Ángel Gómez de Ágreda es coronel del Ejército del Aire y autor de ‘Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo conectado’. Experto en ciberdefensa, ciberseguridad y ‘ciberantropología’. Sus propuestas son un cohete para el despegue vertical de la sociedad civil contra la tiranía de los algoritmos.

“La información es poder, pero la desinformación es mucho más poder todavía”

Paracaidista con argumentos testados en tesis. Aviador con una pancarta en la cola: “La verdad nos hará libres. Que lo sepan las máquinas”. Coronel del Aire con los pies en la tierra en un mar abierto de futuros navegables. El Orwell de ‘1984’ ha resucitado para que despertemos de la anestesia tecnológica. Con su distopía, Gómez de Ágreda es un ángel de la anunciación con una buena nueva llena de sentido común: El hombre se hizo libre para habitar entre nosotros. Sin cables de control remoto. No hemos dejado de ser ovejas para convertirnos en robots.  No tiene miedo a Rusia, ni a China, ni a Trump. Siente pánico ante una sociedad crónicamente adolescente. Su batalla es contra la comodidad de vender el alma a la tecnología y teledirigir nuestro futuro al abismo del nihilismo relativista.  Su guerra de paz es un despertador, porque mientras dormimos entre la ingenuidad y la desinformación, el poder y los algoritmos piensan y deciden por nosotros.

Ángel Gómez de Ágreda entre la maleza de la Casa de Campo. Fotos: Patricio Sánchez Jáuregui.
Ángel Gómez de Ágreda entre la maleza de la Casa de Campo. Fotos: Patricio Sánchez Jáuregui.

¿Ha sido usted espía?

-No

Una pena. Hablar con un espía alrededor de un zoo tiene su punto cinematográfico.

-Me imagino que no he generado suficiente confianza en mis jefes para desviarme por esos caminos…

Primera hora de la tarde. Una conversación peripatética se cuece en la Casa de Campo en sentido literal. Rodeando el recinto de la fauna charlamos por los caminos de tierra con un coronel del Aire que sobrevuela las librerías desde hace un año largo con un ensayo atómico: Mundo Orwell. Manual se supervivencia para un mundo conectado (Ariel, 2019).

Alrededor de un zoológico de posibilidades hablamos con Ángel Gómez de Ágreda de las sociedades-ganado, de las jaulas de la tecnología, de los bozales 2.0 de nuestra libertad, del alpiste que nos echan los algoritmos, de las manadas y el poder, de las piaras y el control, de los mundos que nos enseña Google y de las profecías de Orwell. Del mundo feliz en el que no podemos dejar de volar como personas.

Entre la flora agostera del Madrid estival quedamos con un coronel y nos encontramos con un antropólogo, tecnólogo, filósofo, sociólogo y psicólogo con tres estrellas de ocho puntas: estudio, experiencia, sentido común, facilidad de palabra, coherencia, consistencia, conocimiento de las personas y sentido del humor.

Un año antes de la pandemia destacó a las trincheras de la reflexión nacional una distopía sobre la distopía. Un año después del aterrizaje, el coronavirus nos ha acelerado las partículas hasta convertir la distopía en las raspas de una realidad seca, más seca que estos cardos que adornan los caminos de polvo del pulmón verde de la capital de un país que sigue de luto interior, aunque no se mediasten las banderas.

No tiene ni pinta, ni pose, ni tonito de profeta de la conspiración. Como dos excursionistas en parque urbano, hablamos con un constructor de puentes que aspira a conectar las islas de nuestras vidas con los continentes de un futuro mejor. Mientras lo loros repiten consignas, escuchamos el silbo a contracorriente de una autoridad en la materia líquida de la ciberdefensa de la humanidad. 

 

Empezó de paracaidista y ahora está haciendo que la sociedad con espíritu crítico se caiga del guindo.

Lo que pretendo es que la caída del guindo sea lo más suave y segura posible, igual que con un paracaídas. Que no nos pille desprevenidos y veamos venir el suelo de los problemas que vamos a tener según se acerca.

Pedro Duque de astronauta y su Mundo Orwell ilustrando la mesa ministerial. Le hemos visto así retratado en El Mundo hace unas semanas. ¿Si los políticos leyeran su libro habría un cambio de timón o la inercia es imparable?

Quizás lo que haya que hacer es no dar más ideas, porque en el libro se describe también lo que se está haciendo en perjuicio de las personas… Somos los ciudadanos los que deberíamos leerlo, porque ayuda a construir una sociedad civil informada, con espíritu crítico. A partir de ahí tendríamos más criterio para elegir a nuestros políticos, a quienes exigiríamos un comportamiento en función de nuestro compromiso social.

Lo importante es que los ciudadanos sepamos que, si la tecnología no nos hace más humanos y más libres, el progreso es una filfa.

Intentar implantar la tecnología al ritmo al que se inventa, que es el que le conviene a la tecnología, es ir en contra de los intereses de las personas. Debemos ir viendo qué necesidades puede solucionar la tecnología para las personas, y avanzar en esa línea. Se trata de tener la tecnología necesaria, no la que está disponible.

Con el capitalismo salvaje, la tecnología no espera a nuestras necesidades reales para situarse en el mercado.

