ENRIQUE LÓPEZ LAVIGNE es uno de los productores independientes con más solera del cine español: casi treinta años en platea detrás de títulos bomba como ‘Lo imposible’, ‘Un monstruo viene a verme’, ‘Verónica’, ‘Adiós’, ‘La llamada’ o ‘Quién te cantará’, y de series como ‘Paquita Salas’ o ‘Vergüenza’. 

“La cultura tiene que ser humanista antes que política”

Dicen que tiene el veneno del cine en su piel -y más allá de su piel-, y que está hecho de audacia muy fina. Dicen que tiene un olfato divino, y muchos cineastas se quedan con él. En 1992 ya estaba nadando largos en un deporte olímpico sin Goya: la producción audiovisual independiente. Casi sesenta obras entre filmes y series. Desde Vacas (Julio Medem) hasta La abuela (Paco Plaza), pasando por Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona) o Paquita Salas (Los Javis). El alma de Lo imposible sobrevivió al tsunami de la crisis del 2008 y se sacude del infarto post coronavirus con proyectos crepitantes. En agosto rodará su primer musical. Ama el western. Su fe en el cine no es una metáfora: su casa está en riesgo cada vez que se lanza a la piscina. Ha sobrevivido también a trece ministros y ministras del ramo. El sobrevividor de Carabanchel cumple su primer año como académico de los Oscars. Entre la incertidumbre y la excitación en este punto de inflexión del séptimo arte, hoy su hobby principal es estudiar cómo puede el cine sobrevivir al Fortnite sin arruinarse en el intento. Para seguir la llamada. 

Enrique López Lavigne.
Enrique López Lavigne y un Tintín a tamaño natural que da la bienvenida a su casa con encanto. Fotos: Patricio Sánchez-Jáuregui.

Hay una esquirla sur en Madrid que sabe a oropeles de principios de siglo XX y un poco a decadencia presente. La colonia de la prensa es un emblema de todo lo que fue la comunicación. Estamos en el corazón del primer gueto de periodistas bien avenidos cuya piedra angular colocó Alfonso XIII en 1913. Esto fue una urbanización de chalés vacacionales y de retiro para miembros del gremio con genio. Un siglo después, todo este real de feria con portada de azulejos es una metáfora. Modernismo, art déco, torretas, caserones potentes, y desgaste, desvencijes, goteras, manos de pintura de menos, pátinas ocres de viejura de más. Claroscuros con encanto.

Una guerra civil y un centenario largo después, grillan los grillos en un mediodía del coletazo de junio. Estamos en una sucursal de Los Ángeles asentada entre el Carabanchel Alto y el Bajo. En el punto medio de una carrera aplaudida vive, piensa, produce, anima, festeja, charla, planifica, suma, resta, multiplica, divide, sueña, viaja, escucha, admira, ama, crece, disfruta y sobrevive Enrique López Lavigne, uno de los productores independientes de cine con más metraje en el séptimo arte en español que se rueda para el mundo desde hace casi tres décadas. ¿Prodigiosas? ¡Milagreras! Porque dar hoy a luz una película exige tener más fe de la que tuvo Alfonso XIII en el poderío de la prensa, ahora diluido por las alcantarillas históricas de esta colonia con perfume, pero sin olores de grandeza.

Un Tintín a tamaño natural. Una barra de bar ochentera. Una calavera con gafas de sol. Una piscina discreta que nos lleva de la mano de Tarantino a Érase una vez Hollywood. Mesas y sillas de colores. Alegría, creatividad, y buenavida social club. Una lápida de latón dice que en esta casa hay “perros peligrosos”, pero, en realidad, este chalé es una embajada de pioneras y revolucionarios, un intercambiador de ideas, un templo cultural, un oasis con estractos de movida madrileña, una esquirla única, una flor vivaracha y fluorescente en el pedregal de este Carabanchel.

Secuencia 2. Casa. Exterior. Día. López Lavigne, de frente. Viste camisa negra interplanetaria como un Elvis que da vida a una luna de automóvil. Sin maquillaje. Sin focos. Sin cámaras. Cuadro. Plano americano. ¡Y acción!

Un académico de los Oscar en pleno Carabanchel. ¿Cómo ha llegado usted hasta los asientos de Hollywood?

A través de un camino natural que empezó a fraguarse a finales de los años 90, cuando el cine español se abrió y empezó a hablar en otros idiomas. Hasta entonces, todos los cines no americanos pisaban Hollywood solo desde la tarima del Oscar a la mejor película extranjera. Hasta que entendimos que, como productores, teníamos la obligación de abrirnos al público de fuera, empezando por el europeo. Por aquellos años 90 nos dimos cuenta de que nosotros también podíamos explorar otros territorios con nuestras historias y esa intuición hoy es una realidad bastante consagrada.

