Victoria Camps es filósofa, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo de Estado. Hace 30 años ganó el premio Espasa de ensayo por su obra ‘Virtudes públicas’: una vacuna de ética que no caduca para una sociedad con coronavirus y otros virus colaterales.

“Acudimos a la política cuando peligran los derechos y necesitamos protección social. Si no responde a eso, ¿para qué debe interesarnos?”

Una intelectual del 41. Una mujer que habla de feminismo constructivo con el aval de su propia vida. Filósofa, catedrática, divulgadora. Activa. Veinte libros con impronta. Dos premios de ensayo. Hace tres décadas escribió ‘Virtudes públicas’ y sus recetas aristotélicas actualizadas están hoy más vivas que nunca. Valiente, incluso para ser libre en la arena política. Con su trienio de senadora por el Partido Socialista Catalán, pero sin carnet de amarres. Siempre en el césped como centro izquierda moviendo el balón de las ideas que cambian la sociedad. Lubricando con argumentos los triunfos para las mujeres que quieren ser mujeres. Consejera de Estado desde 2018. Siempre con la ética en los ojos, en el discurso y en el tono. Una Victoria de Samotracia del estado del bienestar guiando al pueblo. También ahora que el virus nos ha subido en la montaña rusa de la incertidumbre y faltan timones institucionales que nos saquen de la tempestad.

Victoria Camps abre las ventanas a un curso complejo. Fotomontaje con foto original del Consejo de Estado e ilustración de su libro ‘Creer en la educación’
Victoria Camps abre las ventanas a un curso complejo. Fotomontaje con foto original del Consejo de Estado e ilustración de su libro ‘Creer en la educación’

En un rincón con vistas verdes de Sant Cugat del Vallés, en la provincia de Barcelona, lee y escribe Victoria Camps. Jubilada de la cátedra, pero en ebullición permanente. Un confinamiento de lecturas la preceden: Némesis (Philip Roth), redisfrute de Crimen y castigo (Dostoyevski), Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos (Jared Diamond) o Manual de Escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo, de su colega Antonio Pau. Porque nada del mundo actual le es ajeno. Y, además, ella no quiere huir, sino ofrecer sus pulmones.

Anda montando las líneas de una ética de cuidados que puede dar a luz en cualquier momento. Nos vendrá de lujo para pandemia futuras… Y maneja dictámenes del Consejo de Estado, porque en esa casa no hay stop. Y menos, ahora.

Suenan cerca los tambores tímidos de una Diada más rara todavía, pero Camps nunca ha sido muy de estos once-ese, “sobre todo desde que la capitanean los independentistas”.

Quizás un joven sin memoria -y sin wikipedia- viera en ella hoy a una tia-Mildred adorable con permanente de plata que atraviesa el valle de los últimos setenta rodeada de paz y haciendo repostería. Pobre chaval.

Camps es una mujer con unas cuantas conquistas tatuadas en libros que nos han hecho pensar a todas y a todos, y que seguirán dando luz cuando los problemas crezcan y la sensatez sea la vacuna contra el virus de la trepidante superficialidad y la estúpida polarización. Cuando hayamos construidos tantos muros creyéndonos libres que nos veamos, de repente, castigados por la soledad del mal de ombligo. Cuando abramos las ventanas y nos demos cuenta de que el estado del bienestar pide limosnas bajo la lluvia mientras cantan, desafinados, sus verdugos.

Victoria Camps sabe de educación -vuelta al cole-, de bioética -salud y prioridades-, de sociedades sanas con mujeres fuertes, de ciudadanos ejemplares, de virtudes, de ética y de estética. Sentarse a escucharla en este sofá orejero es un chollo postvacacional. 

¿Qué pensamientos le rondan en el despegue con turbulencias del nuevo curso?

Ambivalentes. No podemos ser optimistas, porque estamos aún en el paréntesis que se abrió con la pandemia. Hasta que haya una vacuna segura todo seguirá siendo anormal. Me preocupa más que nada la gente que no puede arrancar económicamente. Y cruzo los dedos para que toda la ayuda económica que recibimos de Europa se sepa aprovechar. Desconfió de la capacidad política de consensuar medidas que de verdad atiendan al bien común, que no es otra cosa que atender a las necesidades de los que están peor.

