DIEGO S. GARROCHO, (Madrid, 1984), es vicedecano de Investigación, Transferencia del Conocimiento y Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Allí imparte asignaturas relacionadas con la Ética y la Filosofía Política.

Diego S. Garrocho: “El gran momento del relativismo ha terminado”

Cogito en pantalones vaqueros. Aristóteles en newbalances. Diego [Sebastián] Garrocho es profesor de Ética y Filosofía Política. Divulga en sabio en una universidad cada vez menos posmoderna y en una sociedad que cada vez anhela más certidumbres. El vicedecano del ramo de la Autónoma de Madrid discurre de la mano plural de la Historia de la Filosofía en el mood de los millennials. Habla de ética y de cosmética. Habla de Platón, de Cicerón, de Nietzsche y de Kant como si estuvieran todos juntos en la estera de un picnic. Provoca y sugiere con punch. Habla de metarrelatos y vidas con sentido desde el corazón de la España vacía [o nihilista]. Habla de la felicidad más allá de los estímulos “californianamente hedonistas”. Mira con realismo e inmanencia: esta sociedad “no es una escombrera”, pero sí percibe “una regresión de las esperanzas”. Por lo que reflejan sus alumnos, cree que las nuevas generaciones ya no se tragan las vidas de neón sin centro de gravedad permanente.

Diego S. Garrocho.
Ética y Filosofía Política en vaqueros en plena Puerta del Sol. Fotografías: Patricio Sánchez-Jáuregui.

Es lunes en Sol y hemos quedado en el reloj de antaño para componer una especie de mecano. Aunque sabemos que esto no es un juguete. Hemos convocado al vicedecano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid a esta puerta grande donde se comen las uvas felices y donde se cuecen también las uvas de la ira. Como de año en año.

Hemos venido a peripatear esta ágora donde conviven la libertad de Ayuso y las raspas del 15-M. Donde se mezclan las latas de Mahou de los boomers desmelenados tras el bocinazo del fin del estado de alarma con los tecnoidólatras del templo Mac. Donde toca la lotería y donde te roban la cartera. Donde se vende oro, donde te leen la mano y donde Bob Esponja se hace carne con el sudor de los agostos.

Estamos en este kilómetro cero de alquitrán donde brilla el Tío Pepe y donde vibran las levaduras de La Mallorquina. Donde Carlos III cabalga con soltura a pesar de sus 2.800 kilos de bronce y donde un armadillo de cristales sin limpiar vomita viajeros casi anónimos al epicentro de la Villa y Corte.

Aquí están el oso y el madroño, y el espíritu de la tradición. Por aquí deambulan las tendencias y los megáfonos de las revoluciones. Aquí están la materia prima y la forma sustancial bailando un chotis. A un paso de Montera y el libertinaje, y muy cerca de donde asesinaron al Canalejas liberal en noviembre de 1912 cuando era presidente del Consejo de Ministros.

Cortesanos e indignados. Limpiabotas y kapemegeros. Castizos y madrileños por el mundo. Huele a calamares y a sémola, a fritanga y a cúrcuma y jengibre. Este intercambiador generacional lleno de vida es el eje del bollo, el rincón periodístico apropiado para esbozar un dibujo que nos ayude a entender la montaña rusa en la que saltinbancan nuestras biografías.

Dos cafés americanos frente a un café con leche para una conversación sin azúcar. Profesor Diego S. Garrocho, bienvenido a esta casa de papel…

La Puerta del Sol se llenó hace unos días de botellón para celebrar el fin del estado de alarma. ¿Qué alarma se le encendería a Aristóteles ante escenas así a estas alturas de una pandemia?

Aristóteles, como buena persona inteligente, haría lo posible por interpretar qué está ocurriendo antes de enjuiciar y ser demasiado rotundo. Seguramente trataría de entender la conducta humana de una manera aséptica y se interrogaría por qué ocurre lo que ocurre, iría a las causas. La experiencia más republicana de la política, que asume que tu bien, necesariamente, pasa por el bien de los demás, exigiría hacer un uso responsable en los espacios públicos. Por muy incontenible que sea la alegría que uno sienta, el bienestar de la comunidad debe prevalecer siempre.

Lo que más me inquieta de las imágenes que vimos ese día -me inquietan lo justo, tampoco debemos escandalizarnos por algo muy puntual…-, es que sus protagonistas no eran tan jóvenes. Las fotografías nos muestran muchas personas de treintaypico años que quizás demuestren que la experiencia más lúdica de la vida no se aloja ya en los años de primera juventud. Parece como si la irresponsabilidad casi biológicamente impuesta se alargara excesivamente en los años…

 

¿Qué les diría Nietzsche?

Nietzsche es más impredecible. No es lo que nos han intentado hacer creer muchas lecturas inmediatas y adolescentes. Sería tentador ver en aquella respuesta social algún rasgo dionisíaco, pero, francamente, esa es una lectura interesada. Nietzsche era un tipo más rigorista y formal de lo que creemos y probablemente estaría asustado. Sería un hipocondríaco especialmente temeroso de su propia salud.

Aristóteles sigue vivo 2.343 años después de su muerte.

Si Aristóteles ha llegado hasta aquí es porque los temas a los que se enfrentaba no eran cuestiones circunstanciales, sino que aspiraban a decirse universales. Él mismo lo expresaba aproximadamente en estos términos. Esa garantía es un rasgo habitual del pensamiento pre moderno, que supera la coyuntura inmediata, la concreción del aquí y el ahora, aunque Aristóteles partiera también de lo inmanente. Además, como todo buen genio, se inhibe al paso del tiempo. El amor, la muerte, la envidia, las pasiones, el bien, la justicia, la belleza… son temas sin fecha de caducidad. El azar también estuvo de su parte al construirse sobre su legado una escuela enormemente influyente después de muchos siglos.

