MARIO GARCÉS SANAGUSATÍN es el portavoz adjunto y coordinador económico del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados. Fue consejero de Hacienda en Aragón y subsecretario de Fomento y secretario de Estado de Servicios Sociales con Rajoy. Jurista, académico, escritor y “actor ocasional”. Un “humanista liberal” en mitad de la selva política.

Mario Garcés: “La política es una trituradora emocional”

Un político de establo. De Jaca y sedal. Sereno, preparado, culto, polivalente. Entró en el ring por casualidad de la mano de Aznar y lleva veintidós años entre sus señorías y sus cacerías. Fue consejero de Hacienda en Aragón con Rudi. Dineros. Fue la honesta elección de Rajoy como subsecretario de Fomento. Carretera y ética. Fue el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad del Pacto contra la Violencia de Género. Humanismo liberal. Portavoz adjunto del PP en el Congreso con Cayetana Álvarez de Toledo y con Cuca Gamarra. Termita con vocación de superglue. Escritor “por desahogo terapéutico”. En su tercer papel cinematográfico hace de cura “sin complejos” en La piel del tambor. Piel fina. Tambores constructivos. Verbo transparente. Cree que Pegasus es “ópera bufa”, que Pedro Sánchez es un productor de filmes “en los que todo el mundo se dispara entre sí” y que Margarita Robles reencarna a la diva descendente de El ocaso de los dioses. Cree que Feijóo es un giro de guion necesario, porque los ciudadanos viven “una película de terror”. Defiende que la cultura y los derechos sociales no son patrimonio de la izquierda, que los toros son de todos y los cuernos, de los mediocres.

Mario Garcés (Fotografía: Patricio Sánchez-Jáuregui).
Mario Garcés (Fotografía: Patricio Sánchez-Jáuregui).

Hemos quedado en la orilla del Café Gijón. Paseo de Recoletos. Aunque el reguetón manche en verano esta terraza y algunos camareros embutidos en historia sean más fríos que un calippo, no olvidamos que estamos en una península que nos conecta con el pedigrí de nuestra cultura. Inquietudes. Inspiración. Tertulia. Ideas. Creatividad. Compromiso. Retórica. Bellas Artes. Cultura. Abrazos. Locomotora. Y sociedad.

Pega el sol de mayo como si un anónimo recitara en voz alta el Romance del Prisionero y deambulan los lectores por el bulevar de los libros antiguos buscando páginas de ocasión. Neumáticos y chicharra. Vermús y aceitunas violadas sobre el asfalto. Huele a san Isidro en esta pradera de claveles castellanos. 

Hemos quedado en el café más literario de Madrid porque Mario Garcés es político coyuntural, pero humanista crónico. El portavoz adjunto del PP en el Congreso de los Diputados, el que torea a Nadia Calviño con cifras y letras, es el hombre-magazine de la Cámara Baja. Es jurista, escritor, actor ocasional, tiene dos discos y con dieciséis años cantó en Broadway con José Antonio Labordeta. Aragonés de acordeón y gaita, con sus pilares de cemento.

En breve saldrá con sotana en su última película, porque hace de sacerdote en la adaptación cinematográfica de La piel del tambor, de Pérez-Reverte. Sensible. Transparente. Con background. Con currículo y con futuro.

Pagamos la entrada. Nos acomodamos en nuestras posiciones. Plano general. Mesas de mármol gris y sillas de enredos orfebres. Buscando la sencillez en medio de este jardín de época, vamos, poco a poco, desmenuzando la trama. Primerísimo primer plano y acción.

¿Qué serie B es Pegasus?

Pegasus no es ni serie B, porque constituye una ópera bufa. Sus actores no dan la talla. Este caso representa la degradación más absoluta de la forma de entender la ética en política. En política se puede ser bueno, malo y tonto, pero no chapucero. Pegasus es la demostración máxima de que la chapuza se ha instalado al servicio único de una persona que capitaliza el poder sin ningún escrúpulo. No sé si a Santiago Segura le daría para un guion con Jesulín de Ubrique y con Falete. Esto, ni Mortadelo y Filemón.

Con esa sinopsis rotunda, critiquemos el reparto: Margarita Robles.

