JUAN SOTO IVARS (Águilas -Murcia-, 1985) es columnista, escritor y martillo contra los herejes que maltratan, malvenden, pisotean o prostituyen la libertad de expresión sin dejarse despistar por el disfraz. Entre mucha prosa fresca, es autor de ‘La casa del ahorcado’ (2021), un ensayo en el que destripa con pluma y plomo “cómo el tabú asfixia la democracia liberal” y boicotea el ansia de puentes.

Soto Ivars: “El buen rollo es un gran enemigo de la libertad de expresión”

El sueño americano de este murciano es fruto de la suerte, el talento y la caridad. Llegó a las columnas sin más padrinos que Facebook. Se asentó en El Confidencial. Ha tonteado con otras cabeceras y algunos se lo han quitado de en medio porque no saben manejar voces libres que se pasan los años antes de la crisis de los 40 defendiendo la libertad de expresión como un vaquero y de verdad. Su último ensayo viene con soga para ahogar los tabúes que asfixian la democracia liberal: La casa del ahorcado. Fue Umbral. Quiere a Juan Manuel de Prada. Admira a Ana Iris Simón. Avanza en el extrarradio de las burbujas periodísticas. Infancia nómada con capital contemporánea en Barcelona. Habla exhalando fumatas blancas. Tinta y café en las venas con trasiego. Ateo jodido. Escritor. Sencillamente nítido. “Pero lo más importante es que mi mujer se llama Andrea y mi hijo se llama Alejandro, que no se os olvide”.

Juan Soto Ivars. Fotografías: ©Jeosm.
Fotografías: ©Jeosm.

“Mi vida profesional y personal es una mezcla de potra y de gente que me encontré y me ayudó”. Potra, dice…

Juan Soto Ivars fue murciano, hijo de biólogo y psicóloga, camarero, librero, “robot en una cadena de montaje de artículos de regalo”, “monitor de colonias”, corrector y lector editorial antes que columnista, escritor y hermano de guitarrista flamenco. Arriquitraun de versos sin corsés.

Los primeros planos de su road movie son colegios públicos chungos, olores de Tánger, libros, pitillos absorbidos con ahínco, y la decisión adolescente de ser escritor gracias a una profesora de Lengua del instituto que se llama Pilar García Madrazo y que se merece el aplauso de la grada.

Su casa es una ensalada ideológica. En aquel hogar de rojos oscuros y azules intensos se escuchaba a Ana Belén y Víctor Manuel, a Silvio Rodríguez y a Serrat, hasta que él trajo del descarte “punk y abominaciones”. Su librería es un potaje de voces. Sus lecturas son la heterodoxia crepitante. Su esencia es el cóctel y la destilación del mix.

Entre el Periodismo, la Filología y las Matemáticas. Carlos Hernanz fue el ojeador que le sacó del bombo de la masa y se lo puso delante a Nacho Cardero. El Confidencial es su casa de las columnas voladoras a diestro y siniestro y allí pelea contra la previsibilidad de las opiniones de mármol.

Barcelona. Sol matutino. Humo y café en el día de la muerte de Gento. Un retrato de Mijail Bulgákov viste las paredes del despacho. El escritor, dramaturgo y médico ruso de la primera mitad del siglo XX que nunca apoyó el régimen de Stalin. El que se río con maestría de sus deficiencias en varias de sus obras sin miedo al frío del ostracismo mira de frente con el brillo del honor en los ojos.

Frío, pero eficaz teléfono rojo. Volamos hasta otro Moscú.

¿Qué temas tienes en la cabeza?

Hace tiempo que varío poco en los temas sobre los que escribo, porque estoy en una especie de cruzada por la libertad de expresión y muy atento a los identitarismos que surgen en la derecha y en la izquierda. Todos tienen en común la aversión a que se digan las cosas. Me empecé a interesar por estos asuntos en 2014, mientras me documentaba para Arden las redes (2017). Desde entonces es, quizá, la cuestión que galvaniza a todas las demás.

 

“Estoy en una especie de cruzada por la libertad de expresión y muy atento a los identitarismos que surgen en la derecha y en la izquierda”

¿Desde 2014 hasta 2022 mejora o empeora la libertad de expresión en España?