Ese es el problema. El capitalismo o el socialismo chino tratan de vender lo que sale sin pararse a pensar si lo necesitamos. Por eso debemos contar con un tercer jugador en el terreno que no sean ni el Estado que controla, ni las empresas que buscan beneficios a toda costa. Una sociedad civil madura y participativa debe lograr que tanto el Estado como las empresas estén a su servicio.

¿La tecnología es dormidina para la sociedad civil?

La tecnología no es ni buena, ni mala. Todo depende del uso. La tecnología mal usada está sirviendo para adormecer a la sociedad y proporcionarnos un entorno en el que nos sintamos lo suficientemente cómodos para dejar de exigir nuestra libertad, nuestros derechos, el ejercicio de nuestra responsabilidad… Hemos renunciado a ejercer nuestra responsabilidad y estamos intentando delegarla en las máquinas, y con eso les hemos cedido nuestra libertad. La libertad no es gratis, es del que se esfuerza. Si elegimos no esforzarnos, estamos eligiendo al mismo tiempo no ser libres.

Somos más propensos a declarar “conspiración” lo que no dicen los políticos y lo que no cuentan los medios, aunque desconfiemos en general de unos y de otros. Somos una sociedad bipolar entre la crítica de los prejuicios y la crítica de las emociones.

Nos gusta sentirnos animales racionales, pero me temo que seguimos tirando casi siempre exclusivamente de emociones. Seguimos priorizando el corazón sobre la cabeza. Buscamos la comodidad de reafirmarnos en lo que ya queremos creer. A partir de ahí, si las empresas, los gobiernos y los políticos nos ofrecen comodidad, tendemos a creerlos, porque nos evita hacer el esfuerzo de buscar nuestra propia verdad. Eso nos convierte en súbditos, no en ciudadanos.

La tecnología mal usada está sirviendo para adormecer a la sociedad y proporcionarnos un entorno en el que nos sintamos lo suficientemente cómodos para dejar de exigir nuestra libertad, nuestros derechos, el ejercicio de nuestra responsabilidad…

Por la vía de la protesta reivindicamos libertad, y por la vía de los hechos cotidianos, estamos queriendo ser súbditos.

Estamos protestando por las decisiones que no se adecuan a nuestra forma de pensar. Hemos generado una sociedad dividida entre maneras de entender el mundo que no se hablan entre sí. Cuando algo coincide con nuestra visión de las cosas, lo aceptamos acríticamente. Cuando no, lo criticamos también irracionalmente. No hay un razonamiento a seguir. En ninguno de los dos casos intentamos buscar los matices de grises que existen, porque nos vamos automáticamente al negro o al blanco.

Si las empresas, los gobiernos y los políticos nos ofrecen comodidad, tendemos a creerlos, porque nos evita hacer el esfuerzo de buscar nuestra propia verdad. Eso nos convierte en súbditos, no en ciudadanos

Y la tecnología sabe que somos de blancos y negros.

La tecnología es de estadísticas y probabilidades. Si es más del 51% decimos que sí, y si es menos del 49%, decimos que no. Al final, lo que hemos hecho es que la tecnología sea o blanco o negro, porque es más fácil para nosotros razonar entre dos polos que entre toda una gama de grises. Somos nosotros los que hemos pervertido la tecnología para que se acomode a nuestra facilidad para tomar decisiones.

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El coronavirus nos ha enseñado que las distopías están más cerca de lo que nos cuenta el cine. ¿Somos menos libres ahora que los estados nos controlan más, en principio, por nuestro bien, nuestra salud pública?

La tendencia es a que seamos menos libres. El miedo y el dolor nos llevan a buscar soluciones inmediatas a lo más acuciante, en este caso, los problemas de salud. Incluso sin pensar en si la solución es eficaz y si nos perjudica más de lo que nos beneficia a corto plazo. Decía Orwell que lo importante no es tanto estar vivo como seguir siendo humano. Es lo de morir de pie o vivir de rodillas. ¡Vivir de rodillas no tiene ningún sentido! Por eso debemos intentar que las soluciones que se implanten sean siempre respetuosas con nuestro carácter de ser humano.

Para los poderes -políticos o empresariales- es más eficiente un trabajador programado que uno con libertad de actuación, pero, a largo plazo, el innovador, el disruptivo, el que cambia los patrones, es el que genera verdadero valor. En las grandes empresas tecnológicas eso ya lo han entendido. En Google, por ejemplo, un 20% de la jornada laboral de cada trabajador se invierte en que imaginen por su cuenta cosas nuevas. Así nació Gmail. Un empresario cortoplacista verá que pierde el 20% del tiempo de un empleado, pero el valor añadido que te ofrece crear Gmail es mucho mayor.

¿Es más cómodo para un Gobierno cerrarlo todo por razones de salud pública, que tomar medidas que no aparquen la libertad y pivoten sobre la responsabilidad ciudadana?

Para confiar en la responsabilidad ciudadana tienes que haber fomentado antes la responsabilidad. Debes haber impulsado una sociedad culta, educada y con espíritu crítico. No se puede pretender contar con una sociedad sin ese background que después actúe con responsabilidad cuando la dejas sin guía. El problema de no tener esa sociedad lo suficientemente responsable es que el Gobierno asume esa responsabilidad. A falta de otros mecanismos, restringir más todavía los derechos de la sociedad es la salida más cómoda.

