Dogmatismo de la cancelación

La cultura de la cancelación y el relativismo están erosionando el debate público y vendiendo un falso consenso

“La cancelación no debe ganar la partida. Así que ya saben: no dejen que les callen y habitúense a decir siempre lo que piensan”.
“La cancelación no debe ganar la partida. Así que ya saben: no dejen que les callen y habitúense a decir siempre lo que piensan”.

La condición más importante para el florecimiento de la cultura es la libertad. Sin ella, el espíritu, en lugar de desarrollarse, se ahoga. En un contexto libre, el ser humano tiene la posibilidad de llegar a la verdad, descubrir el bien o admirarse ante la belleza. Cuando no hay libertad, lo máximo que puede suceder es que se difundan clichés vacíos e insustanciales.

Sin ánimo de ser pesimista, de un tiempo a esta parte se ha instalado en el ambiente un puritanismo radical que amenaza con desterrar de la esfera pública todo aquello que desentone con los dogmas de la corrección política. La llamada cultura de la cancelación, que es una de las más recientes causas de la uniformidad ideológica, constituye un fenómeno preocupante no por su estilo inquisitorial, ni sus maneras dogmáticas, sino porque lima, con ademanes liberticidas, lo que supuestamente no se encuentra a la altura del progreso

La cancelación implica juzgar con criterios de hoy lo que pertenece al pasado, así como enjuiciar desde un punto de vista ideológico aquello que es ajeno a las ideologías. Confieso que cada día consulto la prensa con el fin de identificar a quién le toca en suerte ejercer el papel de víctima en esta cruzada sin precedentes

Cualquiera con un mínimo de sentido común sabe que la verdad nunca puede ser ofensiva. Lo que ofende siempre es el error, los equívocos, las mentiras

Bajo este enfoque, hay que “cancelar” -léase censurar- lo que puede herir susceptibilidades infinitas. ¿Cuál es el inconveniente de esta postura? El primero de todos consiste en haber extremado la sensibilidad emocional de la ciudadanía, hasta el punto de prohibir aquello que puede herir a un determinado colectivo. El problema es que si quien determina la herida es cada uno siempre corremos el riesgo de ofender a alguien

Para comprobarlo, basta con echar un vistazo a los manifiestos de condena y a las protestas públicas: se ofenden los que llevan gafas (perdonen) porque un anuncio transmite cierto estereotipo; los calvos (lo digo sin ánimo de ofender, como se puede imaginar) por otro, etc. De seguir así, pronto la publicidad entrará en crisis y sospecho que en unos años los humoristas habrán perdido su trabajo. ¿Qué es un chiste sino un conjunto de lugares comunes y equívocos?

Más peligroso desde un punto de vista social es que la censura se ejerza desde dentro, es decir, cuando uno se calla por temor a tener que dar más explicaciones de la cuenta y, en el peor de los casos, incluso a tener que demostrar que en su ánimo nunca ha estado ofender a nadie, sino simplemente reflexionar para confirmar o refutar alguna idea.

Cualquiera con un mínimo de sentido común sabe que la verdad nunca puede ser ofensiva. Lo que ofende siempre es el error, los equívocos, las mentiras. Hay un libro que resulta imprescindible para comprender el daño que estos malos hábitos están causando a la universidad. Me refiero a La transformación de la mente moderna, de Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. Sus reflexiones se pueden aplicar en general al debate público. Para estos autores, es necesario contraponer opiniones para avanzar y consolidar el pensamiento propio. Enfrentarse a un ambiente sin asperezas solo puede conformar sociedades inmaduras, instaladas permanentemente en la edad del pavo. 

Por si hiciera falta la precisión, es conveniente decir que estar en contra de la cultura de la cancelación no quiere decir estar a favor de la ofensa gratuita. Lo único que indica es que la búsqueda de la verdad no admite componendas sentimentales, ni se concilia bien con una epistemología caprichosa. La victimización, por otro lado, puede ser contraproducente porque puede hacer que miremos para otro lado cuando en verdad se infligen injusticias dolosamente.

 

Lo curioso es la coincidencia del relativismo casi exacerbado de hoy con ciertas actitudes dogmáticas y taxativas. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría censurar hoy un gusto sexual, por atrabiliario que sea, pero el creyente tiene que andar casi siempre justificando su fe y pidiendo disculpas. Se exige que respetemos incondicionalmente la decisión de abortar, pero parece que tenemos que andar excusándonos por tener la hermosa manía de decir que la vida de toda persona es digna y valiosa. 

Lo curioso es la coincidencia del relativismo casi exacerbado de hoy con ciertas actitudes dogmáticas y taxativas

La cancelación de los valores cristianos es tan alarmante como injusta desde un punto de vista histórico. Los estudiantes en gran parte, por ejemplo, desconocen que muchos de los logros de los que se precian tiene origen en esa fe que nació en Galilea.

La situación es especialmente crítica en España: recientemente he tenido la oportunidad de participar en un congreso académico en la Universidad Aldo Moro de Bari (Italia) y me ha llamado la atención la naturalidad con que allí, en una universidad pública, donde se promociona la “diversidad”, se habla sobre la fe cristiana y se debate sobre temas que aquí, en España, no se pueden abordar en público, salvo que uno tenga vocación de mártir. 

¿Es posible revertir la situación? Creo que, para hacerlo, lo primero que hay que hacer es no dejar que la cancelación gane la partida. Así que ya saben: no dejen que les callen y habitúense a decir siempre lo que piensan.

Video del día

Feijóo destaca el “modelo de la concordia” del PP en Cataluña
frente al “modelo rupturista” del resto de partidos catalanes
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato