Los 10.000 imitadores de Dafen, otra forma de amar el arte

Hay una localidad en China donde trabajan casi diez mil personas copiando los grandes lienzos de la historia del arte

“Se estima que cada día un copista de la ciudad china de Dafen termina más o menos diez cuadros ”.
“Se estima que cada día un copista de la ciudad china de Dafen termina más o menos diez cuadros ”.

Aunque el espíritu tiene necesidades y siente el aguijón del hambre con igual intensidad que la carne, tendemos a tomarnos con más laxitud sus apremios. Me gusta recordar, a este propósito, las reflexiones de C. S. Lewis en un programa radiofónico cuando las bombas asediaban las calles de Londres. En las peores circunstancias, se necesitan personas que velen por la riqueza inmaterial de la civilización. Por eso, allí donde florezca lo humano siempre despertará la cultura.

Que lo que brote sea noble y bello es otra cosa. Pero precisamos de libros y de cuadros. En lo que respecta a estos últimos, lo saben muy bien en Dafen, una pequeña localidad china situada en Shenzhen, al sur de Hong Kong, donde se calcula que trabajan cerca de 10.000 pintores. Conocida por ser la “villa de la pintura”, de allí provienen las numerosas copias de grandes cuadros -Rubens, Van Gogh, Velázquez- que cuelgan de las paredes de muchas casas del mundo.

Fue a Huang Jiang, un pintor frustrado, pero con la agudeza del lince para los negocios, a quien se le ocurrió transformar el arte de imitar un lienzo en una industria igual de mecánica y productiva que la automovilística. De hecho, acuden a Dafen los mejores alumnos de Bellas Artes del país, con la esperanza de poder ganarse el pan trazando líneas y formas con un pincel.

Se estima que cada día un copista termina más o menos diez cuadros. En algunos de esos talleres además se ha introducido con éxito la especialización, hasta el punto de que una pintura puede pasar por varias manos hasta quedar acabada: uno perfila el sol, otros los rostros, el de más allá pone su habilidad para dibujar la espuma blanca de las olas al servicio de la historia de la cultura.

Por sus cifras, Dafen podría ser una de las factorías más productivas y exitosas del mundo. Los números hablan por sí mismos, revelando que se producen en sus calles empedradas más de cinco millones de cuadros al año y concentra el 70% de las ventas mundiales de lienzos. Esa eficacia podrá asombrar a quien no conozca la tenacidad y minuciosidad de los asiáticos, pero a los que hemos hecho amistad con el tendero de ojos rasgados que vende en la esquina -sacándonos gracias a sus horarios intempestivos de de más de un aprieto- no nos sorprende.

Fue a Huang Jiang, un pintor frustrado, pero con la agudeza del lince para los negocios, a quien se le ocurrió transformar el arte de imitar un lienzo en una industria igual de mecánica y productiva que la automovilística

A pesar de la crisis -o a causa de ella-, el mercado del arte ha vuelto a crecer y China lleva años ocupando el segundo lugar, aunque bastante alejado de la cantidad de dólares que se mueve en Estados Unidos. Sin embargo, en Dafen algunas galerías y estudios han cerrado. La demanda de arte occidental ha bajado notablemente y los pedidos se han reducido hasta tal punto que preocupa mucho el futuro de la localidad. La esperanza es que los encargos nacionales compensen la caída de los foráneos, pero eso exige también dominar estilos y técnicas diferentes, como el shan shui, un tipo de pintura tradicional que refleja paisajes naturales.

A uno le gustaría que un Rafael presidiera el salón, pero a no ser que planee el robo del siglo, ese deseo seguirá siendo eso: un deseo. Para algunos Dafen no tiene nada que ver con el arte. Es solo una industria. Y podría hacer automóviles o sillas; simplemente, ha encontrado un nicho de mercado y lo aprovecha.

Ahora bien, copiar tizianos no es -por mucho que insistamos- lo mismo que encolar las patas de una mesa. Aunque anónimos, quienes sudan en tugurios oscuros y alejados de lo que uno imagina que ha de ser un atelier, son en su mayor parte artistas vocacionales, genios sin éxito, talentos carentes de oportunidades que perseveran en su oficio y en su pasión, a pesar de las inclemencias.

 

Lo mismo cabe decir de los que adquieren los remedos que allí se ofertan. Quien coloca una imitación de Los girasoles en el pasillo puede ser un hortera, como ese concejal marbellí que enganchó un maravilloso Miró al lado del retrete. Pero también puede tratarse de un entusiasta de la belleza que se aferra a esos sucedáneos como el alcohólico desahuciado que, a falta de aguardiente, se pimpla la botella de colonia de un trago. Cualquier cosa vale para aplacar la necesidad.

Copiar tizianos no es -por mucho que insistamos- lo mismo que encolar las patas de una mesa. Aunque anónimos, quienes sudan en tugurios oscuros pueden ser artistas vocacionales

Poseer copias de los grandes tesoros de la historia del arte es algo a lo que ni siquiera muchos no podemos aspirar. En Dafen hay tarifas que no son aptas para todos los bolsillos. Eso explica que algunos tengamos que continuar conformándonos con mirar las láminas en los libros o visitas online a los museos. Como los que pintan en Dafen, en jornadas fastidiosas o inacabables, también esa es una forma de apagar la sed y mostrar nuestro humilde amor al arte.

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