Se abrió la espita con Amenábar.

Yo trabajaba en Sogecine -grupo Sogecable- cuando surgió el fenómeno Amenábar. Desde entonces, de forma natural, nosotros y los americanos empezamos a pensar que no solo su cine podía triunfar, y de ahí se beneficia mucho la ola nueva mexicana, mayoritariamente liderada por directores mexicanos formados en Estados Unidos. Fue entonces cuando empezamos a hablar inglés para explorar esos territorios. Amenábar cuenta que comenzó con el inglés para comunicarse con Nicole Kidman y Tom Cruise en el rodaje de Los otros. Abre los ojos ya había sido un exitazo a nivel mundial.

La globalización es noventera.

 

Allí empezó lo que se ha hecho realidad definitivamente con las plataformas y nos han unido a todos: el cine global. Como hemos comprobado con el éxito de La casa de papel, el cine español y su narrativa viajan fantásticamente bien por el mundo entero.

Pero la Academia de Hollywood hace fichajes españoles con un poco de retraso…

Hollywood lleva una década larga incorporando a representantes de otros países, y eso se ha intensificado desde 2020. Se han dado cuenta de que debe ser una academia más diversa, también porque ampliar el espectro es la mejor manera de alimentar el presente y el futuro del cine. La cuestión es que en el mundo globalizado que empezó a abrirse en los noventa y que las plataformas han consolidado, un tipo con residencia en Carabanchel puede estar perfectamente en la Academia de los Oscars, algo tradicionalmente reservado a los americanos.

La relación entre Hollywood y España ya no es solo Almodóvar, Penélope Cruz, Javier Bardem y Antonio Banderas.

Garci fue quien abrió el camino.

¿En Hollywood nos ven con mejores ojos?

Eso ha pasado siempre. América es joven y ha tenido que alimentarse siempre de la creatividad y de la sangre nueva de los emigrantes. El único americano original es el nativo, que fue enviado a la reserva, como nos cuenta el western revisionista. El auténtico americano fue desplazado por los emigrantes que llegaban desde Nueva Inglaterra. Cuando estalló el nazismo, el cine expresionista alemán acudió a Hollywood y los americanos lo recibieron, y era gente que no hablaban ni una sola palabra de inglés, pero manejaban el lenguaje de la narración a las mil maravillas. Uno de los grandes empujes del cine vino con esa ola, pero no sería la única. Así ha venido sucediendo hasta ahora. Las últimas olas de las que se ha beneficiado el cine americano han sido el cine mexicano y el afroamericano. Los españoles hemos estado y seguimos. Ahora estamos calentando, pero no para ir a Hollywood, sino para incorporarnos sin complejos a la nueva narrativa del siglo XXI.

“El cine español está calentando, pero no para ir a Hollywood, sino para incorporarse sin complejos a la nueva narrativa del siglo XXI”

 

Enrique López Lavigne.

¿Por qué no hay un Goya al mejor productor si todo depende del productor?

Porque se supone que el Goya a la mejor película se lo lleva el productor, aunque los productores mínimamente generosos se lo dan al director, como prueba de que, aunque tú botes el barco, él es quien lo pilota. En Europa las cosas están cambiando, pero yo sigo estando al servicio del capitán del barco. El productor debe estar a merced de una historia que considere que puede conectar y poner todos los medios para que ese equipo tenga las mejores herramientas para llegar a buen puerto.

Hay festivales de cine que premian al mejor cartel, pero obvian al mejor productor… Pienso: no vendría mal reconocer el esfuerzo de un productor, especialmente en estos tiempos, ¿no?

El productor independiente es una especie en extinción, porque al final produce el que paga. Hoy es tan complicado financiar una película, que necesitas muchas fuentes diversas, y esas fuentes están siempre relacionadas con un interlocutor que quiere un crédito, que es el de productor. Al final, a poca gente le importa quién es el productor cuando, realmente, muchas veces ha sido el patrón, el que ha tomado las decisiones de llevar una novela al cine, de poner en marcha esta empresa, este viaje, de esta manera y con estas reglas. Es una figura que va definiéndose como la industria define su papel en el cine. El cine está hoy principalmente en manos de plataformas y las plataformas no necesitan productores, porque tienen relación directa con el talento y con los line producer

¿De qué género de peligro de extinción estamos hablando?