¿Estamos aprovechando la oportunidad de la pandemia para ser mejores personas?

 

No estoy muy segura. Este verano he estado en los Pirineos y había overbooking de gente que parece querer encontrar en la naturaleza un entorno más saludable. Todavía hay mucho miedo al contagio, lo que obliga a cumplir, en general, con las medidas de protección y a llevar una vida más recogida. ¿Estamos aprendiendo algo que pueda durar y que cambie definitivamente ciertos hábitos? ¿Aprenderemos a ser más cuidadosos en todo, a cuidar de nosotros mismos y de los demás? Son solo interrogantes.

“Desconfió de la capacidad política de consensuar medidas que de verdad atiendan al bien común, que no es otra cosa que atender a las necesidades de los que están peor”

 

La primavera de 2020 pasará a la historia como el otoño de una generación de mayores a los que no supimos cuidar. ¿Hasta qué punto ese descuido afectará a una sociedad que no ha sabido demostrar su atención a los que nos lo dieron casi todo?

No estoy muy de acuerdo con esa afirmación tan dura. Soy una de esas mayores (me acerco a los ochenta) y personalmente me he sentido muy protegida por la familia más cercana. Otra cosa es lo ocurrido en las residencias, donde ha habido negligencia y descontrol.  En su caso, el confinamiento no podía ser la mejor medida, porque ya viven confinados. Se sabía que eran los más expuestos a lo peor del virus y se reaccionó tarde y mal. Las administraciones han controlado poco el modelo, si puede hablarse de modelo, pero es que seguramente la solución para los mayores dependientes no tiene que ser la residencia, que aleja de la familia y acentúa más la soledad.

¿Echa en falta un plan de atención a las personas mayores en España que coloque a la tercera edad en el podio de nuestras prioridades?

En efecto. La OMS promovió hace años eso que se llama “envejecimiento activo”, una expresión bonita, pero que engaña, porque parece querer negar la realidad más dura del envejecimiento. La prioridad ahora es no cerrar los ojos a la realidad de que somos sociedades envejecidas y analizar a fondo cuáles son las necesidades de los mayores, tanto de los que siguen pudiendo ser activos y se les impide serlo, como los que tienen que depender de otros y necesitan ayuda. Ofrecer cuidados no tiene que ser solo levantar más residencias. Hay otras opciones: centros de día, ayudas domiciliarias, permisos familiares pagados… Medidas que pueden ser más económicas y más humanas. 

Usted ha dicho alguna vez que España nunca ha sido un país feliz. Ni siquiera cuando había motivos. Hemos convertido la felicidad como país en momentos como la copa mundial de fúbtol de hace una década. Así somos, así estamos. ¿Tenemos cura?

No lo dije exactamente así, pues un país no es ni feliz ni desgraciado. Lo que quise decir es que la autoestima no forma parte de nuestro ADN. En general, tendemos a quejarnos y a criticarlo todo por vicio. Nos falta ese discernimiento para distinguir lo que merece aplauso y lo que debe rechazarse.

“La autoestima no forma parte de nuestro ADN. En general, tendemos a quejarnos y a criticarlo todo por vicio”

 

¿Qué responsabilidad tiene la política en gobernar un país infeliz?

Cuando la política es sobre todo enfrentamiento entre posturas extremas solo produce desconfianza y malestar. Por desgracia, hace tiempo que no salimos de ese clima político tan desastroso. La voluntad de algunos políticos (que los hay) para atenuar las salidas de tono y acercar posiciones choca contra una pared indestructible. En una crisis tan grave como la actual, poder confiar en quien gobierna es fundamental para levantar los ánimos, pero es inútil proponerlo, porque no es eso lo que buscan los partidos políticos.

¿Cree que las instituciones del Estado están a la altura de las circunstancias que atravesamos? ¿Cree que los políticos que hoy nos rigen son los que se merece un pueblo que, en general, ha demostrado ser ejemplar ante la pandemia?

