JOSÉ LUIS GARCI lleva más de una boda de oro modelando cine. Su primera película ha cumplido 42, y su Oscar -el primero para España-37. Su libro 18 está en imprenta. Su ring está lleno de historias, de amigos, de fútbol y de martinis. Con sus guiones y su cámara retrató con realismo la Transición y la clase media con una memoria tan despierta como Manhattan.

José Luis Garci: “Tienen ego los que han leído poco”

Garci es un cineasta crónico que no se da importancia. “No estoy entre mis directores preferidos”. Aunque sea el del primer Oscar español, que cumple 37 velas justo el año en el que un virus nos obliga a volver a empezar. Con un país en la cabina asfixiado de “anormalidad”, acaba de escribir 'Películas malas': etiquetas que pegamos en la pantalla injustamente. Dio a luz en 2019 ‘El crack cero’ -¿la última de su fila?-, y mientras sigue escribiendo libros en sesión continua. Analógico. Anda el siglo sin móvil y a máquina. Olympia es su Windows 10. Añora los teléfonos de ficha y manuscribe mensajes para tirar en buzón. Profesional. Vocacional. Independiente. Un director de los que no grita. Sin prisas. Entre la Gran Vía y el Madison Square Garden. Entre los goles y los golpes del ring y de la vida que se ha llevado ya a casi todos sus amigos. De Alfredo Landa a David Gistau. No necesita Goyas de honor. De una mano, Woody Allen, y de la otra, José Sacristán. Del NODO a ‘The Crown’. Un clásico libre. Una especie de cultura en extinción. 
José Luis Garci sobre lienzo de filmografía. Foto: Juan Carlos Jiménez, de “El cine por los oídos”. El resto de las fotografías son de Nacho López (cedidas por Filmoteca Española).
José Luis Garci sobre lienzo de filmografía. Foto: Juan Carlos Jiménez, de “El cine por los oídos”. El resto de las fotografías son de Nacho López (cedidas por Filmoteca Española).

Una casa llena de libros con vistas al Retiro. Me imagino. Porque José Luis Garci está en Málaga, confinado con olor a sal, lejos del ring del Congreso de los Diputados, donde cualquier persona independiente es más feliz. Y eso que Madrid es su patria y su plató. Y, al menos, tiene el mar de fondo, aunque no pueda pisar la Gran Vía, que es sinónimo de Garci.

Lo suyo habría sido un martini, y una conversación sin reloj, trascendiendo el unitema y, por supuesto, sin malgastar minutos en hablar de eso que llaman política y, en realidad, es pressing catch de televisión local y vergüenza ajena. Aunque aquí los muertos no sean ninguna broma.

Un teléfono fijo. Un 952. Una charla con guion rebasada por un hombre rompeodas. Garci está en modo Pedro de Alcántara: dedicado a la vida contemplativa cultural. Se le intuye en paz. Disfrutando el presente que le toca, aunque le toque las narices que casi todos los amigos de su vida hayan picado billete. Es un hombre sin prisa que habla en alta velocidad. Plenamente vivo. Nada como leer y cultivar las amistades para evitar la gran depresión de los artistas que quisieron salvar el mundo perdiendo su alma.

Títulos de crédito. Un trávelin sencillo. Sin movie-maker ni efectos secundarios. Sin filtros. Sin imposturas. Con angostura. Voz áspera, predicado suave, mensaje aromático. Clinquean los hielos aquí y en el sur. Mar rojo, sin olas, en copa martinera. Se abren los apetitos de la curiosidad.

-¿Operadora? ¿Me pone con el señor Garci?

-Le paso.

¿Cómo está?

Bien. Medianamente confinado, como todo el mundo. Y sin salir. Estoy en Málaga.

¿Desde ahí ve el mar?

 

Sí, pero tampoco hay mucho que ver, que por aquí también hay focos de virus importantes.

En poco tiempo le han dado dos derechazos de muerte. Alcántara y Gistau.

