Las tribulaciones de unos aspirantes a auditores y la extraña “pedagogía” de los cursos de formación

Sucedió en Madrid, hace unas semanas, en un cursillo de formación de Deloitte Auditoría, con doscientos candidatos que venían de las más exigentes licenciaturas y previamente habían pasado un duro proceso de selección.

Sucedió en Madrid, hace unas semanas, en un cursillo de formación de Deloitte Auditoría, con doscientos candidatos que venían de las más exigentes licenciaturas y previamente habían pasado un duro proceso de selección. Nada más comenzar el curso, y sin previo aviso, los organizadores cambiaron el horario, y empezaron a alargar las clases, prolongando la jornada de formación entre una hora y hora y media más de lo previsto. Les dividieron en grupos de 40 personas, en aulas separadas. Práctica habitual en las clases es que, si alguien llega tarde a una sesión, aporta un euro a una caja común y cuenta un chiste ante la concurrencia. Lo recaudado servirá a cada grupo para distintas cosas, entre ellas el premio del concurso “miss” y “mister” del curso. En una ocasión, llegaron con retraso unos cuantos, y la “multa” se cambió por la obligación de interpretar ante sus compañeros la canción “Macarena”. Durante una de las primeras sesiones, se explicaron las pirámides. Señalando una, el profesor de Deloitte reveló los niveles del personal de la compañía. “Los que entran nuevos en la sociedad, o sea, vosotros, estáis aquí abajo. Por debajo de vosotros no hay NADA, NADA, NADA. Arriba sólo están unos pocos, los que mandan”. A continuación, ante una pirámide invertida, el profesor expuso: “Bien, ésta es la política de sueldos de la compañía. Comparadlo con la figura anterior y ved que vosotros, los de abajo, vais a recibir la parte más pequeña de los sueldos. Así están las cosas”. Días después, ante alguna queja de si era la hora exacta de inicio de las sesiones, el profesor dejó claro que el reloj que “da bien” la hora es el de quien está más arriba de la pirámide. “Eso no se puede perder nunca de vista”. El tono general de estos comentarios es de guasa, irónico, socarrón. A algunos de los presentes les hace, efectivamente, gracia, pero a otros, no tanto. Pero lo relatado es parte de la actitud de las principales compañías auditoras nacionales, convertidas en ocasiones —según escucha decir El Chivato- en “auténticas explotadoras” de los recién contratados, a los que somete a horarios insostenibles que causan una violenta intrusión en sus vidas privadas.

 

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