“Indicadores como el cambio climático, la crisis de la democracia liberal o la ruptura del pacto social entre generaciones nos hacen pensar que el futuro puede ser un lugar donde no debamos alojar muchas esperanzas”

 

¿Nietzsche sigue igual de vivo?

Nietzsche es un pensador muy complejo y con muchas aristas. En un tiempo como este, en el que se convierte a la víctima en héroe y en el que no existen dispositivos que eduquen en la valentía, creo que tiene muchas cosas que decirnos. Pero de él se han hecho caricaturas muy injustas y muy poco fieles con su obra. Es un autor con un estilo inimitable y digno de elogio. Literariamente es de los más expresivos y podríamos seguir reivindicando una buena parte de su filosofía. Nos ayudaría a pensar contra las ideas dominantes y contra la inercia, y esa dimensión sería muy pertinente. Además, veo muchos lugares de entendimiento en los que Aristóteles y Nietzsche podrían darse la mano, en contra de lo que pudiera parecer.

En esta pandemia hemos visto mucho dolor, mucha épica, mucha ética, una política fofa, una Europa a cámara lenta, el esplendor de la gente buena y sus virtudes… Parece un buen segmento de la historia contemporánea para estudiar si el hombre progresa o regresa.

Tengo muchas dudas, aunque me gustaría creer que el ser humano progresa incluso a través de regresos. Hay quien confía en que el curso de la historia no es necesariamente lineal, sino que hay pasos, tropiezos, etapas de enorme sufrimiento, pero que si miramos el gran panorama el saldo acaba siendo positivo. Una de las conclusiones más pesimistas de la secularización exprés de la historia es que se ha acabado también por colapsar el núcleo del progreso, es decir, la confianza en que los años por venir han de ser necesariamente mejores. Ese optimismo hoy está en disputa. Existen suficientes indicadores, algunos de ellos muy claros, como el cambio climático, la crisis de la democracia liberal o la ruptura del pacto social entre generaciones, que nos hacen pensar que el futuro, probablemente, no sea un lugar donde debamos alojar demasiadas esperanzas. En la medida en que todos tenemos una cierta capacidad para construir los contextos del mundo que viene, debemos hacer como si ese mundo por venir pudiese ser mejor, aunque no existan garantías de éxito. Estamos viviendo un momento de regresión o retención de las esperanzas, porque los límites biofísicos del planeta y algunas amenazas políticas nos están alertando del riesgo.

“Necesitamos una mejor izquierda y una mejor derecha, incluso necesitamos mejorar el debate que aspira a impugnar el eje entre izquierda y derecha”

Diego S. Garrocho.

Todos sabemos quién ha hecho las cosas bien, con generosidad, con visión social, y quienes han demostrado ser una decepción egoísta en estos meses largos. Me gustaría centrarme en destacar a las buenas personas que hacen el bien, porque el bien es un protagonista secundario de la sociedad.

Esta crisis nos ha dejado muchísimas escenas de generosidad moral. Vuelve a darse una disociación entre la sociedad civil -que ha respondido muy razonablemente y donde ha habido gremios que han dado una lección absolutamente ejemplar, como todos los profesionales sanitarios- y la competencia política. Es de justicia poner en el foco los grandes gestos de generosidad que hemos vivido, a la vez que mantenemos una actitud vigilante con quienes gobiernan. El problema es que, en el ámbito político, cada vez existen menos críticas transversales. Solo se centran en el enemigo o en el adversario. No somos capaces de hacer diagnósticos estructurales que nos lleven a elevar el ejercicio de la política, no desde un extremo u otro del arco parlamentario, sino estructuralmente. No es que merezcamos una mejor izquierda, o una mejor derecha; es que necesitamos una mejor izquierda y una mejor derecha, incluso necesitamos mejorar el debate que aspira a impugnar el eje entre izquierda y derecha.

Incluso, quizás, otro estilo de partidos políticos.

El bipartidismo tenía algunas cosas buenas. Es más: creo que es bueno que el centro político se incardine en partidos que no tienen que ser exclusivamente centristas, porque eso obliga al diálogo entre distintas sensibilidades en el seno de las dialécticas de partido. La gran atomización de las opciones políticas, en el fondo, lo que nos está diciendo es que en el interior de los partidos no se tolera la disidencia y hay que crear tantos partidos como sensibilidades políticas puedan imaginarse. Eso es una pérdida. El bipartidismo tiene muchísimos vicios -estructuras de abuso, conductas indeseables…-, pero era bueno imaginar que pueden existir amplios proyectos políticos donde se pueden debatir ideas y disentir, donde haya una divergencia con respecto a la disciplina de partido. En España nos falta ese horizonte. No entiendo por qué el centro izquierda debe expulsarse del PSOE, o por qué el centro derecha debe ser marginado dentro del PP. Hasta a la izquierda y a la derecha radical les convienen los debates internos dentro de sus partidos y que haya una lógica plural. La izquierda y la derecha se dicen de muchas maneras.

“La gran atomización de las opciones políticas nos está diciendo que en el interior de los partidos no se tolera la disidencia y hay que crear tantos partidos como sensibilidades políticas puedan imaginarse”

 

¿El centro político naufraga?

La institucionalización en forma de partido de centro ya ha naufragado. Ciudadanos es un partido que no volverá a colmar las expectativas de quienes ocupaban esa sensibilidad. Eso no excluye que determinados ejercicios de virtud política guarden un compromiso con la moderación. De todas formas, más que la posibilidad del centro político de proponer medidas centradas, prudentes, moderadas, lo que me interesa es su capacidad para pendular entre extremos. Lo que me atrae del centro es la posibilidad de transgredir los límites entre bloques. Yo, por ejemplo, me situaría a la izquierda de la izquierda en la defensa de la educación pública, pero, al mismo tiempo, me confesaría enormemente conservador en los contenidos a impartir: más Latín, más Historia del Arte y menos Psicopedagogía futurista.

