Después de 27 años en el PP vasco, BORJA SÉMPER dejó la política justo antes de la gran pandemia. Ahora es el director de Relaciones Institucionales de Ernst & Young. Con alergia a los extremos, se mueve siempre con un pie en el centro del campo de la opinión pública. Junto a Eduardo Madina -y con permiso de Carlos Alsina- es copatrón de ‘La ínsula’ en ‘Más de uno’: el espacio radiofónico obsesionado por construir puentes sociales desde Onda Cero.

Borja Sémper: “La empresa hoy es más transformadora que la política”

Pura cafeína. Un dandi indie de colegio público y clase natural. Se hizo del Madrid y del PP -dice- “por joder” pero, en realidad, se afilió en Nuevas Generaciones con 17 años para plantarle cara a ETA. En enero de 2020 colgó las botas públicas y sigue su partido en una Big Four. Liberal-nunca-conservador. Conversador. Desde septiembre lidera, junto a Eduardo Madina, un espacio radiofónico que se llama La ínsula, pero en verdad es un oasis. Diálogo constructivo, entendimiento, puentes y espejo para una clase política salpicada por las estridencias del populismo. Media hora en Más de uno. ¿Un hobby o una misión? Probablemente, “una terapia”. Futbolero y poeta. Fondo y forma. Hecho en Euskadi, abierto al mundo. Un merengue de provincias muy metido en el terreno de juego de nuestro tiempo. Popular. Veloz. Contundente. Educado. Verso. Voz. Canas. Reset. Vida. Seductor de las ideas. Compartió juventud con más de cien escoltas distintos por defender su libertad de expresión. Como para callar a estas alturas del tsunami.

Borja Sémper sigue a pie de obra, ahora desde las relaciones institucionales de una ‘Big Four’. Fotografías: Patricio Sánchez-Jáuregui.
Borja Sémper sigue a pie de obra, ahora desde las relaciones institucionales de una ‘Big Four’. Fotografías: Patricio Sánchez-Jáuregui.

Martes, 23-F. Los tanques están en todas las portadas cuatro décadas después de lo de Tejero. O quien sea. La agenda gira en torno a la crisis de los 40 de nuestra Transición. Un rey en Abu Dabi y el nuestro, en la Carrera de san Jerónimo. Ujieres de gala en el Congreso de los Diputados. Los independentistas y republicanos han roto la baraja porque no están dispuestos a celebrar el día en el que la democracia dio el estirón y la Constitución se convirtió en pegamento. Adolescencia crónica en medio de una pandemia. Pataleo con sueldo público. Incontinencia.

Con vespertinidad y alevosía, estamos en medio de Azca moviendo el balón con Borja Sémper Pascual. Este rincón de Madrid donde antes florecía el Windsor es nuestra ínsula de diálogo sin bilis. Remamos pensándonos en voz alta. Estos. Aquellos. Nosotros. Una conversación por la banda, de café cortado, sin pretensión de ex catedra.

Delante, un cuarentaycinquero joven curtido, con sus ojos vivos y sus canas claras. Uno de esos vascos que una mañana universitaria estuvo en la mirilla de ETA. Que sintió en sus carnes la amenaza de una banda terrorista fanática y cruel. Y que tuvo una madre en tensión y muchos amigos enterrados, y muchos colegas -como Gregorio Ordóñez- silenciados por la nuca, pero que ya no callarán nunca.

En la otra grada de esta mesa de café, un tipo que convirtió su pecho en escudo antidisturbios, que fue con la democracia por delante en una pista americana de minas de odio, que creció entre miradas ladinas y sospechas-lapa, y que relativiza su épica riéndose un poco de todo y un poco de sí mismo. Hoy escribe versos. Poemas de aire fresco con sabor a victoria. Mientras se fuma en cadena toda la mierda sufrida, respira hondo, libre, con el mentón alcista del que sabe que ha ganado una guerra.

En su traje de chaqueta no hay medallas, ni tampoco restos de ningún naufragio. Fue en enero, después de Navidad y antes de la gran pandemia del año más heavy de las vidas de los españoles… que no vivimos el plomo en Euskadi. Un año y un mes desde que dejó la política para seguir levantando puentes desde otros frentes sin armas.  

Hemos quedado en esta acera. Hemos superado unos bajos chungos rotulados con grafitis. Hemos hablado de Alsina y de la cultureta. Ha posado. Nos hemos sentado. Y hemos estado una hora larga repintando un oficio, un contexto, un escenario, un presente imperfecto y un futuro posible. Hemos dibujado la propuesta. Y los bocetos están en esta botella.

El café número quince que Sémper procesó entre caladas este 23-F, va por ustedes.

40 años del 23-F. ¡Qué buen día para dar un golpe de Estado de entendimiento político y social!

