ALEJANDRA VALLEJO-NÁGERA es psicóloga, docente, escritora, conferenciante y aire fresco. Experta en desarrollo personal sin tópicos y relaciones personales con cuerpo y alma. A los 39 años, un cáncer le abrió los ojos y desde entonces dedica su vida a convertir los thrillers humanos en biografías sencillas con sentido.

Alejandra Vallejo-Nágera: “La felicidad es un estado de paz”

El mejor titular es su sonrisa. Realista con contenido. Guerra y paz. Psicóloga de nacimiento, aunque el cáncer fue su reset. Su empatía con el dolor ajeno la condujo hasta la selva interior de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Su misión es rescatar a las personas del precipicio de la desesperanza echándoles una mano a crecer para adentro y relativizar lo de fuera. Profesora. Escritora. Conferenciante. Madre. Joven. Abuela de ocho y sherpa de los ochomiles de la vida con la mochila cargada de ciencia, experiencia, tacto, farmacopea verdadera y el don de la oportunidad. Ha sido la ternura que aprieta las manos de moribundos que se apagan solos en el último suspiro. Acompañar a morir le ha enseñado a vivir sin filtros de impostura. Una taza de porcelana oriental, delicada, auténtica, madura. Desafiante contra esas de Mr. Wonderful para las que todo es maravilloso, aunque caigan bombas de guerra fría entre los adoquines de Ucrania. Porque el infantilismo -positivo o negativo- nos hace daño y madurar es una tarea urgente.  

Fotografías: Patricio Sánchez-Jáuregui.
Fotografías: Patricio Sánchez-Jáuregui.

Estrés de titulares de última hora. La semana de los misiles rusos invadiendo Ucrania y de los gemidos humanos en el dolor de una guerra. La semana de los puñales en Génova, 13, que serían una anécdota pasajera si no fuera porque todas las pasiones de Shakespeare se han puesto de realce sobre la tarima de una política sin escrúpulos y sin corazón. En ese mismo mundo brota sietemesina la primavera y hace mañana impresionista en el parque del Retiro. Es mediodía en punto en Madrid y Alejandra Vallejo-Nágera llega en moto como una tila.

Pocos escenarios más apropiados para darle al pause a este universo vertiginoso y dar un paseo por las esencias de los seres humanos entre caminos de polvo y entre rosaledas, entre laberintos de arbustos donde se pierden las almas y raíces potentes de árboles que se aferran a su lugar en esta tierra, entre flores de almendro que embellecen el siglo y cipreses calvos con aspecto fúnebre que unen la tierra y el cielo hablando en plata con el lenguaje de la naturaleza.

Alejandra Vallejo-Nágera es psicología, sentido común, realismo, intuición y puesta de sol. Es occidente y oriente. Mirar y tocar. Escucha. Asfalto y sierra. Es pura vida y consuelo de muerte. Poesía y prosa. Es poesía que brilla entre la luz de este día. Y es la prosa de cada vida: un cáncer de ovarios la apartó de la vorágine y la puso en su sitio. Parafraseó su adolescencia junto al alzhéimer de una madre. Es tanatóloga a pie de cama de moribundos sin patrocinio de oenegé. En su vitrina: más de cuarenta libros escritos con pluma y fuego con páginas que salvan vidas en mitad de las tormentas.

Hemos encontrado inspiración en el Pabellón de Velázquez del Retiro, donde Vivian Suter ha puesto en tendero un brutal “ecosistema evocador de experiencias climáticas, sensoriales y emotivas” expresado con arte. Sus lienzos sin marco parecen espejos de todas las almas que cuelgan de este mundo con sentido. 

Pica el solete en el pulmón verde del centro de Madrid. Suena el acordeón, pero ululan también las ambulancias. Corren los del turno de tarde, pero también piden limosna los de los días con hambre y las noches en vela. Romanticismo y drama entre la verja de un parque en el que huele intensamente a primavera.

Paseamos en voz alta.

Hay una Alejandra Vallejo-Nágera antes y después del cáncer.