¿Cómo lee usted los discursos políticamente correctos? ¿Está entrenado para ver qué es relato, qué es verdad, y dónde nos están colando una mentira como un templo?

Mi trabajo es intentar identificar cuál es el dato y cuál es la opinión. Desgraciadamente, hay que entrenarse para discernirlos, porque en la prensa ya no se distingue entre la página editorial y cualquier otra página del periódico. Se mezclan opinión y hechos de tal manera que es muy difícil de distinguir. ¿Qué se puede hacer? Recurrir a fuentes primarias -a las declaraciones originales- y tener muy claro qué sesgo caracteriza cada intervención. Tampoco se puede pedir que todo el mundo pierda su tiempo en este discernimiento, por eso es importante disponer de medios de comunicación que sean capaces de ofrecer hechos y diferenciarlos claramente de las opiniones.

En esta pandemia hemos visto que a veces las verdades oficiales también incorporan sombras de bulo…

La información es poder. La desinformación es mucho más poder todavía. Durante la pandemia no hemos tenido, en muchos casos, información real de las causas, los orígenes, las claves para su solución… Porque no se sabía y aún hay cosas que desconocemos. Por tanto, ha habido un vacío informativo que se ha rellenado con bulos de unos y otros que han discurrido de forma interesada. La falta de transparencia o información contrastada es un vacío que atrae a la desinformación. Por eso es fundamental que las instituciones sean lo más transparente y lo más proactivas para informar que puedan, para dejar el menor espacio posible a que alguien rellene ese hueco a su antojo.

Exigimos transparencia a las instituciones, pero a veces solo para que herir desde los medios sea más fácil.

Si una institución es transparente, coherente y consistente, podrás estar a favor o en contra de lo que dice, pero eso será una decisión política. El secreto está en ofrecer la máxima transparencia y competir en la excelencia en la toma de decisiones, y no en la capacidad de vender uno u otro relato.

¿La sociedad que tolera la mentira regresa al pasado?

La mentira es desinformación. Quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo. Si, encima, lo desvirtúa, probablemente volvamos a caer una y otra vez en los mismos errores, pero con una dosis añadida de cierto revanchismo centrado en corregir las mentiras de unos y de otros.

La falta de transparencia o información contrastada es un vacío que atrae a la desinformación. Por eso es fundamental que las instituciones sean lo más transparente y lo más proactivas para informar que puedan, para dejar el menor espacio posible a que alguien rellene ese hueco a su antojo

¿La tecnología que no busca la verdad es un arma contra la humanidad?

Sin duda. La verdad es la base de la libertad, como decía Unamuno, que prefería la verdad a la paz. La paz es comodidad. La verdad es esfuerzo, lucha, pero es la base para elegir bien. Si no somos libres y autónomos, si estamos mecanizados y programados, ¿qué sentido tiene nuestra existencia? La verdad está en el epicentro de nuestra condición humana.

Habla usted de pensar en voz alta una ética del futuro y de repensar el hombre antes de que las máquinas nos tiranicen para siempre. Vayamos por partes: ¿Qué principios éticos son estructurales para que el futuro no deshumanice nuestras esencias?

La defensa de la privacidad y de la individualidad humana, la verdad, la libertad de expresión y de comunicación, y dos aspectos especialmente relevantes ahora mismo: el respeto a la autoridad, que ofrece la verdad; y la capacidad de mantener un abanico de posibilidades suficientes antes de tomar una decisión. Si nosotros, por comodidad, vamos permitiendo que las máquinas acoten nuestro nivel de decisiones, cada vez tendremos menos capacidad de elegir.

Si no somos libres y autónomos, si estamos mecanizados y programados, ¿qué sentido tiene nuestra existencia? La verdad está en el epicentro de nuestra condición humana

Inicialmente es muy cómodo que, entre los diez mil restaurantes de una ciudad, una máquina decida los treinta más interesantes. Sería más cómodo si te resume los diez que más se adecúan a tus características. Si te ofrece dos, restringe mucho tus posibilidades y puede incluso recomendarte uno y que tú decidas si cenas o no cenas. Hay que buscar el equilibrio entre la autonomía de las máquinas y qué parte de nuestra autonomía preservamos. Esto tiene mucho que ver con la dignidad humana. Yo la entiendo como esa visión de nosotros mismos como seres distintos en la naturaleza. Si dejamos que las decisiones las tomen por nosotros, perdemos esa dignidad y esa individualidad que nos distingue de los animales, porque estamos condicionados de la misma manera que los seres sin raciocinio.

Cuando hablaba antes de autoridad, entiendo que se refiere a quien se ha ganado la autoridad.

Al que tiene autoritas, no potestas. No hablo de la autoridad como poder, sino más bien de la autoridad científica que nos revela la verdad y en la que confiamos, generalmente.

Abrimos el diccionario de la RAE. Hombre: “Ser animado racional, varón o mujer”. Persona: “Individuo de la especie humana”. ¿Haría falta darle al F5 de ambas definiciones, para empezar?