La pandemia fue imprevista, no sé si imprevisible, pero nadie en el mundo supo prepararse. El Gobierno ha cometido errores, pero en general ha actuado con prudencia y sentido de la proporcionalidad, tratando de coordinar lo que a veces ha resultado imposible de coordinar. Yo no le pondría una mala nota y tampoco es ese el sentir de la mayoría de los españoles, por lo que dicen las encuestas. Otra cosa es que esto nos exima de valorar a posteriori lo que se ha hecho para no repetir los errores.

¿Cómo debe ser la nueva política en la nueva normalidad?

Cuando vuelva de veras la normalidad, es decir, cuando la crisis sanitaria pase a segundo término y haya que afrontar la crisis económica, es cuando se pondrá a prueba la calidad de la política. Habrá que establecer prioridades y determinar a quien se ayuda y se salva primero. Un gobierno de izquierdas no puede eludir la responsabilidad de atender primero a los que más sufren.

“En una crisis tan grave como la actual, poder confiar en quien gobierna es fundamental para levantar los ánimos, pero es inútil proponerlo, porque no es eso lo que buscan los partidos políticos”

 

¿Es normal que nos defraude la política, o lo ideal es darle una importancia relativa en nuestras vidas para que nos afecte lo justo?

Creo que de hecho le damos una importancia relativa a la política. No es que la gente no quiera que le afecte, sino que está cansada y aburrida de enfrentamientos inacabables y absurdos. A la política se acude cuando uno ve peligrar sus derechos y necesita protección social. Si la política no sabe responder a ese requerimiento, ¿para qué debe interesarnos?

Antes pedíamos carisma. Ahora pedimos representes políticos humildes, trabajadores y no sectarios que nos ayuden a salir del hoyo. ¿Los partidos políticos se toman en serio esta mutación o la inercia de sus motores les dejará en el pasado imperfecto?

Nunca he militado en un partido político, por lo que conozco poco el funcionamiento interno. Pero todo hace pensar que luchar contra la inercia partidista de consignas e intereses propios es una empresa inútil. Aun así, hay que seguir intentándolo. En el fragor de la pandemia, el buen carácter del ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha sorprendido a todos. Los griegos decían que la virtud está en el término medio y él ha sabido ejemplarizar esa postura, lo cual ha facilitado bastante la comprensión y aceptación de las decisiones que se han ido tomando.

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Hábleme de las enfermedades de la izquierda española y de la luz al final del túnel.

No sólo la española, la socialdemocracia en general se muestra incapaz de reorientar el estado de bienestar. El tema del que hablábamos antes es un ejemplo: el envejecimiento, la necesidad de cuidados a los dependientes, no se afronta en serio. Tampoco se afrontan de verdad los movimientos migratorios. Ni los retos del feminismo, ni el futuro del trabajo. Todo lo nuevo, lo que no encaja en las políticas tradicionales, se aparca y se deja de lado. A estas alturas, a pesar de la presión del feminismo y, ahora, del teletrabajo, las políticas de conciliación están desatendidas.

“Un gobierno de izquierdas no puede eludir la responsabilidad de atender primero a los que más sufren”

 

¿Cómo ve esta derecha de transición?

La derecha de transición, a mi juicio, da tumbos, porque el extremo ultraderechista le hace la competencia. Ojalá esa sea una dinámica solo de transición y encuentre pronto un rumbo más virado al centro.

¿Cree que el coronavirus ha afectado al eterno debate catalán? ¿Cómo?

En positivo, porque el debate se ha esfumado. Ahora reaparece debilitado y centrado en la pelea entre los propios independentistas. Lo importante para mí no es el debate, sino qué pasará en las próximas elecciones. Si vuelve a ganar el bloque independentista, incluidos los “comunes”, que lo son a medias, pero a efectos electorales cuentan como si lo fueran, habrá que retomar el debate y Cataluña seguirá en el laberinto. Desastroso y triste.