El productor independiente, protegido en países como España o Francia, existirá en la medida en que el público vaya a ver las películas independientes en territorios que siguen manteniendo una cierta independencia frente a la tendencia natural de consumir todos los productos en casa. Ahora mismo estamos en un momento de transición y transformación en todo lo que tiene que ver con el cine. No soy pesimista. Las cosas suceden porque tienen que suceder, pero, desde luego, las cosas no serán como antes.

“Estamos en un momento de transición y transformación en todo lo que tiene que ver con el cine. No soy pesimista. Las cosas suceden porque tienen que suceder, pero, desde luego, las cosas no serán como antes”

Unos sesenta largometrajes en estos casi treinta años en el mundo del cine. No solo no ha tirado la toalla, sino que se le ve en ebullición.

Sí, pero realmente ahora estoy en una situación muy comprometida con dos películas que teóricamente debería empezar a rodar este verano…

¿La abuela?

La abuela conseguimos terminarla, a pesar del confinamiento. Fue un rodaje complicado, porque nos pilló toda la crisis del coronavirus y la protagonista principal -Vera Valdez- es una señora de 85 años con enfisema pulmonar. Ante este proyecto se nos pusieron tantos elementos en contra que era difícil no salir de allí sin quebrar. Los riesgos que yo había asumido como productor independiente eran muy grandes, porque la responsabilidad de los productores independientes frente a las distribuidoras es solamente suya, también porque los seguros no asumían. Si le hubiese pasado algo a la protagonista principal durante el rodaje, que habría sido lo normal, posiblemente mi carrera se hubiese terminado. Conseguimos terminar la película con muchos sacrificios por parte del equipo, empezando por el director, Paco Plaza. La protagonista está sana y salva. Es una mujer maravillosa, una fuerza de la naturaleza a la que veremos en festivales importantes a la vuelta del verano. La abuela es un viajazo y estará en cines, pase lo que pase, en octubre.

Ahora estoy con dos películas nuevas que no sé cómo voy a financiar. A pesar de los 25-30 años que llevo en el sector y del elenco de películas exitosas, aquí uno empieza todos los días. Esta es una profesión muy complicada.

¿Su casa está en riesgo con cada película que produce?

Sí. Hasta ahora ha sido así. Ahora buscamos liberarnos más de ese peligro, pero, al final, siempre se asumen riesgos personales.

¿No tiene una úlcera?

Todavía no… Pero voy a cumplir 55 y tengo unas cuantas papeletas. A veces prefieres que alguien te contrate como productor dependiente: “Hazme esto”. Yo, absolutamente encantado, pero hasta ahora no era posible. El productor existe porque hay una necesidad en el mercado de contenido, y ahora esa necesidad de contenido existe en el consumo casero.

¿Haber producido Lo imposible, Un monstruo viene a verme, Paquita Salas o Adiós no es un aval?

Sí. Está bien. Forma parte de tu currículo. Empecé en el cine con Medem, he visitado a muchos de los directores claves del cine español en este viaje… Eso está bien, sobre todo, para mí, que lo he vivido, también porque en este tiempo he podido salir fuera para saber cómo se hacen las películas allí y cuál es el rumbo de la industria y una de mis aficiones principales es intentar entender cuál es el camino a seguir. Pero cada proyecto es como un reset.

¿En estas tres décadas intensas también ha habido un viaje interior?

En cualquier profesión siempre hay un momento en el que aprendes a distinguir lo bueno de lo malo, lo superficial de lo realmente importante. En este trayecto me he vuelto eminentemente práctico. He terminado entendiendo que no necesito tantas cosas. Los cineastas y los productores con experiencia van a la esencia: contar historias, como siempre, aunque ahora exista tanto contenido compitiendo en tantas ventanas diversas. El público actual sigue buscando emocionarse: llorar, reír, pasar miedo…

Tiene usted la impresión de que la pandemia ha acelerado un punto de inflexión potente en la historia del cine. Usted produjo Lo imposible (2012), aquel tsunami de Juan Antonio Bayona. ¿Qué tipo de maremoto surcará el cine español después del coronavirus?

El maremoto ya no afectará solo al cine español, sino al cine mundial. La pandemia ha acelerado un proceso que ya venía fraguándose. Nunca antes había habido siete mil millones de personas encerradas en sus casas consumiendo contenido: música, lectura, compras on line, cine, televisión… Se han abierto muchas expectativas para el consumidor que ahora debemos satisfacer. Entre esas expectativas no está el cine en sala, pero lo estará, necesariamente, porque, al final, nadie va a estar encerrado en su casa todo el día. Habrá un parque de salas más pequeño y las películas que se estrenarán serán más grandes y técnicamente más potentes, por supuesto. Las películas más grandes de los años 50 se hicieron para competir con la televisión.