Pienso que hay que adecuar el futuro para que la definición de persona siga siendo la que es. Un ser humano es, básicamente, un ser dotado para elegir. ¿Cómo? Entendiendo el contexto y tomando una decisión. Si dejamos de entender el contexto seremos incapaces de tomar decisiones.

Así define el diccionario la voz ‘Tecnología’: “Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”. ¿Debería acotar “aprovechamiento bueno para las personas”?

No, porque sería mentira. En eso se basa la tesis doctoral que estoy trabajando sobre la ética de la inteligencia artificial. La tecnología casi siempre tiene un uso dual, para el bien o para el mal. Para la paz o para la guerra. El GPS me ha traído hasta aquí para chalar con usted, pero también puede servir para guiar misiles. La tecnología es neutra, pero es importante que en su desarrollo tengamos en cuenta los posibles malos usos y apliquemos las restricciones necesarias pensando siempre en el peor escenario al que pueden darle alas.

¿Y ve usted el patio político y social como para una nueva ética y una nueva definición de persona, cuando hemos puesto por delante las definiciones ideológicas de las palabras más insignificantes?

Cuando el lenguaje tiene más importancia que los hechos, cuando prima el ministerio de la verdad -qué dices y no qué significa-, es muy difícil llegar a acuerdos. Precisamente porque estamos en ese punto en el que no aplicamos o no nos sirve lo que teníamos hasta ahora, quizás sea el momento de empezar a construir lo que vendrá en adelante. Vivimos en un momento de transición. Como comentó el Papa Francisco, no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. Eso es un reto tremendo. Nos toca definir cuáles son los parámetros de la nueva época. No podemos abandonar nuestra responsabilidad de pensar qué época queremos que venga, porque, si no lo hacemos, la época va a cambiar igualmente, pero sin que nosotros hayamos decidido el rumbo.

Más allá de la propuesta, ¿ve líderes capaces de llevarnos a buen puerto?

Los líderes surgen en los momentos de necesidad. En la sociedad hiperconectada del siglo XXI más que liderazgo, lo que necesitamos es solidaridad para actuar en red, en conjunto, buscando entre todos los parámetros de nuestro futuro. No podemos dejar la responsabilidad de construir nuestro mañana en manos de unos pocos. Me gusta mucho el concepto de red, porque, así como en una cadena el eslabón más débil define su fuerza, en una red tienes más puntos de apoyo si falla algún nudo. Hay que buscar liderazgos grupales para seguir avanzando. Estamos en un momento en el que debemos olvidarnos de todo lo que hemos venido haciendo hasta ahora. Es difícil, porque eso exige aparcar los conceptos vigentes y empezar a imaginar una sociedad partiendo de cero.

Cuando el lenguaje tiene más importancia que los hechos, cuando prima el ministerio de la verdad -qué dices y no qué significa-, es muy difícil llegar a acuerdos

En los últimos años, casi cualquier atisbo de liderazgo grupal ha caído en manos de los populismos…

Luego, incluso gente que no tiene ideas innovadoras, ni soluciones, que lo único que ofrece son emociones y esperanzas, está consiguiendo aprovechar las estructuras que ofrece la tecnología y las formas de relaciones sociales modernas para construir cosas negativas. Eso demuestra que se pueden construir también sociedades positivas partiendo de mecanismos similares.

No habla usted de una sociedad estrictamente racionalista, ¿no?

No, no, no.

También somos corazón y emociones.

La cuestión es que el poder pretende que las sociedades utilicen las emociones para optimizar procesos grupales.

Como la propaganda.

O como los fenómenos de fans en el fútbol para beneficio exclusivo de una corporación. La idea es basar el crecimiento del grupo en el crecimiento de cada uno de sus individuos. La grandeza y la libertad de todo el grupo debe centrarse en la grandeza y la libertad de cada uno de sus componentes. No se trata de que una empresa sea muy grande, sino que cada una de las personas que la forman sean muy grandes. Se trata de construir el bien común partiendo del bien de cada individuo. Lo contrario sería optimizar procesos en beneficio de unos pocos o de unas élites que manejan las emociones para que la parte racional les beneficie a ellos.

¡Qué difícil!

Porque pensamos con los parámetros actuales. Ahora normalmente se buscan soluciones de arriba a abajo en las que nos viene definido cuál es el camino que estamos limitados a seguir. ¿Y si juntamos esfuerzos y cada uno empuja en su dirección, pero en el sentido correcto? ¿No sería óptimo? ¿Conseguiríamos así que la sociedad avance lo más rápido posible?

Tirar todos en la misma dirección, cada cual, por su camino libre, evitando las resistencias para avanzar.

Cada uno tira de su cuerda en direcciones coherentes hacia el mismo sentido. No aprovecharemos en ningún caso toda la fuerza de cada uno de los que tiran, pero sí sumaremos esfuerzos de todos. No es óptimo, pero nos permite ir corrigiendo el rumbo sobre la marcha. Es como la evolución: no aprovecha todas las ideas que surgen, pero no deja de avanzar.

En una sociedad relativista, pretende usted que la verdad nos haga libres. El propio Orwell dice: “Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo”. Bienvenidos a 2020: si hablamos de verdad, nos azuzan en las redes sociales por sectarios.  

