A tres metros de la política: Considero que hacer política es una cosa, tomar decisiones que le afecten a usted y a mí es otra bien distinta

Nunca he sentido interés alguno por la política. Sus principales figuras, cuyas cabezas resultan visibles para el común de los ciudadanos, siempre me han parecido personas aburridas. Ajenas al mundo real aunque hablen de él. No me convencen. No exhalan personalidad. No siento fuerza en sus palabras aunque sus discursos sean estudiados, nacidos de la estadística y del marketing del voto.

Soy votante de poca experiencia, es cierto, y admito que en la media docena de veces que he acudido a las urnas, tan sólo tenía claro qué partido no deseaba en el Gobierno, no quien merecía representar el poder. Lo curioso en todo esto, es que esta opinión se encuentra preocupantemente extendida entre los integrantes de mi generación. La política resulta impopular entre los jóvenes cimientos de la sociedad. No lo digo yo, lo dicen las encuestas.

Partiendo de mi tan negativa opinión, con ánimo de abrir la mente y darle una oportunidad a esta ciencia de dejarme convencer, he tratado de acercarme a ella, de forzar interés y así, durante este último año se me ha dado la oportunidad de observar, desde la barrera, el funcionamiento de los partidos políticos a nivel interno. Como si un consultor evaluara el sistema de gestión de una empresa, así he analizado el de un partido político. La parte que más me interesaba sin duda, era, por así decirlo, su departamento de Recursos Humanos. El cómo, de entre sus afiliados, se establece quién está preparado para ocupar un puesto político, en definitiva, ¿quién nos representa?

Uno se esperaría que para la designación de un equipo de gobierno digno de exhibir en campaña, símbolo de competencia y utilidad para el trabajo al servicio del ciudadano, se estudiasen los currículum vitae de los militantes con aspiración y la excelencia de sus cualidades y aptitudes para el desempeño de un cargo público. La realidad es bien distinta, el proceso se fundamenta en aspectos dignos de un reality show, en la elección de candidatos prima la popularidad del individuo como si de la elección de la reina de un baile de fin de curso se tratase. Popularidad frente a calidad. Amiguismos y favores frente a aptitudes. Considero que hacer política es una cosa,  tomar decisiones que le afecten a usted y a mí es otra bien distinta.

La experiencia de este tiempo atrás, lejos de sembrar algo de entusiasmo y optimismo por la materia, ha hecho empeorar dramáticamente mi percepción ante los desoladores factores de caciquismo, egoísmo personal, lucha de intereses personales y afán de protagonismo que intervienen en un proceso tan delicado y vital para la eficaz designación de futuros cargos públicos, representantes de nuestros intereses. Mi conclusión personal  es que los valores políticos, capaces de sembrar admiración y respeto en el ciudadano, escasean, lo que fomenta la impopularidad de la política entre la sociedad, que ve a diario cómo mentes mediocres vestidas de traje entienden que hacer política es elevarse a un estrato social superior, palabrear sin sentido y llenarse el bolsillo a final de mes sin sudar demasiado la camisa.

 

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