Yo había estudiado el comportamiento humano científicamente. Me creía capaz de controlar mi propia conducta y con el poder de invitar a otros a la buena vida. Eso, durante muchísimos años, me había llevado a una confusión muy grande entre lo que yo pensaba y quién era yo. Mi trabajo consideraba que era mi persona. Todo mi interés estaba centrado exclusivamente en lo que yo pensaba y en lo que yo hacía según lo que pensaba, pero no tenía ni respeto ni consideración alguna a este cuerpo, que es mi casa, y que es sagrado. No le daba importancia. Pasé muchos años con lesiones y avisos: molestias de cuello, dolores de espalda, problemas digestivos… Pero no les prestaba atención, porque tenía la idea de que uno no debe quejarse. Las señales cada vez eran más fuertes. Mi mente decía: piensa en otras cosas, sé productiva.

Pero llegó un día…

 

Un día, a mis 39 años, el cuerpo me obligó a hacerle caso. Fui al médico y me dijo que tenía un cáncer. Era tanta mi soberbia que estaba segura de que estaba bien y el médico se equivocaba en su diagnóstico. La idea de “yo estoy perfecta” me incapacitaba para aceptar la realidad. El cáncer me ayudó a entender que no era tan perfecta, que no tenía que hacerlo todo tan perfecto, que el cuerpo es mi casa, la única que tengo, y que tenía la responsabilidad inmensa de cuidarlo. Ahora tengo menos cuerpo del que tenía antes y cuando uno pierde algo es cuando empieza a valorarlo. He ganado una conciencia clara de que debo seguir avanzando, pero que, muchas veces, yo sola no puedo. He aprendido a pedir ayuda, a valorar que cada minuto que pasa no vuelve y que es mi responsabilidad vivir lo mejor posible sin olvidar quiénes somos y qué necesitamos para estar bien. 

“El cáncer me ayudó a entender que no era tan perfecta y que no tenía que hacerlo todo tan perfecto”

No te quedaste anclada. Aprendiste rápido y te pusiste a funcionar. Y, entre tanto, te cambió la vida.

No perdí tiempo en quejarme cuando sobrevino el cáncer. Preferí no hacerme preguntas que no sumaran: por qué yo, por qué a mí… Me planteé qué tenía que cambiar en mi vida, y lo cambié. Pensé en las actitudes que me habían traído hasta ese momento, y las modifiqué. Entre otras cosas, por eso me curé en seguida. No he tenido recaídas. Antes, mi trabajo era lo primero. Ahora entiendo que es muy importante en la vida de una persona, pero cuando reordenas las prioridades vitales, el trabajo pasa a una posición secundaria, por detrás de la vida personal, familiar y de la salud.

A partir de aquello, has dedicado tu talento a enseñar a vivir. Algunas de tus reflexiones en esa línea nos servirán de guion para esta conversación. Empecemos por las flechas que indican tu meta. Dices: “Ayudar a los demás es lo que da sentido a mi vida”.

Durante muchos años fui bastante asocial. Insisto en ese punto de narcisismo que ahora reconozco. Soy lo que soy gracias a la colaboración de las personas con las que me relaciono. Si con mi comportamiento puedo ayudar a mejorar la vida de alguien, me lanzo, porque eso me enriquece muchísimo. Y también me enriquece lo que otros puedan mostrarme y enseñarme. Con los años he aprendido a distanciarme de quienes no me aportan, me succionan y me restan, y aproximarme a cualquier tipo de persona que me ayude a aprender sobre mí y sobre quiénes son los demás.

“Nacer es un milagro y morir también”.

Es un milagro nacer bien y es un milagro morir bien. ¡Es un milagro vivir!

“Sabemos que la vida no es un parque de atracciones, pero debemos poner la mirada en las posibilidades y no en los obstáculos”.

También hay que tener en cuenta los obstáculos, pero quien se fija solo en ellos pierde el gusto por la vida. Cuando se empieza a pensar que vivir es demasiado duro y desafiante, se tira antes la toalla. Hay que pasar por el tallo de las espinas para llegar a la fragancia de una rosa, que también está ahí. ¿Cómo subimos? Depende de cada cual, pero siempre sin perder la esperanza de que la flor existe, porque existe, como nos demuestra la naturaleza.

“Sin perder la esperanza”, ni siquiera cuando arrecia una pandemia.