Sí.

¿Cómo lo lleva?

Mal. Los tengo muy presentes siempre. La noticia de la muerte de Manolo se la di yo a David. ¿Quién nos iba a decir? Lo de Gistau ha sido un golpe tremendo, pero hay que admitirlo. La vida está llena de estos terribles momentos. Pero no son los únicos: perdí a un nieto con 15 años el año pasado. En fin.

Se supone que la pandemia era también un momento de repensarse. ¿Usted es de los que ha reflexionado sobre su vida aprovechando la coyuntura, o ya venía reflexionado de antes?

Ni de antes, ni de ahora. No le dedico mucho tiempo a pensar en mí mismo. Es inevitable recordar episodios de la infancia, del colegio, de algunos amigos, de algunas chicas, etc., pero no le doy muchas vueltas a la meta reflexión. Prefiero leer, escuchar música, ver películas, que es lo que conforma mi rutina diaria.

 

“No le dedico mucho tiempo a pensar en mí mismo. Prefiero leer, escuchar música, ver películas, que es lo que conforma mi rutina diaria”

 

¿Compensa ir a contracorriente, ser independiente, ser libre o habría sido más llevadero pisar alfombra y dejarse llevar?

Nunca he tenido la sensación de ir a contracorriente. Poco antes de la pandemia me dieron el premio Independiente del Año, pero no siento haber ido a la contra. He escrito los libros que quería escribir. He hecho las películas que quería hacer. Asignatura pendiente no tiene nada que ver con Canción de cuna, y Canción de cuna tampoco tiene nada que ver con El abuelo. No comparto esa sensación de ir en dirección contraria, de verdad.

Su pasión por el cine arranca a los cinco años, parece que con unos planos de Lo que el viento se llevó. 71 años después: ¿Le ha defraudado el cine que rodea al oficio?

Es difícil saber dónde empieza la magia del cine. Esa película la debí ver unos días antes de cumplir los siete años. Recuerdo haber visto antes otras, incluso conservo en mi memoria el impacto que me produjeron aquellas imágenes de catástrofes, siniestros y combates de boxeo en el Madison Square Garden del NODO que me fascinaban… El cine no solo no me ha defraudado, sino que ha sido una vida de repuesto. Si nos ponemos serios, el cine sería el reflejo de la sociedad, que lo produce, pero también es un recreo, porque es un patio estupendo donde disfrutas, te emocionas, te ríes. El cine es maravilloso, pero también me gustan otro tipo de artes populares, como la pintura, la música, el teatro… El cine, como es un arte corsario, robó el protagonismo a las demás posibilidades y ha sido la revolución más grande que hemos vivido desde el nacimiento de la imprenta.

De todos los palos que toca…

Puedes llamarme de tú, que no me ofendo.

“El cine no solo no me ha defraudado, sino que ha sido una vida de repuesto. Si nos ponemos serios, el cine sería el reflejo de la sociedad, pero también es un recreo donde disfrutas, te emocionas y te ríes”.

 

A ver si me sale.

De todos los palos que tocas -productor, crítico, autor, guionista, director, escritor- ¿cuál es el que más feliz te hace hoy?

Desde el punto de vista cinematográfico lo que más me apasiona es el montaje, porque ya has rodado la película que has escrito, has dirigido y has producido, y estás ya tranquilo con la moviola tratando de dar orden a todo aquello, reescribiendo con imágenes. Es el momento más grato en mi tarea de cineasta. También me gusta mucho reescribir, cambiar, modificar frases tras haber superado el abismo inicial de llenar de renglones el folio en blanco.

Antonio Mercero y José María González-Sinde le abrieron la puerta para ser guionista a los 25 años. Su primer éxito mediático fue La cabina. Un clásico rescatado durante el confinamiento. ¿Qué le asfixia a usted en un mundo cultural a veces cerrado en bandos o en pandillas de burbuja pequeña?