Las metáforas las carga el diablo… Pero, sí, hace falta un golpe de mano para cambiar el rumbo del camino que llevamos como sociedad, en general, y de la política, en particular. En términos comparados con nosotros mismos hace un tiempo y el ideal hipotético, ¿estamos bien o mal? ¿Las personas nos acercamos o nos distanciamos más? ¿La política nos aproxima, o nos aleja? ¿Los partidos políticos trabajan más juntos o más separados? Yo creo que estamos peor, y muchas personas con las que me relaciono, también. Es verdad que el contexto está jodido, pero en circunstancias excepcionales hacen falta respuestas a la altura de esa excepcionalidad: generosidad, talla de Estado…

 

¿Estos recursos humanos políticos tienen mimbres para afrontar tanta excepcionalidad?

Tenemos muy vivo el ejemplo de Italia, donde partidos muy diferentes están todos metidos en la Operación Draghi, porque han sabido leer el momento especial que vivimos.

¿Y aquí?

Vamos a ver: es muy fácil denostar a los dirigentes políticos actuales, y es una tentación recurrente al asomarse a la actualidad, pero el momento trasciende los nombres y los apellidos. Vivimos una ola que supera las voluntades particulares que pueden existir en casi todos los partidos políticos. Es una ola que está siendo capaz de arrasar con todo y que tiene su origen en varios factores: la primera gran resaca de la globalización, con todo lo que eso supone desde el punto de vista social, laboral, identitario…; la llegada con fuerza de un populismo con más impacto que nunca en nuestra historia contemporánea, aunque haya existido siempre; y una pérdida de rumbo que nubla la meta y se olvida de lo que es útil para la sociedad actual. Se ve: a una sociedad enfadada, cansada, y con miedo se le responde con más enfado desde donde deberían provenir las razones para la serenidad.

“A una sociedad enfadada, cansada, y con miedo se le responde con más enfado desde donde deberían provenir las razones para la serenidad”

Borja Sémper.

En ese contexto, emerge un oasis en Más de uno, de la mano de Carlos Alsina, donde usted y Eduardo Madina apostolan los viernes que podemos entendernos, aunque pensemos diferente. Dos indies de la política, emperadores de La ínsula. ¿Esto es un hobby, o una misión?

A veces pienso que incluso es una terapia… Nos lo pasamos muy bien y hablamos de lo que nos apasiona, siempre sabiendo que no nos dedicamos a la política, pero somos políticos, como casi la mayoría de la población… Que la sección esté funcionando es una buena noticia para nosotros, porque le dedicamos un tiempo y un esfuerzo, pero es un síntoma de lo mal que están las cosas. Que dos tipos diferentes, que provienen de dos culturas políticas distintas, hablen en un espacio público con normalidad y se aplauda el empeño como si estuviéramos descubriendo la pólvora, nos ayuda a entender la medida de la crisis social en la que estamos inmersos.

Nosotros no hacemos más que replicar en la radio lo que sucede en las relaciones cotidianas de los ciudadanos. No tenemos amigos solo de un signo político, y cuando establecemos una relación con alguien no le preguntamos a quién ha votado, o si tiene carnet de algún partido. Generalmente, la política no rompe amistades. La ínsula es solo un espacio en el que se reproduce esa realidad a través de las ondas. Las críticas más frecuentes que nos hacen tienen que ver con que no discutimos…  La cuestión es que nos está tocando hablar sobre los pilares que sustentan nuestra convivencia.

Y en eso están muy de acuerdo.

Claro. Porque la socialdemocracia o el liberalconservadurismo -yo nunca he sido un conservador, aunque tampoco sé muy bien qué soy ya- compartían unos cimientos que hacían referencia a la convivencia común y a las instituciones que nos representan.

¿El virus ínsulo se contagia también si no llevas mascarilla?

La ínsula es un refugio, más que un virus. Es un espacio que convoca a gente que está agotada o que no se siente ni representada, ni interpelada por el debate público dominante, por el fondo, y por las formas. La ínsula habla con mar de fondo, y con unas formas que no agreden, porque en los tiempos actuales la agresión formal tapa, incluso, el fondo. Nosotros no contagiamos. Los cafres pueden estar tranquilos. Pero sí estamos llenando una balsa con gente que esa media hora de radio nos acompaña en reflexiones serenas y constructivas.

Si Alsina abriera su mesa a más ínsulos, ¿quiénes serían sus candidatos?

Me saldrían muchos… Manuela Carmena… En realidad, casi todo el mundo que deja la política tendría cabida. El drama es que muchos de los que están ahora en política también estarían en ese tono, pero es como si estuvieran obligados a ser estridentes para hacerse oír.

¿Eso significa que la política actual es pura ficción?