En esta pandemia ha sufrido mucha gente y a otros les ha cambiado la vida. También hay personas que, en medio del tsunami, han descubierto el valor de un hogar. Habitaban en lugar-dormitorio, pero no tenían casa. La pandemia nos ha recordado cómo se hace familia, la importancia de los amigos y cómo podemos encontrar recursos que nos ayuden a superar las dificultades, a pesar de los reveses. Hay personas que han afianzado muchísimo sus vínculos a raíz de la pandemia. Ellos sí han salido mejores.

“En medio del tsunami de la pandemia, algunas personas han descubierto el valor de un hogar. Porque habitaban un lugar-dormitorio, pero no tenían casa”

“Nos interesa aparentar que somos bellos y atractivos, porque los seres humanos reaccionamos más favorablemente a la belleza que a la fealdad. Hacemos mucho esfuerzo con nuestro físico solo para que nos acepten”.

Desde que somos pequeños, los adultos que tenemos alrededor, inconscientemente, marcan una línea de “tú vales” o “no vales” que tiene mucho que ver con si nos ven guapos. A los profesores les cuesta mucho admitir que premian o hacen más caso en clase a los niños que son guapos. Desde que somos bebés, aprendemos a sonreír más a las caras que tienen armonía. El ser humano es extremadamente sensible a la belleza. Sin proponérnoslo, la utilizamos como método de garantía del apego de otros, algo que no siempre funciona cuando somos adultos, porque la belleza está en el interior. Pero trabajar la belleza interior exige tiempo, esfuerzo y ganas de aprender a hacerlo.

“En esta sociedad hay mucha felicidad falsa”.

El buenismo. La sensación de tener que ofrecer al otro que tú eres muy feliz y que te va todo muy bien, porque es una manera de no sentirte rechazado. El buenismo también surge de nuestra infancia. Desde pequeños interpretamos que, si nos ponemos el traje de adaptación a lo que las personas que te quieren consideran bueno, vas a ser admitido por los demás sin prejuicios. También hemos sido muy proclives a recibir el mensaje de que hay que ser feliz, que los trapos sucios se lavan en casa, y que los demás no se tienen que enterar de las cosas que no van. De cara al exterior damos una imagen de que todo es perfecto, cuando no es verdad. Eso nos impide mirarnos a nosotros mismos en nuestras sombras, con lo que no las podemos iluminar corrigiéndolas, porque nos centramos en lo que los demás van a ver de nosotros.

"La felicidad no es cuestión de suerte, es una actitud. No somos felices, estamos felices”.

Estamos felices, porque es una situación puntual. La felicidad es un término muy ambiguo que abarca muchos parámetros, aunque, si nos centramos en lo que la mayoría de las naciones, personas y culturas dicen sobre la felicidad, curiosamente observaremos que se trata de un estado de paz. Asociamos la felicidad a la alegría, a la risa, al júbilo, y no. La felicidad es estar bien, sentir que tenemos capacidad para abordar los desafíos de la vida y hacerlo con tranquilidad y en paz. La conquista de la paz es la gran meta.

“La felicidad es estar bien, sentir que tenemos capacidad para abordar los desafíos de la vida y hacerlo con tranquilidad y en paz. La conquista de la paz es la gran meta”

“La felicidad es un estado de paz”. ¿La paz es un estado zen?

¡No! Es la sensación de que la vida nos desafía, pero podemos superar, trascender y abordar sus ochomiles. Siempre habrá situaciones dolorosas y adversas, como la pérdida de un ser querido con todas sus fases de duelo. Durante ese tiempo, esa persona no será feliz. El secreto está en reconocer ante otros que estamos pasándolo mal, porque eso invita a los demás a la posibilidad de echarnos una mano.

En la ayuda a los demás, diferencias entre consuelo y consejo.

Es muy importante hacer ese discernimiento cuando nos aproximamos al dolor de otra persona, y tendemos a confundir. Todos hemos experimentado la sensación de estar nerviosos ante un examen y que la gente de alrededor nos anime a que no estemos nerviosos. ¿Cómo no se está nervioso cuando estás nervioso? A la hora de ser un buen apoyo para los demás es mejor consolar. Ya llegará el momento de la superación en el que el que sufre se fortalece aprendiendo de lo vivido. No hay buen marinero que no haya navegado en una mar complicada.

“Es una falacia pensar que la vida va a volver a ser como antes”.