He tenido la suerte de tener muchos buenos amigos de verdad. Hablábamos antes de Manolo Alcántara, que más que un amigo ha sido el hermano mayor que no tuve. Mayor en todo: en conocimiento, en sabiduría, en capacidad de beber martinis… ¡En todo! Otro de esos grandes amigos de mi vida fue Antonio Mercero, al quien conocí nada más terminar el servicio militar y de manera casual a través de la revista Cinestudio. Nos unía el humor y el fúbtol, y me pidió que escribiéramos juntos. Pero González-Sinde escribió su primer guion conmigo porque se lo pedí yo. Habíamos hecho mi primera película y había llegado el turno de su primer guion al alimón. Es otro de los grandes amigos de mi vida, con quien hice Asignatura pendiente, Solos en la madrugada y Las verdes praderas. Igual que yo soy el padrino de uno de los hijos de David Gistau, una hija de José María González-Sinde, que después ha sido escritora y ministra, Angelines, es la madrina de mi hija. Lo nuestro, como se ve, iba más allá de la pura amistad. Casi éramos familia.

Garci

Hablaba de La cabina, que ha sido una imagen rescatada con frecuencia durante estos días de confinamiento… Me servía de metáfora para meterme en el universo cultural que ha vivido, porque tengo la impresión de que, a veces, el contexto es una especie de burbuja cerrada un poco asfixiante para la gente libre, algo, en teoría, antitético con esos horizontes expansivos de la verdadera cultura…

He heredado de mi padre una buena memoria. Todavía no tengo lagunas. La cabina corresponde a una época en la que estaba fascinado por la ciencia ficción. En esos tiempos había escrito mi libro sobre Ray Bradbury, humanista del futuro, que lo han vuelto a reeditar ahora. Estábamos haciendo una especie de serie para televisión que se llamaba 13 pasos por lo insólito y La cabina era uno de sus capítulos, como lo fueron La Gioconda está triste y otras historias.  Entonces, cuando leías a Umberto Eco te dabas cuenta de que lo que él llamaba obras de estructura abierta, dan mucho juego, porque podías plantear una historia como La cabina y dejarla abierta a todo tipo de interpretaciones. En realidad, aquel mediometraje contaba algo muy sencillo y ganó el Premio Emmy Internacional al mejor telefilme y otros muchos reconocimientos. La idea era despertar curiosidad.

La pena es que ahora ha pasado el tiempo, y echas la mirada atrás, y ya no hay ni cabinas de teléfono… Los móviles -yo no tengo- han acabado con las cabinas, de las que sigo siendo partidario, porque son lugares muy cinematográficos que me encantan, sobre todo las de Londres. Hace año y medio hice El crack cero, que se desarrolla en 1975, y salen teléfonos de fichas. La gente me pregunta qué era eso. Claro: aquel mundo que fue real parece más ciencia ficción que la propia historia.

Escribe a mano.

Sí. Escribo a mano, y mando cartas, y postales. No lo digo por presumir, porque, en realidad, es algo ridículo que no me haya acercado nunca a internet y no tenga teléfono móvil… O que siga escribiendo a máquina en mi Olympia… Pero las cosas son así y no creo que cambie a estas edades. La verdad es que me complica un poco la vida, porque, por ejemplo, ahora, que no estoy en mi casa de Madrid, he escrito un libro y lo he hecho de memoria. No he podido consultar nada. No sé si podré volver a hacer algo así: las fechas, los directores, los que trabajaban en una película… Es difícil, pero Películas malas, que así se llama el nuevo libro, tiene ese valor: que está escrito tirando de recuerdos personales.  

“Escribo a mano, y mando cartas, y postales. No lo digo por presumir, porque, en realidad, es algo ridículo que no me haya acercado nunca a internet y no tenga teléfono móvil… O que siga escribiendo a máquina en mi Olympia…”

 

¿Y el libro trata de películas malas que hay que ver?