Por desgracia, vamos a peor. La libertad de expresión en España ha vivido una evolución bastante extraña, porque aquí hay una guerra de hegemonías culturales. Fue una conquista bastante fértil en la España de la cultura libertina y gamberra. Veníamos del Franquismo y apenas había fisuras para admitir que la libertad de expresión era algo bueno. Sin embargo, en un momento dado cambió la composición química del aire y la libertad de expresión se comenzó a percibir como algo problemático. Con el auge digital, de pronto, desde la izquierda se importó la corrección política de Estados Unidos. En las redes se estableció una clara hegemonía de temas que se fueron convirtiendo en indiscutibles, como el feminismo, el racismo… Cuestiones que, siendo justas o no, muchas veces exageradas te podían complicar la vida.

¿Cómo estamos ahora?

Paradójicamente, estamos peor, porque ha irrumpido una corrección patriótica. La gente más de derechas se ha cansado del ambiente mojigato en el que estábamos y se ha impuesto una incorrección política militante que, a la vez, ha creado su propia corrección política… En España conviven dos islotes y muchas tribus. La única comunicación entre los mundos es el desprecio. Ahora se recomienda ir con más cuidado con quienes piensan parecido a ti…

Jurídicamente, el derecho a la libertad de expresión no se ha movido casi nada.

Jurídicamente está casi como estábamos, pero lo jurídico no es importante aquí. Uno no deja de hablar por miedo a que le pongan una multa, sino por el miedo a quedarse sin amigos o a que se piense que es un monstruo. Lo habitual es que las campañas que desembocan en un juzgado acaben en absolución. Es más: una denuncia interpuesta contra la libertad de expresión repercute positivamente en tu prestigio, sobre todo si te dedicas al activismo o a la comedia.

En el ámbito periodístico, ¿hay quienes creen de verdad en la libertad de expresión, sin arbitrarla según el bando?

Sí, hombre... Es cierto que hay mucha defensa de la libertad de expresión interesada de gente que solo pone el grito en el cielo cuando pisan a uno de los suyos. Es probable que haya personas que creen que defienden la libertad de expresión en abstracto y miren para otro lado en lo concreto. Ha habido casos sobre los que la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información no se ha pronunciado y eran importantes. Hay sesgos en la defensa de la libertad de expresión, como hay sesgos en todo lo demás.

“Hay sesgos en la defensa de la libertad de expresión, como hay sesgos en todo lo demás”

Juan Manuel de Prada me ha dicho que eres “de lo poco serio” que lee en las columnas del periodismo español…

¡Qué majo! Nos queremos mucho.

Cree que existe una cierta impostura en el periodismo de opinión, mucha defensa de lo políticamente correcto, poca valentía y menos autenticidad.

Los enemigos de la libertad de expresión del columnista son la intuición del límite que exige el jefe, que puede ser bueno y no poner nunca pegas, como es mi caso, pero también puede ser una fuente permanente de conflictos; la intuición del límite empresarial, porque una opinión puede generar un problema económico para el medio; la intuición del límite del poder, que es el más atenuado en una democracia, porque nunca suele suceder nada cuando lanzas una crítica, y la intuición del límite más peligroso, que es el que impone el lector, y no hablo del que comenta las noticias en internet, generalmente a golpe de insultos, sino del lector que uno tiene en la cabeza y para el que escribimos. En el columnismo español veo que muchos cumplen a rajatabla lo que impone su lector mental. Veo columnistas que no se atreven a cabrear a sus lectores cuestionando sus dogmas y han decidido moverse cómodamente ahí. Eso hace que un medio muy de izquierdas o muy de derechas sea muy previsible.

“Veo columnistas que no se atreven a cabrear a sus lectores cuestionando sus dogmas. Eso hace que un medio sea muy previsible”

 

Juan Soto Ivars. Fotografías: ©Jeosm.

¿Por eso echamos de menos a David Gistau o nos sorprendemos con Ana Iris Simón en El País?

Claro. A David le ha querido todo el mundo cuando ya había muerto. A Gistau se le tenía bastante respeto, porque sabía defenderse. Si te lo encontrabas por la calle, rezabas para no haber escrito nada malo sobre él, porque imponía mucho moral y físicamente. Ana Iris Simón se ha hecho columnista después del pelotazo de Feria y parte de una ventaja muy buena: ella ya sabe que el lector progresista al que, quizá, habría aspirado a dirigirse como mujer de izquierdas, la odia. Eso da una libertad bastante absoluta, porque tiene poco que perder. El lujo es contar con lectores que te premian incluso cuando les cabrean tus opiniones. A ella le va a pasar eso, porque es imprevisible. Igual calcina a Antonio Maestre que a un señor de Soria que vota a Vox. Por eso es tan interesante.

¿A quién lees con lupa?

¿Fiscalizando, o para aprender?

Para aprender.