Igual el fracaso del centro es haberse convertido en equidistancia.

Ciudadanos ha tenido muchos problemas, y quizás el más significativo es que parecía un partido nihilista en términos morales en muchas ocasiones, y eso es una renuncia importante para quienes aspiramos a una visión mucho más republicana, de construcción de virtud cívica, de la experiencia política.

Dice Errejón que persuadir es más atractivo que regañar. Habla del ejemplo en política. Si la política española fuera un cadáver en su quirófano de pensar, ¿por dónde irían los tiros de su autopsia?

Tendríamos ante nosotros un fallecido a causa de una enfermedad autoinmune, porque ha sido el propio organismo el que se ha ocasionado el daño. Me daría mucha pena esta muerte, porque creo que habría sido evitable. No había nada programado, no ha sido una muerte inexcusable por culpa de la edad o de un agente externo. También podría ser una muerte derivada de la falta de cuidado en un sentido amplio: de la misma manera que hay personas que se maltratan todo lo que pueden y abusan, a pesar de las señales de alarma que da el cuerpo, la democracia española, teniendo muchas virtudes, no está sabiendo leer algunos indicadores de alarma que advierten de por dónde podrían saltar las costuras.

Hay una crisis de referentes públicos que parece crónica. Quizás porque el postureo tiene más likes que la virtud.

Sí. También porque la virtud se ha banalizado. Vivimos en un mundo de inflación moral permanente. Las grandes corporaciones, los políticos o los clubes de fútbol hablan de valores, de ética, y parece que se exhibe el propósito corporativo con mucha impudicia, pero cuanto más hablamos de ética, da la impresión de que la custodia de las grandes virtudes se nos escapa de las manos. Es un problema también civil, porque tenemos que ser capaces de darnos una lectura común o consensuada a cerca de cuáles son las virtudes a las que debemos aspirar. Una comunidad política prospera cuando existen algunas virtudes compartidas, que no se tienen por qué ejercer, pero sí reconocer. No todo el mundo tiene que ser virtuoso, pero sí debe existir un consenso por solapamiento a cerca de cuáles son las conductas deseables. Y en eso hay dudas.

“Vivimos en un mundo de inflación moral permanente”

 

Los referentes públicos son esencialmente sectoriales. Estoy seguro de que Pablo Iglesias será un referente para algunas personas, y de que Isabel Díaz Ayuso lo será para otros. Entre medias se ha generado una especie de imposibilidad de generar héroes civiles o modelos de comportamiento que sean capaces de resultar transversales. Queda mucho por construir, no tanto desde la política como desde la sociedad civil.

En política, la verdad ya no es sagrada. La mentira no tiene consecuencias. El efecto de una mentira dura menos de 24 horas. ¿La verdad tiene prestigio?

Romperé una lanza en favor del optimismo: es cierto que vivimos en un contexto de intoxicación mediática permanente que hace que, ante un estímulo, no seamos capaces ni de diagnosticar con certeza de dónde vienen las mentiras, pero, al mismo tiempo, creo que hay diferentes experiencias que empiezan a exigir la reconstrucción de una verdad compartida. Hablo de una verdad en minúscula, intersubjetiva, serena, que no aspire a erigirse necesariamente en absoluta, pero considero que el gran momento del relativismo ha terminado, acaba de periclitar en estos últimos tiempos.

La posmodernidad, en rasgos muy generales, se comprometía con un construccionismo cultural de todo, mientras que ahora volvemos a incardinar algunos debates, y eso nos lleva a una cierta polarización que parte del realismo moral. No nos encontraríamos con una sociedad tan fuertemente polarizada si de verdad creyéramos que todo es relativo. La gente maneja verdades o virtudes que son privadas y que defiende con mucha fortaleza. La posibilidad de conceder que hay conductas más justas que otras, que podemos convenir si algo es bueno o es malo, es un primer peldaño para encaminarnos hacia la reconstrucción de un marco público, no sé si de verdad, pero sí de veracidad.

“Tejer puentes es difícil, pero es una obligación. Lo fácil es alojarse en una identidad marcada, pero la realidad es compleja y debemos huir de las soluciones inmediatamente sencillas”

 

Cualquiera que mire la vida pública desde las redes verá que los bandos son trending topic. El afán de puentes no cuaja del todo, aunque hay quien planta sus pinitos.

Los puentes son imprescindibles. Creo que la polarización informativa que han procurado las redes sociales es estructural. Están concebidas para que se den escenarios de confrontación, porque eso es lo que llama nuestra atención y lo que convoca el interés de las audiencias, pero quiero pensar que la vida no es Twitter. Las decepciones permanentes de los partidos políticos que se veían triunfadores en Twitter nos vuelven a enseñar que, quizás, la realidad sea algo distinto. Sigo confiando en que las personas tienen muchas más ganas de llevarse bien con su vecino, incluso de conceder determinadas posturas, antes que enfrentar esa dialéctica de polos donde muy pocos se sienten cómodos, aunque algunos ganen mucho dinero. Tejer puentes es difícil, pero es una obligación. A veces la pereza nos vence, porque es más fácil alojarse en una identidad marcada, pero la realidad es compleja y debemos huir de las soluciones inmediatamente sencillas.

¿Qué tipo de ágora es Twitter?