Se puede defender que no existe una verdad objetiva: que todos vivimos en la caverna de Platón viendo distintos reflejos de las sombras de una realidad objetiva que no somos capaces de ver. Hay dos grandes peligros: que se imponga una sola visión de la realidad, y que no se imponga ninguna, derivando así el nihilismo relativista. Vamos a un mundo en el que se ha sustituido la verdad por la reputación; en el que cualquier hecho puede ser válido si así lo considera la mayoría, independientemente de su veracidad científica. No todo es opinable. 

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Vamos a un mundo en el que se ha sustituido la verdad por la reputación; en el que cualquier hecho puede ser válido si así lo considera la mayoría, independientemente de su veracidad científica. No todo es opinable

He leído que 1984 iba a titularse El último hombre de Europa. Interesante.

La definición de hombre se acaba cuando dejas de tener la capacidad de ser individual. Seguirá habiendo seres humanos en sentido biológico, pero se extinguirán las personas con capacidad de decidir con libertad.

Si miráramos 2020 con ojos orwellianos…

¿Quién sería hoy la policía del pensamiento?

Aquellos que son capaces de filtrar la realidad que percibimos. En España, el 94% de la población entra en internet a través de Google para saber qué está pasando. Los que marcan el escenario de nuestra vida -redes sociales, motores de búsqueda, los algoritmos de todas estas plataformas- son la policía del pensamiento en 2020. Además de recortarnos visión, limitan muchísimo la capacidad de los poderes políticos que estamos eligiendo. 

¿La neolengua sería lo políticamente correcto?

Sí. Las expresiones que vamos adaptando para hacer un mundo en el que no ofendamos a nadie hacen que acabemos tergiversando la realidad que significan. Si lo importante es la palabra y no el hecho que define, desvirtuamos el mecanismo de comunicación. Si lo importante es el instrumento más que la idea, deshumanizamos nuestras esencias.

Los que marcan el escenario de nuestra vida -redes sociales, motores de búsqueda, los algoritmos de todas estas plataformas- son la policía del pensamiento en 2020

¿Quién sería el Gran Hermano?

El duopolio de estados y grandes corporaciones anda viendo quién utiliza a quién. En Oriente, está claro que el Estado gana la partida. En Occidente, parece que vamos camino de que sea al revés. Lo hemos visto especialmente estos días con la tasa Google. Las grandes corporaciones tienen un peso excesivo en la política internacional, reservada por definición a los estados. Este duopolio domina la comunicación y el relato, que nos llega a la mayoría silenciosa, que somos los ciudadanos, en general.

¿Quién estaría al frente del Ministerio de la Paz que persigue el mantenimiento constante de la guerra?

Hablaba Eisenhower del interés de las grandes industrias armamentísticas. Ahora la guerra va más allá del armamento tradicional. Tiene mucho que ver con la guerra tecnológica y comercial que se da entre empresas y entre grandes potencias. Es el poder alrededor de esas empresas y estados el que está detrás de una carrera armamentística que busca convertir a sus competidores en vasallos.

¿Qué lema se tatuaría hoy en sus pieles el protagonista de 1984, Winston Smith?

A lo mejor una marioneta. A veces una imagen vale más que mil palabras.

¿Quién sería usted en la novela?

Puestos a elegir, ¡Orwell!

1984 y Un mundo feliz se escribieron con las guerras mundiales marcadas en el retrovisor. ¿Lloverán las distopías llenas de crítica política y social después de la guerra del coronavirus?

Las guerras mundiales no son comparables con el coronavirus. Lo que vivimos es una batalla contra un enemigo que ni siquiera tiene intención de hacernos daño. Simplemente, pasaba por aquí y resulta que no le aguantamos. Las distopías están creciendo más que por el virus, por la reacción de la sociedad ante el virus y ante el nuevo ecosistema digital. Con el coronavirus hemos visto el resultado de una crisis que llega a una velocidad exponencial. Y esta es la nueva dinámica, porque, ahora mismo, la tecnología avanza a ese ritmo. Lo veremos también con el cambio climático. Debemos acostumbrarnos a esta velocidad de evolución y a las crisis generadas por la aceleración creciente en menos tiempo. ¿Las distopías? Posiblemente no tengamos tiempo de dar cuerpo a una distopía sólida, porque vamos a tener la siguiente crisis aquí encima.

Había leído que pensaba que el modo de gestión de esta crisis de salud pública mundial le recordaba a una guerra…

La comunicación que se ha hecho alrededor de la pandemia recuerda muchísimo la publicidad y la propaganda de los tiempos de guerra. Enfatizar lo emotivo, demonizar al otro, eludir responsabilidades… Las técnicas de propaganda se han vuelto mucho más estilo Goebbels. Como si estuviésemos viviendo en una campaña electoral permanente y fuéramos incapaces de trascender el resultado de dentro de un mes para pensar en la legislatura completa. 

Las distopías están creciendo más que por el virus, por la reacción de la sociedad ante el virus y ante el nuevo ecosistema digital. Con el coronavirus hemos visto el resultado de una crisis que llega a una velocidad exponencial

¿Cuál es la vacuna contra la infoxicación?

