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Carta abierta de un coronel a Rajoy: “A la Policía y Guardia Civil se les ha abandonado y echado a las fieras”

“Ayer sentí dolor y vergüenza al enterarme de que usted proponía diálogo y más dinero, a cambio de que enemigos y traidores depongan su actitud”

Concentración independentista ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Concentración independentista ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

El Coronel de Infantería Gonzalo Escalona Orcao, actualmente en la reserva desde 2014, reclama al presidente del Gobierno una muestra contundente de apoyo a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que están desplegadas en Cataluña para hacer frente a la crisis independentista.


Lea a continuación la carta que el coronel Escalona Orcao ha remitido a El Confidencial Digital:


Respetado Sr. Presidente del Gobierno de España:

Me llamo Gonzalo Escalona Orcao y soy coronel de Infantería. Pertenezco a la XXXV Promoción de la Academia General Militar, en su Tercera Época. Pasé a la reserva en 2014, el mismo día en que cumplí los 56 años, y hoy me hallo en situación de retiro.

Seguro como estoy de que, si se la hubiese remitido por correo ordinario, esta carta nunca habría llegado a sus manos o le habría pasado completamente inadvertida, he decidido darle pública difusión. De ese modo, cabe la posibilidad de que alguno de sus asesores la comente o incluso se la dé a leer.

Antes de nada, me confieso abatido ante la inmensa tragedia que nos ha tocado vivir, que algunos no ven o, mejor dicho, prefieren no ver: como si se tratase de un espectáculo ajeno, como si lo que sale en la televisión no estuviese ocurriendo en España o como si ni siquiera fuese con ellos.

A los 18 años de edad, juré ante Dios y por mi honor defender a España hasta la última gota de mi sangre. En el cumplimiento de ese voto, que no lleva fecha de caducidad, me dejaré, si hace falta, la vida y todo lo que tengo o soy.

La Historia de España la forjan los españoles, no sus enemigos o traidores. Ayer sentí dolor y vergüenza al enterarme de que usted proponía diálogo y más dinero, a cambio de que unos individuos que caen en una de las dos categorías indicadas depongan su actitud. Espero que se dé usted cuenta de que, a estas alturas, no cabe tal solución, como le han señalado —en mi parecer, con toda razón— personas tan distintas como Albert Rivera, Josep Piqué o Felipe González.

Le confieso que ninguno de los tres me representa desde un punto de vista político o, en un sentido más amplio, ideológico. ¿Qué más da?  Ahora, hay que sumar fuerzas, contar con el asesoramiento de los más juiciosos y experimentados y, siempre bajo el amparo de la Ley, actuar de forma contundente y precisa sobre el núcleo de quienes quieren dar al traste con lo logrado a lo largo de muchas décadas.

 

La Ley, cuya existencia y aplicación es propia de naciones civilizadas, ha sido conculcada por los mismos que deberían velar por ella y garantizar su observancia y aplicación. Por fortuna, la Constitución dota al Estado de una serie de medios para defender a España de cuantos persiguen su destrucción. No servirse de tales procedimientos, renunciar a esos medios disuasorios, supone una grave omisión de la obligación de defensa de España que a todos los españoles compete, con independencia de sus circunstancias, ideas y credo.

Lo realmente horrible, deshonroso e imperdonable —y, en mi opinión, es algo que no pasará inadvertido para la historia— es que se haya puesto a nuestra Guardia Civil y a nuestro Cuerpo Nacional de Policía a los pies de unos energúmenos que difícilmente saldrán del estado de ceguera en que se hallan y que todo lo hacen desde un sentimiento de odio recién adquirido e injustificable. ¿Quiénes —me pregunto y no hallo respuesta— son los responsables últimos de todo lo que está ocurriendo? Ni en mi cabeza ni en la de nadie cabe explicación a esta locura, que no sólo está enfrentando a españoles de distintas regiones, sino que hace imposible la convivencia entre miembros de una misma familia.

Ahora, no obstante, quienes me preocupan son los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a los que el Gobierno ha encomendado una operación difícil y peligrosa como no hay ni ha habido otra en la historia de España más reciente. Contener a las masas soliviantadas y crecidas porque no se procede a una represión violenta: ahí es nada. Que los verdaderamente lesionados sean tan pocos cuando la Guardia Civil y la Policía Nacional han tenido que vérselas con decenas de miles de individuos es un dato que habla por sí solo.

Que la mayor parte de los encuentros entre manifestantes y fuerzas del orden haya consistido en empujones demuestra respeto a las órdenes de la superioridad, una forma física envidiable y verdadero temple, pues han tenido que asumir un peligro cierto. Por mucho que me esfuerzo no recuerdo nada parecido en ningún país del mundo, por muy democrático qué sea. Algo así es impensable en los Estados Unidos, pues la seguridad e integridad del representante de la Ley y el orden está por encima de otras consideraciones.

A pesar de ello, estos servidores del Estado están recibiendo un maltrato manifiestamente injusto (y no sólo en Cataluña, por desgracia). Por eso, considero fundamental apoyarlos de todas las maneras imaginables; y por eso, también, me sabe a poco, casi a nada, que sólo se haya oído un tímido elogio por parte del Ministro del Interior: unas pocas palabras y a mucha, demasiada distancia de Cataluña.

Nuestros Cuerpos de Seguridad del Estado precisan de nuestro cariño y apoyo como nunca antes. Si se les priva del preceptivo derecho de autodefensa, como todos hemos podido comprobar, y ni siquiera eso se les agradece, no ya en Cataluña o fuera de España, sino en el propio Congreso de los Diputados, es por pura mezquindad.

Como en otras ocasiones, se les ha abandonado y echado a las fieras mediáticas, las hordas vecinales y la turba antiespañola (que disfruta un motón con todo esto) e internacional. El abandono es una de las situaciones más duras de la vida, sobre todo para quien depende de una jerarquía y ha jurado no abandonar a sus jefes. Recordemos cuáles fueron las últimas palabras de Jesucristo, antes de morir en la Cruz, en relación con esta lamentable situación.

Durante este fin de semana en mi queridísima ciudad, Zaragoza, con seis títulos en su escudo que rebosan y demuestran heroísmo y humanidad, ha salido a relucir un sentimiento nacional y se ha identificado a los enemigos de España.

Sr. Presidente, no le entretengo más. Su tiempo es realmente valioso e insustituible para España. Desde esta españolísima parte de España que es Zaragoza y el territorio de Aragón, le encomiendo a la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, para que le ilumine y aconseje, como lo hizo al apóstol Santiago Patrón de España.

En cualquier caso, sepa que no estará solo. Además de este soldado que le escribe y jamás le abandonará en la Defensa de su Patria, hay muchos españoles dispuestos a defender lo que tanto nos ha costado alcanzar tras tantos años y tantas vicisitudes.

Un recio saludo español.


Gonzalo Escalona Orcao

Zaragoza, 02 de Octubre de 2017



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