Twitter es un ágora acelerada, falaz, esencialmente sofística, donde se asume que la conversación es como un arte de esgrima donde la contradicción, los zascas y la confrontación rigen de una manera más evidente que la búsqueda común de la verdad, sea esta lo que sea. Pero también es un lugar en el que, si sabes orientarte, puedes llegar a información relevante y, desde luego, divertida.

“Twitter es un ágora acelerada, falaz, esencialmente sofística, donde se asume que la conversación es como un arte de esgrima donde la contradicción, los zascas y la confrontación rigen más que la verdad”

¿La vida privada puede ser discreta, pero ejemplar, o lo importante es parecer bueno, aunque la procesión interior sea una vida paralela?

En contra de lo que mucha gente señala, creo que las apariencias importan. La vida pública conlleva una teatralidad performativa: no importa tanto si De Gaulle era una buena o una mala persona, lo que importa es que Francia fue capaz de regalarse una imagen en virtud de la cual sus ciudadanos debían elevar su ethos civil para parecerse al héroe del pueblo. Desde Homero hay ficciones performativamente útiles, porque, aunque los héroes no existan, cumplen la función de servir de modelo o de paradigma. A mí sí me gusta que, cuando nos exponemos al público, intentemos ser mejores de lo que realmente somos, y esto no es mentir, ni es ser un hipócrita: es una manera de demostrar que asumimos un profundo respeto por la mirada del otro. Es una forma de amor. Como dice Platón en El banquete, “nadie es tan cobarde como para no convertirse en un héroe a los ojos de la persona amada”.

Quizás invirtamos más en fingir ser más perfectos y más listos que en ser mejores personas.

Seguro. El imperio de las apariencias es una realidad, sobre todo en momentos determinantes de nuestra vida, como la adolescencia. La tiranía de la imagen que nos procuran las redes sociales hace que la superficie se imponga. No quiero ser tecnófobo, pero creo que la tecnología, de alguna forma, nos condena a ser superficiales. ¡Un texto en una pantalla ya es una imagen!

“No quiero ser tecnófobo, pero creo que la tecnología, de alguna forma, nos condena a ser superficiales”

¿Relegar todas las convicciones a la vida privada es una manera de enviar a las catacumbas valores que son personales, pero que enriquecen la sociedad?

Ese ha sido uno de los fracasos del nihilismo liberal. El liberalismo ha hecho una custodia tan celosa de la vida privada que ha asumido que cada cual puede vivir de cualquier manera, sin ser capaz de ser testigos de las virtudes que compartimos. Existe una cuota de nuestra vida privada que hay que proteger, y el liberalismo ha hecho muy bien en defender esos ámbitos inexpugnables contra las intromisiones de terceros: con quién me acuesto, cómo vivo, qué valores determinan mi vida… Pero también ha habido una renuncia a la vida en común, a la necesidad de que proyectemos nuestros ideales vitales en un ámbito público de competencia virtuosa de ideas.

Compraría una cierta neutralidad por parte del Estado, aunque nunca lo sea del todo, porque debe vehicular unos mínimos que hacen sostenible la comunidad, pero con esa neutralidad del Estado hemos renunciado a conocer ideales de vida. Cualquier persona que crea que tiene una verdad, debería comunicarla, tanto en el campo de la física, como de la moral. Si algo es bueno, difundirlo sin maximalismos es una manera de preocuparme por las personas con las que vivo. La conversación pública en torno a los valores que mejoran nuestras vidas es fecunda y pone a prueba nuestras certezas.

“Cualquier persona que crea que tiene una verdad, debería comunicarla. Si algo es bueno, difundirlo sin maximalismos es una manera de preocuparme por las personas con las que vivo”

 

¿Hay un poco de cacao entre la buena conducta, la virtud, la ética y la religión?

No sé si tanto. La izquierda y la derecha se equivocan al hacer una explicación casi sacramental de la experiencia moral. Cuando la izquierda se pone a prescribir conductas, la derecha también la mira como si fueran las nuevas ursulinas o la nueva inquisición. Es urgente y bueno hacer una experiencia civil de la composición de valores. En este camino nos hemos tropezado mucho, pero soy profundamente optimista: hemos enviado al matadero a una generación entera señalándoles que podíamos vivir vidas sin sentido, vidas sin metarrelatos, vidas con valores absolutamente optativos y líquidos, y nos hemos dado cuenta de que es imposible... Las nuevas generaciones están pidiendo certezas. La gente reclama direcciones y sentidos posibles para vidas cada vez más precarizadas, más infelices, y más inhabitables. Aquí también hay un riesgo, porque en tiempos de desdicha siempre abundan profetas que ofrecen mercancía averiada.

“Las nuevas generaciones están pidiendo certezas. La gente reclama direcciones y sentidos posibles para vidas cada vez más precarizadas, más infelices y más inhabitables”

¿Quiénes son “las nuevas generaciones”?

La generación Z aspirará a reconstruir certezas. A mis alumnos actuales no tengo que explicarles por qué tienen una asignatura de Ética en la carrera de Filosofía, y hace años, sí. Antes se consideraba que el bien, la verdad y la belleza eran, necesariamente, construcciones sociales isovalentes. Mis alumnos actuales entienden perfectamente que cualquier conducta no es igualmente virtuosa. Asumen una vocación de veracidad, en parte porque han visto como mi generación se estrellaba con vidas manifiestamente fracasadas, y si las personas no son felices, igual es porque la receta era fallida.  

Diego S. Garrocho.

¿Sus alumnos de 2021 son más aristotélicos que los de hace una década?