La paciencia y el espíritu crítico. La infoxicación es el resultado de querer saber para comentarlo absolutamente todo entre amigos y eso obliga a tener un conocimiento muy superficial de la realidad, porque nos lleva a no profundizar en ningún aspecto. Paciencia, porque las mentiras se van decantando por sí mismas, y espíritu crítico, para ir mucho más allá del titular e intentar poner en contexto la información recibida hasta ver si es coherente.

Sesgos, ruido, bandos, intereses… Si hoy nace un medio de comunicación con aspiraciones éticas, ¿cuáles deberían ser sus señas de identidad?

La síntesis: noticias tremendamente cortas donde se expongan solo los hechos y referencias relacionadas. El medio del futuro no tiene que masticar la realidad por ti, y menos, si es con el ánimo de que te la tragues sin rechistar. El medio del futuro debe ofrecerte el cuchillo y el tenedor para que seamos capaces de trocear la realidad teniendo en cuenta los conocimientos previos para alimentarnos con datos e incorporándolos a lo ya digerido previamente.

En las Fuerzas Armadas existe una misión específica dedicada a la lucha contra la desinformación. ¿Qué podemos aprender de ella los periodistas?

Lo que hacen las Fuerzas Armadas es utilizar muchas de las técnicas que emplean los periodistas, pero su objetivo fundamental es la seguridad de toda la ciudadanía y no hay ningún interés en vender opciones concretas. Los periodistas lo hacen estupendamente bien, pero quizás hay que cuestionarse qué objetivo persiguen con su oficio. ¿Está de acuerdo?

No creo que trabajemos siempre bien. Y tampoco creo que nuestro objetivo sea siempre negativo. Si nuestro objetivo es vender una moto, nos convertimos en comerciales.

La tarea de informar y formar no implica conformar a la gente. Los ciudadanos queremos que los medios nos ofrezcan los ladrillos para construir la realidad. No queremos las paredes hechas.

¿En este terremoto de una sociedad sin cimientos las personas ya somos armas?

Somos armas, porque somos el mejor vehículo para transmitir emociones y desinformación. La guerra se produce en la gente: las personas somos la víctima, el arma y el campo de batalla. Se lucha dentro de nuestros corazones.

Los ciudadanos queremos que los medios nos ofrezcan los ladrillos para construir la realidad

¿Hemos dejado de ser ovejas gregarias para ser robots programados con sensación de libertad?

Nos convertimos en robots en beneficio del rebaño, aunque sea en detrimento de cada uno de los miembros del rebaño. Ahora somos ovejas tratadas con un algoritmo para que nuestro comportamiento sea óptimo. Quizás seamos más vacas estabuladas que ovejas en el monte.

¿El comunismo y el capitalismo están detrás de toda crisis de supervivencia humana?

El comunismo y el capitalismo son fases. Las crisis las genera la evolución humana y son riesgo y oportunidad. Son posibilidad de crecer. Me preocupa mucho un mundo sin crisis y sin evolución. Me preocupa un mundo en que una máquina o un poder decidan cuál es la meta óptima y paralizar el mundo cuando lleguemos. Todos los imperios han caído precisamente en esos momentos de parálisis y también las especies desaparecen cuando frenan su evolución.

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Democracia:

¿Teme que los sistemas de recuento de votos manipulen el dictamen de la sociedad en las elecciones que vengan?

Esa es la menor de mis preocupaciones. Manipular al que emite el voto es mucho más fácil y tiene una mayor legitimidad que manipular la papeleta. Igual que muchos cibercriminales actúan contra el usuario, y no contra la máquina, es más sencillo alterar la voluntad del votante que el propio voto.

¿Hace falta una Constitución del mundo digital? ¿Quién debería coger esa sartén por el mango antes de que lleguemos tarde?

Hace falta una Constitución del mundo físico y digital -figital, le llaman- todo junto. No nos sirve de nada una Constitución para la mitad del mundo que habitamos. No sirve de nada que la lidere Naciones Unidas, o cualquier organismo que actúe de arriba a abajo, porque tiene que ser una Constitución generada por consenso ciudadano. Es tremendamente difícil, pero en un mundo en el que tomos estamos conectados como parte de la red, hace falta que todos -directa o indirectamente- estemos representados en las decisiones. Y no abogo por una democracia participativa en la que todo se decida por consenso, porque es muy grave que todo se regule por referéndum. Retos como el cambio climático necesitan un abordaje mundial y con las reglas del mundo digital sucede lo mismo.

Manipular al que emite el voto es mucho más fácil y tiene una mayor legitimidad que manipular la papeleta. Igual que muchos cibercriminales actúan contra el usuario, y no contra la máquina, es más sencillo alterar la voluntad del votante que el propio voto

¿El miedo será cada vez más un claim de las campañas?

La guerra permanente provoca miedo y dependencia de quien nos salva del peligro. No creo que vaya a cambiar ahora. Probablemente a ese miedo se sumen otros cocos.

Con una crisis identitaria sobre el hombre, una crisis demográfica importante, una crisis económica paralizante, una crisis de incertidumbre, una crisis de liderazgo político y social, una crisis de confianza general… ¿la democracia está en crisis?

El sistema capitalista liberal probablemente está en crisis, pero la democracia sigue siendo el mejor sistema si se aplica correctamente y si se adapta al nuevo escenario físico y digital.           