¿Cómo contempla este punto de inflexión?

Este punto de inflexión tras la pandemia lo miro con inquietud y con muchísima excitación. Nunca antes había trabajado tantísima gente en este sector, porque nunca se habían hecho tantas obras audiovisuales. La gran pregunta es hacia dónde vamos. Lo sabremos dentro de unos años… Lo que ya sabemos es que la transformación de la industria audiovisual se dirige hacia el consumo globalizado en casa. Any how, any time, any day es el paradigma. Ahora empezamos a vivir las primeras consecuencias de esto: nos pasamos horas viajando por un navegador sin saber muy bien qué película ver, pero la gente será cada vez más selectiva. Sabrá qué quiere consumir en sala y nosotros los productores entenderemos mejor qué tenemos que fabricar para la sala y qué para las plataformas. Nadie aprende en un día. El consumidor es el primero que está aprendiendo, aunque ahora esté empachado, como en mitad de un buffet libre.

“La gran pregunta es hacia dónde vamos. Lo sabremos dentro de unos años… Lo que ya sabemos es que la transformación de la industria audiovisual se dirige hacia el consumo globalizado en casa”

La profecía de George Lucas y Spielberg se está cumpliendo.

La profecía de hace una década está cuajando: entradas más caras, espectáculos más grandes, mantenimiento en salas más duraderos… No es casualidad que Spielberg haya esperando un año para estrenar la nueva Wet Side Story, que pretendía ser la gran película de la Navidad de 2020. El musical de Broadway llevado a la pantalla en 1961 por Robert Wise es uno de los remakes más esperados y estará en España, previsiblemente, en los primeros días de diciembre. En Broadway hay obras que están cinco años en cartelera y la gente va a verlas una y otra vez. El cine del presente, porque tenemos que ir muy deprisa, tendrá que centrarse en películas más competentes.

Enrique López Lavigne.

Usted ha hecho una fuerte apuesta también por el género musical.

En agosto empezaremos a rodar nuestro La La Land con las canciones del repertorio clásico de Hombres G. Va a ser un musical que se maneja en pasado y en presente, y será una película eminentemente romántica, como nos gusta a su director, David Serrano, y a mí, que somos grandes aficionados al cine de Jacques Demy, sobre todo de Las señoritas de Rochefort. Creemos en esa capacidad del destino romántico que nos lleva a enfrentarnos, a veces, a realidades que no queremos. Contamos con actrices, actores y muchos niños que cantan. Habrá cantidad de cosas nuevas en este musical. Vamos a intentar no parecernos a nada de lo que se ha hecho hasta ahora. El musical es un género que amo profundamente y que nunca había afrontado.

¿La pandemia se notará también en los géneros?

Sí.

¿Más dramas, más películas existencialistas, más ciencia ficción?

Por un lado, estarán las feel good movies con las que uno debe evadirse necesariamente, y luego estarán unas películas de nicho que son el equivalente a nuestros libros de autoayuda, porque son películas que te hacen mejor. Por ejemplo, Nomadland, Oscar a la mejor película este año, que habla de la gente que se queda en los márgenes y de cómo aprender a vivir con eso. Es una película que está muy conectada con su tiempo. Nadie se preocupa por cuál es su taquilla, porque es una película “útil”. En tercer lugar, tendremos películas de gran espectáculo. Lo que desaparecerá será la clase media del cine.

“Tras la pandemia tendremos más feel good movies, películas de autoayuda conectadas al tiempo, y filmes en formato de gran espectáculo”

Dramas contemporáneos, Marvel y los musicales potentes tipo La La Land o El gran showman seguirán teniendo recorrido. ¿Y la comedia?

Por supuesto, pero la comedia imprime mucho carácter local y eso complica la exportación, aunque puede ser adaptada a otro idioma y a otra cultura. Ahora estamos rodando en México la adaptación de Vergüenza, la serie de ficción cómica que desarrollé y coproduje con Movistar.

¿Con Javier Gutiérrez?

Con el Javier Gutiérrez mexicano.

¿La comedia de Fesser, que usted conoce bien, qué recorrido tiene?

La multipremiada Campeones está ahora mismo adaptándose también en otros países. Ese es el futuro de la comedia.

Pero a usted lo que le gusta de verdad es el western.

Porque está muy asociado a mi infancia, y cuando envejeces tiras bastante de ese momento de felicidad plena. El western tiene mucho que ver con Grecia: la desnudez total, la narrativa del viaje del héroe… Siendo el gran género americano, junto al musical, ya está en nuestras tradiciones y raíces. Al final, basta con una persona a caballo y los conflictos propios de la tragedia griega: la venganza, la traición…

¿La generación zeta casará con los westerns de las puertas a dos hojas del saloon?