Sí. Tienen una visión más íntima de la ética y son realistas en términos morales: aspiran a conocer y a prescribir conductas. Es cierto que habrá un disenso muy importante entre ellos y que pueden proponer conductas divergentes, pero dos personas que disienten en torno a una verdad están más cerca que quienes defienden la inexistencia de la verdad. Nos movemos en un contexto de proliferación de paradigmas morales, pero empezamos a expresar la necesidad de vivir en un mundo moralmente orientado.

¿Se nota en sus clases un interés real de diálogo de posiciones entre los alumnos?

Doy clases en varios cursos de Filosofía y los alumnos, normalmente, tienen cierta voracidad intelectual e incluso la necesidad de escucharse unos a otros, también porque los profesores intentamos fomentar ese pluralismo. Los docentes tenemos la obligación de sensibilizar a nuestros estudiantes ante la diversidad de opciones, porque la Historia de la Filosofía es plural. Un chico o una chica que viaja desde Parménides de Elea hasta Derrida ha revisado muchas cosmovisiones posibles del mundo.

“Nos movemos en un contexto de proliferación de paradigmas morales, pero empezamos a expresar la necesidad de vivir en un mundo moralmente orientado”

¿La Universidad está siendo honesta con esa pluralidad de visiones o impone modelos uniformes de contemplación del mundo que vivimos?

Mi experiencia personal es muy positiva. A mí nadie me ha dicho jamás qué tengo que decir. Por afán pedagógico he llevado al aula ideas muy impopulares y nadie ha cuestionado mi libertad de cátedra. En la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid he encontrado un contexto de absoluta libertad docente.

¿El claustro también dialoga, o solo dispara conocimiento?

Yo trabajo en un área sensible como la Ética y al Filosofía Política y somos muy respetuosos entre nosotros. Reconocemos la posibilidad de que alguien habite en nuestras antípodas ideológicas y, a la vez, sea muy buen profesor. Ese pluralismo es una fuente de riqueza y parte de nuestra oferta formativa.

¿La posmodernidad ha abandonado la Universidad?

En la Universidad hay muchos jalones generacionales y cada profesor construye su identidad en base a la época que le ha tocado vivir, a opciones personales y a contingencias biográficas o bibliográficas. Pero sí creo que en la Universidad se observan opciones críticas también con la posmodernidad, que en sí misma es un movimiento esencialmente plural que aglutina muchas sensibilidades. La Facultad de Filosofía de la Autónoma de Madrid es un contexto plural y un buen lugar donde estar y donde pensar.

 

“En la Universidad se observan opciones críticas también con la posmodernidad, que en sí misma es un movimiento esencialmente plural que aglutina muchas sensibilidades”

 

La pandemia nos ha puesto la muerte más cerca. ¿Las UCI saturadas, los muertos conocidos y los féretros apilados nos llevan a decidir morir bien? ¿Qué es morir bien?

Supongo que muere bien quien ha tenido una buena vida. Platón decía que filosofar no es otra cosa que ejercitarse en el morir, y enseñaba que una vida consciente y lúcida es aquella en la que nos sentimos mortales a cada instante. Muere bien quien ha vivido a la altura de esa conciencia de mortalidad. La buena muerte es la que ha sido preparada desde el inicio de la vida consciente. Todos soñamos con morirnos rodeados de personas a las que queremos, sin haber sido irreversiblemente injustos con nadie, sin dejar cuentas demasiado gravosas… Para mí, la buena muerte pasaría por ahí.

¿La democracia está en riesgo de muerte?

La democracia está en riesgo siempre, porque no hay ningún sistema democrático que haya sucumbido por exceso de custodia.

¿Cuáles son esos riesgos que amenazan la democracia?

La desigualdad, la polarización, los sesgos informativos que dificultan la veracidad, los populismos… El fracaso en la gestión de las frustraciones hace que cada vez más personas prefieran un régimen eficaz a uno democrático, para salvaguardar sus intereses inmediatos. Hoy la democracia hay que explicarla y hace veinte años, no.

“La desigualdad, la polarización, los sesgos informativos que dificultan la veracidad o los populismos son riesgos que amenazan la democracia”

¿El estado de alarma ha resucitado el valor de la libertad?

En parte lo ha despertado, pero también lo ha banalizado. Nadie es más libre por poner en riesgo la salud de los demás. Hay momentos en los que nuestra libertad de movimiento puede ser un derecho secundario. Con esto no quiero dejar de criticar las chapuzas legislativas que se han hecho, y los excesos y las faltas de lealtades en un proceso parlamentario muy mejorable. La libertad, como todos los grandes conceptos, corre el peligro de convertirse en un significante vacío. Hablamos de un término esencialmente complejo que hay que definir con mucho empeño y mucho cuidado. Sí hemos descubierto que algunos hechos que dábamos por sentados pueden suspenderse, y eso nos lleva a apreciar que un gesto tan natural como coger el coche e ir a ver a nuestra familia a otra provincia puede resultar excepcional.

¿La libertad de Ayuso se estudia en las facultades de Filosofía?

Claro que podría estudiarse su estrategia, porque la libertad de Ayuso tiene muchos ingredientes que son interesantes. Una de sus astucias fue arrebatarle al populismo de izquierdas la noción del significante vacío. Cuando Ayuso manda una carta a los votantes con la palabra “libertad” y nada más, sin ni siquiera una definición de qué se entiende por libertad, la gente proyecta ahí cualquier consideración positiva, y eso es todo un logro de la técnica y la comunicación política, pero conceptualmente no tengo muy claro el desarrollo de la idea y el recorrido del discurso sobre la cuestión por parte de Isabel Díaz Ayuso.

Oímos a la delegada del Gobierno de Madrid hacer oposición hablando de “libertinaje”, esa palabra tan de derechas hace solo unas décadas. Cambian las tornas. La ley del péndulo.