Usted ganó en 1990 el premio de ensayo con Virtudes públicas.  ¿Cuáles afloran hoy que puedan servirnos de agarradero?

Las mismas de siempre. Las llamadas virtudes cardinales, que fueron en principio virtudes aristotélicas –prudencia, justicia, fortaleza y templanza- siguen siendo fundamentales. Todas fallaron en la crisis financiera de 2008. Con la crisis sanitaria actual, creo que hemos aprendido algo de templanza y de prudencia. La fortaleza o la valentía es el gran déficit de los políticos. Y la justicia nunca es satisfactoria. Además de esas virtudes no nos irían mal unas buenas dosis de respeto mutuo.

“El coronavirus ha afectado en positivo al tema catalán, porque el debate se ha esfumado. Ahora reaparece debilitado y centrado en la pelea entre los propios independentistas”

 

La espontaneidad y la autenticidad ganan la batalla de la opinión pública a las virtudes y el esfuerzo. ¿Podremos ser felices simplemente dejándonos llevar?

La autenticidad no sé muy bien qué es y la espontaneidad, en unos tiempos en que se impone la corrección política, no tiene nada de espontáneo. Dejarse llevar y no ser individuos que piensan por sí mismos es el problema de unos tiempos que decimos que son individualistas, pero en realidad arrastran a los rebaños.

Usted ha liderado históricamente una corriente con prestigio en la lucha por la igualdad de la mujer. ¿Cómo lee la fractura en el feminismo de izquierdas a la que asistimos estos días en el debate sobre la transexualidad?

No creo que sea un debate feminista. Aceptar que el género es pura construcción y que cada cual debe poder decidir cuando quiera si es hombre o mujer no tiene que ver con la lucha por la emancipación de las mujeres. La transexualidad, en algunos casos, puede tener motivos razonables. Pero la tendencia a no verla como algo excepcional me parece una equivocación de principio.

¿Cómo debe ser el verdadero feminismo constructivo?

El que señala los objetivos que deberían ser prioritarios en cada época. En estos momentos, creo que hay dos irrenunciables: no dejar de combatir el machismo que deriva en violencia de género, y conseguir una distribución realmente equitativa de las cargas domésticas que siguen lastrando la vida laboral de las mujeres.

 

“Aceptar que el género es pura construcción y que cada cual debe poder decidir cuando quiera si es hombre o mujer no tiene que ver con la lucha por la emancipación de las mujeres”

 

¿Qué mujeres representan bien el futuro de una causa que nos convertirá en una sociedad mejor si evitamos que la ideología lo separe todo?

El futuro del feminismo lo representan todas las mujeres que luchan por la igualdad cada día, en su casa, en el trabajo. No hace falta que sean activistas ni que escriban grandes libros. Falta, sobre todo, un cambio de mentalidad, que solo se producirá por la convicción, la constancia y la tenacidad del día a día.

¿El feminismo del siglo XXI cuanta con las que empezaron a construir sillares en el XX?

Sin duda. Que haya discusiones no significa que lo hecho se ignore. El siglo XXI debería culminar una revolución que comenzó en el siglo XX y que creo que fue la más importante del siglo pasado.

¿Qué conquista trascendental le queda pendiente a la mujer española de este tiempo?

No puedo distinguir a la mujer española de otras mujeres de países similares al nuestro. Las diferencias en retos están sobre todo en diferencias culturales (más bien, religiosas) y en desigualdades por corregir en los países menos desarrollados.

¿Qué le enseña la madurez sobre las ideas que sostuvo en su juventud? Quiero decir: ¿ha habido cambios en sus defensas? ¿Es bueno que existan matices? ¿Discurre ahora más serena? ¿Le interesa ahora más buscar la verdad que tener razón?

Creo que ahora tengo más seguridad, que no significa más razón. Me importa menos no tener razón, porque si algo he ido aprendiendo es que lo importante no es lo que una cree o dice sino cómo lo razona. Los matices son importantísimos. Lo difícil es valorarlos en tiempos tan mediáticos donde todas las declaraciones son tuiteras y de brocha gorda.