A mucha gente. Leo con lupa a Irene Vallejo. Sus artículos son aire fresco. Envidio su nivel lírico constante. Además, aborda temas interesantísimos y se aleja por completo de las polémicas de la actualidad. Va a unos detalles encantadores. Ella hace algo muy distinto a lo que hago yo, pero me parece un genio y un descubrimiento bestial. Leo también con lupa a la gente de Contexto y de medios con los que no suelo estar de acuerdo. Me interesa conocer cuáles son sus argumentos. Leo más lo que está más distante de mí.

¿Qué te sitúa más en el mapa: el estilo o las ideas?

Cuando empecé tonteé con ser como Umbral desarrollando el adorno y escribía sobre temas más personales o literarios. Poco a poco me fui centrando mucho en el contenido, porque en internet no funciona el estilo, sino el contenido. Hay gente que escribe precioso en internet y tiene muy poco público, porque los lectores digitales van más a las ideas.

¿Cuáles son tus ideas madres?

Mi constante es una cierta estupefacción y una cierta rebeldía con el momento actual. En la expresión de ambas perplejidades van encajando las ideas.

No es una estupefacción de asombro positivo, sino negativo.

Sí. Con carácter de susto. Asombro a veces muestro por algún libro leído o por alguna película que he visto, pero eso se lee menos. Me lo permito porque me gusta recomendar cosas que merecen la pena. Me cuesta decir cuáles son mis ideas madres, porque yo también me he vuelto previsible. Hay polémicas sobre las que casi siempre voy a decir algo. La casa del ahorcado, al final, es un libro sobre los identitarismos, un tema que me tiene muy preocupado, porque me pregunto con cierta estupefacción cómo piensa esta gente que puede funcionar un sistema en el que muchos no piensan como tú y les importa un carajo lo que a ti te duele en lo más íntimo. Nos pasamos el día poniendo el grito en el cielo por cosas que solo nos interesan a nosotros, mientras le decimos a la gente que le tiene que importar muchísimo lo nuestro. La sociedad está tan en lo suyo que no le entra en la cabeza que lo suyo no es universal.

“La sociedad está tan en lo suyo que no le entra en la cabeza que lo suyo no es universal”

 

Deduzco, entonces, que la libertad y los puentes son dos de tus ideas madres.

Suena, quizá, grandilocuente, pero sí. Da mucha riqueza tener una familia muy variada ideológicamente. En casa me caí en la marmita de la anti polarización. Allí hay rojos y fachas a saco, y cenas muy divertidas. La gente que no piensa como tú no es mala, y eso permite la idea del puente. Yo soy muy amigo de Juan Manuel de Prada, que es del Concilio de Trento. ¡Cuánta gente le ridiculiza por cuatro cosas que sabe de él! Después de una entrevista conjunta en El País Semanal, se está haciendo amigo de Elisabeth Duval, porque los dos son mucho más que la parte en las que se les puede resumir ideológicamente. Me encanta la conexión entre Nacho Vegas y Andrea Levy. ¡Qué bien! ¡Esto tendría que pasar más! Nacho Vegas no es solo un rojo y Andrea Levy no es solo una pepera. Hay mucho más en cada uno de nosotros.

¿Alguna idea que hayas defendido siempre a capa y espada y se te haya venido abajo al ser padre?

La idea de morir sin hijos... Yo siempre había dicho que no tendría hijos en mi puta vida. Que si la súper población mundial y esas cosas que se defienden, también porque lo has visto en las películas… Lo argumenté por ahí y también delante de mi mujer, que me miraba como sonriendo y diciendo bla, bla, bla. Ahora no caeré en la militancia de que hay que tener hijos, simplemente admito que he descubierto lo gilipollas que era, porque me encanta ser padre y me interesa muchísimo.

“Siempre había dicho que no tendría hijos en mi puta vida. Ahora admito que he descubierto lo gilipollas que era. Me encanta ser padre y me interesa muchísimo”

 

¿Cuándo uno deja de ser joven es menos valiente? ¿Serías hoy capaz de atizar a Nacho Cardero en las páginas de El Confidencial como hiciste llamando tirano a Cebrián desde las mismas páginas de El País?

Sí, sería capaz, pero es que Nacho Cardero no me da motivos… De hecho, lo que dije en El País era, en parte, porque comparaba a los directivos de El Confidencial, donde ganaba la mayor parte de mi sueldo, con los jefes de Prisa de aquel momento. En esa relación, los de Cebrián salían muy mal parados. Sí. Lo volvería hacer si fuese necesario. No tengo demasiado apego a las estructuras empresariales, a no ser que me demuestren con actos y con el tiempo que están en sintonía con mi forma de trabajar y de entender este oficio, y que cuidan a su gente. Yo no estoy casado con nadie.