Que las medidas que atienden la gestión de una pandemia se resuman en términos de libertad o libertinaje es una perversión. Igual que pienso que Ayuso puede hacer un uso banal de la palabra libertad, también me parece ridículo que lo que se opone a libertad para criticarla sea el libertinaje, un término propio de la jerga de los años 60 y de círculos más rancios. Los boomers borrachos que vimos en Sol protagonizan un ejercicio de imprudencia, incivismo, idiocia, insolidaridad, pero no de libertinaje. ¿Por qué el libertinaje es malo? La gente tiene derecho a ser libertina, afortunadamente, aunque los demás decidamos libremente no serlo. De la misma manera que la tradición liberal es una cosa muy seria, tengo mucho respeto por la tradición libertina como para que sucumba en la boca de políticos.

“Igual que pienso que Ayuso puede hacer un uso banal de la libertad, también me parece ridículo que se la critique con el libertinaje, un término propio de la jerga de los años 60 y de círculos más rancios”

 

¿El Estado es paternalista?

Siempre me pregunto por qué el paternalismo está tan mal connotado… A mí no me parece una palabra negativa. Para mí la figura paterna es esencialmente feliz, necesaria, y una gran fuente de conocimiento y enseñanza, quizás como consecuencia de mi propia biografía. El Estado es necesariamente paternalista en algunas cuestiones: en las escuelas, en el código de circulación, en el código penal… Es bueno que el Estado emplee su legítima autoridad para impedir ciertas conductas, otra cosa es si ese paternalismo incorpora injerencias peligrosas en el ámbito privado de la vida de los ciudadanos. En ese caso, el adjetivo no sería “paternalista”, sino “intervencionista”. Estoy muy agradecido a todas las personas que han sido paternalistas conmigo.

¿Ha cundido en esta pandemia una estatalización del riesgo? ¿Hemos asumido que atados somos menos nocivos?

Probablemente no hayan pasado tantas cosas... Se han cometido muchísimos errores en la gestión de la pandemia, y algunos de ellos son lógicos ante un virus desconocido, pero no estoy seguro de que debamos extraer consecuencias finalistas, rotundas y elegantes, algo que en mi gremio es muy habitual. Ha habido chapuzas, pero gran parte de las realidades alumbradas por la pandemia van a desaparecer en el momento en que se levante la veda. Tenemos una imagen demasiado irreversible de las cosas que han pasado, pero estoy seguro de que dentro de dos años todas estas grandes teorías sobre lo que hemos aprendido se nos habrán olvidado. 

“La felicidad no debería ser tener la nariz perfecta y estar todo el día en un parque de atracciones de experiencias, salvo que hagamos una aproximación a la felicidad californianamente hedonista”

Tengo la impresión de que la felicidad se ha convertido en un ente de razón en vez de ser una meta. Quizás habíamos asimilado felicidad con perfección y ahora somos más conscientes de las limitaciones.

Aspirar a la felicidad es legítimo, hasta el punto de que ese anhelo funda la ciudad, en términos clásicos. Los ciudadanos queremos ser felices. Otra cuestión es que hagamos una aproximación a la felicidad californianamente hedonista… La felicidad no debería ser tener la nariz perfecta y estar todo el día en un parque de atracciones de experiencias. El hedonismo ha sido la sustancia alucinógena que se ha brindado a esas generaciones a las que se había impedido acceder a una vida próspera en términos materiales. Sin unos mínimos materiales adecuadamente cubiertos no se dan las condiciones para ser felices. Si no podemos crear una familia o vivir en una casa digna; si el futuro de los hijos provoca una tensión y un pánico permanente, es muy difícil que seamos felices.

Hemos pivotado excesivamente en la concentración de micro estímulos plurales inmediatos y hemos renunciado a la construcción de una felicidad como proyecto de vida. Y nos estamos empezando a dar cuenta de que no es cierto que se puedan vivir vidas sin sentido. Toda vida debe tener un propósito, y aunque el sentido pueda enmendarse o renegociarse a lo largo del trayecto, tenemos que saber que la vida solo se puede construir en términos de vida completa, si no, se frustra. No podemos vivir en compartimentos estancos.

“Si no podemos crear una familia o vivir en una casa digna; si el futuro de los hijos provoca una tensión permanente, es muy difícil que seamos felices”

Diego S. Garrocho.

¿Qué síntoma social refleja el éxito de Feria, de Ana Iris Simón?

Admiro mucho a Ana Iris. El triunfo de Feria demuestra que cuando una escritora aborda problemas reales, la mayor parte de la gente se reconoce en ese análisis. Es una extraordinaria noticia. Feria es un libro muy bien escrito. Ana Iris Simón es, sobre todo, una buena escritora que ha puesto de manifiesto la absoluta desconexión de determinada izquierda cultural con los problemas de la clase trabajadora, y la esquizofrenia profunda entre la España más rural o de provincias y las élites urbanas, haciendo evidente que hay intereses transversales, algo que vio muy bien Podemos en su inicio, pero que después abandonó. Podemos aspiraba a ser un partido transversal que no fuera ni de izquierdas, ni de derechas, asumiendo que la clase trabajadora creciente, incluso las clases precarizadas, tenían intereses comunes. Ella ha conectado muy bien con esa sensibilidad y lo ha hecho con la falta de complejos de quien no tiene que demostrar nada, porque es clase trabajadora y no teme a los niños de colegio privado que juegan a la revolución. Además, y esto es fundamental, es un libro que literariamente funciona.

Feria ha sido también una canonización de la normalidad.

Efectivamente. Las nuevas clerecías han generado un clima de tal opresión discursiva que cuando alguien se atreve a pinchar ese globo, explota. Ana Iris Simón ha dicho cosas que muchos estábamos pensando, pero no nos atrevíamos a verbalizar, porque estábamos acogotados.