La política siempre ha tenido una parte de ficción. No pasa nada. La teatralización es parte de su esencia. Lo que pasa es que está ficcionada. Se mueve en una hipérbole continua que desfigura su objeto real. La democracia es confrontación y choque de ideas, intercambio de opiniones, pero su objetivo es encontrar el punto de entendimiento que nos permita progresar. Si echamos un ojo a la generación política de la Transición, ¿alguien cree que Manuel Fraga y Santiago Carrillo eran moderados? En términos políticos, no. Pero ambos tuvieron la generosidad suficiente para interpretar el momento histórico que vivían y trascender sus posiciones más ortodoxas. ¿Para qué? Para llegar a acuerdos con quienes estaban en las antípodas y promover las condiciones para que la sociedad española pudiera avanzar. Esa generosidad y esa talla es lo que hemos perdido. Al menos, yo no las percibo en el debate público.

“La política está ficcionada y se mueve en una hipérbole continua que desfigura su objeto real: buscar un punto de encuentro para progresar”

 

Algunos políticos de la Transición fueron capaces de construir puentes, incluso entre polos opuestos. Ahora parece que los puentes políticos son cosa de ex.

Ahora está denostada la idea misma de tender un puente, porque eso se lee como si fueras un blandito: derecha cobarde, botifler, traidor... No se trata de renunciar a las posiciones de cada cual, sino intentar entender al adversario y buscar un punto de encuentro. A lo mejor esa conexión no se encuentra, pero solo la actitud ya se ve como política-blandengue, porque vivimos un tiempo de absolutos, de ortodoxias máximas. También, porque parece que el ortodoxo es el que sale reforzado electoralmente… Quizás haya quien piense: bueno, si dar un golpe sobre la mesa es útil en las urnas, ¿por qué no lo voy a dar? A corto, puede funcionar, pero ¿eso nos permite progresar? Tengo serias dudas.

El 23-F de 1981 usted tenía cinco años casi recién cumplidos. ¿Ha vivido otros ataques contra la democracia similares a lo largo de estos cuarenta años?

Yo he vivido un ataque permanente contra la democracia en el País Vasco, que es donde hice política. Allí las palabras sí tenían sentido, y el ejercicio de la política estaba dotado de un contenido rebosante de épica democrática. No hay matices entre el derecho a la vida y el derecho a matar. Defender la convivencia entre diferentes era épico, y ahí hemos estado, también Santi Abascal, que era mi compañero de escaño. Defendíamos la libertad para compartir la plaza pública. Hoy parece que todo eso se ha quedado viejo y ya no sirve. Eché los dientes políticos en una parte de España donde no había democracia. Esa gran lucha que hubo en Euskadi no te hace ni mejor, ni peor, pero sí marca una manera de entender el ejercicio de la política.

¿La nueva política es sectaria?

Cada vez se mueve más en compartimentos estancos y, sí, podría parecer que los partidos políticos se dirigen a una caja de resonancia de votantes determinados. Yo entré en política por Gregorio Ordóñez. Él ya era nueva política, porque tenía mucho valor contra ETA y contra el nacionalismo obligatorio, y también porque desde su responsabilidad política decía cosas que hoy sonarían a derechita cobarde. Era consciente de que tenía que tratar igual a cualquier ciudadano que entrara en su despacho, independientemente de si había votado a Herri Batasuna o al PP. A él le interesaba más ir a La Ser que a la Cope, porque su empeño era seducir a quien nunca se había planteado votarle. Hoy se ha renunciado a esa voluntad de liderazgo. Cuando España era una especie de bipartidismo imperfecto, PSOE y PP sabían que se jugaban las elecciones en ese espacio intangible que llamaban centro. Se convocaba a ciudadanos que no eran partidistas, porque ambas fuerzas entendían que su obligación no era dirigirse solo al militante, al convencido, o al que aplaudía dijeras lo que dijeras. Ese esfuerzo intelectual y político requiere afinar y no agredir. Se trataba de que, gobernara uno u otro, nadie se sintiera maltratado.

¿Damos por imposible un debate político sobre ideas sin empujones?

Lo ideal sería que el debate político se asentara sobre ideas y propuestas, pero la realidad es que se estanca entre exabruptos. Los partidos deberían hablar de lo que piensan y quieren hacer antes de criticar por sistema lo mal que lo hace el adversario. El que dice barbaridades marca el terreno de juego, y todos entramos a esa dinámica enfangando el partido. Ahí siempre gana el populismo. En el fondo, subyace la idea de tratar con falta de respeto al ciudadano, como si fuese menor de edad o alguien que te va a comprar cualquier mercancía, aunque esté defectuosa. El verdadero liderazgo convoca a gente en torno a una idea positiva. Aparentemente hemos renunciado a defender la pluralidad, la heterogeneidad y la complejidad de nuestra sociedad en beneficio de ideas monolíticas y absolutas. El embate independentista de Cataluña y determinadas políticas identitarias o nacionalpopulistas son un ejemplo.  Ya no dudamos tanto. Y la duda es muy saludable.