¡Sí! Para mí, el western más importante que se ha escrito es El Quijote. ¡Star Wars es un western! ¡The Mandalorian es un western y arrasó en el confinamiento!

Hace 18 años fundó Apache Films. Toca puesta de largo. Mayoría de edad. ¿La historia de Apache podría servir para explicar qué era, qué es y qué tiene que ser el cine español?

¡Ojalá! No creo que tenga tanta entidad, aunque ofrece una colección de buenos directores y buenas películas, todas ellas conectadas con su momento. Lo mismo puede decirse con otras productoras cinematográficas, como la de Elías Querejeta, porque también propone un pedazo de la historia de España. Cuando analizamos las películas que hizo Andrés Vicente Gómez en los noventa, estudiamos también una etapa importante del cine español y sus estrellas. El productor siempre está al servicio del momento.

Aterrizó en el mundo del cine desde el Derecho.

El accidente en mi historia es el mundo del Derecho… Pertenezco a una generación en la que no había escuela de cine. Yo quería ser arquitecto, pero era muy malo con las matemáticas, y lo sigo siendo... Desde pequeño hacía mis propios cortos y escribía mis historias. Siempre quise estar aquí, pero no pertenecía a ninguna familia con pedigrí cinematográfico. Los que estamos en el cine y provenimos de esa época somos autodidactas. Estamos aquí por pasión. Y los de ahora, ni le cuento…

¿Qué echa de menos en el cine actual?

Me preocupa que las plataformas hacen películas que les pertenecen a ellos completamente. Ni siquiera tienen la obligación de dejar una copia en la Filmoteca y eso no lo estamos pensando ahora y dentro de cincuenta años será muy importante. Si hay un servicio público que te ayuda a administrar el dinero para hacer una obra, esa obra debe acabar formando parte de la comunidad y ser patrimonio de la humanidad.

Decía antes que era regular con las matemáticas. Sacar adelante una película no debe ser un ejercicio matemático simple. ¿Quién pone dinero? ¿Quién cree que una película es una inversión buena y segura?

Ahora mismo, poca gente… El dinero del cine viene, especialmente, de las desgravaciones fiscales, que ha sido un gran instrumento para financiar películas en los últimos años. Hacen falta más mecanismos similares sin que la mayor parte sea dinero público. En eso estamos. El cine tiene que protegerse, porque si no, desaparece. Que siga vivo en este momento de transformación ya es mucho.

¿La parte cultural del cine sigue cautivando a los inversores?

En el pasado cometimos un gran error mezclando política, cine y cultura. Obviamente la cultura es para todos, pero el cine también es industria, y hemos dejado un poco de lado esa realidad que sostiene lo demás. Para que la cultura exista hace falta la industria. Imagínese una sociedad que no se sintiera representada por las películas que se hacen y cuyo cine no contara la verdad de lo que pasa en ese país, o que ni siquiera hablara su idioma. Eso podría suceder si no cuidamos lo que tenemos.

El cine tiene miedo al fracaso. Todo se mide al milímetro para arriesgar lo menos posible. Y eso se nota.

No todo funciona por algoritmos. El cine está lleno de maravillosos accidentes como Easy Rider [1969], una película muy pequeña hecha por unos fumetas e interpretada por los propios fumetas, que consiguió cambiar el cine de los años 70. Allí empezó la gran revolución del gran cine. Después, en 1975, llegó Spielberg con otro accidente monumental llamado Tiburón y logró que una película de serie B rodada como de serie A y con mucha inteligencia, se estrenara con 2.000 copias y aquello cambió la forma de hacer, distribuir y exhibir las películas. Estamos a la espera de más accidentes así, que llegarán. El algoritmo repite fórmulas de consumo que son exitosas, pero en el cine hace falta algo más.

“El algoritmo repite fórmulas de consumo que son exitosas, pero en el cine hace falta algo más, como nos demostraron accidentes de éxito como Easy Rider o Tiburón

Entre la industria y la pasión, ¿dónde entra en la agenda del productor el deseo de hacer películas que llenen un vacío?

Sería muy pedante decir que hago cine para llenar un vacío. Ante todo, yo lo que hago son las películas que me gustan y las que me gustaría ver como espectador. Por supuesto, la mayoría de las veces somos penalizados en taquilla por eso, pero también hay algunos de esos maravillosos accidentes en mi carrera con proyectos que nadie quería y salieron muy bien, como La llamada. Empezamos a rodarla sin ayuda del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) y sin nada, y lo pasamos realmente mal. Verónica es otro ejemplo. Seguirá habiendo accidentes, aunque cada vez sea más difícil financiarlos.