No todas las chicas que parecen buenas resultan ser tan buenas, y muchas de las chicas malas que han pasado por tu vida tampoco eran tan malas cuando si lo piensas con el paso del tiempo. Algo así pasa con las películas. En su día pensamos que era una película mala, y resulta que si la vemos detenidamente era divertida, sin pretensiones, cordial, y estaba bien. En cambio, películas buenas con muchos premios descubres que, en realidad, eran petulantes y no son tan brillantes como se suponía. El libro habla de películas minusvaloradas de la historia del cine.

¿Quién destaca en esa lista de cineastas infravalorados?

Mucha gente. Hablo, por ejemplo, de Joel McCrea, que tenía casi la dimensión de Gary Cooper. Hizo comedias extraordinarias, dramas, westerns, pero preguntas ahora y nadie sabe quién es.

¿Ve usted margen en el cine español para aquella ‘tercera vía’ desde la que usted hacía cine de calidad, menos comercial, reflejando la realidad social española, o las salas de cine no están para pirotecnias?

No lo sé. Hablar del cine español actual sería una presunción por mi parte. No conozco la industria. He hecho hace poco una película con un equipo de gente que todos podían ser hijos míos. Por cierto, profesionales estupendos y maravillosos… Yo es que he grabado sin drones, sin ordenadores, sin excesivos movimientos de cámara y sin cosas de estas. No tengo capacidad para saber por dónde irá la industria. Recuerde que está hablando con una persona completamente analógica.

“Hablar del cine español actual sería una presunción por mi parte. Ni conozco, ni tengo capacidad para saber por dónde irá la industria. Recuerde que está hablando con una persona completamente analógica”

 

Antes del confinamiento hablamos con Carlos Hipólito en esta sección de entrevistas. Entre otras cosas, nos habló muy bien de usted y de su forma de dirigir cine. Tiene fama de buena persona-buen director.

Has ido a dar con Carlos, que es muy amigo mío… Igual otro que me conozca menos te da otra imagen… A los actores les gusta que nunca he dicho “¡Acción!”, sino que les invito a tomarse la acción cuando estén bien dejando todo iluminado, la cámara grabando… Con Carlos Hipólito he trabajado en varias películas y nos llevamos maravillosamente. Siempre he valorado que es un actor excepcional. Hace veintiún o veintidós años tuve el proyecto de llevar al cine El hereje, de Delibes. Estuvimos a punto, pero los que tenían los derechos literarios me dijeron que iban a lanzarse a una película con más presupuesto y con proyección europea. Curiosamente, no se hizo nunca. A lo que iba: planteé que el protagonista sería Carlos Hipólito, porque le conocía, y le iba muy bien el personaje: un tipo delgado, como enfermizo, y Carlos, en aquella época, clavaba el personaje.

Más allá de Hipólito, esa fama de director con quien se trabaja a gusto la avalan más artistas.

La verdad es que con la gente con la que he trabajado siempre me he portado bien. No he sido un director de dar gritos. Al contrario. Con lo que cuesta dirigir una película… Que salga adelante es todo un milagro como para estar enfadado. Con las actrices, los actores y el equipo me he llevado maravillosamente. Me he rodeado de gente a la que nos gustaba mucho el cine. Hablábamos en clave “¿Te acuerdas del plano de Magnolia, cuando Ava Gardner…? Pues vamos a hacer algo parecido…” Para mí, cada película hecha ha sido una bendición. No recuerdo el más mínimo ambiente de mal rollo, o haber tenido que parar un rodaje y esas cosas que pasan a menudo. La empresa -Nickelodeon- nunca le ha debido a nada a nadie. Los cheques se pagaron en tiempo y forma. No ha habido motivos para tensiones.

“Con la gente con la que he trabajado siempre me he portado bien. No he sido un director de dar gritos. Cada película hecha ha sido una bendición. No recuerdo el más mínimo ambiente de mal rollo”

 

¿Usted no tiene ego?