“El que dice barbaridades marca el terreno de juego, y todos entramos a esa dinámica enfangando el partido. Ahí siempre gana el populismo”

Borja Sémper.

Entró en Nuevas Generaciones con 17 años. 1993. Fue su manera de comprometerse contra ETA.

Lo que principalmente me motivó a entrar en Nuevas Generaciones fue ETA y el nacionalismo obligatorio, porque entendía que yo tenía el mismo derecho a vivir en mi tierra que uno del PNV.

¿El compromiso político juvenil está en crisis?

Veo a muchos jóvenes buscando épicas artificiales, porque vivimos en una sociedad acomodada, y eso que, objetivamente, existen problemas muy serios que afectan particularmente a la gente joven, sobre todo en este tiempo de pandemia. Los mensajes que se lanzan son siempre negativos. Es verdad que la situación está jodida y es mentira que no existan oportunidades para salir adelante. Pero si tú inflamas, en lugar de dar respuestas; si juegas a la respuesta fácil en vez de decir que las cosas son difíciles, encabronas más a la peña.

¿No tiene la impresión de que los jóvenes ven los partidos políticos como entes de otra época?

¿Cómo se va a sentir interpelado un chaval de 17 años cuando le estás hablando de Marte en la Tierra? El mundo se ha hecho más complejo, pero ha ensanchado sus oportunidades. Todo se ha trasformado, y resulta que las recetas que se ofrecen desde algunos púlpitos políticos responden a un mundo que ya no existe. Así no se puede seducir al perfil medio de jóvenes. El riesgo está en quién lo consigue...

“Todo se ha trasformado, pero las recetas que se ofrecen desde algunos púlpitos políticos responden a un mundo que ya no existe. Así no se puede seducir a los jóvenes”

 

¿Hasél?

A unos los seduce, Hasél. A otros, Podemos. Y a otros, Vox.

Porque Hasél y Podemos -en esta coyuntura de actualidad- son dos cosas distintas…

Hasél es una parte de la sociedad afortunadamente minoritaria. Podemos es un partido burgués en comparación con él… El problema es que a los jóvenes los seduce desde un Hasél hasta un Buxadé

Bea Fanjul será la nueva presidenta de Nuevas Generaciones. Les une su admiración por Gregorio Ordóñez.

La conozco y la aprecio mucho.

¿Nuevas Generaciones se orienta adecuadamente hacia la política que demandan los jóvenes?

Existe la tentación de buscar la épica en algo que ya pasó. El problema de los mitos es, precisamente, su mitificación... Todos tenemos nuestras aristas, también Gregorio Ordóñez. Lo que creo es que no deben buscar tanto en el pasado, sino crear un discurso atractivo de futuro. Las juventudes de los partidos están bien, porque canalizan una vocación específica, pero siempre que respondan a lo que esa vocación supone de generosidad y servicio. Dicho eso, entiendo que la juventud, generalmente, es un tiempo de ortodoxia y de seguridades absolutas. Todo tiene su momento.  

Fue concejal con 19 años. Candidato a la alcaldía de Irún, con 23. Allí fraguó un pacto con los socialistas. ¿En qué momento se rompió para siempre el diálogo entre PSOE y PP, salvo para renovar el Consejo General del Poder Judicial o la cúpula de RTVE?

Aquel pacto de aquel momento tiene su contexto. Era 1999. ETA nos mataba igual a socialistas y a populares. La batalla política no respondía a un eje izquierda-derecha. Era democráticamente necesario y ético que nos pusiéramos de acuerdo para demostrarle a la sociedad que, si gobernábamos juntos, seguiría habiendo luz eléctrica y agua potable. Y que el sol saldría también cada día. Las discrepancias políticas que existían fueron superadas por lo verdaderamente importante. Era un tiempo extraordinario donde se tomaron decisiones extraordinarias. Hoy, eso es impensable, incluso en aquel momento era impensable fuera del País Vasco. Hoy es extremadamente necesario un ejercicio de generosidad por parte de todos, también de los partidos políticos, porque nos jugamos algo muy gordo.

No cree en la resurrección de los muertos. ¿Cree en la resurrección de la sociedad civil después de la gran pandemia?