¿El Bayona de Lo imposible ya era una apuesta segura?

Bayona venía de El orfanato, un éxito estratosférico que le daba una seguridad brutal en sí mismo que no veíamos desde Amenábar. Lo imposible fue una película muy difícil de poner en marcha, primero porque solo se podía hacer en inglés. Hoy la podríamos hacer en español, porque Bayona abrió ese camino. Solo el presupuesto de la película era lo que nos pedían en efectos especiales fuera de España, y lo hicimos con una compañía española, con Félix Bergés, con quien coincidí en la película de Fesser de El milagro de P. Tinto siendo todos unos pipiolos. El talento español es enorme, pero se hace más grande cuando se confronta con la realidad de fuera. Abrir caminos es difícil.

¿El punto de inflexión que vivimos se notará en que cambiarán los rostros del cine español que conocemos?

¡Sin duda! El año que vivimos encerrados ha abierto un paradigma completamente nuevo. Muchos de los que hemos estado antes posiblemente ya no estemos, y me incluyo. El otro día estuve con unos traperos muy volcados a YouTube con millones de seguidores y entendí de nuevo que el cine se queda muy pequeño para ese lenguaje. Los formatos nuevos son necesarios, y nos seguimos moviendo en lo convencional. Hace falta una revolución en los formatos, en la narrativa, en los roles, en las historias y, por supuesto, en los cineastas y en los protagonistas. Todo este cambio está sucediendo ya ante nuestras narices en medio de una cierta confusión. No hay más que ver cómo se comunican nuestros hijos con lo audiovisual. Tenemos la obligación de volver a conectar con la gente joven otra vez.

“El cine necesita una revolución en los formatos, en la narrativa, en las historias, en los cineastas y en los protagonistas. Todo este cambio está sucediendo ya ante nuestras narices en medio de una cierta confusión”

 

¿Las series ayudan a conectar a los jóvenes con el cine?

Las series son un vehículo de fidelización y el cine necesita ese poder de conexión.

Enrique López Lavigne.

Paquita Salas y Vergüenza son dos series suyas de losers en pantalla grande que empatizan con audiencias potentes, porque sus protagonistas saben reírse de sí mismos. ¿Tienen algo de usted?

No me tomo nada en serio. Reírnos de nosotros mismos me parece lo más sano del mundo.

Su cine y sus series son muy diferentes.

No he sido un productor de comedias en cine, pero en series, las comedias de exorcismo personal han sido lo primero. Berlanga nos enseñó a hacerlo muy bien y, además, está en nuestro carácter latino. Soy muy fan del cine cómico español, latino y mediterráneo. En momentos difíciles como el que vivimos es muy necesario.

¿Los rostros del cine se ríen de sí mismos o se dan excesiva importancia?

Hay de todo, porque son como las demás personas. Javier Gutiérrez es un actor al que hemos visto crecer con cara de asombro, porque quizás él y Antonio de la Torre sean los actores españoles de mi generación. Parece que tiene un físico limitado y, sin embargo, ha ofrecido un gran potencial dramático, cómico, empático y es un actor extraordinario. Le conozco personalmente y se ríe mucho de sí mismo. Si no, sería imposible que nos hiciera reír y llorar, porque ambas emociones nacen de la misma fuente.

Algo parecido desprende Belén Cuesta.

Totalmente. Belén Cuesta es una actriz enorme. En La trinchera infinita, haciendo un papel dramático, hemos entendido mejor la talla de su profesionalidad. Es de las personas más divertidas del mundo para salir. Y, además, es de las que tiene más capacidad para hacerte llorar.

¿El mundo del cine es una montaña rusa sentimental interior?

Es una especie de Gran Hermano. Mucha gente de la misma edad en un mismo espacio y todo es emocional y sentimental. Los rodajes son experiencias intensas y, por lo tanto, son parques de atracciones con mucha montaña rusa.

Se conocen todos con sus virtudes, sus defectos, sus almas y sus cuerpos.

Conoces bien a las personas cuando estás en situaciones extremas y hay pocas situaciones profesionalmente más extremas que hacer cine. En el trascurso de una película desaparece de tu historia gente importante, tu vida sentimental se mezcla con la profesional, y todo eso en horarios de unas doce horas entre idas y venidas. Cuando haces una serie o una película no vives. Los rodajes son paréntesis en tu vida.