Margarita Robles es una actriz principal venida a menos a la que conozco desde hace muchos años. Representa la decadencia de la interpretación. Es lo más parecido a El ocaso de los dioses y aquella gran diva que baja por las escaleras de la degradación absoluta. Es muy triste. Cuando alguien entra dentro de la trituradora sanchista, acaba siendo intérprete de la peor comedia posible. Me preocupa mucho que una persona con el prestigio profesional de Margarita Robles esté ahora mismo en fase de descomposición. Le pasó a Juan Carlos Campos en su momento. Es curioso, porque el desenlace de esta película siempre suele ser el mismo: el cese. De pronto, desaparecerá de la escena por orden y gracia del peor productor que ha tenido España en los últimos cuarenta años.

 

“Margarita Robles es una actriz principal venida a menos. Es lo más parecido a aquella gran diva que baja por las escaleras de la degradación absoluta en El ocaso de los dioses

Detrás de la silla de “productor” de Pedro Sánchez hay decenas de cabezas cortadas. Entre ellas, la de la ex directora del CNI, Iván Redondo, Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias…

Pedro Sánchez es un gran intérprete que ha cambiado el guion de su película original. Él tenía una propuesta que explicó de aquella manera en la campaña electoral, una narrativa programática que vendió a sus electores, y la ha alterado completamente. A partir de ahí ha nombrado a una serie de actores para que sean ministros de una partitura sin rumbo. A ellos les corresponde ir adaptándose al nuevo guion, que incluye indultos, cambio en la política exterior en el Sahara, espionaje… Como los ministros actúan en una película en la que quieren participar sin escrúpulos, al final acaban predestinados a compartir el mismo subproducto que dirige el presidente. De Producciones Sánchez sabemos cómo puede empezar la película, pero no cómo acaba. Y todas las películas tienen una misma trama: todo el mundo se dispara entre sí, en modo Tarantino, y hay demasiada sangre que limpiar cada día. Podría ser una mera composición melodramática, sino fuera porque en cada segundo de metraje se pone en riesgo la integridad y la reputación de este país.

¿Cuántas películas políticas tolera un ciudadano al final de una pandemia, en mitad de una guerra y en el arranque de otra crisis?

En estos momentos, los ciudadanos están viviendo una película de terror: la de sus propias penurias, la pérdida de la certidumbre, el miedo hacia la estabilidad del futuro a corto plazo… En este contexto, es lógico que busquemos que en nuestro país haya un presidente del Gobierno que dé confianza, que nos permita avanzar con algo de credibilidad y previsibilidad, pero nos hemos encontrado que Sánchez ha agravado el terror del film, porque él es el terror sobre el terror y la incertidumbre sobre la incertidumbre. Estamos viviendo una película distinta a la que habíamos pagado. Los malos gobernantes generan escenarios sociales de ciencia ficción.

El contexto es terror, pero no todo el contexto es culpa de Sánchez.

No, pero ante el terror necesitamos un gobernante que no nos asuste más.

¿Feijóo es un giro de guion inesperado?

Feijóo es un giro de guion necesario. Ha sido inesperado, porque había un proyecto surgido de unas primarias, y aquello es otra película que mezcla talento e intereses contrapuestos. Feijóo es una oportunidad que está pasando a ser una necesidad.

Estrena usted su tercera película. La piel del tambor. Pérez Reverte, Sevilla, el Vaticano, mujeres divorciadas, flamenco… ¿Cómo es la piel del cine español y cómo suena ese tambor?

Yo empecé siendo interventor del Estado, inspector de Hacienda, soy académico, escritor, portavoz adjunto del Partido Popular (PP) en el Congreso de los Diputados, y también actor ocasional. El cine suena bien. El cine español debe seguir sonando bien. El cine tiene que desprenderse de la sobreactuación política y del sesgo que ha transparentado durante muchos años. Debajo de la piel de las actrices y actores hay personas que piensan de todas las maneras posibles: hay gente de derechas, de izquierdas, de centro. Por eso el tambor no debe sonar de manera absolutamente uniforme. Nada que sea cultura de verdad puede estar sesgado, dirigido, volcado con exclusividad hacia una tendencia política… La apropiación de la cultureta progre de los 80 en torno a la izquierda es uno de los grandes errores que ha sufrido este país. El tambor del cine debe retumbar fuerte para que resuene en las conciencias de todo el mundo. Animo a los ciudadanos a ver esta película maravillosa que se estrenará en todo el mundo en unos meses, porque es una adaptación estupenda de la novela de Pérez-Reverte. En mi papel, voy con sotana…

“La apropiación de la cultureta progre de los 80 en torno a la izquierda es uno de los grandes errores que ha sufrido este país”

¿Un dirigente del PP sin miedo a hacer de cura por un día?