Algunas conquistas sociales se han convertido en dogmas contemporáneos, como dice Ana Iris Simón. Es curioso: parecían liberaciones y se han convertido en yugos.

¿Cómo por ejemplo?

El feminismo no constructivo, la idolatría al trabajo, la individualidad por encima de la familia… 

Es un clásico. En contextos democráticos hay muchas formas de dominación que se ejercen con la excusa de la emancipación, porque nadie quiere someterse a un yugo voluntariamente. Hemos sido víctimas de la euforia de determinadas maneras de emancipación. Al final, hemos roto unas cadenas para construir otras. Los yugos nos impiden ser libres, son feos, nos someten, pero también nos abrigan. Los lazos y los vínculos, a veces son buenos. Uno es más libre cuando se somete a la ley, como explican Cicerón, o Kant, aunque no hagamos demasiado caso. Hay una manera de ser libre que tiene que ver con reconocernos vinculados a determinadas experiencias que pueden ser buenas.

“Empezamos a darnos cuenta de que no se puede vivir sin sentido. Toda vida debe tener un propósito y tenemos que saber que, si no se construye en términos de vida completa, se frustra”

 

En esta Puerta del Sol nació el 15-M hace diez años. ¿Fue la última vez en que la sociedad civil se mojó por cambiar las cosas, aunque fuera por unos días?

Eso sería muy injusto, porque hay muchas personas que se mojan por cambiar las cosas todos los días: desde una auxiliar de clínica que hace su trabajo lo mejor que puede, hasta una rectora que custodia con diligencia y responsabilidad su comunidad científica. La auxiliar y la rectora también son sociedad civil. El 15-M fue una exhibición pública teatralmente muy eficaz de un descontento, pero excesivamente efímera. Aquella esperanza apenas me duró una semana. Empezó siendo un acto de protesta transversal, donde había niños con zapatos de borlas y jóvenes con rastas hasta la cadera, pero esa queja social performativamente perfecta acabó derivando en una conversación asamblearia infinita.

“El 15-M empezó siendo un acto de protesta transversal, pero esa queja social performativamente perfecta acabó derivando en una conversación asamblearia infinita”

Los círculos.

Efectivamente. Al principio la protesta miraba al edificio gubernamental de la Puerta del Sol, porque reivindicaban algo, pero después, el discurso, lejos de dirigirse hacia arriba, se encerró en una conversación donde la conclusión era lo de menos. Entonces se pusieron a pedalear en paralelo hablando de ecoaldeas, de derechos animales y de si debíamos votar con las manos o con los pies, y aquello al poder le daba exactamente igual.

¿Existe una ética de verdad y una ética de diseño que se parece mucho a la responsabilidad social corporativa?

Existen tantas éticas de verdad como proyectos morales racionalmente informados se construyen desde una aspiración genuina y veraz. No tienen por qué ser coincidentes. Y también hay una proyección cosmética de la ética. Es algo muy antiguo de lo que hablaba Platón en la República cuando ponía de realce ese afán de parecer justos sin serlo. La ética se enfrenta hoy al riesgo de su banalización. Hay un interés marquetiniano en proyectar valores a través de las empresas precisamente por la urgencia social en la que nos encontramos. La gente está tan mal, tan dañada, tan dolida, y vive de una manera tan infeliz, que necesita encontrar instituciones confiables. Hay empresas que están componiendo un enorme trampantojo desde sus proyectos de responsabilidad social corporativa, y otras están acompasando su acción de verdad a esos propósitos nobles.

“La gente está tan mal, tan dañada, tan dolida, y vive de una manera tan infeliz, que necesita encontrar instituciones confiables”

 

¿Por dónde sale el sol del sentido común en la calle que usted piensa?

En términos generales, el sol del sentido común brota de la experiencia y, por eso, quizás, resplandece en nuestros mayores. Los más veteranos, normalmente, son quienes mejor pronuncian ese sentido común. Las experiencias cotidianas que nos humanizan -el trabajo, el esfuerzo, el sufrimiento, la esperanza…- son universales muy básicos y las fuentes de sentido donde todos reconocemos un aprendizaje mínimo, y a veces máximo y suficiente para poder llevar vidas razonables.

¿Tiene buena prensa la honestidad?

Tiene mejor prensa que práctica… Nuestro mundo valora la honestidad y sabemos que al hacer negocios, establecer relaciones personales, o conceder nuestra confianza a un político, es imprescindible. Lo que no tengo tan claro es si vivimos en un mal momento para practicar la honestidad. Tampoco creo que vivamos en un mundo especialmente deshonesto. En cualquier caso, dudo de que sea el valor más olvidado.

¿Y la humildad? En estos tiempos virales de marca personal, visibilidad, necesidad de reivindicarse, ansia de trascendencia pública…

La humildad padece una fragilidad contextual. Vivimos tiempos poco humildes porque nos ha tocado hacerlo en el mundo de la pornografía del éxito. Hoy todas las biografías deben ser logradas y paradigmáticas, con capacidad de exhibirse, que dentro de la cosmética imaginaria de las redes sociales funcionen bien…, y la humildad, la modestia, o la aspiración a una vida sencillamente normal se nos ha olvidado y eso es una fuente permanente de frustración. Una vida lograda, probablemente, sea una vida humilde y modesta, pero contamos con pocos instrumentos para que esos valores impregnen nuestras biografías.

“Vivimos tiempos poco humildes porque nos ha tocado hacerlo en el mundo de la pornografía del éxito”

 

¿Identificar la moral con la religión o con los mandamientos es sano?