“Hay pocas situaciones profesionalmente más extremas que hacer cine. En los rodajes no vives. Son paréntesis en tu vida”

 

¿Cuál es el momento más éxtasis de su carrera?

Espero no haberlo vivido todavía, porque si no… Cada vez soy más consciente de que hacer una película es un milagro. Ahora estoy muy nervioso con la que empezamos a rodar el 9 de agosto sin las ayudas del ICAA concedidas y sin saber si las vamos a tener… Esto es un no dormir. No tengo vacaciones, pero, incluso los fines de semana que me voy para desconectar solo pienso en poder llegar a ese día y ponerme a rodar.

Hábleme de gente que forma parte de su trávelin cinematográfico.

            Julio Medem:

El cine más joven, más arriesgado y más moderno que se ha hecho en España lo ha hecho él.

            Juan Antonio Bayona:

            Es el cine, fruto de haber sido educado en el cine.

            Javier Fesser:

            Un iconoclasta muy pegado al tebeo y un explorador de la narrativa cinematográfica.

            Paco Plaza:

            Un amigo, pero, sobre todo, un ser humano que ha profundizado en el terror, porque el horror está dentro de nosotros, aunque su cine de terror es profundamente humano.

            Nacho Vigalondo:

            Uno de los grandes fabuladores del cine español. Su capacidad de inventar universos low cost cerca de nosotros es extraordinaria.

            Paco Cabezas:

            Un emigrante que quiere traducir su infancia en cine y aprender en el camino. Es un gran admirador del cine americano.

            Carlos Vermut:

            Todos somos únicos, pero él es el lince ibérico.

            Isabel Coixet:

            Es una niña grande y muy culta a la que mueve lo mismo que a mí: la curiosidad y la pasión de contar muchas historias. No tiene ni obstáculos, ni límites.

¿Alguna mujer más?

Son los tiempos que me ha tocado vivir… Tengo una relación muy especial con Natalia de Molina, con la que voy a hacer mi tercera película, pero no es cineasta. Me siento muy identificado con ella, por lo que hace conmigo, y por lo que veo de ella, en general.

¿Tiene usted algo de movida madrileña?

Pues… Estoy intentando abordar un proyecto sobre ese momento cultural de la historia de España. Creo que todos los productores estamos en eso y en algún proyecto sobre traperos. Almodóvar sigue siendo el cineasta que representa a la movida madrileña, y en Dolor y gloria lo testifica. Yo viví aquello de refilón, porque era pequeño, pero me creo la posibilidad de contar cosas que han vivido otros cercanos a mí y que todavía no se han contado bien, curiosamente. Soy un amante de Madrid, me gusta esa época, y hace falta afrontarla ya con madurez.

Su presencia en el mundo de la producción cinematográfica aborda casi tres décadas. ¿Me resume su análisis sobre el papel del Ministerio de Cultura en el cine en estos años?

He vivido los bandazos gobierno a gobierno y constato que falta estabilidad para proyectar a largo plazo. Los mandatos efímeros hacen volubles los proyectos, y eso espanta a la inversión. Nadie sabe cuál será el próximo gobierno y por dónde irán los tiros, pero sí sabemos qué realidades conviene proteger en medio de este vaivén permanente: a la producción independiente, al cineasta con filmografía exitosa, a la diversidad, a las nuevas generaciones… Este último equipo ministerial ha intentado hacer todo eso, pero es muy complicado desarrollar proyectos con previsión. La inseguridad no puede ser el modo habitual en el que trabajamos en el mundo del cine. Si la política tuviera menos incidencia en el trabajo de la industria, todo sería diferente y más fácil.

“La inseguridad no puede ser el modo habitual en el que trabajamos en el mundo del cine. Si la política tuviera menos incidencia en el trabajo de la industria, todo sería diferente y más fácil”

 

¿El cine español se ha librado ya de la intoxicación política?

No es bueno significarse políticamente en cuestiones culturales porque, aunque todo es política, eso puede discriminar y, de alguna forma, herir sensibilidades. El espectador es global, vota a todas las opciones políticas y no deja de ser el cliente. John Ford era un liberal que no se sabía muy bien si era de derechas o de izquierdas, pero consiguió enfrentarse al mcarthysmo cuando todo el mundo pensaba que lo apoyaría. La cultura tiene que ser humanista antes que política, aunque todo sea política. Hay que preservar el espacio de tolerancia a todas las opciones. Todos los equipos políticos tienen la tentación de intentar asociarte a su causa como vía de marketing o publicidad. Dejarse es un error demostrado históricamente.

Después de tantos años de cine, ¿ahora es menos materialista y más espiritual?