 

“El futuro del feminismo lo representan todas las mujeres que luchan por la igualdad cada día, en su casa, en el trabajo. No hace falta que sean activistas ni que escriban grandes libros”

¿Cree que esta pandemia nos hará más espirituales y menos materialistas?

Durante el confinamiento nos vimos obligados a restringir muchas cosas. Al no poder comprar más que lo necesario y tener que recortar la movilidad, tendría que haber sido fácil aprender a disfrutar de la cultura: la lectura, la música, el cine. Pero el confinamiento no ha sido tan largo para cambiar las costumbres de verdad. Ha habido muchas epidemias en la historia que no han dejado rastro.

Hábleme de la burbuja de los coach y libros de autoayuda en paralelo al destierro de la filosofía en la escuela y casi en la vida pública.

En los libros de autoayuda, en el mindfulness, en el coach se buscan fórmulas que den salida rápida a cuestiones que deberían plantearse sin eludir toda la complejidad que tienen. ¿Cómo vencer las frustraciones? Ningún libro da la respuesta. La filosofía se ha planteado preguntas como estas, pero responde a ellas con una teoría sobre la condición humana y sus limitaciones. Ahí están los estoicos, por ejemplo, que ofrecen una autoayuda, pero de nivel.

¿Qué ética ve en la calle cuando se asoma al balcón?

Con la pandemia sí que nos hemos vuelto un poco más cívicos y más respetuosos con los demás. Veremos si algo queda cuando ya no sea obligada la mascarilla ni haya que guardar distancias.

¿Cuál es su diagnóstico sobre el papel de los medios de comunicación en el desarrollo de una sociedad más cínica, más polarizada, más relativista y más individualista?

Los medios fomentan ese tipo de sociedad porque están dentro de ella. Al final, somos los mismos. Ningún medio piensa en serio que su misión debiera ser no dar pábulo a los gustos y costumbres mayoritarios, sino preguntarse cómo cambiarlos. La influencia de los medios es enorme, porque todo lo que nos llega pasa por ellos. Esa responsabilidad no está asumida.

“La influencia de los medios de comunicación es enorme, porque todo lo que nos llega pasa por ellos. Esa responsabilidad no está asumida”

En su trabajo en la Comisión de Estudio del Senado sobre los contenidos televisivos defendió la televisión pública como “un escenario de imparcialidad, sin ser los portavoces del gobierno de turno, que es lo que en la realidad tienden a ser”. ¿Por qué propuestas llenas de sentido común las leemos como utopías?

Porque el sentido común no es común. Aunque las redes sociales han relativizado mucho el papel de la televisión y la información llega por canales muy dispares, la pregunta sobre si merece la pena seguir pagando una televisión pública si no sabe mantener criterios de imparcialidad –ellos dicen “profesionalidad”- sigue siendo pertinente, pero nadie se la plantea en esos términos. 

¿Cómo le han ayudado sus conocimientos de bioética a afrontar esta crisis potente de salud pública?

La bioética se había ocupado poco de la salud pública y ahora empezará a hacerlo. He participado en un montón de videoconferencias sobre cuestiones que habrá que estudiar con más detenimiento. Por ejemplo, la restricción de las libertades para proteger la salud pública, el racionamiento de la asistencia médica cuando hay saturación en los centros sanitarios, cómo tratar a los más vulnerables que quizá ya no puedan salvarse, a qué sectores de la población afecta más el virus y por qué…

¿Cómo interpreta usted la defensa política de la gestación subrogada?

Hay un lobby que presiona y la mentalidad liberal se deja presionar. Si pensamos que es una aberración vender órganos humanos, ¿cómo podemos defender el “alquiler” de una mujer para gestar un bebé de otra persona?

“Si pensamos que es una aberración vender órganos humanos, ¿cómo podemos defender el ‘alquiler’ de una mujer para gestar un bebé de otra persona?”

 

¿Y de la eutanasia? ¿Escampará esa propuesta después del drama que hemos vivido?