Sería tristísimo vivir en el día de la marmota, repitiendo procesos una y otra vez. Cualquier tiempo pasado fue mejor y también peor, porque teníamos muchísima menos experiencia, que es parte de la ciencia.

“Hemos añadido años a la vida, pero todavía no sabemos bien cómo añadir vida a esos años de más”.

La ciencia médica se pone a nuestra disposición para que tengamos una larga vida, pero, como no cuidamos la salud de nuestro cerebro y de nuestro cuerpo, el estrés -energía defensiva exacerbada- nos hace envejecer cognitivamente antes de tiempo. A nadie le apetece verse con muchos años con un relativo buen aspecto físico, pero desmemoriados, sin saber distinguir el día de la noche y dependiendo de los hijos para que le cuiden sin perder la dignidad. No importa morirse pronto, lo que importa es morirse en plenas facultades. 

Aprender a envejecer bien es una asignatura clave.

Sin duda. En esta sociedad infantil, la madurez se ha retrasado. ¿Qué es la madurez? La capacidad de distinguir lo que quieres de lo que te conviene y conquistar lo que necesitas, aunque resulte incómodo en algunos momentos. Una persona inmadura se frustra cuando no consigue sus deseos y no comprende que es responsabilidad suya poner el remedio para acertar con su vida. Con la fama de la juventud hay una demonización de la vejez, entendida como decrepitud. No acabamos de valorar socialmente que envejecer es ganar experiencia. Tendré más arrugas y el pelo más cano, pero lo vivido y asimilado me aporta tranquilidad para entender que lo que antes me agobiaba y me preocupaba, en realidad es irrelevante.

“La madurez es la capacidad de distinguir lo que quieres de lo que te conviene y conquistar lo que necesitas, aunque resulte incómodo”

“El mayor legado que me ha dejado mi padre es la apertura a lo diferente, sin miedo. La apertura a cualquier tipo de ser humano, para introducirnos en el corazón de las personas y no quedarnos en su fachada externa”.

Me siento muy afortunada por haber nacido en un hogar en el que esto ya era una realidad. Desde niña me ha gustado observar y mirar a los demás, y siempre he experimentado una solidaridad con el sufrimiento ajeno, por eso me he dedicado a la Psicología. Pero durante muchos años, me confundí bastante. Mi capacidad para observar la debilidad de los demás me hacía sentirme fuerte, porque no miraba con la actitud oportuna, porque no veía que yo también tenía mis lagunas y mis pies de barro.

Esta idea de la apertura a los demás gana valor en esta sociedad tan polarizada por las redes.

Todos los seres humanos estamos cargados de amor y de dolor. Así es la vida. Debemos aprender a gestionar el dolor para no hacer daño a otros, porque el dolor mal digerido invita a vengarte de los demás. Uno da lo que lleva dentro: si tienes demasiado dolor, ese será tu fruto. El amor también está dentro de nosotros y debemos rescatarlo de lo hondo y regarlo para ofrecerlo a los que nos rodean.

Puede haber lectores cínicos que piensen que qué bonito es el amor, y el mundo, pero que la vida no es una película de colores de Walt Disney.

¡Claro que no! ¡Tienen mucha razón! De todas formas, quien piensa así ha podido recibir mucha agresión, consciente o inconscientemente, por parte de las personas que les tenían que enseñar que la proximidad a otros seres humanos es buena y deseable. La ternura es un valor, y si no lo hemos aprendido, pensaremos que todo lo que tiene que ver con el amor es mentira.

 

“La ternura es un valor, y si no lo hemos aprendido, pensaremos que todo lo que tiene que ver con el amor es mentira”

Tienes nietos, hijos, ojos, oídos abiertos, una experiencia potente… ¿Qué sociedad estamos cultivando? ¿Qué sociedad está naciendo? ¿Cuáles son sus ventajas y sus inconvenientes?