¿Ejemplos de personas o instituciones que estén decididas a construir puentes donde otros se empeñan en cavar zanjas?

Muchas iniciativas de sociedad civil abogan por construir puentes. Formo parte del grupo fundador de Odiseia: el observatorio de impacto social y ético de la inteligencia artificial, que no pretende limitar el uso de la inteligencia artificial por parte de las empresas para conseguir beneficios, sino que su desarrollo no vaya en detrimento de otras personas. Es decir: que el progreso, que no se debe limitar, tenga una componente ética. Fuera de la sociedad civil es difícil encontrar personas que tiendan puentes. Las instituciones multinacionales están cada vez más en declive. Necesitamos un mundo en el que todo esté más repartido y el consenso sea más amplio.

¿Qué hacía usted antes de caer rendido a los encantos de la tecnología?

Antes de caer rendido a los encantos de la tecnología estaba metido en el mundo de la estrategia y la geopolítica. Y antes de eso, en la logística, en las operaciones, como piloto, y antes, como paracaidista. Me ayuda haber acumulado una cierta visión de la realidad de conjunto, sin enfocarlo todo a la tecnología. Decía Clemenceau que la guerra era demasiado importante para dejarla en manos de los militares. Yo digo: la tecnología es demasiado importante para dejarla solo en manos de los ingenieros.  Quizás consigan soluciones óptimas, pero que no responden a los problemas de la gente. Necesitamos un abordaje ético, social, que contemple también la parte de negocio, lógicamente. La realidad que queremos la construirán un conjunto de disciplinas, porque si no corremos el riesgo de avanzar en parcelas separadas en función de quién las esté diseñando.

¿Mucho militar valioso al que se le queda corta la misión y busca cobertura fuera de las Fuerzas Armadas?

El Ejército permite que la gente valiosa tenga los recursos para que pueda aportar también en otras áreas de la sociedad. Abre muchas puertas. Algunos salen de las Fuerzas Armadas para desarrollar su labor, y otros muchos siguen dentro desarrollando lo aprendido en el camino. La trayectoria multidisciplinar de los miembros de las Fuerzas Armadas nos permite aportar tanto dentro como fuera.

¿Qué le da seguridad a un experto en la materia?

Absolutamente nada. La seguridad es una sensación en la que nos refugiamos. Cuando alguien se siente seguro es porque algo se le está escapando. Y más en el mundo de la tecnología, donde no dominamos el escenario. Procuro no sentirme seguro en ningún momento, ser ligeramente suspicaz e intentar mitigar los riesgos que puedan surgir a mi alrededor.

¿Le da miedo Rusia?

No más que otros países. Rusia está en una posición complicada. Es un gran país con una población relativamente pequeña, de 143 millones de habitantes y con un PIB como el de Italia. Es probable que Rusia esté más asustada de lo que deba estarlo yo respecto a Rusia. 

¿Le da miedo China?

No me da miedo China. Me da miedo que nos convirtamos todos en China y que el modelo chino termine exportándose a países con otra forma de vivir y otros valores. La gente de China es maravillosa: son personas esforzadas que han vivido de todo y, en general, están siempre con una sonrisa en los labios. Son trabajadores, como vemos en la población china que convive con nosotros. Pero me preocupa que los sistemas busquen la forma más eficiente de manejar la población y dejen de lado a la misma población, porque se centran más en la comunidad que en cada individuo.

¿Le da miedo Trump?

Me parece más un síntoma que una amenaza. Evidentemente, cualquier persona en la posición de poder que tiene el presidente de Estados Unidos es potencialmente peligrosa según actúe, aunque también es cierto que las sociedades occidentales, en general, tienen unos equilibrios que frenan las posibilidades de extralimitarse.

¿Le da miedo una sociedad crónicamente adolescente?

Eso me da pánico y, sin embargo, está cada vez más presente. Una persona madura cuando se da cuenta de que los yogures no nacen en el frigorífico, sino que hay que ir a comprarlos. No digo ya que debes ganar el dinero suficiente para comprarlos… La adolescencia es el momento en el que empiezas a relacionarte con los demás y te das cuenta de dónde están los límites de tu libertad. El problema de la sociedad que generamos es que las relaciones se establecen solo en función de nuestra propia libertad sin tener en cuenta la de los demás. Las sociedades crónicamente adolescentes se cierran a relaciones solo entre personas que piensan igual: nuestro club de fútbol, nuestra adscripción política… Antes en las pandillas se escuchaba, se cedía, se negociaba, se dialogaba y se maduraba antes. En las sociedades adolescentes siempre se encuentran argumentos para tener la razón.

Una persona madura cuando se da cuenta de que los yogures no nacen en el frigorífico, sino que hay que ir a comprarlos

¿Le da miedo el futuro en el que habitarán nuestros hijos?

El futuro de nuestros hijos lo construirán ellos. Son una generación con personas preparadísimas. Los profesionales que llegan ahora a las Fuerzas Armadas, por ejemplo, son gente con una preparación extraordinaria. Estamos a tiempo de dejar de obstruirles el camino para que construyan un mundo distinto hecho a su medida. Para nosotros quizás sea un mundo difícilmente habitable, porque van a pasar muchas generaciones en muy poco tiempo, pero para ellos será un universo natural.

