Ansia consumista

En lugar de apretarse el cinturón, muchos compensan los poco halagüeños datos económicos comprando a plazos compulsivamente

“Es de esperar que la desaparición del efectivo lleve el ansia consumista a índices desconocidos”.
“Es de esperar que la desaparición del efectivo lleve el ansia consumista a índices desconocidos”.

Quizá sea por el actual desconocimiento de las letras muertas. O por el presentismo, esa enfermedad que encadena el espíritu a la hora que marca el reloj, olvidando el pasado, como si no hubiera sucedido nada antes del ahora, y dejando el futuro en la nebulosa abstracta y lejana en que se encuentra lo que no sabemos si llegará.

Lo que ocurre es que, por una u otra razón, cada vez se interpreta peor lo que Horacio quiso decir en su famosa oda, recomendando a su amada, Leucónoe, que “aprovechara el día”. Así, carpe diem puede ser tanto el grito de guerra del hedonista radical, que sabe que todo acaba con la muerte, como del irresponsable, que sabe lo mismo que el hedonista, pero también que son otros los que soportarán las deudas cuando desaparezca de la faz de la tierra.

A tenor de los datos de la economía, uno tiende a pensar que hay muchos que piensan de este último modo. ¿No se quedan sorprendidos de los coches que algunos gastan, de los móviles que blanden, de las vacaciones que disfrutan? Y no es que los datos nos informen de que ha subido precisamente el nivel adquisitivo, ni de que hayamos podido capear las crisis. ¿Quizá es que hemos perdido esa prudencia que nos conminaba a vivir de acuerdo con nuestras posibilidades?

Algunos pensarán que lo bueno del capitalismo es que no exige que nuestros gastos y lujos correspondan con nuestros ingresos. Para eso está el crédito y el milagro de los plazos, que permiten consumir sin necesidad de tentarse el monedero. El negocio está en condiciones saludables porque periódicamente llega a mi móvil un mensaje con la oferta de un préstamo. “Compra hoy y pague mañana”: he ahí el lema del consumismo posmoderno

Algunos pensarán que lo bueno del capitalismo es que no exige que nuestros gastos y lujos correspondan con nuestros ingresos. Para eso está el crédito y el milagro de los plazos

Hace mucho que el nuevo modelo económico dejó atrás el dogma de la propiedad. No es que uno demonice ese bendito invento del crédito, del que han dependido tantos avances en la historia y tantos desarrollos, mercantiles y culturales. Lo que da algo más de pavor es la figura del deudor irresponsable porque, precisamente lo que contribuyó a fundar el capitalismo es, justamente, lo que este sujeto pasa por alto: que las deudas hay que pagarlas.

Cuando eso no ocurre, el edificio no solo se tambalea: es que se cae. Y acaban pagando -y sufriendo- los de siempre. Todo esto tiene que ver con los datos que se desprenden de las tendencias de consumo entre las generaciones más jóvenes. Está claro que en los ochenta y los noventa se impuso la moda del especulador sin escrúpulos, del pelotazo. Pero se vivía de las rentas y se estaban superando las estrecheces de la crisis de los setenta. Más preocupante es que no se modifiquen las conductas de quienes viven con el recuerdo próximo de un estancamiento bastante duro.

No se puede decir, sin embargo, que quienes tienen menos edad desconozcan el momento de aprieto económico que atravesamos. Todo lo contrario: un estudio del año pasado confirmaba que un cuarto de los nacidos a partir de 1997, la llamada Generación Z, pensaba que no iba a tener la opción de jubilarse. Menos de la mitad confiaba en poder llegar un día a comprarse una casa.

Es, justamente, ese pesimismo el que ha llevado a los más jóvenes a agarrarse una fiebre consumista que está, paradójicamente, cronificada. Las diferencias con otras franjas de edad saltan a la vista. Una investigación realizada por McKinsey, de la que se hace eco The Economist, señalaba que mientras el 45% de los europeos adolescentes pensaba incurrir en algún derroche en breve, la mayoría de los que tenían más años confiaban evitarlos. 

 

Consumir sin pensar y darse un capricho -se tenga o no dinero suficiente en ese momento- constituye la manera con que muchos compensan su insatisfacción existencial

La fiebre consumista tiene mucho que ver, es evidente, con los nuevos estilos de vida. Es un hecho, en este sentido, que el consumo digital y la facilidad con que se compra en Internet reduce nuestra capacidad por resistir a la tentación. Por otro lado, en sociedades de la abundancia, bienes superfluos o de lujo se han transformado casi en objetos de primera necesidad.

También es posible que clicar en un anuncio con el lema “compre ahora, pague después” sea más fácil entre quienes pasan, de media, cuatro horas diarias enfrascados en sus dispositivos. Consumir sin pensar y darse un capricho -se tenga o no dinero suficiente en ese momento- constituye la manera con que muchos compensan su insatisfacción existencial.

Ya se habla de “compradores en activo” para describir a un estrato de la población que es tan impulsivo para comprar como impaciente a la hora de la entrega. Es de esperar que la desaparición del efectivo lleve el ansia consumista a índices desconocidos. Sería un error, por otro lado, pensar que, como consumidores, los jóvenes no tienen sus exigencias. Eso implica que no son fieles ni a una tienda, ni a un sitio ni a una marca. Esperemos que sean cada vez más fieles a lo que tienen en el bolsillo porque, de otro modo, la penuria en el futuro no hará más que ir en aumento.

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