La crisis, una llamada al compromiso de la juventud: en nuestras manos está el futuro de España

En estos días, meses y años donde parece que andamos atientas por el desolador panorama económico-político actual, no debemos dejarnos llevar por la desesperanza y en cambio, apoyarnos en todo lo que hasta ahora hemos conseguido.

De la misma manera que no se empieza una casa por el tejado o se altera la cimentación de un edificio para reformar un piso, España no debe confundir progreso, innovación y mejora con una aniquilación de la tradición y el patrimonio nacional. En estos tiempos de crisis debemos mirar a los baluartes de la unión del país, como la monarquía.

En mi primer verano que asumo con la mayoría de edad, he tenido la oportunidad de participar en la VIII edición del programa Becas Europa de la universidad Francisco de Vitoria y la fundación Marcelino Botín que tuvo como colofón final la visita al Palacio de la Zarzuela para una audiencia con los príncipes. Un encuentro informal y distendido que dejó patente el saber estar de sus Altezas sin dejar de lado su profesionalidad.

Pese a haber llevado caminos muy diferentes, la preparación de ambos es evidente. Asimismo, la compenetración y complementariedad de los príncipes les hace ser unos magníficos embajadores de España, ya que, pese a su cargo, su vida cotidiana no dista de la de un ciudadano cualquiera y como comprobante, invito a cualquier persona a leer una revista del corazón para comprobar que asisten a eventos como conciertos o llevan al cine a sus hijas.

De la recepción me llevé una sensación de seguridad y confianza. No debemos dejarnos llevar por el relativismo y el escepticismo ya que no conducen a nada. Si no nos fiamos de nada ni de nadie, no podremos avanzar. Parece que en el plano científico, la idea de la confianza parece estar más clara pese a que, como hemos comprobado a lo largo de la historia, muchas ideas han sido refutadas a medida que se tiene más conocimiento. Por lo tanto, ¿por qué no podemos extrapolar esa confianza en la ciencia sin dejar de lado nuestro espíritu crítico para mejorar, en este caso, el funcionamiento de las instituciones?

Necesitamos un punto fijo sobre el que asentarnos para no estar girando como una veleta sin rumbo. Se debe mirar a la crisis económica como a cualquier otra crisis (de amistad, de pareja...) en la que estas son necesarias porque significan puntos de inflexión a partir de los cuales se sale más fortalecido si sabemos lo que queremos. Sin embargo, y aquí llegamos al quid de la cuestión: ¿qué es lo que quiere España? Pregunta que está en el aire y queda sin responder solapada por deseos individualistas que no hacen más que resquebrajar y ahondar en la profunda herida abierta.

Los ciudadanos debemos responder a esta llamada del país, es decir, fomentar la responsabilidad civil y el compromiso contraído a través del fomento de un espíritu crítico que lleve a cada persona a analizar los problemas teniendo en cuenta toda su complejidad. No obstante, en este país, hasta lo que debería de ser objetivo, como la educación o la sanidad, son herramientas constantes al servicio de las ideologías.

Acabemos con los políticos de carrera que han pasado su vida profesional en una burbuja llamada despacho muy distante de la realidad. ¿Si nos quejamos de ello en el caso de la Casa Real, por qué nadie se queja en el caso de los políticos? ¿Qué mejor que un abogado para saber cómo funciona el sistema judicial y saber qué reformas se deben acometer con el fin de que el servicio al ciudadano sea más eficiente?

Fortaleciendo las instituciones no estamos dando la razón a los políticos mediocres, de la misma forma que si fortalecemos la Iglesia no estamos dando la razón a los casos de pederastia. La transparencia es la clave, no debemos de olvidar que los políticos están al servicio de la sociedad y que por tanto, nos deben de rendir cuentas. La comunicación entre la sociedad civil y los políticos es la clave. No debemos pensar que por no ejercer un cargo político dejamos de tener responsabilidades. Por ello, los think tanks son la clave, aportan las ideas que deberían de servir de base a un programa electoral, un movimiento ciudadano que hace algo más que quejarse y paralizar el país durante un día suponiendo una pérdida de millones de euros a la sociedad. Decir que está mal no es constructivo, en cambio proponer alternativas sí lo es.

 

Dejemos de echar balones fuera, asumamos nuestro compromiso con el país y purifiquemos los partidos con ideas frescas y renovadoras que fomenten el progreso de la política española. Dejemos de decir qué está mal y pasemos a pensar qué puedo hacer yo por cambiarlo. Los jóvenes se enfrentan a una dura realidad a la que tienen que dar respuesta, en nuestras manos está el futuro del país y no debemos sino engrandecer las proezas ya conseguidas. Vergüenza da la juventud sin espíritu crítico que solo piensa en ellos mismos y se deja llevar por ideas demagógicas insostenibles desde todos los puntos de vista y confunden igualdad de derechos y deberes –esto último siempre se olvida- con rebajar a los excelentes y en cambio, incentivar a los mediocres a no progresar.

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