Creo en la sociedad civil organizada, sea lo que sea eso, pero pienso que lo tiene muy difícil en estos momentos. La gente tiene su vida, sus complicaciones, sus problemas. Nuestro modelo de democracia era un pacto en virtud del cual elegíamos a nuestros representantes para que crearan las condiciones que nos permitieran desarrollar nuestra vida en libertad. Yo no quiero que los políticos me solucionen la vida, sino que me pongan por delante una autopista por la que pueda discurrir. Parece que ya no pedimos eso a los políticos. Algunos -de derechas y de izquierdas- dicen: “¡Os vamos a resolver la vida!” ¡Mentira! Nuestro modelo estaba sustentado en la confianza que otorgábamos a determinados políticos para que gestionaran la cosa pública y nosotros, en libertad e igualdad de oportunidades, desarrolláramos nuestro potencial sin dejar a nadie tirado por el camino. Esto sí interpela al ciudadano.

Puede que la aspiración fuera que la política creara una autopista. Pero lo que tenemos por delante hoy se parece más a una pista de obstáculos. Hablemos, por ejemplo, con los autónomos…

Es un camino de piedras.

Usted lo ha vivido en dos elecciones generales (2015 y 2016) y en unos comicios municipales (2019): a veces, la sociedad no responde a las propuestas políticas constructivas y, en parte, somos cómplices de este camino de piedras. La misma sociedad que raja de la política en los bares, a veces no se moja.  

La sociedad tampoco tiene la obligación de mojarse… Por cierto, me sorprende mucho que la inmensa mayoría de las lecturas que se han hecho sobre las pasadas elecciones catalanas sean sobre quién ha ganado o quién ha perdido. Es normal. Los partidos leen como quieren. Pero nadie habla de la abstención… ¡Ha sido un gran fracaso y un drama! ¡Ha votado solo el 52% del censo y eso es terrorífico! ¿La culpa la tiene la gente que despotrica en la barra del bar y luego no vota? Una cuota de responsabilidad tiene, evidentemente, pero me interesa más fijarme en que los políticos han sido incapaces de sacarles de la barra del bar para llevarlos a las urnas. Soy consciente del contexto de pandemia y que todo tiene muchas derivadas, pero estos porcentajes exageradamente altos de abstención no responden solo al miedo a contagiarse…

“La exagerada abstención en las elecciones catalanas es un gran fracaso. Más allá de la pandemia, los políticos han sido incapaces de llevar a los ciudadanos a las urnas”

 

Hace un año y un mes que dejó la política por desencanto. Usted, que estuvo en la mirilla de ETA, pensó -entiendo- que la política de salón era demasiado mediocre y demasiado sectaria como para apostar todas las cartas a ese juego.

Hubo dos motivos que confluyeron en aquella decisión: un agotamiento vital y la necesidad de buscar nuevos horizontes, y que no me siento interpelado por la política actual y creo que hay otros que son capaces de hacerlo mejor. No es demérito de los demás, es fallo mío. No valgo para esto.

¿Con Martínez-Almeida se entendería bien?

El acalde de Madrid es uno de los políticos que mejor ha entendido su papel en un momento tan extraordinario como este. Cuesta encontrar a alguien que se sienta agredido por Almeida. Eso, que es algo básico en política, ahora es fundamental.

Borja Sémper.

En 1997 se salvó de un atentado por no ir a clase. Dice que quiere un cara a cara con aquellos etarras para ver qué buscaban con su muerte. Aunque ya sabe que lo único que querían era jugar al terror.

Quien dirigía el comando que quiso matarme, Iratxe Sorzabal, es de Irún y está encarcelada en Francia. Fue de las últimas dirigentes de ETA. Mis padres conocen a su familia tangencialmente. Cuando los chavales jugábamos al futbol en la plaza y hacíamos porterías con dos jerséis, coincidí con muchos que, con el tiempo, o me quisieron matar, o quisieron partirme la cara. Esto ha pasado en la España democrática, desarrollada, constitucional y europea del siglo XX. Estoy curado de espanto.

¿Olvidar todo eso es un camino lícito o una trampa?

Olvidarse de todo eso es un error. No podemos olvidar que el totalitarismo prende, igual que prendió durante más de cuarenta años aquel movimiento de corte revolucionario-totalitario en una sociedad acomodada y encantada de haberse conocido como la vasca, industrializada, con unos niveles de desempleo bajísimos, con una renta per cápita de las más altas de Europa. Prendió, con la complicidad de una parte de la sociedad que, por miedo o por desdén, miraba para otro lado. Si nos olvidamos, podemos repetir la historia y, además, nunca nos convertiremos en personas mejores.

“No podemos olvidar que el totalitarismo prende, igual que prendió ETA entre una sociedad vasca acomodada durante más de cuarenta años”

¿Cómo lee usted el fin de ETA?

Algunos piensan que nosotros, en Euskadi, ganamos la guerra, pero perdimos la paz. Algo de eso hay. Pero ganamos la guerra, que no está mal, porque más de una vez nos dijeron que bajáramos los brazos, que ETA no se acabaría nunca. Hoy todavía hay quien dice que ETA no ha sido derrotada, que sigue viva en las instituciones… El Estado de derecho venció a ETA y ampara y permite que, en un escenario post ETA, estos jueguen en las instituciones, ¡pero ganamos la guerra!