¡Ninguno! Me lo he pasado fenomenal durante el rodaje. Cero complejos de nada.

¿Cómo es la relación entre derecha y cultura, y cómo debería ser?

Este Café Gijón me recuerda que Cela fue uno de los autores perseguidos por aquella cultureta de izquierdas aparentemente transgresora de la Transición que también persiguió a Delibes. Gracias a personas como Cela, Delibes o Berlanga, que trabajaron con el régimen de Franco, pero fueron subvirtiendo poco a poco aquellos fundamentos para abrirlos a una sociedad en libertad, hemos ido avanzando culturalmente y ese trabajo hay que reconocerlo todavía. Como nos recomienda La colmena, de Cela, no podemos perder la perspectiva. La izquierda se apoderó de la cultura en España, como si la cultura fuera un producto comercial al servicio de unas ideas. El consumidor español de cultura es de izquierda y de derecha. No se puede castigar a nadie con propaganda bizca. La supuesta superioridad moral e intelectual del artista de izquierda es un tema superado. La opinión política de un famoso vale lo mismo que la mía y la de cualquier señor que pasa por la calle. Aunque él tenga un altavoz, su opinión tiene el mismo valor ético y moral que la del resto de la ciudadanía. Está muy desfasada la supremacía que se arrogan todavía unos cuantos.

La derecha se acomplejó con la cultura.

Sí. Y cedió ese espacio a la izquierda durante los últimos cuarenta y cinco años. Es el momento de poner pie en pared y reconocer que la cultura no es de nadie y tiene que ser de todos los que la puedan y la quieran consumir.

¿Los gobiernos socialistas comprometen el desarrollo de la cultura española?

La cultura es una expresión de desarrollo social y humano que debería desligarse del poder. Si la condicionamos a los ámbitos institucionales, afloran los primeros sesgos. A partir de ahí, cuando los gobiernos de izquierdas han querido orientar la producción cultural a determinado vector de pensamiento casi único han cometido un error. No se puede hablar de libertad cultural cuando se interviene descaradamente en el pensamiento y en la expresión. Yo no tengo ningún problema en estar entre Cela y Alberti, porque ambos representan la expresión cultural de este país. La izquierda debería desentenderse de una vez por todas de la supremacía institucional que impone un sesgo en la cultura española. La Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid están liderando una gestión cultural en la que cualquier expresión es aceptable. Con ese estilo verdaderamente libre ganamos todos.   

¿La cultura sería la cancha política en la que más a gusto se desenvolvería usted?

Soy escritor, actor y coproductor de algunas películas, pero mi espacio es la economía y la hacienda. Me muevo en muchas áreas, pero mi formación es estrictamente económica. Soy el coordinador económico del PP en el Congreso, aunque cuando se habla de cultura, mucha gente me pregunta mi opinión.

¿San Isidro y la Maestranza son de derechas?

Los toros son del pueblo. Si establecemos discriminaciones ideológicas casi factoriales como que, por ejemplo, las expresiones más castizas que proceden del mundo de la ganadería o de la religión corresponden a la derecha, nos equivocamos. El voto, la cultura y los toros son de todos, pero si la izquierda renuncia a proteger lo que es de todos, la derecha saldrá en su defensa.

“El voto, la cultura y los toros son de todos, pero si la izquierda renuncia a proteger lo que es de todos, la derecha saldrá en su defensa”

¿Cuál sería su guion sobre la etapa de Pablo Casado al frente del PP?

Yo empecé a escribir ese guion desde el principio… Era una película protagonizada por un magnífico intérprete abocada a un final feliz que ha tenido un fin con disparos por todos lados… Una pena, porque nunca tuvo que acabar así. Aquel actor principal que estaba llamado a liderar las mejores escenas de este país desgraciadamente eligió a algún actor secundario que acabó lastrando su desarrollo. Es curioso que el actor principal tuviera el defecto de no darse cuenta de que para hacer una gran película es necesario rodearse de los mejores, y los secundarios son esenciales para que cualquier película resulte compacta.

¿Cómo sería su biopic sobre Pablo Iglesias en la política española?

Guardo buena relación con él, porque, desde mi humanismo liberal, trato de comprender a todo el mundo. Mi biopic rondaría la idea de que Pablo Iglesias se creyó dios y acabó siendo un ángel caído que se comió al dios. En ese proceso de descenso no se dio cuenta de que había creado un personaje que le había superado, como le sucedió también a Albert Rivera y como le está pasando a Macarena Olona. En política hay muchos personajes que se acaban comiendo a las personas. El político tiende a ser narcisista casi por supervivencia, pero el narcisismo con tendencias de endiosamiento provoca efectos contraproducentes, como es el caso.

