muestra. Una de las denuncia de fondo es que la llamada “Memoria histórica” ha primado sobre todo lo demás.

Ésa es la principal conclusión que formula el coronel de Artillería retirado Jesús Flores Thies, que acaba de cursar una visita crítica al museo y lo ha relatado detalladamente en la revista “Militares”. Se trata de una demoledora descripción. Estos son algunos de los puntos que refleja:

-- El acceso se hace por una funcional y fea fachada que, en vez de una escalera real, da entrada a una fría zona de control e información, un gran espacio en el que se muestran ruinas romanas y medievales descubiertas en las excavaciones del museo.

-- Pasarelas, escalera mecánica, una aburrida y solitaria estatua de la diosa que coronaba la majestuosa escalera del anterior museo, y finalmente se entra por la tienda, cuyo interés es mínimo.

Las ruinas del Alcázar ¿por un terremoto?

-- Tras unos pasillos vacíos, una primera puerta da acceso a ‘La historia del Alcázar’. La información sobre esta presunta historia es mínima. Sólo en una ocasión aparece la palabra “asedio”.

-- En las fotos de las fases del Alcázar, una de ellas, de las ruinas, tiene fecha 1936-1941. Nada se dice de la razón de esas ruinas, si por un terremoto, un defecto de construcción…

-- Hay abundante personal. Una de las azafatas dijo que su jornada de trabajo es de 13 horas, con 45 minutos para comer.

-- En la última planta, pasillos vacíos y en blanco bastante descorazonadores con aspecto de clínica. Paseando por salas-pasillos se descubre lo que hay a los lados, de forma espaciada y con criterios expositivos a veces sorprendentes.

-- Menos de la mitad de la superficie de la planta está dedicada al siglo XX, que incluye la guerra civil española.

 

-- Al principio, una vitrina con pequeñas maquetas de un carro de combate de la guerra del 14, otro alemán de la segunda guerra mundial, un misil ‘Hawk’ de mediados de los 60, un carro francés Renault que sí se usó en la guerra civil, y un poco más allá un uniforme de 1908. ¿Por qué esta mezcla?

-- Recorrido descorazonador. La tienda de Muley Abbas apenas cabe en un rincón. En una vitrina, una bandera, después unos sables, luego una casaca, a 10 metros un cuadro.

-- Muchas zonas están en inexplicable penumbra, como la del cuadro de Bertuchi.

-- Hay dos vitrinas dedicadas a la División Azul y otras dos a los republicanos que combatieron en unidades francesas: absurda la igualdad de trato y de espacio.

La moto con la que hacían pan

-- Después, una moto, una olla y un molinillo de campaña, explicado en letreros bilingües que son “de campaña”. Se oculta que se trata de la moto con la que conseguían fabricar pan los sitiados en el Alcázar.

-- Más allá, algo sorprendente: una trincherita con diminutos sacos terreros, con dos ventanucos que muestran un paisaje de guerra y el tracatraca de las ametralladoras.

-- En otro lugar, una maqueta del ‘Dragon Rapide’ que ABC costeó para llevar a Franco de Canarias a Marruecos: ningún letrero aclaratorio.

-- La explicación, aunque fuera sectaria, de la guerra civil brilla por su ausencia. En un plafón, una docena de fotografías de extranjeros jefes de las Brigadas Internacionales, pero en ninguna parte algo similar sobre la Legión Cóndor y las CTV italianas.

-- Hay un cartel publicitario elogioso del general Miaja, que mandaba Madrid cuando, a lo largo de un mes, se asesinaba dentro y fuera de las checas a miles de militares y civiles.

-- Tras largas caminatas, en otros niveles se ve un mínima parte de lo que la Casa de Medinaceli tenía en el Museo de Madrid, exclusivamente armaduras.

El despacho del coronel Moscardó

-- En uno de los niveles inferiores, dedicados a siglos anteriores, se encuentra una puerta que da acceso al despacho del coronel Moscardó. No es la puerta principal, que es la de la galería sobre el Patio de Armas pero allí nada indica que esa fuera la puerta.

-- En el despacho, en la habitual penumbra, apenas si han dejado algún mueble. Su aspecto es de vacío total. En las paredes desconchadas, pequeños retratos de directores de la Academia de Infantería.

-- Un letrero recoge el parte del día redactado por los defensores donde se habla de la conversación telefónica entre Moscardó y el jefe de las milicias que le amenazó con matar a su hijo. No se dice que fue asesinado una veintena de días después.

-- Junto a la cripta, ningún letrero indica quiénes están enterrados: Moscardó, su mujer y varios defensores del Alcázar.

Mobiliario impersonal

-- Echamos de menos el valioso mobiliario que había en Madrid, sustituido por uno funcional, frío e impersonal. Alguien lo ha comparado con Ikea, otros con una clínica y hasta un tanatorio. El ambiente noble y heroico del museo madrileño ha desaparecido por “criterios museísticos”.

-- Fuera del circuito hay almacenes donde se guardan, nos aseguran, gran parte de los fondos del museo madrileño, excepto lo que ya ha salido para otros y para exposiciones temporales.

-- También guardan lo que había en el fenecido museo del sitio del Alcázar, así como los centenares de placas en homenaje a los defensores donadas por entidades y ejércitos extranjeros.

-- Al salir por la tienda, pobreza de oferta. No hay objetos para recuerdo, gorros, soldaditos de plomo, ni ceniceros con escudos, ni banderines. Sí unas figuritas de plomo de un cruzado, y unos ridículos vestiditos para niños que simulan torpemente trajes medievales. Algunos libros históricos o turísticos, postales... pero nada relacionado con el sitio.

-- En la parte noble del Alcázar, patio, escalinatas, galerías, ni una placa, símbolo, letrero o noticia del histórico sitio.

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