Último capítulo de Patria. Escena final. Abrazo congelado entre Miren y Bittori. Estamos en pleno rodaje y el director le deja entrar en escena y decirle algo a las protagonistas. En directo.

A Bittori le diría: ¡Qué generosa eres y qué grandeza tienes! ¡No sé si sería capaz de hacer lo mismo!

¿Y a Miren?

¡Qué suerte tienes!

¿La moderación política da votos?

¿Qué más da? La pregunta es: ¿Necesitamos espacios de entendimiento? Si la respuesta es sí, ¡a saco! ¡Aunque no de votos!

Esa lógica no funciona en la métrica dominante. Ahora mismo la política está en manos de estrategas del marketing que no siempre son personas de Estado.

Por eso es tan importante el liderazgo político… En un momento de incendio, de inflamación, de enfado, el liderazgo político se concreta en responder con soluciones a los problemas de la gente, y no en echar gasolina.

“En un momento de incendio, de inflamación, de enfado, el liderazgo político se concreta en ofrecer soluciones a los problemas de la gente, y no en echar gasolina”

 

A ver quién se quita de en medio hoy a Iván Redondo, con los resultados que está dando.

Conozco bien a Iván Redondo y es de las personas que mejor entienden la política en España. Quien critica su trabajo no sabe de qué va esto, ni cuáles son las reglas y el camino trazado. Allá cada cual.

¿Le invitaría a La ínsula?

Sí. Es un tipo con una conversación interesantísima al que hay que escuchar.

¿Al PP le quitó público despegarse de sus raíces cristianas?

¿Se ha despegado?

En los estatutos, sí.

El PP responde a un estado aconfesional en el que a los partidos políticos no les compete reproducir la doctrina de la Iglesia católica. En su día abrazó el liberalismo y, desde entonces, no le importa a quién rezas, a quién besas, o a quién votas, pero defiende a aquellos que optan por una vida confesional.

¿El voto nacionalcatolicista se ha ido para siempre a Vox?

No creo que sea un tema determinante en España, la verdad. Si alguien piensa que el votante del PSOE o de Podemos es ateo, se estará equivocando. La gente quiere vivir su vida espiritual en libertad y tranquilidad, y votar a quien le venga en gana, porque el voto responde a muchos factores, aunque probablemente para algunos el factor religioso sea determinante. Yo hice la Primera Comunión, me he confirmado, pero me alejé de la Iglesia por un motivo muy concreto: no soportaba a la Iglesia vasca. He pasado altibajos, como todo el mundo, creyente, no creyente, pero tengo un profundo respeto hacia la Iglesia y hacia los católicos. Es más, pienso que una de las bases de nuestra civilización es la cultura judeocristiana en toda su extensión. Renegar de eso es renegar de que el agua moja. Algunos quieren combatir a la Iglesia dando la espalda a nuestros principios culturales que nos han convertido en una de las civilizaciones con más éxito de la historia de la humanidad.

¿Cree que la religión es un apéndice extrapolítico?

Lo que creo es que un político no es un cura, ni un misionero. Un político es un político y hace política. Su tarea es responder a las cosas terrenales y garantizar que quien quiera ir a misa, lo pueda hacer, y el que no quiera, también. Y que el que va a misa y el que no lo hace tengan los mismos derechos y las mismas libertades.

¿Pablo Iglesias es clerical?

Absolutamente. Él defiende una religión de sustitución y providencialista. “Yo te voy a proveer, pobre, mujer…”. Suena a discurso propio de una dialéctica religiosa, que es muy lógica y muy defendible en ese ámbito de la espiritualidad, pero no en la política.

¿Y sus seguidores son adeptos?

Sí. Porque los populismos, de derechas o de izquierdas, convocan a adeptos.

“Pablo Iglesias defiende una religión de sustitución y providencialista: “Yo te voy a proveer, pobre, mujer…”. Como todos los populismos, convoca a adeptos”

Borja Sémper.

¿Cómo se ve España desde el altar de una Big Four?

Extraordinariamente bien. Por mi actividad política -fui presidente de la Comisión de Industria del Parlamento vasco- conocía algo el mundo empresarial, y hoy veo que tiene mucha más capacidad de transformación que la política en este país. Contemplo cada día que hay empresas -desde una pyme, hasta una cotizada- que son capaces de superar dificultades a puro huevo, currando. No descubro la pólvora, pero hay cosas que conviene decir. Están dentro de un panorama complejo, con sus complicaciones, pero se adaptan, evolucionan y responden. Ahora mismo, el mundo privado es más trasformador que el sector público.

¿Sigue siendo un poco kamikaze?