“En política hay muchos personajes que se acaban comiendo a las personas. Le pasó a Albert Rivera y a Pablo Iglesias, y le está pasando ahora a Macarena Olona”

Tocó el acordeón. Le da a la bandurria, al piano y a la gaita aragonesa. ¿Cómo es su perfil de director de orquesta de un partido político en este momento de la historia?

Un partido político es la combinación de intelectuales, técnicos y obreros, y todavía hay quien no lo entiende. Los obreros son los que hacen posible la organización interna del partido. El intelectual aporta las ideas. Y el técnico es el que ofrece la capacidad de verter esas ideas para convertirlas en normas o en programa, mientras convive en relación con los obreros. Un partido lo puede dirigir perfectamente un obrero, porque es el que mejor conoce la realidad interna. Lo que no puede ocurrir, y ocurre, es que el obrero quiera ser intelectual o que el intelectual quiera ser obrero. Si un partido fuera una orquesta debería ser una combinación perfecta de todos los instrumentos. Lo que no tiene sentido es que el de la percusión, que es puro acompañamiento, quiera ser el violín número uno. Cuando entre los mismos músicos se ponen zancadillas, la orquesta no suena. Por eso es muy importante que el director afine, porque hay quien piensa que sabe tocar el violín, pero no ha estudiado solfeo en su vida. En política hay gente que lleva tocando de oídas desde hace cuarenta años.  

¿Cómo gestiona su tiempo?

Si la pregunta la hace un amigo, le confieso mi secreto: apenas duermo. El mezquino que intenta atacarme porque hago muchas cosas no sabe que utilizo todo el tiempo en todo. Soy muy disciplinado. Cuando uno está divorciado utiliza mejor la noche que estando casado y con los hijos en casa. Para mí, la literatura es un deshago terapéutico. Acabo de publicar una recopilación de mis artículos en la prensa nacional de los últimos tres años y he caído en la cuenta de que he escrito uno cada tres días. Ahora he bajado mi nivel de producción, porque estoy en otros líos. 

Ha grabado dos discos. ¿Qué cantaría usted en el Congreso para que el clima político sea más Transición y menos grada de instituto?

Yo voy con Labordeta, para que no se diga: “Habrá un día / en que todos / al levantar la vista,/ veremos una tierra / que ponga libertad”. La libertad está siendo muy injuriada en los últimos tiempos. Si todos nos aproximamos al concepto de libertad individual, si todos tratamos de entendernos, dentro de las diferencias ideológicas que tenemos, todo irá mejor. Sé que suena casi a argumentario de extremo centro, pero es verdad.

Mario Garcés Sanagustín: político, jurista, académico, escritor, actor. Licenciado en Derecho, diplomado por el Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, interventor y auditor del Estado, inspector de Hacienda, académico de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, auditor de Cuentas, autor de más de 80 tratados, manuales y publicaciones sobre derecho público. ¿Qué los políticos son mediocres es una fake news o usted es muy raro?

Algunos políticos son mediocres y mezquinos. Es inevitable. Ojo: los títulos no te hacen ser mejor, sino solo tener títulos. Es verdad que la actividad múltiple genera envidias y celos, dos engendros que son patrimonio de los mediocres, y también es verdad que esa gente necesita explotar su mediocridad tratando de expulsar la brillantez y la inteligencia para sobrevivir en política. Eso es lo que ningún partido político debería consentir. Podemos tener caracteres y personalidades diferentes, pero la inteligencia bien utilizada debería ser bandera de cualquier organización política.

“Algunos políticos son mediocres y necesitan explotar su mediocridad expulsando la brillantez para sobrevivir. La inteligencia bien utilizada debería ser bandera de cualquier organización política”

Su carrera política empezó en el 2.000 siendo asesor de Aznar. Dos décadas después, ¿qué carrera política merece la pena?

Empecé en política por casualidad y me afilié al PP muy tarde. No formo parte de esa manera de entender la política que comienza a los dieciséis años, que la entiendo, siempre que no sea una adulteración. La única carrera política que merece la pena es aquella en la que uno tenga la conciencia tranquila de pensar que lo que haces es por el bien de tu país. Si en un momento determinado tu bien individual y tu posición dentro de un partido predominan sobre el interés general, esa carrera egoísta no vale nada. Lamentablemente, muchos políticos solo aspiran a conservar su statu quo y todo lo demás es impostura. Las cosas, como son. ¿Cómo se cambia eso? Hay que reformar los partidos y esquilarlos de supervivientes, que hay muchos, y bastantes de ellos no valen la pena.