Sin ánimo de criticar nuestros tiempos, porque no es mi estilo, veo que estamos en una sociedad muy acomodada. No hemos pasado una guerra, como vivieron mis padres. No tenemos hambre. Nos protegemos bien del frío. La sociedad se ha vuelto muy narcisista, y eso lo acentúan mucho las redes sociales, donde pasamos más horas de las que queremos reconocer reclamando que nos miren, que nos validen, que nos valoren, inmersos en una socialización ficticia donde falta el contacto real entre personas. Además, en ellas nos movemos solo entre gente que nos mira, nos valida, nos valora y nos dice cosas maravillosas sobre nosotros, y eso hace que generemos -especialmente, los jóvenes- la idea de que dando tú la mitad, el mundo te debe dar el doble. Así nace el narcisista.

“Cuando uno se quiere es mucho más coherente con el discurrir de su vida y la posibilidad que tiene de darse a los demás”.

Querernos es nuestra asignatura más difícil. Nuestros padres, con la mejor intención, nos han educado realzando en qué fallábamos, para enfrentarnos a los desafíos que nos esperaban fuera del hogar con cierta seguridad. Pero, a veces, no potenciaron nuestras capacidades y nuestro valor. A veces no nos dicen que somos niños deseados. A veces no nos sentíamos merecedores de una mirada, de que se nos nombrara adecuadamente… Podemos llegar a la edad adulta pensando que debemos hacer un sobreesfuerzo puliendo nuestros defectos, y lo que no nos gusta de nosotros termina por acaparar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Las sombras ganan a las luces, cuando lo positivo debe ser reforzado para compartirlo con los demás.

Comparas las emociones humanas con las matemáticas…

Sí. Tienen muchísimo que ver, y aprovecho para lanzar un mensaje en contra de la Psicología positiva inane. Si multiplicas un número negativo (un dolor) por uno positivo (la vida es maravillosa), el resultado es negativo. Si multiplicas un número positivo (qué maravilla) por uno negativo (esto tan bello que me sucede no va a durar demasiado), el resultado también es negativo. En cambio, si multiplicas dos números negativos, el resultado es positivo. Si yo estoy sufriendo y lo expreso, inmediatamente voy a encontrar los recursos para solucionarlo. Si me equivoco y me miento, nunca seré capaz de encontrar ni una salida, ni a las personas que me puedan ayudar.

“Querernos es nuestra asignatura más difícil”

Tus matemáticas indican que el realismo multiplica las posibilidades de acierto.

Si no hacemos el esfuerzo por conocernos, el realismo es imposible. Confiamos en que los demás nos reconozcan, porque desconfiamos de que nosotros podamos conocernos. Nos pasamos la vida preguntando fuera de nosotros quién soy y esta es la sociedad en la que vivimos ahora mismo. Todos necesitamos la aceptación de los demás, pero eso ni nos define, ni nos ayuda a hacer las mejores elecciones.

Durante años he sido ‘compradora de amor’: me preocupaba mucho ser aceptada y agradar a los otros, y eso me hizo renunciar, la mayoría de las veces, a descubrir quién soy de verdad, lo que busco y lo que deseo”.

He sido compradora de amor durante una temporada larga de mi vida y, como compradora de amor, me acercaba a la persona difícil, a la que tenía clarísimo que me la tenía que ganar, y ese desafío me hizo mucho daño, porque esas personas no son las adecuadas. Los compradores de amor buscan sentirse más poderosos conquistando a los que no tienen y dando la espalda a los que están cerca. Fatal error. El que compra amor se somete, se obsesiona con mendigar la aceptación y tolera que no le acepten, porque considera que aguantará ese maltrato.

“El amor no es ciego”.

¡En absoluto! En la fase de conquista del amor solemos ver las virtudes del otro y solemos minimizar los defectos, hasta parecer completamente ciegos. ¿Por qué? Porque, durante la conquista, los miembros de una pareja están expresando su parte más luminosa y atractiva mientras ocultan las oscuridades y complicaciones. En el curso de relaciones que hago explico que lo ideal es decidir por qué sería maravilloso querer a la otra persona teniendo en cuenta sus defectos. Además de expresar nuestros valores, sería interesarse contarse pronto nuestras patologías para ver si hay compatibilidad real, porque la complementariedad de las neurosis es lo que garantiza la estabilidad de una relación a largo plazo.

Un First Dates donde se sirvan las luces y las sombras.

Sería lo ideal, pero difícilmente comunicaremos nuestras sombras si nos las vemos.