Tienen ego los que han leído poco… En la vida hay un momento importante, que es cuando entiendes que es más condicionante tener suerte que tener talento. Cuando sabes eso se te quitan todos los egos. Hay mucha gente de mi generación con mucho más talento e inteligencia para hacer cine, en cambio han podido hacerlo, o no, o muy poco. El cine es una sucesión de milagros. Si encima tienes la suerte de que uno de ellos te toque a ti, pues como para estar pensando en el ego. Quizás esto tendría que haberlo dicho en público bastante antes, para evitar diretes.

Sus películas no son “un film de José Luis Garci”.

¡Al contrario! Como hacía John Ford, en los títulos de crédito de las películas que hemos hecho se lee “dirigida y escrita por José Luis Garci”. No recuerdo haber leído “un film de Alfred Hitchcock”, “un film de Billy Wilder”. ¡No! Dirigida, producida, escrita, por... Lo de “un film de…” es fruto de la resaca de la nouvelle vague y aquel empeño curioso por reforzar las autorías. Tuve muy claro desde el principio que el guionista es esencial. Es mucho más difícil escribir que dirigir, y lo puedo decir porque he estado a los dos lados del río. Uno puede ser escritor y aprender a filmar, como le ha pasado a Wilder y a tantos directores que vienen del campo de la escritura. Lo contrario es muy difícil: si no eres escritor, es imposible escribir. Hay una especie de complejo que todos los directores han tenido por querer ser autores y, fíjate, ahí tienes a Cecil B. DeMille -desde Los diez mandamientos hasta Unión Pacífico-, que es uno de los grandes autores y si rebobinas su trayectoria verás que no necesitaba para nada reivindicarse como si la película fuera solo suya.

¿Qué cine disfruta ahora, en su otoño?

Anoche vi otra vez Gertrud, de Dreyer. Es una película hipnótica, fantástica y mágica. ¿Qué voy a ver esta noche? No sé.

Va usted picoteando.

Claro. Si ponen una buena película en la tele, la veo. No soy muy de series, porque creo que se alargan demasiado. Hay algunas que me han gustado muchísimo, como Ray Donovan, The Crown, El ala oeste de la Casa Blanca, pero no soy un seriófilo. Sobre todo soy un aficionado al cine.

“Es mucho más difícil escribir que dirigir. Uno puede ser escritor y aprender a filmar, como le ha pasado a Wilder y a tantos directores que vienen del campo de la escritura. Lo contrario es muy difícil”

 

¿No es cinéfilo?

Tampoco. Yo a los westerns los llamaba películas del Oeste, o sea que…

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Si volviera a empezar en 2020, ¿por dónde irían sus tiros?

Volvería al inicio. Me encantaría rodar una película nueva, o escribir un guion… Ya le daríamos vueltas para ver por dónde saldría.

Si tuviera que hacer una película que contara la situación de la clase media española en este momento de pandemia…

Ahora mi cine sería de otro tipo. Ya hice mucha clase media. Si volviera a empezar me lanzaría, quizás, con una historia de amor… Pero cuando lo sepa, lo hablamos.

En su trayectoria hay fracasos en crítica que se traducen en un Oscar, por ejemplo. Hábleme de los críticos como crítico.

No, hombre, no. ¡Cómo te voy a hablar de los críticos a estas alturas de la película! ¡Si yo he sido crítico y, además, malo! Jamás he contestado a ninguna crítica. Alfredo Landa me dio un consejo hace muchos años. En la época del landismo había críticos que se metían mucho con él y, al parecer, su madre le dijo: “Alfredico, lo mejor para no llevarte disgustos es no leer nada. Si escriben algo bueno, ya te lo dirán y ya la miras”. Y eso he hecho yo. Todo el mundo tiene derecho a tener su propia experiencia sobre una obra. Mis películas no tienen por qué gustarle a todo el mundo. Es más, yo no estoy entre mis directores preferidos. Pero tampoco tengo por qué seguir esas críticas amargas cuando no me interesan demasiado.