La eutanasia está ya muy metida en el debate social y bioético, y el borrador de la ley está en el Parlamento. No creo que se posponga mucho el debate. Curiosamente, es una cuestión que no ha estado nada presente en el debate sobre los fallecimientos de ancianos por el coronavirus. Habría que preguntarse por qué.

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¿Cómo debe aprovechar la Universidad este punto de inflexión?

Ya no estoy en la Universidad, porque me jubilé hace años, pero sigo en contacto con ella y mis tres hijos son profesores universitarios. Sorprende que, a las puertas de un curso que será difícil, se hable tan poco de qué va a ocurrir con los estudios universitarios, y con los de formación profesional. Supongo que sabrán hacerlo, porque con estudiantes mayores es más fácil que en la escuela. La Universidad hace tiempo que está ausente de la política. Todo hay que fiarlo a la buena voluntad de los profesores y a la buena gestión de los rectores.

Sanidad pública desbordada. Educación en tierra de nadie. ¿Podemos decir que el estado del bienestar está en coma?

El estado de bienestar está tocado porque no se renueva y ha habido demasiados recortes. Es misión de la izquierda liderar una renovación del modelo. Con la pandemia tenemos claro que es imprescindible un estado intervencionista y protector. Procurar que sea sostenible y eficaz ha de ser la principal preocupación de la política y de la administración pública.

¿La desconexión práctica entre comunidades autónomas para tirar juntas del conjunto reabrirá el debate sobre el federalismo, o ganarán las corrientes recentralizadoras?

Yo apoyo el desarrollo del estado de las autonomías hacia un estado más federal, que no es el nuestro porque, si lo fuera, la cooperación entre territorios sería más fluida. Creo que los cambios deben ir en ese sentido. Si la palabra “federal” da miedo o produce desconfianza, no la usemos, pero es evidente que hay que corregir lo que no está funcionando del modelo actual. Hay que hacerlo para reconducir el problema catalán sin potenciar los sentimentalismos y porque hay aspectos, como el modelo de financiación, que han de renovarse.

En 2017 participó en el libro Rey de la democracia, en el que afirmaba que Juan Carlos I y la monarquía son una institución eficaz para la democracia española. Es una idea a contracorriente de gran parte de la izquierda. Tres años después y con un rey emérito fuera de nuestras fronteras, ¿me actualiza esa consideración?

Ahora no podría escribir ese capítulo, aunque sigo pensando que la monarquía parlamentaria ha sido útil y puede seguir siéndolo. Mi posición no se basa en ningún principio a favor de la monarquía o la república. Conceptualmente, la monarquía no deja de ser un anacronismo, pero creo que hay que valorarla desde las consecuencias que reporta el mantenerla. Hasta ahora fueron aceptables y para que sigan siéndolo Felipe VI tendrá que redoblar los esfuerzos.

“El estado de bienestar está tocado porque no se renueva y ha habido demasiados recortes. Es misión de la izquierda liderar una renovación del modelo”

 

¿Qué asignaturas pendientes tiene la monarquía para conseguir una opinión pública notable?

Solo ganarse la confianza de la ciudadanía que Juan Carlos I supo ganarse durante un tiempo, como también lo está intentando el rey actual. El éxito depende de que los controles y la transparencia funcionen de verdad y deje de ocultarse lo que acaba empañando el valor de la institución.

Desde 2008 es consejera permanente del Consejo de Estado: ¿qué tipo de jarrón chino es esa institución y en qué afecta positivamente a los ciudadanos?

El Consejo de Estado es un organismo discreto y poco conocido por la ciudadanía, pero muy activo y necesario. Durante la vigencia del estado de alarma ha estado muy pendiente de las consultas emitidas por el Gobierno. El informe de la actividad realizada durante este tiempo puede verse en su web. Afecta a la ciudadanía en la medida en que vela por el cumplimiento riguroso del ordenamiento jurídico y por la eficacia y buen hacer de la administración.

¿Ha tenido miedo ante el coronavirus?