“La complementariedad de las neurosis es lo que garantiza la estabilidad de una relación a largo plazo”

“Naciste contigo, vives contigo y morirás contigo, así que es fundamental que te lleves bien contigo…”.

Es fundamental cuidarnos y protegernos, sin confundir eso con la egolatría. Somos lo que somos gracias a que convivimos. La gente que no se conoce está totalmente en las manos de los demás, y a veces hay que ir a contracorriente para saber respetar nuestro propio criterio, siempre que no haga daño a nadie. Este buenismo de “todo vale” y “todo el mundo tiene razón” también puede complicarnos la vida.

El buenismo tiene mucho que ver con algunos coaches, que nos pintan un mundo ideal de aspirar siempre a lo más alto, aunque nos rompamos por el camino.

Los pensamientos positivos no curan las heridas abiertas. Hay que desinfectarlas. Los coach que no son psicólogos imbuyen en algunas mentes que todo es válido y que de todo se aprende, escondiendo que en el proceso de aprendizaje se sufre mucho y se requiere su espacio y su tiempo.

La meditación se ha convertido en el nuevo paracetamol interior que sirve para todo.

La meditación se ha venido a utilizar como método de “aquí no pasa nada”. Hay mucha investigación científica que la valida como herramienta o técnica que calla la turbulencia de la mente. La meditación es como una barca que se deposita sobre el mar: cuando las aguas están muy agitadas, la barca se va a la deriva, y tú con ella. Cuando están suaves, la barca se mueve y también te lleva a la deriva si no le pones un ancla. La meditación es el ancla: un tiempo y un espacio para aclarar la mente y convertir el mar turbio en un medio navegable.

La meditación es un hit social. Una moda. Una tendencia. ¿Todo el mundo está preparado para eso?

¡No! A veces la gente tiene un agua muy turbia dentro de su botella y utiliza la meditación como si fuese un tapón. Eso no sirve para nada, porque el agua seguirá contaminada por dentro. Antes de meditar hay que descontaminar el agua. Cuando una persona no está equilibrada emocional y mentalmente, la meditación exacerba todas las patologías. Muchas personas meditan para evadirse, no para solucionar las cosas. Cuidado. Lo ideal es vivir con higiene interior y utilizar la meditación para mantener ese modo sano de estar en el mundo.

“Los pensamientos positivos no curan las heridas abiertas. Hay que desinfectarlas”

Entendernos y entender nuestra sociedad no es fácil. Pero tú dices que “la vida es mucho más sencilla de lo que creemos”.

La vida es mucho más sencilla cuando aceptas que hay rosas y espinas e intentas resolver las espinas con los recursos que nos ofrece la sociedad. Entre otras cosas, disponemos de grandes terapeutas que nos ayudan a volver al camino y acelerar el paso si nos hemos perdido.

¿El coach es un intruso en la sede ajena de la Psicología?

El coaching cubre un espectro que era necesario, porque había personas desorientadas en el ámbito profesional, pero sin un cuadro de sufrimiento emocional, afectivo o de valía personal. Después, algunos se han metido en un terreno que no les corresponde, porque la formación que tienen, en general, no es suficientemente profunda. Un coach no se la juega como lo hace un terapeuta. Ellos hacen preguntas y depositan en su cliente toda la responsabilidad del cambio. La terapia es distinta. En ella, las personas se desnudan y se quiebran emocionalmente, y esa confianza debemos acogerla como cuando el cirujano se acerca a una herida: con toda la ciencia, todo el amor, todo el respeto y toda la compasión del mundo, sin marcar pautas, directrices y deberes, dejando a la persona que se desahogue como no se ha podido desahogar con nadie más.

¿Hemos superado los estigmas sociales de ir al psicólogo?

Todavía sigue mal visto. De cara al exterior, ir al psicólogo es una manera de reconocer que tenemos una debilidad que no queremos que se sepa. Aunque en las redes sociales haya quienes presuman de ir al terapeuta, todo eso no es tan verdad. A todos nos cuesta reconocer que pasamos por un proceso difícil. Los terapeutas tenemos el problema de que mucha gente acude a la consulta cuando es demasiado tarde. Cuesta mucho salir del agujero.

“Los terapeutas tenemos el problema de que mucha gente acude a la consulta cuando es demasiado tarde. Cuesta mucho salir del agujero”

Uno de los cursos que impartes va dirigido a enseñarnos a convivir con la naturaleza. Ser personas en nuestro medio, más allá del asfalto.

