Amistad política y diversidad

Si solo se busca el interés general o mayoritario, pasamos por alto que la cuestión crucial de la política es el bien común

"Si no revitalizamos la amistad política estaremos condenados a desgañitarnos y a pelearnos para que sea nuestro interés el que salga adelante".
"Si no revitalizamos la amistad política estaremos condenados a desgañitarnos y a pelearnos para que sea nuestro interés el que salga adelante".

Por distintas razones hemos olvidado que la amistad, para Aristóteles, no era solo uno de los bienes más preciados, sino también unas de las condiciones de la política. Sabemos que el amigo no es únicamente quien pasa tiempo con nosotros, sino el que es capaz de perseguir el bien del otro con el empeño y el ahínco con que porfía para conseguir el suyo.  

Aristóteles distinguía diversos tipos de amistad y atribuía mayor rango a la sustentada en la virtud. Ni la basada en el placer ni en la mera utilidad eran consistentes con la finalidad del ser humano, cuya felicidad depende del ejercicio de la excelencia. No otra cosa es la virtud. 

Hoy no entendemos el vínculo entre política y virtud porque la modernidad ha seccionado el cordón umbilical que las unía. Y así nos va, con nuestra corrupción galopante y esos desencuentros en la esfera pública, en donde no encontramos nada que nos vincule al prójimo. 

“No entendemos el vínculo entre política y virtud porque la modernidad ha seccionado el cordón umbilical que las unía. Y así nos va"

De hecho, si el contexto social en la actualidad no es propicio para la amistad es porque vivimos en un marco bastante confuso. Hemos radicalizado tanto el individualismo que, vaciados como estamos, la única salida que hallamos para encontrarnos con el prójimo es asumir una postura gregaria, el seguidismo incondicional, el extremismo.

En este sentido, si hay una expresión que debe suscitar preocupación es la de “guerra cultural”. Y no es que propongamos aquí la abdicación de los valores. Lo que recomendamos es no tomarse la política como una cuestión personalísima. El horizonte bélico en el que vivimos es empobrecedor y triste para la cultura. Y son muchos los que toman los libros, el arte y la ciencia como arma arrojadiza.

En el campo más concreto de la teoría política, el olvido de la amistad civil está aparejado a la erosión del bien común. Porque amigos son, precisamente, aquellos que comparten, los que encuentran puentes que les unen y se sienten atados a un destino parecido. La política de las separaciones es, a este respecto, el modelo antitético: si la esfera pública es un campo de minas, difícilmente podremos cultivar lo comunitario, que es aquello que nos acerca.

“La política se puede definir como el arte que contribuye a mantener esa igualdad en la pluralidad en que consiste la vida en común”

Hoy no volvemos la mirada ni a Platón ni a Aristóteles, pensando que los tiempos han cambiado. Pero cualquiera que haya abierto sus libros se dará cuenta de que si son clásicos es porque para ellos la historia no ha transcurrido: son nuestros contemporáneos. Es evidente que la filosofía nace en un contexto determinado, pero si lo pensamos bien, hemos cambiado poco. 

 

De hecho, la preocupación principal de la política clásica era mantener el equilibrio entre unidad y pluralidad. Se trata del inconveniente principal al que se enfrenta la política: vivimos en sociedad y, por tanto, necesitamos cohesión, pero las discrepancias perturban la convivencia y la dañan, e incluso pueden dar al traste con el proyecto compartido. 

Es verdad que ni Aristóteles ni Platón acuñaron el término “bien común” y que este nace más tarde, en Roma y el cristianismo. Pero ambos partían de la realidad humana y estaban convencidos que, como dice mi amigo Rafa, somos “iguales pero distintos”. La política se puede definir como el arte que contribuye a mantener esa igualdad en la pluralidad en que consiste la vida en común. 

Por esta razón los acuerdos políticos son contingentes y frágiles. La amistad no requiere de consensos unánimes; la política tampoco. Lo que sí necesitan ambas es partir y, sobre todo, buscar lo común porque de otro modo se debilita el sustrato que las hace posible. 

Desde este punto de vista, son muchos los pensadores que han señalado que, en realidad, la crisis política es una crisis antropológica. Si atendemos a historia de las ideas, el bien común fue sustituido por el interés general y a pesar de que, desde Grecia hasta los arquitectos de Estados Unidos sabían que el peligro de la política es el faccionalismo, esa idea según la cual lo importante en la esfera pública es la voluntad mayoritaria ha tenido repercusiones nefastas en la comprensión y gestión de a lo que todos nos incumbe. 

Si no revitalizamos la amistad política y no nos esforzamos por descubrir que, más allá de las ideologías y los intereses privados -más allá de la diversidad-, hay cosas que nos unen, no creo que podamos salir del atolladero y estaremos condenados a desgañitarnos y a pelearnos para que sea nuestro interés el que salga adelante. Y visto lo visto, ese no parece ser un buen camino. 

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