Ellos son de ciencias y ellas… también

Según un estudio, no es cierto que predominen los prejuicios en contra de la mujer en el campo científico

Dos mujeres trabajando en un laboratorio.
Dos mujeres trabajando en un laboratorio.

Por suerte, desde hace tiempo sé que en eso de los números las chicas son más agudas y sagaces que los chicos. Al menos esa es mi experiencia. En casa quien ayuda en los cada vez más arduos y constantes problemas con ecuaciones -¡qué infierno atraviesan los niños en la infancia, qué tardes de tareas infinitas y tiempos de lectura obligatoria!- es mi mujer. Ventajas de vivir con una física. A mí me toca tomar la lección e intentar descubrir los sujetos en las oraciones.

Aunque lo diga la ley y lo difunda la opinión pública, en la vida doméstica uno sabe que, por suerte, no juegan tan poderosamente las discriminaciones. Lo mismo ocurre con las modas o con las noticias y titulares que se presentan en términos porcentuales. Cuando atienden a ellos, ¿no tienen la sensación de que hablan de un lugar que no conocen?

Por ejemplo, se están publicando una retahíla interminable de libros sobre el fenómeno trans, especialmente en la infancia, que da por supuesto que los equívocos en torno al género y la necesidad de iniciar una transición son numerosísimos. Otro tanto ocurre con el apocalipsis climático, con los esperpentos de los nuevos valores, con las discriminaciones, el bullying…

Quizá sea tema para otro artículo el de analizar la creación de una atmósfera artificial de alertas y sucesos preocupantes, algo que se ha extremado con el uso de las redes sociales. Así, quienes tienen o las frecuenten poseen un sentido de la realidad totalmente distinto de los que no viven recluidos en el mundo digital.

A estas alturas de la película no tenemos necesidad de que nos digan que las mujeres lo pueden hacer bien en ciencias. Incluso puede ser perjudicial hacer una crónica -como se ha hecho, por cierto- de las científicas más importantes de la historia, de descubridoras olvidadas, de escritoras, porque coloca la historia de la ciencia, de los descubrimientos y la literaria en una perspectiva de género que, en última instancia, las menoscaba a ellas. Los sesgos son siempre malos porque devalúan el objeto de la investigación y hace que predomine el enfoque ideológico.

En este sentido, las últimas leyes educativas y los estudios se han propuesto equilibrar la presencia femenina en las llamadas disciplinas STEM, o sea, en las ciencias. La última ley de universidades se lo ha tomado como objetivo prioritario, aunque todavía no se ha llegado a obligar a nadie a estudiar una carrera específica.

Combatir determinados clichés a golpe de reales decretos equivale a poner la venda antes de la herida. A este respecto, creo que hace más daño a todos -a las chicas y a los chicos- los cambios del currículum académico y la devaluación de las matemáticas en la escuela que el porcentaje de género en las especialidades. Pero empezar la casa por el tejado es también uno de los defectos principales de nuestros políticos.

Además, al parecer, la situación de las mujeres en el campo de la ciencia no resulta tan precaria. Así lo confirma un estudio recientemente publicado en Psychological Sciencie in the Public Interest que confirma lo que alguno se temía: pensar que las STEM constituyen un campo plagado de sexismo es una de esas mentiras que la sociedad de la información y el conocimiento toma como verdad irrefutable.

“Pensar que las STEM constituyen un campo plagado de sexismo es una de esas mentiras que la sociedad de la información y el conocimiento toma como verdad irrefutable”

 

Los autores del estudio -ella y él, por cierto- han recopilado dato de la presencia académica de las mujeres en el campo de la ciencia, la tecnología o la ingeniería para componer una radiografía de la situación. Y a tenor de la información que manejan, en un arco temporal bastante amplio -los últimos 20 años más o menos- no se puede decir ellas estén infrarrepresentadas.

¿Qué significa esto? Quiere decir que no hay diferencias entre hombres y mujeres en aquellos aspectos en los que se desenvuelve el trabajo científico. En concreto, el estudio habla de que no existen discrepancias ni en la posibilidad de recibir financiación para el trabajo, ni en la aceptación de los trabajos en revistas. Es verdad que las mujeres tienen menos probabilidades de solicitar puestos permanentes, pero cuando lo consiguen, “reciben ofertas al igual o por encima que los hombres”.

Pero, ¿qué pasa con los salarios? En ese caso, explican, ellos cobran más. Pero ojo: la disparidad retributiva es mucho menor que el que se suele decir. Por otro lado, habría que estudiar si este hecho responde a una diferencia de género. Para los expertos, comparar los datos en esos casos resulta complicado y no es muy fiable lanzar interpretaciones.

Hay otro descubrimiento interesante que hace el estudio con respecto a los sesgos que mediaticen el resultado de los exámenes en función del género. Es probable, indican, que los docentes tengan el prejuicio de que ellos son mejores en ciencias, pero no hay evidencias de que estos últimos determinen la calificación en dichas materias.

“Difundir que existe discriminación en el campo científico puede ser contraproducente. De ser así las cosas, ¿qué chica querrá meterse en un laboratorio?”

Una apreciación curiosa, para finalizar: puede que el difundir que existen discriminaciones aberrantes y que se maltrata, así en general, a la mujer en los ambientes científicos sea perjudicial. De ser así las cosas, ¿qué chica querrá meterse en un laboratorio? Los autores creen que ello podría desalentar la vocación científica de la mujer y dar lugar a muchas meteduras de pata en la gestión de recursos, lo cual, por cierto, constituye el pecado mortal de muchas de las políticas educativas.

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