Nunca he sido materialista, quizás porque siempre he sido muy malo en matemáticas. Tampoco me considero una persona espiritual. Vivo en un mundo capitalista, aceptando las reglas del capitalismo. El esfuerzo de una película es tan titánico que muy pocas veces se ve recompensando económicamente, aunque sí de otra manera: mensajes, cartas, premios… De todas formas, ese tampoco es mi objetivo. Hago las cosas porque creo que debo hacerlas y porque estoy en el lugar adecuado para hacerlas.

¿Este trabajo le ha cambiado como persona?

Cualquier arte que se relacione con la belleza te hace crecer como persona, indudablemente. A parte de que el viaje en sí tiene un elemento humano que me resulta muy importante, y eso que yo soy un gran tímido.

¿Un gran tímido?

Sí. No lo parece, pero sí.

¿Sus hijos heredarán el don de oler el cine?

No creo. A mi hija, que estudia Sociología, le interesa más, incluso va a la Filmoteca. A mi hijo, que tiene 15 años, casi no le sacas del Fortnite. Porque hoy, el principal competidor del cine no es la televisión, ni Netflix, sino el Fortnite. Aunque hayamos educado en el cine a las nuevas generaciones, no hemos conseguido que sea una prioridad para ellos.

“El principal competidor del cine no es la televisión, ni Netflix, sino el Fortnite. Aunque hayamos educado en el cine a las nuevas generaciones, no hemos conseguido que sea una prioridad para ellos”

Pero las buenas historias también conmoverán a la generación zeta…

Sí, pero les cuesta más el formato de este cine. Tenerles dos horas seguidas con una propuesta es complicado… Ahora mismo todos tenemos déficit de atención.

Después de rodar el western de su trayectoria, ¿listo para rodar el musical español de la década?

Jacques Audiard me dio la oportunidad de disfrutar entre Almería y el Pirineo de todo aquello que me hace cabalgar hacia adelante con el western Los Hermanos Sisters. Ya puedo morirme tranquilo. Con respecto al musical, está La llamada (2017), que es lo más parecido a juntar Hedwig con Rocío Dúrcal vestida de Adèle… Me he quedado con tan buen sabor de boca con Los Javis que quiero volver a esas cintas de casete que le grababas a quien te gustaba en clase en los 70-80 y mis cómplices serán los davides: David Summers -y su grupo- y David Serrano.

¿Contento?

Mi naturaleza es inquieta, pero soy una persona que aspira a estar siempre contento y procuro ponérselo fácil a los que me rodean.

¿Su alma está inquieta hasta que…?

Hasta que dé con el Moby Dick que me lleve al fondo del mar: esa película que justifique la existencia de todos nosotros en el mundo real.

Enrique López Lavigne.

REBOBINANDO

Solo las personas acostumbradas a mirar hacia adelante con el bagaje esencial de la experiencia pasada son capaces de contemplar el paso del cambio en el presente. Están tan acostumbradas a pensar el futuro y a rebobinar las escenas anteriores, que van adquiriendo un don especial a medio camino entre el profeta, el aventurero y el zahorí de las cosas que funcionan en el tiempo que se vive.

Enrique López Lavigne tiene ojo, olfato, oído y tacto, aunque los sentidos de un productor estén todos puestos en el asador de cada proyecto que se gesta en su matriz mental. 

Cuando los telespectadores planean sus veraneos, él se adentra en los rodajes que se estrenarán en Navidad. Cuando unos duermen, otros piensan por usted. El universo audiovisual siempre anda unos años por delante. Con el visor puesto cerca y, a la vez, mucho más allá de nuestras fronteras. Con la antena lista para captar las señales de las sociedades que vienen. Con la piel fina para sentir las necesidades del aire que sopla. Y más allá de la tecnología, de los nuevos modelos de negocio, del reset industrial, este productor congela ante las cámaras la esencia de un arte: historias, personas, humanismo, curiosidad, audacia, locuras, visión universal, cosquilleo, accidentes maravillosos… Algoritmos de la previsión que calculáis la vida encorsetando registros mientras pintáis de gris el horizonte creativo: ¡go home!

Decía George Lucas que “el secreto de las películas es que son una ilusión” y cualquier sociedad con futuro, aunque sea imperfecto, se merece una ilusión, tras otra. Producir cine en un mundo cambiante es arriesgado, así que bienaventurados los que no duermen y están al borde de la úlcera por ofrecernos ilusiones nuevas, porque los títulos de créditos y cada premio del cine son, en realidad, para ellos. Se pongan como se pongan las academias en modo colonia de la prensa del siglo XX.

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