Una anécdota: una vez escribí sobre un politiquillo al que le habían sacado una corrupción, nada famoso. Hice una columna exagerada, rabiosa y fuera de lugar. De llevarme a la Audiencia Nacional. Se publicó. Al día siguiente, uno de los jefes intermedios me comentó: “¡Eres un friki!”. ¿Qué pasa? “¡Coño, que ese hombre es amigo personal del director!”. ¡No me jodas! Yo no lo sabía. ¿Crees que el director me dijo algo? ¡Nada! Para mí esa es la prueba de que hay gente que tiene un periódico por encima de sus amiguitos y que respetan de verdad la libertad de expresión de sus trabajadores hasta límites virtuosos. Aunque me habría cabreado muchísimo, yo habría entendido perfectamente que Nacho me llamara y me dijera: “Este es amigo mío, no te voy a publicar esta columna”, porque a mí tampoco me gusta que en mi casa insulten a mis amigos. Tengo decenas de historias como esta que reflejan el nivel del compromiso de este medio con la libertad de expresión de verdad.

¿Te convencen los periódicos? ¿Ves verdades, honestidad, calidad o eso son utopías de cuando no pasábamos hambre?

Veo todo mezclado. Te lo resumiría con esta frase: en El Confidencial, como en todos los medios, también publicamos mierdas… ¡No me pongas esto como titular! Hay medios más serios que otros, pero la pureza no brilla en ninguno. Los medios son empresas en las que trabaja mucha gente y donde siempre hay una cierta sensación de descontrol. Igual hay personas que piensan que los medios son robots programados para contar propaganda, mentiras y manipulación. ¡No! Los medios suelen ser el corral de la Pacheca, el coño de la Bernarda. Son lugares con cantidad de personas vociferando donde el director, habitualmente, no tiene tiempo para leerse todo lo que saca al día siguiente.

Te gusta posar con cigarros y humo. ¿Forma parte de tu aversión a lo políticamente correcto? ¿Eres un kamikaze contra el tabú?

¡No! Simplemente es que me lo piden los fotógrafos, que son los que saben, y yo me dejo… Les hago caso, porque siempre pienso que me quieren sacar más guapo de lo que soy.

¿Qué tabúes están en el podio español?

Cada tribu tiene los suyos. No hay un podio compartido. Eso significaría que la sociedad contempla territorios comunes en torno a los que siente ascos comunes. Quizá el único tabú compartido sea el incesto. No hay tabúes ideológicos compartidos, y eso es muy grave.

Desde los años de Zapatero se habla mucho de talante, de tolerancia, de transparencia… ¿Hay relación entre el abuso de esos conceptos teóricos y el crecimiento del sectarismo y las inquisiciones variadas por la vía de los hechos en la opinión pública?

La palabra “tolerancia” tiene muy mala prensa. Hoy, el tolerante ha sido sustituido por el equidistante, pero como insulto. En este clima de polarización aguda la palabra de moda es “empatía”, un concepto envenenado. La empatía, en realidad, suele ser la exigencia de uno para que otro deje de ser él. La empatía debe ser recíproca. El empático de verdad es el tolerante no cursi que transige de verdad para que los demás sean ellos mismos. Se exige empatía como “la empatía que nos debéis a nosotros” o “vosotros, mierdas, desarrollad vuestra empatía para someteros a nuestros deseos”… ¡Es así como se usa! La empatía social busca que seas simpático, no empático. Del talante, la tolerancia y el consenso de los años de Zapatero, se ha pasado al ataque con la imposición de la empatía: “Tú tienes que ser tolerante conmigo, pero yo no te tolero ni una”. Pues entonces, no.

“En este clima de polarización aguda la palabra de moda es “empatía”, un concepto envenenado. La empatía, en realidad, suele ser la exigencia de uno para que otro deje de ser él”

Ha salido a la calle Neorrancios, un libro que ataca a los supuestos nostálgicos con el patrocinio de El País y la edición de Planeta. De fondo, a todo trapo en la portada, el yugo y las flechas… ¿Existe un victimismo de izquierdas que se revuelve?

He pedido el libro a la editorial para echarle un ojo. Supongo que saldré entre sus páginas y creo que sé lo que me voy a encontrar, pero todavía no lo he leído. Cuando lo lea, lo comentamos.