“Mis películas no tienen por qué gustarle a todo el mundo. Es más, yo no estoy entre mis directores preferidos. Pero tampoco tengo por qué seguir esas críticas amargas cuando no me interesan demasiado”

¿Le haría ilusión un Goya de Honor o está por encima de esos detalles?

Después de tener un Oscar, de haber estado nominado cuatro veces, y de recibir el Mariano de Cavia y el González Ruano de periodismo, no puedo pedir más.

Lo digo porque el mundo de la cultura es muy de homenajes a estas edades que usted porta.

En mi carrera literaria y cinematográfica he sido suficientemente reconocido. No hace falta nada más. He tenido una suerte tremenda.

¿Ha leído la autobiografía de Woody Allen?

Sí. Hace ya tres meses. Es maravillosa. Es como ver su película Días de radio, en la que habla de sus padres, su familia y su mundo con un sentido del humor estupendo. Muy buena. La segunda mitad se centra, quizás, excesivamente, en el drama vivido con Mia Farrow, pero lo entiendo.

¿Usted escribe su autobiografía?

Yo no. Todo lo que he escrito ya es autobiográfico. En cualquier libro mío se ve que hablo de las cosas como las he vivido. No necesito seguir contándome.

¿Cómo sería un paseo entre José Luis Garci y Woody Allen por la Gran Vía de Madrid?

La primera vez que Woody Allen estuvo en Times Square se quedó así, perplejo. Como la primera vez que yo vi la Gran Vía de Madrid, porque es muy neoyorkina. He tenido la suerte de conocerla muy bien. En el año 60 empecé a trabajar en el Banco Ibérico, que estaba allí, en el número 18, aunque antes se llamaba Avenida de José Antonio…  También estuve un tiempo en el número 32, donde estaba Radio Madrid; y durante cuatro años estuve trabajando en la productora de Dibildos -Ágata Films-, que tenía su sede en el 54. ¡La cantidad de años que me he pasado yo viviendo por la Gran Vía!

¿Sigue disfrutando del Retiro?

Desde la pandemia, se acabó. Llevo en Málaga desde julio. Iba todas las mañanas. Saludaba a don Benito Pérez Galdós y seguía dejando libros en la biblioteca municipal.

¿Cuándo fue la última vez que estuvo en Nueva York?

Con Luis Herrero y Eduardo Torres-Dulce en 2007, más o menos.

¿Y tiene mono de América?

Ahora con el coronavirus da igual cualquier mono. Tengo la sensación de que estamos viviendo todo lo contrario a una nueva normalidad. Esto es una anormalidad. Nadie sabe nada, nadie puede hacer planes a dos semanas vistas… Pocas cosas tienen sentido, entre otras cuestiones, porque llevamos tiempo en manos de un comité de expertos que no existía… ¿Aerosoles? ¿Contagio por el aire? Estamos viviendo una historia de ciencia ficción.

“Pocas cosas tienen sentido, entre otras cuestiones, porque llevamos tiempo en manos de un comité de expertos que no existía… ¿Aerosoles? ¿Contagio por el aire? Estamos viviendo una historia de ciencia ficción”

Hábleme de Alfredo Landa.

Fue mi amigo durante más de cuarenta años. También le gustaba el boxeo y vivimos noches inolvidables en su casa amaneciéndonos entre martinis y champán. He hecho muchas películas con él. Aunque no hubiera sido actor o yo no me hubiera dedicado a esto, habríamos sido muy amigos igualmente. No hablábamos mucho de películas. Nuestras conversaciones eran sobre fúbtol, boxeo y esa cosa que se llama la vida.

El boxeo une mucho, por lo que veo.

Sí. Yo lo sigo desde niño. Tenemos un programa en la Cope que se llama Campo de gas, como mi libro. Ahí están Jaime Ugarte, que es uno de los grandes expertos de España, y Joseba Larrañaga.