¿No le da vértigo saber mucho y ver que no va a cambiar el mundo usted solo?

No sé si es mucho o poco lo que sé, pero tengo un gran sentido de la responsabilidad para contárselo a los demás de una manera en la que nos entendamos, para que, entre todos, adquiramos la conciencia de que lo que está mal hay que cambiarlo y que eso depende de nuestro esfuerzo personal.

¿Su misión en este Risk es despertarnos a todos?

Pretender eso sería mesiánico... Simplemente me he impuesto disfrutar compartiendo lo que pienso para ayudar a incrementar la conciencia de dónde estamos con una visión lo más transversal posible.

Después de Mundo Orwell, ¿hacia dónde le lleva el paracaídas? ¿Cocina más libros?

Estoy centrado en mi tesis doctoral sobre la ética de la inteligencia artificial, que quiero terminar para final de año. Creo que me dará pie a una visión complementaria de lo que comento en el libro. Con todo lo que he aprendido estos meses hablando con mucha gente -periodistas, conferencias, calle…- puedo dar una nueva vuelta de tuerca en un próximo ensayo.

Si el viento le llevara a caer en la tribuna del Congreso de los Diputados, ¿cómo despertaría a sus señorías del sueño ombliguista de una política superficial?

Sería bueno rodar una serie distópica en la que se viera la evolución natural del camino que llevamos hasta ahora, pero el ambiente lo favorece muy poco. Hay dos formas de retomar el camino cuando alguien se ha extraviado: o dar marcha atrás, o hacer un giro de 180 grados. O una evolución hacia atrás, o una revolución. Mientras podamos dar marcha atrás repensando lo que hemos hecho, mejor que un cambio brusco de dirección, que suelen ocasionar mareos y otras consecuencias más graves. Me gustaría vivir una posguerra sin guerra. Me gustaría vivir en la necesidad del esfuerzo colectivo para reconstruir lo que estaba destruyéndose sin que se destruya del todo. Después de escribir sobre una distopía, esto quizás sea una utopía.

¿2040 será mejor?

2040 será, seguro, mejor. El problema, a lo mejor, son los años hasta 2040. En estos momentos tenemos tres revoluciones en marcha: la revolución digital, la del modelo de producción y trabajo, que implica una revolución educativa; y la medioambiental y energética. Nos tocan tres revoluciones al mismo tiempo y eso es tremendamente complicado de gestionar bien. Será doloroso. Pero en cuanto estén completadas esas tres revoluciones, el mundo va a ser mucho mejor y más sostenible otros muchos años, hasta que volvamos a necesitar repensar las cosas.

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En estos momentos tenemos tres revoluciones en marcha: la revolución digital, la del modelo de producción y trabajo, que implica una revolución educativa; y la medioambiental y energética. Nos tocan tres revoluciones al mismo tiempo y eso es tremendamente complicado de gestionar bien

REBOBINANDO

Hubo un tiempo no muy lejano -1949- en que se escribían distopías que hoy parecen un espejo. En el fondo, apostaban por el lado oscuro de los seres humanos para pintar una sociedad inversa donde el progreso externo son pasos hacia atrás en el interior de las personas y donde el poder aprovechaba el barullo para marginar el bien común a una cárcel de olvido travistiendo el ocaso de paraíso.

¿Qué nos ha pasado?

Hemos corrido tan rápido que llevamos tiempo fuera del camino. Pensábamos que las vías de nuestra dignidad eran un corsé y nos hemos percatado de que la supuesta libertad nos ha convertido en marionetas indispuestas para reconocer que estamos sujetos por hilos que no nos conectan con los hombres, sino que nos atan y enredan a nosotros mismos. 

Hemos subestimado las distopías. Hemos convertido en reality show el Gran Hermano. Hemos adoptado la neolengua vacía que nos incomunica con la nada. Hemos permitido una policía que dirige el tráfico de nuestros pensamientos. Hemos derrocado a Dios para adorar a Google. Se han evaporado nuestras esencias formando una nube de conexiones sin neuronas. Hemos idolatrado la comodidad y ahora todas las revoluciones son adolescentes. Y encima nos creemos una sociedad empoderada.

Orwell nos habló claro con el lenguaje de una imaginación premonitoria y le tachamos de conspiranoico. Teníamos alergia al control y llevamos una webcam apostada en el hipotálamo. Queríamos dejar de ser ovejas y apostatar del rebaño, y nos hemos convertido “en vacas estabuladas” que aspergen la leche que da de beber a los que manejan la barca.

2040 será mejor, pero quedan veinte años entre revoluciones incoadas. La grandeza humana es incuestionable, pero urge desertar de las inercias. Gómez de Ágreda cree más en la ética y en el poderío de la sociedad civil que en la ciencia ficción. Si una pandemia en la que todo lo secundario debería haber saltado por los aires nos ha cambiado, empezaremos a ser valientes para darle al reset.

Hasta los orangutanes del zoo nos miran con cara de póquer ante tanto estatismo con ínfulas de reconstrucción. Es imposible peripatear por este oasis animal y no acordarse de la otra pica de Orwell: Rebelión en la granja. En un clima de aburguesamiento de nuestras esencias, la sátira podría ser la patada que nos despierte del sueño para volver al origen. 

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