¿Hay censuras travestidas de buenrollismo palpitando en los medios?

Noelle-Neumann, en La espiral del silencio, de vigencia absoluta, dice que todos tenemos una antena que nos permite percibir con potente precisión qué va a generarnos problemas sociales: qué podemos expresar, qué provocará que otros se nos pongan en contra… Eso es lo que queremos evitar. Por eso no hace falta que haya leyes de censura para que no haya libertad de expresión. Hay leyes que garantizan una cierta libertad de expresión, pero cada vez hay más miedo a decir algunas cosas, y el miedo no está legislado. Todavía hay personas que pagan un precio por decir lo que piensan. Siempre hay un buen rollo en la censura, porque la censura es ese estado en el que gente más poderosa o más numerosa que tú te acepta si te callas y, si hablas, se rompe el buen rollo. La poscensura no requiere leyes, ni jerarquías, porque es posmoderna, y dictamina que para mantener el buen rollo tú te tienes que callar o decir ciertas cosas que no piensas, que es otra forma de censura. El buen rollo es un gran enemigo de la libertad de expresión. Hay demasiadas situaciones en las que te cargas la cena si dices lo que piensas…

“La poscensura no requiere leyes, ni jerarquías, porque es posmoderna, y dictamina que para mantener el buen rollo tú te tienes que callar o decir cosas que no piensas”

 

Juan Soto Ivars. Fotografías: ©Jeosm.

¿La moralidad nos hará más libres?

Tengo en mi pila de libros por leer el último de Pablo Malo: Los peligros de la moralidad. Por qué la moralidad es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Sin haberlo leído y sin saber cuáles son sus tesis, yo sí creo que la moralidad nos hará más libres. Respondiendo a tu pregunta como si el libro no existiera, te diría que la libertad de expresión forma parte de la moralidad. A mí me parecen inmoral la censura y la persecución de la gente que se expresa, pero tengo ganas de ver cómo Pablo Malo me lleva por algún razonamiento que ahora no me puedo imaginar. 

¿Qué es para ti la conciencia?

Una inclinación sentimental que está muy relacionada con el agravio que me produce lo que entiendo que es injusto.

¿Solo lo justo o injusto o, en general, el bien y el mal?

Lo injusto. Lo malo no me agrede tanto como lo injusto. Incluso, a veces, puedo sentir más fascinación que asco ante la maldad. Y no soy el único: ahí está el éxito de la historia de Walter White en Breaking Bad. A mí me fascinaba lo malo que era ese hijoputa. Lo injusto siempre me enfada.

¿Qué te queda de Umbral?

Solo la pashmina… Sigo leyendo sus libros, pero desde el principio intenté desprenderme de su sombra, porque cuando empiezas quieres ser Umbral.  Yo era de esos que quieren ser escritor, pero como no ganan dinero deben malvenderse en los periódicos. Ahora ya no, pero antes imitaba así a Umbral en mis textos, con sus adornos y sus florituras, hasta que me lo quité de encima, porque Umbral solo hay uno. Y Jabois solo hay uno. Y Gistau solo hay uno. Y Ana Iris Simón solo hay una. Y Juan Soto Ivars solo hay uno. Cada uno tiene su camino.

¿Qué peso tiene para ti lo trascendente?

Soy ateo a mi pesar. El ateo muchas veces hace proselitismo y considera que los creyentes son tontos y están equivocados. En este caso, tengo la impresión de que el que está equivocado soy yo, pero no me sale otra cosa. No tengo desarrollado el sentido que permite a otras personas creer en la trascendencia. Y me parece una putada. No lo digo desde la arrogancia del “me gustaría ser tan tonto como tú, porque eres más feliz”, una gilipollez que he oído muchas veces. Para mí, este déficit es como no tener bien desarrollado el sentido del gusto y que solo te atraiga el McDonald's. En el ámbito de la trascendencia, yo vivo en el McDonald's. Me das un plato elaborado y sabroso, y todo me sabe a hamburguesa… Vivo en un mundo intrascendente, y me jode. Me gustaría creer, pero no creo. El catolicismo me parece un edificio majestuoso y me encantaría vivir dentro, pero no tengo fe. Soy un ateo muy atípico.

“Soy ateo a mi pesar. Vivo en un mundo intrascendente, y me jode. El catolicismo me parece un edificio majestuoso y me encantaría vivir dentro, pero no tengo fe”

¿Qué lees en los ojos de tu hijo?

En esos ojos es donde yo he encontrado la fe. Y no lo puedo explicar.

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