Habla de celos, de zancadillas, de supervivientes… Me habla de la gente de su propio equipo.

Hablo de todos los partidos políticos.

Pero las envidias, generalmente, proceden de los tuyos.

Sin duda.

¿Hace falta en los partidos una figura interna que vele por el fair play?

Los secretarios generales de los partidos deberían hacer un buen diagnóstico de quién es quién y, a partir de ahí, delimitar dónde está la brillantez. En un libro que escribe una política española y que ha hecho fortuna en los últimos meses, aparezco algunas veces como el más inteligente y el más brillante. Estoy convencido de que eso me ha perjudicado. En política, el piropo penaliza, porque genera celos.

Eso mismo me decía Ignacio Urquizu del PSOE.

Mi buen amigo Ignacio, aragonés también… Hay un buen compañero de mi partido, que es un excelente parlamentario, al que el viejo equipo de Génova llamaba “el inteligente”, en modo despectivo… ¡Ese era el nivel! ¡Ojalá esos tuvieran la vergüenza de leerse un libro alguna vez! Yo en esto soy aragonés y pongo pie en pared: puedo admitir críticas políticas, pero no admitiré tonterías sobre el esfuerzo y la capacidad de nadie. Admiro a cualquier persona inteligente, aunque me haya hecho daño. Reírse de la gente preparada me parece patético, pero ocurre.

¿Qué personas que iban en su tren se han quedado por el camino por problemas de partido y eran buenas para España?

¡Muchísimas!

¿Nombres?

No voy a dar nombres, porque todo el mundo tiene derecho a relatar su final. Hay quien dice que se baja del tren voluntariamente, cuando lo han echado a empujones, y no seré yo el que diga cómo ha acabado cada uno.

¿Usted ha pensando cómo será su final?

Mi final será de mucho agradecimiento. He tenido responsabilidades de gobierno durante diez años como secretario de Estado, he ocupado un escaño en el Congreso de los Diputados y he sido portavoz adjunto del PP. Para mí, todo esto es un privilegio y un placer. Me podría dar el desquite del desamor, porque hay gente que hace daño gratuitamente, pero no les daré esa satisfacción a los artífices. Aunque convivas con mediocres que llevan cuarenta años enredando, la elegancia es, también, una manera de pasar por aquí.

Su primer cargo político expuesto al público fue en 2011 como consejero de Hacienda en Aragón, de la mano de Luisa Fernanda Rudi. ¿Se puede ser político hoy sin saber de Hacienda?

Saber de economía es fundamental para ser político, pero se equivoca quien piense que la economía y la hacienda deben ser el núcleo exclusivo de la actividad política. En España hay tantas cuestiones que afectan a la integridad del país -la desafección emocional en Cataluña, las relaciones con el País Vasco, la distancia de los jóvenes respecto a la actividad política, el cambio de usos y costumbres políticos con la tecnología y la pérdida de libertad que genera su abuso…-, que hacer recaer todo en lo económico, aunque sea una prioridad, sería un error de bulto. El político que considera que no debe librar la batalla de la adaptación cultural, se equivoca.

“Se equivoca quien piense que la economía y la hacienda deben ser el núcleo exclusivo de la actividad política. También se debe librar la batalla de la adaptación cultural”

Juan Antonio Garrido Ardila, miembro de número de la Royal Historical Society y catedrático del Consejo General de la University of Edinburgh, escribía hace unos días una tribuna en El Mundo en esa línea. Defendía que el PP, si ganara las generales, no puede quedarse exclusivamente en el reflote económico, sino que debe enfangarse en la batalla cultural.

Completamente de acuerdo. Es verdad que, en un momento de debilitamiento económico de las familias, la prioridad es la prioridad, pero existen otras prioridades. No podemos dejar que la izquierda lidere permanentemente los debates políticos. La derecha muchas veces ha claudicado en este país y el PP no puede cometer los errores del pasado. Los dos grandes enemigos de la democracia liberal son el populismo y la tecnocracia. Yo he sido tecnócrata en alguna etapa de mi vida política, pero eso no sirve para siempre, porque la tecnocracia no resuelve los problemas de ligazón emocional en España o las relaciones multilaterales con las comunidades autónomas.

