Diversidad aparente

La sociedad que aparece en los medios o las ideas que se supone más difundidas no resultan muchas veces representativas

“La diversidad no tiene que ser mala. Ni buena. A nadie se le escapa que depende de la índole en la que se difiera”.
“La diversidad no tiene que ser mala. Ni buena. A nadie se le escapa que depende de la índole en la que se difiera”.

Aunque se supone que los medios o el arte tiene como objetivo reflejar la realidad, desde hace mucho tiempo se sabe que ocurre todo lo contrario. Aclararlo es lo primero que hay que hacer si se desea combatir los intentos ideológicos que quieren dar la vuelta a nuestras convicciones como si se tratara de un calcetín.

De hecho, el efecto de la cultura e industria del entretenimiento sobre nuestra forma de pensar es mucho más palpable y radical que el que pueden ocasionar las leyes. Ciertamente, cuando algo deja de ser delito, es posible que se normalice la conducta e incluso que, pasado el tiempo, determinadas acciones que antes eran motivo de escándalo se vean de forma positiva. En sí eso no tiene por qué ser malo; constituye un medio por el que avanza la civilización.

Lo que sí puede resultar perjudicial es desconocer los cauces por los que se configura eso que se puede llamar conciencia colectiva. Si uno atiende a las series de televisión o tiene la fea costumbre de seguir determinados programas puede acabar formándose una imagen distorsionada de la realidad social. ¿No ven la distancia que existe entre la vida de los individuos que aparecen -casi todos problemáticos- en la opinión pública y el vecino que cada mañana les cede el paso?

El problema de todo ello es bastante conocido en los estudios estadísticos. ¿Hasta qué punto las muestras son representativas? De ello depende que la imagen transmitida sea fidedigna. Y no piensen que esto supeditaría la creatividad o limitaría la inspiración. Cada artista -no hace falta decirlo-, cada director de cine o escritor tiene libertad para fantasear; gran parte de la belleza de una obra o de la admiración que nos causa procede de su inventiva. Lo grave, desde un punto de vista social, es que pensemos que lo que nace del magín de cualquiera representa una tendencia social mayoritaria o, en el peor de los casos, inexorable.

Esas tendencias que se cree mayoritarias únicamente reflejan modas y opiniones de una parte de la población, de un sector, casi siempre muy pudiente

Y eso pasa muchas veces. Pensamos que todos los políticos son corruptos y sospechamos de los sacerdotes; en todo adolescente intuimos raptos suicidas, en cualquier hombre, la sombra de un maltratador. Y si tuviéramos que juzgar por lo que nos dibujan las redes, quedarían muy pocos heterosexuales y viviríamos en un mundo de “niñes”.

Pero la corrección política o los clichés llegan a otros ámbitos. Así podemos pensar que nuestro ordenador es capaz de solventarnos una crisis matrimonial y que las máquinas son tan inteligentes como para hacernos perder el trabajo. Tal vez se haga reproches hayamos llegado hasta el punto de acusarnos por no reciclar escrupulosamente; puede que nos consideremos culpables por creer que los perros no tienen derecho a un asiento reservado en la sobremesa. Y veganos ¿de verdad que hay tantos?

Esas tendencias que se cree mayoritarias únicamente reflejan las modas y opiniones de una parte de la población, de un sector, casi siempre muy pudiente, que habita en la costa este americana. Pero el mundo es ancho y ajeno y no podemos considerar que las patologías o extravagancias de los vecinos de Central Park sean idénticas a las de otros lugares del planeta.

Según explica Patrick West, un columnista británico, al público del Reino Unido no se las dan con queso. Por ejemplo, en una encuesta reciente, el 45% estimó que la imagen de diversidad social que difunden los medios no se correspondía con la realidad. Casi la mitad de los encuestados creía que las minorías étnicas estaban sobrerrepresentadas. 

 

No se trata de condicionar la publicidad, sino de darse cuenta de que se están realzando rasgos sociales para transformar las convicciones

Lo llamemos Woke o teoría crítica de la raza, para West es evidente que hay un interés por realzar la diversidad como medio para reforzar el discurso ideológico. Así en el Reino Unido, se calcula que en el 37% de los anuncios de televisión aparecen personas negras, cuando solo representaban al 3% de la población. La decisión de quién aparece o no en un spot tiene que estar en manos del que lo paga y del creador; no se trata de condicionar la publicidad, sino de darse cuenta de que se están realzando rasgos sociales para transformar las convicciones.

Y para moralizar y vender más. Si las grandes marcas están adaptándose a las nuevas ideas en ello pesan quizá buenas intenciones, pero también funciona así por la dinámica del capitalismo buenista. El consumo debe ser ético y por esta razón compro solo productos ecológicos o fabricados por compañías con determinados estándares.

La diversidad no tiene que ser mala. Ni buena. A nadie se le escapa que depende de la índole en la que se difiera. Ahora bien, una comunidad humana se sustenta en un equilibrio entre lo que nos une y lo que nos separa. Es ahí donde aparece el pluralismo, donde se pone en marcha el motor del enriquecimiento recíproco. Si realzamos la diversidad y dejamos de lado los lazos más profundos que nos unen, puede llegar un momento en que nos cueste reconocer en el prójimo a quien es: otro yo.

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