Ha habido una comprensión legalista de la moral que, en parte, se vincula con la tradición kantiana y nos ha hecho ver la moral como una colección de normas, generalmente en forma de prohibiciones. Creo que la experiencia más clásica de la virtud civil es mucho más liberadora. Aristóteles no hablaba de lo prohibido, sino que proponía un modelo de vida lograda. Si no interpretásemos la ética como una cadena de impedimentos que nos obstaculizan el curso de nuestros deseos, sino como un ideal de vida, una propuesta a través de la cual podríamos construirnos como sujetos de manera mucho más perfecta, viviríamos con más esperanza y menos miedos.

¿Los españoles actuales somos más simples y más maniqueos desde que las humanidades están en el trastero?

Somos más vulnerables y más superficiales. Las humanidades son disciplinas que nos conectan con nuestro legado y con nuestra tradición, y por este motivo son también el fundamento desde el que ejercer cualquier forma de creatividad. Por eso, si las humanidades se alejan de la sociedad, estaremos más expuestos a torpezas puramente contemporáneas. Las humanidades, sobre todo, nos hacen superar la inmanencia, y eso no me parece poco.

“Con las humanidades en el trastero somos más vulnerables y más superficiales”

 

Parece que necesitamos una ilusión colectiva urgente. A ver si los Juegos Olímpicos de Tokio…

Necesitamos ilusiones compartidas como país. No me cabe duda de que habrá ilusiones personales y de distintos colectivos que tienen la capacidad de reinaugurar sus proyectos, pero me interesa la oportunidad de darnos un relato o un horizonte para España, para Europa y para el mundo. Yo puedo tener ilusiones sencillas como escribir algo o formar una familia, pero creo que el afán de superación de la circunscripción individual pasa por ser capaces de construir ilusiones compartidas, que es mucho más complicado. Crear odios compartidos es muy sencillo, participar de una ilusión común es algo mucho más sofisticado.

Con una ética superficial, sin humanidades, con la moral a veces por los suelos, con un prestigio casi culpable de las virtudes, sin debate social real, sin escucharnos, con las verdades ahogadas en un contexto relativista… ¿es posible salir mejor de alguna crisis?

Con esos antecedentes, la respuesta es segura: ¡no! Pero yo sí creo que hay motivos para la esperanza. No es verdad que vivamos en una sociedad sin valores y, sí, las humanidades desaparecen de la enseñanza obligatoria, pero, a la vez, ganan prestigio social: a los filósofos, por ejemplo, se nos presta más atención que hace tiempo. Veo a los más jóvenes emprendiendo proyectos creativos donde empiezan a prescribir nuevas formas de vida, independientemente de si nos resultan o no comprensibles. El engaño o la fatiga no pueden durar toda la vida. No vamos a estar permanentemente bajando los brazos y palideciendo sin cesar. Otra cosa es aventurar qué va a salir de todo esto. Existen algunos motivos para la esperanza. Desde luego, no estamos en una escombrera sin salida, pero tenemos que alinear todas las fuerzas, todo el talento, toda la creatividad, y toda la moral, en su sentido orteguiano, para que esto salga adelante con verdadero aprovechamiento.

“No estamos en una escombrera sin salida, pero tenemos que alinear todas las fuerzas, todo el talento, toda la creatividad, y toda la moral para salir adelante con verdadero aprovechamiento”

Diego S. Garrocho.

REBOBINANDO

Antes de que Diego [Sebastián] Garrocho se erigiera en humanista, cuenta, “para mí Italia era el país de Roberto Baggio y de Franco Battiato”. A un lado del campo, uno de los mejores futbolistas de la historia; al otro, un hombre recién muerto que endulzó la vida con sus canciones a gran parte de los boomers y de la generación X, y a los más nostálgicos de la generación Y. Se trata de un antropólogo con ritmo que ha trascendido a las parodias de Martes y Trece y que ha cincelado en nuestros hilos musicales interiores una pregunta meridionalmente socrática: “¿Cuál es tu centro de gravedad permanente?”.

No es fácil responder a esa cuestión esencial cuando nos pasamos el día en un parque te atracciones donde la estabilidad es un ente de razón. Y es más difícil todavía esbozar contestaciones cuando la Filosofía y las humanidades se han envuelto en arpillera ideológica eficientista, se han arrumbado en el almacén de los institutos donde reposan el plinto, el potro y los borradores de fieltro, se ha apagado la luz, y se ha cerrado con llaves.

Battiato tenía olfato. Aquella sintonía transgeneracional pop con electro-acordes empieza a hacerse preguntas al contemplar “una vieja de Madrid con un sombrero, un paraguas de papel de arroz y una caña de bambú”. Imaginaba, quizás, una Puerta del Sol por donde desfilarían “capitanes valerosos” y “listos contrabandistas noctámbulos”. Además, “en las calles era mayo y caminábamos juntos” en medio de la “new wave española”, y la sintonía con esta conversación es casi total.

Apoyados en el alféizar de la pandemia, rebobinando los centros de gravedad permanentes, esta conversación con Garrocho abre una ventana a la nueva primavera. Como la tecnología cada vez falla más al predecirnos si hará sol o caerán las lluvias, serán las voces humanistas con dos ojos y dos oídos -vacunados contra el sectarismo, la sordera partidista, la erótica de la demagogia y la bizquera subjetiva- quienes nos sirvan de parasol o de impermeable. Incluso de interruptor para poner en marcha el amor a la sabiduría que late en nuestro sistema operativo.

Lo canta el difunto Battiato en La estación de los amores: “Le queda un nuevo entusiasmo por latir al corazón / Y otra posibilidad de conocerse / Los horizontes perdidos no regresan jamás”. ¿F5? ¿Reset? Think twice, que diría otro popero-soft como Phil Collins.

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