El arqueológico nacional: nos prometieron un nuevo museo y nos han devuelto uno con el mismo mensaje y la misma ideología

Hace menos de un mes se volvió a abrir al público el Museo Arqueológico Nacional, un emblemático foco de historia y cultura de nuestra capital. Se invirtió mucha cantidad de dinero en ello, y se justificó de mil maneras diferentes, y según las cuales, muchos llegamos a creer que este nuevo museo sería algo completamente diferente a lo que ya teníamos antes. Un paso hacia adelante. Una oportunidad. Que habría un cambio en el sentido y el mensaje del museo, acorde a los avances de la investigación nacional e internacional. Pero nuestras ilusiones fueron en vano.

Es indiferente el número de visitas que realice o el tiempo que dedique a su visita. El resultado es igual de desalentador. Nos prometieron un nuevo museo, acorde con el siglo XXI, y nos han devuelto un museo, con una fachada renovada, pero con el mismo mensaje y la misma ideología (ya existente en el XVII).

A primera vista se ve qué era lo que se pretendía con las obras ciclópeas que se han llevado a cabo en el edificio: lavar la imagen y adecuarla al nuevo siglo. Todo intento de cambio sobre el mensaje museográfico muere cuando empieza la visita. Sala tras sala se reafirma lo que ya algunos se temían. Es muchísimo más importante exponer el máximo de piezas posibles, que intentar explicar el contexto histórico de una de ellas. Es un museo de arqueología donde la arqueología y las personas que hicieron esa historia no importan para nada. Cuanto más bonito, brillante y singular sea el artefacto expuesto, mayor impacto tendrá sobre los visitantes, a los cuales se deja a merced de sus primeras impresiones.

Si bien es cierto que en términos generales la remodelación del museo no ha sido un acierto, hay unas pocas salas, que, sorprendentemente, se han salvado de este desastroso renacer. Prehistoria y protohistoria, dos de los periodos más “mimados” de los últimos años por la investigación se han salvado de la masacre. Reconstrucciones 3D, escenarios, paisajes, maquetas, mapas históricos, reproducciones, explicaciones sobre su descubrimiento y los yacimientos arqueológicos asociados son algunos de los muchos recursos que se han utilizado para acercar la Prehistoria a los madrileños. La desorganización museográfica y la deshumanización de la Arqueología no computan en esta primera parte del museo.

Y aquí terminan los aciertos. No se explica cómo después de haber sabido reflejar de una manera adecuada lo que es la Arqueología y la Historia, lleguemos a otras salas donde lo único que hay (y de manera literal), son piezas (descontextualizadas y sin explicación en una triste mayoría de los casos) expuesta unas detrás de otras durante inmensas vitrinas, donde la única manera de seguir el orden del discurso museístico es leer el número de las audio-guías (indicado en las mismas). Sale del Museo Arqueológico Nacional para entrar en el “Anticuario” Nacional. Piezas y piezas desfilan ante sus ojos intentando arrancar de nuestros corazones un gesto de impresión o admiración ante la bellísima manufactura de esta fíbula o la inmensa expresividad de aquel busto. Arte y no arqueología es lo que llenan los salones.

Próximo Oriente, Grecia y Roma sufrirán el destino anterior. Condenadas a no ser tratadas como arqueologías, sino como “arteologías”, se extienden durante varias salas y pasillos. No se deben olvidar otros periodos históricos de los cuales también existe arqueología, aunque por ahora nadie se haya preocupado de tratarlo. Edad Moderna y Contemporánea sufren de una manera acrecentada el sino anteriormente expuesto; pero nadie se acuerda de ellas después de haber admirado la “Dama de Elche” o la estatua de la Emperatriz Livia en las salas anteriores. Un último apunte es ése pequeño apartado dedicado a la historia del museo, muy interesante, en el cual se puede ver lo mucho (o no) que ha cambiado desde su inauguración.

De nada han servido los avances en otros museos, de carácter provincial, o las jornadas de puertas abiertas en yacimientos arqueológicos, entro otros. El gran tótem de la arqueología nacional desmerece a la propia disciplina que le da nombre.

Puede resultar un simple debate terminológico, pero no lo es. Esta remodelación refleja varias ideas. En primer lugar, que después de haber invertido durante años cientos de miles de euros en investigación, seguimos teniendo una idea totalmente decimonónica de lo que es la Historia, y parece que no hay intenciones de cambiarla. Se malogra el término Arqueología y todo lo que ello significa. Se elimina a las personas que crean Historia y se mantienen las “cosas bonitas” que han llegado hasta el día de hoy. El trabajo de miles de investigadores tanto nacionales como internacionales ha sido desacreditado e ignorado por completo con la creación de este museo.

En segundo lugar, no interesa reeducar a la población. Es mucho más sencillo entregarles algo para admirar que hacer reflexionar a la masa sobre el significado y el poder que tiene entender los procesos históricos pasados. Entender estos procesos pasados es una herramienta que ayuda a entender los presentes, pero parece que eso no es importante. Y tercero y último, esta obra ha sido una excusa. Cambios arquitectónicos y estructurales,  y la renovación de la estética interna del edificio, es decir, inversión en obra, únicamente en obra. Mentiríamos si no dijésemos que no se ha trabajado sobre los depósitos y los almacenes del museo, llevando a cabo una tarea de restauración y conservación muy importante de algunas obras. Pero para ello no hacía falta la obra colosal que se ha llevado a cabo.

 

El nuevo Museo Arqueológico Nacional, no es lo que su propio nombre indica, sino que es un lavado de imagen de un museo que ya conocíamos en el siglo pasado, y en el anterior. Si busca objetos singulares y maravillosos, es su sitio; pero si busca a los agentes creadores de la Historia  y la Prehistoria, lo sentimos, siga buscando.

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