Al principio, sí. Miedo a pillar el virus, que en seguida se vio que podía ser grave; y miedo a la desasistencia, porque todo estaba saturado. Nadie se ponía al teléfono, no había protección, no se hacían pruebas. Una de mis nueras tuvo que estar confinada en una habitación durante quince días y lo pasó muy mal sobre todo por la escasez de atención. La ayuda más preciada fue la de un vecino médico que la asistía por teléfono.

¿Se ha sentido, por edad, en el ojo del huracán?

Personalmente no. Por suerte, estoy sana. Mi marido, Francisco Rico, corría más riesgo ante un posible contagio por ser un fumador impenitente. Era a él a quien había que proteger.

¿Qué mitos de las cavernas y que carros alados le han ayudado a sobrevivir personalmente en estos meses raros?

No los he vivido muy mal porque el trabajo de una filósofa es solitario. De repente, mi agenda se vació de compromisos, lo cual fue un alivio. Seguimos con las reuniones del Consejo de Estado, pero por vía telemática, que es menos cansado. Tengo la suerte de tener una casa grande, con jardín. No he necesitado muchos mitos para sobrevivir sin deprimirme. No me puedo quejar. Cuando las circunstancias materiales son poco favorables, no hay mitos ni filosofías que valgan.

¿Qué futuro tiene quien atraviese esta pandemia sin reflexionar sobre sus esencias como persona y como sociedad?

No conozco a nadie que no haya dicho que esta pandemia le ha hecho pensar. Algunos lo han tenido que hacer en términos muy materiales, porque se han quedado sin empleo o han tenido que cerrar el negocio. Una crisis tan grave no pasa en vano. Pero depende de cada uno de nosotros no olvidarlo.

Y cuando mira por el retrovisor de la madurez su vida, su trayectoria, su obra, su influencia, ¿se dice a sí misma: ¡victoria!?

Nunca podemos decir ¡victoria! Nunca acabamos de estar satisfechos. Sería una complacencia excesiva.

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REBOBINANDO

Conocen ustedes a la reina del Louvre: la Victoria de Samotracia. Un pedestal como proa de navío y una escultura celestial de mármol blanco. Un cuerpo de mujer. La belleza. Con alas, pero sin rostro. Ligeramente en movimiento. Con ropajes de piedra que parecen de tul empapado de olas.

Hablamos de Grecia y de lo que se supone clásico, aunque esta pieza soberbia es una revolución estética permanente. Si al mirar su porte no se abre la boca y se congelan arriba los párpados; si al contemplar esta joya de piedra no se paran los relojes o no se inflama el pecho de asombro, entonces el visitante habrá perdido una oportunidad de oro para regresar al humanismo y apostatar de la nueva respiración del síncope fotográfico.

Victoria Camps, a sus casi ochenta. Sin alas, pero con rostro. Un pie al frente en miles de batallas marineras cuyas olas siguen arribando a nuestras playas: educación, universidad, política, conocimiento, feminismo, bioética… Una curva graciosa en la postura: escorada a la izquierda, pero sin caer en las redes de una ideología paralizante que ni se hace preguntas, ni admite otras respuestas.

Serena. Helenística en sus formas de discurrir elegante. Decidida. Mujer que saca pecho, porque da la cara. Mujer audaz con argumentos sin pancartas. Le adornan los pliegues labrados del prestigio de las personas que han sabido dialogar para avanzar, sin caer en la treta de enmarañar los debates para no pescar nada.

Con mascarilla y los oídos como platos, subimos las escaleras Daru del Museo del Louvre. Es un ascenso metafórico que representa un curso nuevo lleno de pendientes, de peldaños, de gente que sube y gente que baja, de principios que caen rodando, de presuntas estampidas y de un cierto cansancio en el tono general de la respiración.

Arrancamos la sexta temporada de entrevistas En Pause mirando de frente la voz experimentada, catedrática y maternal, quizás, de Victoria Camps. Y al llegar al último escalón, la sorpresa: una mujer de referencia se ha bajado del pedestal al que la suben los escuchantes. Ahí: paso firme, pelo corto. En la edad de plata, ofreciendo oro. Clásica y contemporánea. Como una Niké en zapatillas ídem de andar por el mundo para hacerlo más casa. 

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