Llevamos dentro los elementos de la naturaleza. La tierra son nuestros huesos y nuestros músculos, que nos sostienen y nos permiten trasladarnos. Conviene tener los pies en la tierra, porque si no nos hemos flipado mentalmente. La enfermedad mental está relacionada con la falta de toma de tierra. El aire representa nuestra oxigenación física y la oxigenación de nuestras ideas. La respiración nos garantiza que estamos vivos: es lo primero que hacemos al llegar y lo último que nos sale antes de morir. Al respirar doy y recibo. ¿En qué proporción doy y recibo en mi vida? Tomar conciencia de la correcta respiración -en los llanos, en las cuestas arriba, en las bajadas- nos ayuda a oxigenaros por dentro. El agua: somos el 70% de agua. Se trata de una fuerza brutal, pero suave. Del río que pasa, cada centímetro cúbico no vuelve a pasar. Es importante que esa agua circule sin obstáculos. ¿Cómo va de flow nuestra vida? ¿El agua está estancada y podrida, o fluye? El fuego es la energía. ¿Nuestra energía arrasa con todo o da calorcito y es agradable, como una chimenea en invierno? El manejo de los elementos de la naturaleza en su correcta proporción es muy saludable y muy importante.

¿Por qué brillas?

Porque manejo bien el fuego… Hago las cosas con pasión y eso me permite enamorarme de las personas y de la vida.

Soy una persona profundamente creyente. Creo que la parte racional de los seres humanos es muy poderosa –cómo entendemos y procesamos la vida– pero no lo es todo. Hay algo superior en lo que me amparo. A lo largo de los años siento que ese ser superior no está tan lejos. Creo que venimos de algo muy grande. Desde que he investigado sobre Dios, estoy convencida que lo llevamos dentro de nosotros”.

Efectivamente. Estoy convencida de que no todo empieza y termina en mí. He visto morir a mucha gente y he experimentado en primera persona la diferencia que hay entre los que se mueren pensando que esto no acaba aquí y que lo que viene después es muy bueno, y quienes están seguros de que esto finaliza entre estos muros y ya está, que la vida no tiene más sentido. Creer en el más allá me ayuda a que las cosas que hago sean para algo y para alguien que me trascienden. No conozco a nadie que haya vuelto de la muerte para contarnos, pero en ese tránsito por el que pasaremos todos yo prefiero estar del lado de quienes se mueren en paz.

Acompañas a moribundos que están solos en sus últimos momentos de vida. ¿Qué has visto?

Que la muerte no es cinematográfica, no es bonita, no es maravillosa. Que morir es difícil, porque nos gusta mucho vivir. He visto a gente que se niega a reconocer que se está muriendo. He visto a personas aferrándose a la vida cuando no tiene sentido, porque no se han despedido adecuadamente de las personas a las que necesitaba decir adiós. He visto gente que no puede morirse hasta que resuelve sus deudas afectivas, y protagonistas de esas deudas afectivas a quienes llamas para que se acerquen a saldarla y no quieren asistir. He visto a personas que mueren con ansiedad, a familiares que no nos dejan morir –“¡No te mueras!” “¡No me hagas esto!”-, y he visto quebrantos finales por no haber organizado bien el testamento. De todo lo que he visto alrededor de la muerte, lo que más me centra es que casi siempre morimos cuando hemos aprendido lo que venimos a aprender y cuando hemos enseñado lo que veníamos a enseñar. Si eso se ha quedado pendiente, se muere con mucha angustia.

“Casi siempre morimos cuando hemos aprendido lo que venimos a aprender y cuando hemos enseñado lo que veníamos a enseñar. Si eso se ha quedado pendiente, se muere con mucha angustia”

Ayudar a morir y aprender a morir. Dos temazos que nadie nos enseña.

Mi padre, cuando se estaba muriendo, eligió la música que quería que sonara al marcharse para arriba, porque estaba convencido de que iría al cielo. Era una cantata no muy conocida de Bach, y la escogió por lo que dice: ya he tenido suficiente, ahora ya solo quiero reunirme con el Señor. ¡Pues yo, también!  

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