¿Qué mujeres han sido sus actrices fetén?

Todas las que han trabajado conmigo: desde las dos hermanas Gutiérrez Caba -Julia e Irene- que eran fantásticas, hasta Fiorella Faltoyano, María Casanova… ¡Todas! Y los actores, igual. He tenido suerte de trabajar, posiblemente, con los mejores: Fernando Fernán Gómez, Alfredo Landa, Pepe Sacristán, Jesús Puente, Adolfo Marsillach, José Bódalo… Lo malo de estas listas así rápidas es que siempre te dejas a alguien… Vivos quedamos Pepe Sacristán y yo, con el que hablo bastante a menudo.

“He tenido suerte de trabajar con los mejores: Fernando Fernán Gómez, Alfredo Landa, Pepe Sacristán, Jesús Puente, Adolfo Marsillach, José Bódalo… Vivos quedamos Pepe Sacristán y yo”

 

Bueno, no tendrás queja. Llevamos charlando cuarenta minutos.

Tengo alguna cosa más…

Venga, dime.

“Somos física, química y una gota de misterio”. Entre Severo Ochoa y usted confeccionaron esta frase en formato cóctel.

Aquello fue en Oviedo. Salíamos de la reunión del jurado del Príncipe de Asturias que se lo dimos a Berlanga, en torno a mayo de 1986. Estaba Severo Ochoa tomándose un Martini y me senté a charlar con él.  

Hábleme de su gota de misterio.

Pues es que sigue siendo un misterio… Igual ya no tengo esa gota, no sé. La cuestión se reduce a si creemos que después de esta vida hay un segundo round, o no. ¿Cuándo te vas de aquí, qué pasa? ¿Alguien me recordará como yo recuerdo a mis amigos que se fueron cuando ya no esté? ¿Habrá algo o solo quedará el recuerdo? ¿Y si hay mucho más y no estamos capacitados para entender qué puede ser? Preguntas. Misterios.

Me asombra una cosa de su biografía: parece que nunca ha tenido prisa.

La gente tiene prisa, pero para los demás. Recibes una carta urgente, ¡pero es urgente para el que la pone! Las prisas no son buenas. Me han acusado mucho de que mis películas son lentas, y es verdad. Pero, bueno, también son lentos los arranques de las novelas de muchos escritores que me gustan, como Balzac. La velocidad tiene su contexto. Precipitarse tampoco es muy sabio. A mí me gusta empezar despacio, tranquilo, fijar bien los personajes, la historia, y que la cosa vaya cogiendo ritmo.

Se bebió los textos de Paco Umbral durante el confinamiento.

Sí. Me lo volví a leer. Me gusta mucho. Es un gran escritor. Como pasa siempre, cuando alguien muere, desaparece -lo estamos viendo con el centenario de Delibes- y se olvida más o menos. El tiempo pondrá a Umbral en su justa dimensión. Es brillante y desconcertante. Tiene algo misterioso cuando junta las palabras. Algo parecido le pasaba a Manolo Alcántara, uno de los grandes escritores que he conocido, y un poeta excepcional. Pero no estaba entre los favoritos de la inteligencia, y, además, le daba igual. No olvidemos que Cervantes no tiene el Premio Cervantes.

 

“Me acusan de que mis películas son lentas, y es verdad. También son lentos los arranques de las novelas de escritores que me gustan, como Balzac. Prefiero empezar despacio, fijar bien los personajes, la historia, y que la cosa vaya cogiendo ritmo”

Hábleme más de David Gistau.

Le conocí cuando empezaba a escribir en una revista de viajes. Después se fue a La Razón, y luego se fue a Buenos Aires, y volvió, y se fue a El Mundo, y luego al ABC, y después a El Mundo… En estos veintitantos años nos hemos ido conociendo. Yo era muchísimo mayor que él, pero nos unió la literatura, el boxeo, los martinis… ¿Cómo surge una amistad? Pues pasa igual que cuando te enamoras, que no sabes muy bien a qué se debe. Con David surgió esa amistad fuerte, me metió en su familia, y después sucedió la cosa más inesperada del mundo con la terrible noticia de su muerte. De algo así uno no se repone con normalidad. Como a otra mucha gente, me consta, me encantaría saber qué escribiría ahora con todo esto que estamos viviendo… Era un escritor portentoso.