Para hacer política en Euskadi en aquella época había que ser un poco inconsciente, y no tener familia, pero nunca he sido kamikaze.

Y cuando llegaron los hijos, empezó con la poesía.

Sí.

¿Sigue escribiendo?

Sí, lo siento... La gente pensaba que este año iría todo mejor, pero voy a publicar otro libro de poesía antes de verano…

¿En la línea de Maldito (des)amor?

Algo más optimista, pero, sí, me va el rollo autoflagelación. Será más personal y más cáustico.

¿Es su catarsis de la pandemia?

No… Es una provocación.

Futbolero. Poeta. Constructor de puentes. Su caso rompe el perfil de las feministas que ven machismo tóxico detrás de una barba.

Me interesa mucho el fenómeno del feminismo y comparto la mayoría de sus postulados -la igualdad de derechos, de condiciones…-, lo que no comparto es ese feminismo new age que va contra el hombre en lugar de ir a favor de la mujer.

“No comparto ese feminismo new age que va contra el hombre en lugar de ir a favor de la mujer”

¿Qué ha aprendido de ser padre?

A ser más generoso y a pensar a largo plazo. No me quiero poner trascendente ni pedante, pero ahora me preocupa mucho más qué va a pasar dentro de treinta años.

¿Los puentes que usted levanta sirven también entre madridistas y atléticos?

Nunca he entendido esa dialéctica, porque yo he sido un merengue de provincias, y ahí el rival del Madrid era el Barça, incluso de vez en cuando te tiraban piedras los de la Real Sociedad. Mi abuela era una mocita madrileña del Puente de Vallecas y el primer regalo que me hicieron al nacer fue una camiseta blanca de esas en las que se planchaba el escudo. ¿De qué equipo iba a ser? ¡Del Real Madrid, no cabía otra! De broma digo que, por joder, siempre fui del Madrid, y del PP. Que no es verdad, porque todo tiene una explicación… Siempre me he alegrado cuando ganaba el Atleti. Sinceramente, me afectaba más cuando lo hacía el Barça… Eso se lo he contado alguna vez a Martínez-Almeida y no me entiende. Porque él es muy colchonero.

¿Cree que el verdadero objetivo de Almeida es ser presidente del Atleti?

Igual la alcaldía es un trampolín… [risas] Una seña de autenticidad de Almeida es que nunca ha ocultado su militancia deportiva en una ciudad tan polarizada con el fútbol. Él no se maquilla y esa autenticidad se premia.

Pero le hicieron portavoz nacional del PP. No se sabe muy bien con qué intención.

Los grandes ejemplos de alcaldes que se nos vienen a la cabeza han sido primero alcaldes, y después miembros de un partido político. Almeida eso lo tiene claro. No se dejará arrastrar por el partidismo necesario para ser portavoz del PP.

Supongo que uno de los grandes placeres de abandonar la política es tener más tiempo para leer.

Leía mucho antes también, aunque va por rachas. Depende de si los hijos me dejan dormir y estas cosas.

¿Hemos tragado con la política inculta demasiado fácilmente?

Si aceptáramos eso, estaríamos aceptando que los políticos son incultos, y yo conozco a muchos políticos muy cultivados. Lo que creo es que la intelectualidad opera menos en política. Parecería que decir cosas gruesas es más eficaz que decir cosas sensatas y más elaboradas.

“La intelectualidad opera menos en política. Parecería que decir cosas gruesas es más eficaz que decir cosas sensatas y más elaboradas”

¿Parecería? ¡La Big Four le ha hecho gallego: se me está yendo al condicional!

[Risas] Como he estado en el otro lado, sé lo difícil que es estar ahí. Es muy fácil opinar desde un sofá cómodo, por eso intento ser prudente. Pero una cosa es ser prudente, y otra, no tener opinión propia. Procuro ser respetuoso con quien ejerce una labor pública, aunque creo que el debate sobre la política trasciende individualidades, porque estamos en medio de una ola que arrasa con todo, incluso con los partidos más sólidos y consistentes, que se han dejado contaminar, de alguna manera, por el barro que esparcen los populistas. 

Si fuera Aaron Sorkin y tuviera que hacer un teaser de El ala oeste de la Moncloa bicolor, ¿qué veríamos?

Veríamos a Pedro Sánchez con alguna que otra noche de insomnio, y a Pablo Iglesias, muy encantado de haberse conocido.

¿Se hablará de algún miembro de este Gobierno dentro de 40 años, al menos como hoy se habla de Tejero?

Probablemente.

¿Para bien, o para mal?

Esa es la cuestión. Están a tiempo de que sea para bien.

¿Y se hablará en cuatro décadas de Pablo Casado?

Seguramente, también, y espero que para bien.

¿Llegarán candidatos indies a la derecha?

Mientras no haya candidatos que hagan el indio, iremos bien.