El PP perdió Aragón hace siete años y mucha gente habla bien de Javier Lambán y otros socialistas aragoneses. ¿Tierra perdida?

Lambán es amigo. Le tengo mucho cariño. También me llevo bien con Pilar Alegría y tengo buena relación con el PSOE aragonés, pero creo que ahora mismo es necesario que haya una alternativa política en mi tierra. Aragón tiene una composición social muy compleja que hay que entender. Algunos municipios del norte de España han sido tradicionalmente de izquierdas: Vigo, Gijón, San Sebastián, en algún momento; era el caso de Zaragoza y fue el de Barcelona durante mucho tiempo. Para girar hacia la derecha hace falta un proyecto muy sólido con un liderazgo muy potente. Hemos conseguido gobernar ya el Ayuntamiento de Zaragoza, aunque en coalición y sin ganar las elecciones. Si sabemos dar los pasos adecuados, el PSOE acabará dejando el poder en Aragón. Sin acritud y con todo el cariño del mundo, le pido a Javier Lambán que sea coherente con Pedro Sánchez. No se puede ser contestatario solo los días impares. A él, a Emiliano García Page y a Guillermo Fernández Vara les diría que la inconsistencia en sus críticas a las lagunas de Sánchez se penaliza. Pero soy autocrítico conmigo y con los míos: nosotros tenemos que seguir construyendo un proyecto solvente contando con los mejores. ¿Quiénes son los mejores? ¡Los mejores!

En 2012 le fichó Ana Pastor -la ministra-, como subsecretario de Fomento. Su trayectoria política y la de ella comenzaron en las mismas fechas. ¿Por qué han conseguido los dos llegar con prestigio hasta aquí?

Ana y yo somos una pareja muy curiosa. Nos tenemos mucho aprecio personal y político. He aprendido mucho de ella. Soy su hijo en muchas cosas: en su intuición política, en su prevención, en su integridad… Cuando Mariano Rajoy la nombró ministra de Fomento y a mi subsecretario garantizaba la honestidad más absoluta. Nosotros gestionábamos un presupuesto de 18.000 millones de euros y ninguno de los dos hemos tenido nunca ningún problema desde el punto de vista hacendístico de control del gasto público. Además, si ella, yo o Rafa Catalá advertíamos que había el más mínimo riesgo de que alguien tomara una decisión equivocada, cortábamos el atisbo de raíz inmediatamente. Ana tiene una imagen muy buena en la sociedad basada en su esfuerzo, su sinceridad y su honestidad. Nos mantenemos por varias razones. En mi caso, y aunque sea un defecto en política, soy transparente e intelectualmente honesto. Digo las cosas como las pienso y eso les gusta a los ciudadanos.

En noviembre de 2016 fue nombrado secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad,​ bajo la dirección de la ministra Dolors Montserrat. De las carreteras, a las personas. ¿Esa idea de que los derechos sociales son patrimonio de la izquierda es un mantra, un relato o una verdad que escuece?

Es un relato convertido en mantra. Quien me conoce sabe perfectamente el trabajo que hice en dieciocho meses en materia de derechos sociales. A pesar de algunos, nunca me arrepiento de haber sido secretario de Estado, sino todo lo contrario. Estoy muy orgulloso de aquella etapa. Fui el primero, y posiblemente el último, que cerró un Pacto de Estado contra la Violencia de Género e hice el primer Plan Nacional contra las Drogas y otras Adicciones con una inversión de más de 8.000 millones de euros. La izquierda mutea estos logros, porque vive de la impostura, pero nosotros hemos defendido los derechos sociales constantemente. Aprovecho para recordar que para la sostenibilidad de las prestaciones sociales también hay que garantizar la natalidad, un principio muy de la derecha que desprecia la izquierda, ajena a cualquier política natalista. Que los derechos sociales y la cultura no son de derechas es un mantra-relato que se ha montado la izquierda. Los dos mandatos como secretarios de Estado que tuvimos Juanma Moreno y yo dejan claro que las políticas sociales forman parte de nuestro corazón.

“Para la sostenibilidad de las prestaciones sociales hay que garantizar la natalidad que desprecia la izquierda”

De Fomento a Servicios Sociales llegó usted casi como un marciano.