Muchísimas gracias por este rato.

Llama cuando quieras. Si nos desconfinan, nos tomamos en Madrid un martini en el lugar donde mejor los dan de toda España: el Dry del Hotel Fénix. Cuenta con que, cuando se pueda, cae una bala de plata, o como decía Manolo Alcántara, un cuchillo disuelto.

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REBOBINANDO

Una vez transcrita la conversación, moviola.

Cuentan que Truman Capote se leía hasta las etiquetas de la ropa. Con esa esencia de nuevo periodismo en las venas, José Luis Garci ha leído tanto que casi toda su biografía y su obra nacen de las letras que le han sistoleado durante su vida personal y su trayectoria profesional. Pasa con la gente más culta, más libre y más independiente. Que, a fuerza de leer, crean, avanzan, aportan, y aprenden a no perder el tiempo con el torpe jugueteo infantil de los adultos que lloran, escupen y se quejan porque, o no han visto una letra, o han leído sin placer.

Al final, la lectura, la escritura, el cine, el boxeo y el futbol son el 5G de una generación de hombres clásicos que se han hecho notables con el conocimiento propio suficiente para no darse importancia. Ahí está esa línea de metro de Madrid que une la estación de Gran Vía -Garci- con la de Buenos Aires (David Gistau). ¡Qué camino subterráneo más atractivo! Porque luego nos deslumbran, fatuas, esas histerias con flash que convierten en decorado ridículo de estridencias lo que algunos libros llaman séptimo arte, él apellida “vida de repuesto”, y ellos y ellas llaman “glamour de helio o nada donde agarro mi decadente superficialidad”.

¿Se puede ser un buen artista sabiendo solo interpretación o tirando de intuiciones? ¿Existe el genio? Se puede ser influencer de temporada, pero ser artista exige más contenido que continente, porque, si no, es fácil que el vacío se llene de obsesiones, de ideología adolescente, de dependencias, de inseguridades, de mentiras, de carne sin alma, de banal y seca miel. Y es fácil que el talento se esfume de aburrimiento porque hubo un sujeto que no supo agradecer con hechos el don. Y es fácil que la suerte nunca llame de nuevo a esas puertas sin quicio.

El cine español está en un momento interesante en el camerino de dirección. Aunque las salas están tiritando, las plataformas han encendido la chimenea. Hay ideas, hay guiones, hay materia prima con forma sustancial. El otro di estuve en el preestreno de Antidisturbios, la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen para Movistar Plus, y estamos ante una dirección, una calidad técnica, un ritmo, unas historias, unos personajes, una interpretación y un subidón que sales del cine con ganas de dar las gracias por el trabajo bien hecho. Pues este cine bien hecho le debe también mucho a Garci. Escribir, rodar, montar, proyectar, salirse de campo, y seguir. El arte sobre alfombras es éter con lentejuelas. El arte sobre asfalto, un pilar de hormigón con más vida que una gala de los Goya y con más trascendencia que un trending topic. Mucha más.

Volver a empezar es una asignatura pendiente, pero recomenzar desde la nada es de gente superflua. Garci ni es pasado, ni es el abuelo. Es un tiovivo de historia, luz de domingo en el camino y ejemplo para el rio que nos lleva. Cualquier tierra yerma con ínfulas de crack que quiera que su cine sea la historia de un beso debe beber de la herida luminosa de quienes se han dejado la sangre de mayo en divisar las verdes praderas de una cultura con mayúsculas como los clásicos de Ítalo Calvino. Y salir para siempre de esa cabina de yo.

No me salía el tú, y me disculpan.

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