¿Se acabarán los trampantojos del populismo?

Siempre habrá populismo. Lo que me preocupa es la contaminación que, como lluvia fina, va impregnando todo del discurso populista. La secuencia de los acontecimientos hace que nos olvidemos de lo que ayer nos parecía una barbaridad y, mientras, se van consolidando las barbaridades como si fuesen algo normal. Aceptamos con naturalidad cosas inaceptables.

Por ejemplo, que un Gobierno nos mienta a la cara y no pase nada.

La mentira pública ya no nos escandaliza, y eso desprestigia al ejercicio de la política y beneficia a quien se mueve muy cómodo en ese territorio oscuro. Es un tema muy grave. Da igual ocho que ochenta. Da igual lo que digas hoy, porque mañana puedes decir lo contrario. ¡Cambiar de opinión no es malo! El problema es no explicar ese cambio y tirar por el camino de enfrente, de pronto, y sin inmutarse.

 

“La política está pensada en clave machirula. Se consolidan barbaridades como si fuesen algo normal y la mentira pública ya no nos escandaliza”

 

Otro debe social: pedimos que los políticos reculen sin orgullo, y cuando lo hacen, les clavamos el hashtag por la espalda.

Recular se considera una debilidad, y la política está pensada en clave machirula, de a ver quién tiene más huevos. La política no tiene nada que ver con eso. Rectificar o reconocer un error parece que es de débiles, y es todo lo contrario.

Eso es de poetas.

Sí. De cursis. [risas]

¿Volveremos a valorar a los políticos sin complejos?

Sí, pero ¿qué son los complejos?

Usted escribió un libro titulado Sin complejos

Me equivoqué aceptando la sugerencia del título por parte de la editorial… Ser auténticos es no tener complejos, y respetar al otro, también es no tener complejos. Eso es lo importante.

¿Los partidos políticos deben hacer un reset?

Sí. Y nosotros, también.

¿Le ha costado algún precio su libertad de expresión?

Sí. Mi juventud.

Estado de su espíritu.

Muy sereno, pero no me puedo abstraer de la preocupación que me genera ver y vivir lo que todos vemos y vivimos.

¿Mono de influencia social?

No.

“Los partidos políticos deben hacer un reset. Y nosotros, también”

Borja Sémper.

REBOBINANDO

Hay un poema breve tatuado en Maldito (des)amor que hiere así desde la primavera de 2015: “Me lo agradecerás, quiero hacer algo excepcional por ti, decir adiós”. Lo escribió Borja Sémper en su libro de versos libres cuando era presidente del Partido Popular en Guipúzcoa. Sin miedo a abrirse en canal y pasarse por el arco del triunfo el manual del político de hierro que no ofrece flancos sentimentales a sus adversarios.  

Hablaba de amores y de que “a veces nos aferramos a relaciones y lo mejor es hacerle el favor a alguien de decir adiós". Seis años después algún crítico convertirá la lírica en profecía -adiós a la política, adiós al PP-, pero no seré yo, porque una hora y pico de conversación es suficiente para entender que Sémper es más transparente que la media, y que aquel adiós de 2015 era solo un desamor en toda regla.

Durante su etapa pepera, los medios le pusieron la etiqueta de “verso suelto”, aunque él decía que no, que su único empeño era hacer un PP más poético. Pero da igual. La etiqueta de ayer o el hashtag de hoy se colocan y se convierten en dogma de masas. Lo cierto es que este cantautor de Irún era diferente, era más libre, era más valiente, y un inconsciente, y un romántico de la política, y un poeta sin puertas en un campo sin lindes.

Seis años y una pandemia después ha cambiado todo, pero pervive lo de semper: alternativo y natural, liberal con fundamentos, con arrestos de padre, poeta con versos nuevos más provocadores, sin miedo a la autoflagelación pública, con el atractivo de darse la importancia justa en el olimpo de la idolatría de las marcas personales. Y sigue siendo un romántico de la política, porque se nota la boda de plata de un idilio, aunque corrija en voz alta los descoques de aquella novia con sensato criterio.

Con sus cañones por banda, Borja Sémper mantiene un pie en la resistencia del sentido común. No es un converso iconoclasta, no hace vudú con su media vida intensa, no juega al transformismo de sofá. Con conocimiento de causa y la prudencia del que lee, escucha y aprende. Ha guardado sus ortodoxias en al altillo de invierno. Ha bajado al trastero las capas impersonales de otoño. Ha sacado sus inseguridades de primavera y sus dudas de verano, y está en una ínsula conectando con la tercera España.  

Es así. Solo los poetas que maduran y aprenden mientras avanzan y viven fijan a Gil de Biedma en el dintel de su casa social:

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra”.

Argumentos versus argumentarios. Dos mundos. La obra propia. Bendito adiós.

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