Llegué como un marciano a esa Secretaría de Estado para muchas organizaciones, sobre todo para las feministas, pero es difícil que encuentre una organización feminista que le hable mal de mí. Hablarán mal de mí, seguramente, desde el feminismo radicalizado de Unidas Podemos, porque no es fácil digerir tanta incoherencia, pero con el feminismo socialista que entiende la igualdad como yo, muy amigos desde entonces. Entre otras cosas, en los dos años que fui secretario de Estado dejé en mínimos los asesinatos machistas en España. La condición social y de la igualdad no son de nadie y, desde luego, no son un atributo de la izquierda. Las tenemos que ganar todos los días. La libertad y la igualdad son principios liberales desde el siglo XVIII. El igualitarismo es un principio socialista desde principios del siglo XIX. Yo quiero garantizar la igualdad, pero no soy igualitarista. El igualitarismo es capar para que todos seamos iguales, a pesar del esfuerzo de cada uno, y yo por ahí nunca voy a pasar.

¿Qué ha hecho Podemos con la igualdad y el feminismo?

Convertirlos en una mercancía averiada. Son realidades que han llevado a un lenguaje abrupto rompiendo consensos. Han intentando apropiarse los conceptos de manera subintelectual y han exacerbado parte del discurso contrario. En materia de igualdad existen cuestiones en las que hay que ser muy contundentes, pero nunca puede defenderse una causa así de manera violenta. A la igualdad se llega con un trabajo constante, permanente, con contundencia, pero sin crispación. Cuando yo era secretario de Estado, España ocupaba el quinto puesto en la clasificación internacional de igualdad. Con Irene Montero hemos llegado al puesto decimocuarto. ¿Es necesario un Ministerio de Igualdad para ese retroceso? Seguramente, no.

¿Qué derecho social es que una niña de dieciséis años pueda abortar sin consentimiento de sus padres?

Eso no es un derecho. Para que haya derechos, lo primero es que haya vida. Es cierto que las prácticas sexuales cada vez empiezan antes, pero los derechos absolutos se adquieren a partir de los dieciocho años, como cualquier derecho civil y cualquier derecho político. Una adolescente de dieciséis-diecisiete años no puede tener la capacidad de determinar si nace o no una criatura. Por supuesto, debe estar bajo la condición autorizante de sus padres, como no puede ser de otra manera. ¿Qué busca el PSOE con la reapertura de este debate? Bajo el argumento cierto de que se ha producido una rebaja en el umbral de acceso a la sexualidad, pretenden captar el voto joven por la vía de la pseudo libertad y los pseudo derechos. Hay que tener en cuenta que Podemos ha llegado a plantear que el derecho de voto sea a partir de los dieciséis. El joven inteligente debe saber que la atribución de derechos no es una condición que te haga mejor. Los derechos se ejercen con plena formación de voluntad. La convención temporal debe mantenerse a los dieciocho años. No se puede rebajar al albur de las pretensiones de una parte interesada de la izquierda.

“Podemos ha convertido la igualdad y el feminismo en mercancías averiadas”

Fue portavoz adjunto del PP en el Congreso junto a Cayetana Álvarez de Toledo, y lo es también con Cuca Gamarra. ¿Qué PP hay entre ambas?

Son muy diferentes, pero las quiero mucho a las dos. Si dijera las virtudes de una, parecería que no son las de la otra… La forma de entender la política de cada una es muy diferente, pero las dos han aportado. Hubo mucho debate sobre si Cayetana sumaba votos o no al PP, por esa visión tan individualista de la política y, ojo, que yo creo que es bueno que haya visiones individualistas en política, pero siempre que formen parte de un entorno más o menos ordenado dentro del partido. Pienso que el balance de Cayetana fue positivo y sé que decir esto me penaliza en algunos sectores, pero intento ser objetivo. Había detractores y defensores acérrimos de Cayetana en la sociedad civil, aunque ese balance se descompensó al final. Uno de los factores de crecimiento desde los 66 escaños hasta los 88 fueron aquellos meses en los que ella fue portavoz. Era un chute de ideologización en un partido que estaba sufriendo mucho. Ella misma lo describe en su libro, que es una buena síntesis de lo que ha podido ocurrir.

¿Y Cuca Gamarra?

Cuca representa otra forma de hacer política basada en aquello en lo que se puede identificar la gente. Ella podría estar aquí sentada con nosotros tomando un café manteniendo una conversación en la que cualquier persona podría verse retratada, y eso es una virtud política. Con el tiempo me he dado cuenta de que, a veces, los excesos dialécticos pueden tener su impacto en un momento emocional fuerte, pero cuando la gente busca recobrar la templanza del sentido común, se añoran perfiles con los que podamos identificarnos. Además, Cuca gestiona muy bien las relaciones internas, porque nos conoce a todos desde hace tiempo, y gestionar egos es muy complicado.

En 2017 escribió un tratado sobre el arte del mal (o buen) gobierno. ¿Qué importancia tiene la autocrítica en el buen gobernante?

¡Muchísima! El problema es cuando el gobernante se siente humillado e injuriado ante la crítica externa. La autocrítica es un primer paso en cualquier vida, aunque eso lo suframos mucho los perfeccionistas, porque cada día nos planteamos qué hemos hecho mal, mientras el irreflexivo y acrítico vive a pierna suelta. El deshonesto duerme perfectamente, es la persona honesta la que duerme mal, porque está pensando constantemente si lo ha hecho bien o mal. El honesto tiene conciencia. La autocrítica no es flagelación, y la derecha tiende a veces a un exceso de autocrítica que lleva a la misma disolución. La izquierda es más sectaria y programáticamente más lineal. No se autocritica, por eso no pone patas arriba este modelo de socialismo que ha derivado hacia la mediocridad ideológica oportunista en los últimos veinte años, y dudo de que se meta en harina, porque es más dogmática que la derecha. En cualquier líder debe haber autocrítica, y eso es difícil, porque suele encerrarse en una burbuja y rodearse de palmeros, que generan más miedo. Los palmeros consolidan su posición haciendo pensar al líder que todo el mundo está contra él, y cuando el líder cae en ese error, está muerto. Además, urge la autocrítica del partido para abrirse a nuevos planteamientos, pero de verdad: no se trata de hacer consultas evaluativas que después se quedan en nada.

Tráceme los perfiles de Sánchez y Feijóo en clave “buen gobierno”.

Feijóo es un hombre con una experiencia de gobierno que Sánchez no tenía cuando llegó. Feijóo sabe definir las prioridades sobre la base del bien común. En Sánchez todo pivota sobre su bien individual, su supervivencia y su mantenimiento. Son perfiles radicalmente diferentes. El antipríncipe sería Sánchez y el príncipe -el líder que respeta ciertos valores y tiene escrúpulos morales- sería Feijóo. A los hechos me remito: Sánchez no ha sabido acertar con las recetas económicas y se ha dejado humillar por sus socios políticos para sobrevivir en el poder. El presidente de Galicia lleva dieciséis años en el poder con mayorías absolutas y la gente le cree, porque es predecible. Eso, en política, es un valor. Si se pierde, se pierden las elecciones, que es lo que va a pasar pronto a Pedro Sánchez.

Dice Patricia Sanz en El Debate: “Garcés conoce bien la fórmula del antipríncipe de Maquiavelo. Sobrevive en la política española, aun siendo brillante”. ¿Qué es brillar?

Brillar es tener opinión propia, ser autocrítico, levantarse por las mañanas y no leerse el argumentario cada día, porque los argumentos ya los tengo. Brillar es tener la capacidad de expresar lo que uno piensa libremente, y eso es muy difícil en política. Una organización política se estructura en torno a un programa, un liderazgo y unos mensajes. Yo lo entiendo. Pero dejar que haya una termita dentro que anda, a veces, a otro ritmo o en otra dirección con la intención de mejorar, también puede ser una manera de hacer que brille la luz propia en un escenario donde hay muchas sombras.

¿La política le ha robado algo?

¡Mucho! La política me ha robado a mi familia, tiempo, mucha ingenuidad, confianza… Me ha intentado robar la bondad en mis relaciones personales. La política erosiona mucho diariamente. Es un juego de poder a veces vil. Cuando empecé en política, un veterano me dijo: “Dos de cada tres políticos que conozcas habrán matado políticamente al menos a diez personas”. Se quedó corto. La política es una trituradora emocional. Aquí se dan mutaciones personales inimaginables. Me cuesta mucho entender la ingratitud, quizá porque me he hecho mayor, y la política es muy ingrata. No esperes nunca que nadie te recompense por dejarte la piel. En política siempre he diferenciado a los animales de selva de los animales de establo. Yo soy de establo y me relaciono pacíficamente con el resto. Llegué a la política siendo inspector de Hacienda, interventor del Estado, con un patrimonio ganado a pulso… Muchos de los políticos con los que convivo ahora son animales de selva, y puedo entender que maten, porque nacieron en la selva.

“Muchos de los políticos con los que convivo ahora son animales de selva, y puedo entender que maten, porque nacieron en la selva”

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